jueves, 14 de febrero de 2019

Contribuciones para pensar la batalla cultural (Primera parte)


Una reivindicación de la lucha de ideas y la disputa simbólica en la cultura de izquierda*


Por Mariano Pacheco


Inscripta en una estrategia de construcción de poder popular, la contracultura se nos presenta como uno de los cuatro pilares centrales de la autonomía (junto con la autogestión, el autogobierno y la autodefensa) que, como clase (la que vive del trabajo), entendemos tenemos que ir conquistando en el camino de nuestra emancipación. Determinada por el orden hegemónico pero gestada “ya desde ahora” (es decir, más allá de futuras conquistas del poder político) la contracultura se torna fundamental en el marco del Nuevo Orden Mundial.
No es que el factor económico haya perdido su peso ni que los guiños lingüísticos desplacen la discusión sobre la propiedad (de la tierra, de los medios de producción), sino que hoy en día la cuestión cultural juega un papel mucho más destacado que en décadas anteriores.
Desde sus primeros pasos, los fundadores del marxismo supieron interesarse por la literatura y el arte no sólo de su tiempo sino también de los clásicos, De hecho, existe una edición de Colihue compilada por el traductor argentino Miguel Vedda donde se reúnen los escritos sobre literatura de los jóvenes Marx y Engels. Es famoso, asimismo, el pasaje de los Grundrisse (1857-1858)  donde el autor de El capital se refiere al arte griego, dejando sentado –en un párrafo por cierto elíptico- un debate en torno al vínculo entre el “florecimiento artístico” y el “desarrollo general de la sociedad”; debate que llega hasta la actualidad. También los bolcheviques supieron plantar posición al respecto en la rusia revolucionaria (y aún antes). Resultaron fundamentales para generaciones enteras de hacedores de la cultura contestataria, los escritos de Lenin sobre la prensa e incluso sobre la literatura de partido. Aunque,en realidad, fue el jefe del Ejército Rojo quien mayor atención supo poner a los temas referidos al arte y la ciencia, pero por sobre todo a la literatura (tal como recuperaremos en una próxima nota).
En la Argentina, al calor del centenario de octubre, no sólo se ha reeditado la Historia de la revolución rusa de León Trotsky, sino también Literatura y revolución (ver ediciones del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx). Se conocen, por otra parte, los escritos del líder comunista chino Mao Tsé Tung sobre la literatura y el arte, además de sus poemas. En nuestras tierras, en consonancia con cierta mirada sobre la cultura popular pregonada en Italia por Antonio Gramsci, el Amauta José Carlos Mariátegui no sólo pensó muchas cuestiones referidas a la vida cultural de su tiempo, sino que ofició como crítico para periódicos de la época.
Lejos de querer aburrirlo con estas enumeraciones, estimada lectora o lector, este breve repaso busca dar cuenta de la rica historia al interior del marxismo de intentos por abordar la cuestión cultural como parte integral del proyecto de transformación revolucionaria de las sociedades capitalistas (sin mencionar, claro, a la larga lista de intelectuales de izquierda o marxistas académicos que hicieron de la cultura su tema de estudio o al que le dedicaron parte de sus escritos e investigaciones). Y si bien hay sectores que cuestionan el concepto de batalla cultural, pensamos que sigue siendo propicio que tal concepto sea reactualizado, sobre todo si entendemos -junto con los zapatistas mexicanos- que los poderosos del mundo ya nos han declarado la guerra a los pueblos de todo el planeta tierra.
Entendida no sólo desde la perspectiva más tradicional de las artes y la literatura (junto con la filosofía y la ciencia) sino también como disputa por el sentido (o los sentidos que circulan en nuestras sociedades), la batalla cultural requiere de todos modos de instrumentos concretos de intervención específica en el propio campo, incluyendo el de las ideas.
Y si bien consideramos válido, tal como supo señalar Terry Eagleton para la reedición de su libro Marxismo y crítica literaria, que el marxismo ha sufrido en nuestros días la derrota más importante de su turbulenta historia, entendemos que no deja de ser uno de los pensamientos más subversivos frente a la explotación y la dominación que ejerce el capital en todas partes y, por lo tanto, una contribución fundamental a los modos críticos de entender el mundo (resulta una obviedad, pero: ¿cómo cambiar el mundo sin una interpretación crítica de él?). Por supuesto -y tanto Eagleton como Eduardo Gruner en Argentina lo han señalado más de una vez- con el marxismo solo no alcanza y resulta necesario incorporar a los distintos análisis otras perspectivas que reflexionen sobre otros y nuevos problemas y desafíos. De todos modos, los cruces entre el pensamiento de Marx y otras perspectivas ha resultado auspicioso durante décadas, con lo cual no visualizamos ningún problema al respecto. Claro que, tal como supo destacar Trotsky, una característica del marxismo es actuar y pensar “al interior de una tradición”. Aunque tal vez hoy muchos de nosotros entendamos que más que al interior de una tradición, lo que hacemos es construir un legado con retazos de tradiciones; pero dicha operación de lectura del pasado no deja de ser ya una posición respecto al asumirnos como parte de un torrente de deseos de cambio que nos antecede. Legado que se presenta también como tarea, como programa de intervención actual respecto del pasado, y sus usos.
Regresemos de todos modos a la literatura como llave para pensar cuestiones que la exceden. Decían los formalistas rusos, a comienzos del siglo pasado, que una de las funciones centrales de la literatura era la de “desautomatizar la mirada”. Hoy, cuando nuestras miradas aparecen capturadas a cada instante por el despliegue tecnológico de la publicidad, dicha consigna cobra una profunda vitalidad. La literatura, las artes, el periodismo, la difusión de ideas contestatarias pueden ser entonces partícipes activos en la tarea inmensa de contribuir a la gestación de una contracultura que aspire a transformarse algún día en una nueva cultura, en una nueva sociedad.
Resultan fundamentales, entonces, los colores, ideas, ritmos y sonidos que acompañan los procesos de organización y de lucha popular. Tal como sostenemos en el Manifiesto Fundacional de La luna con gatillo, entendemos que la intervención cultural de las izquierdas pasa hoy en día, fundamentalmente, por realizar una crítica política de la cultura contemporánea. Una intervención que deberá ser insurgente e inoportuna para los poderosos, y operar como un piquete cultural: alterando la circulación de símbolos, atentando (incluso por medios violentos) contra aquellos que externalizan el poder de las clases dominantes, esa lógica hegemónica del arte ligada al consumismo de la industria cultural que niega las posibilidades estéticas, éticas y creativas de las clases populares. Una crítica política de la cultura deberá promover una imaginación indisciplinada, un arte por el cambio social que tenga a la multitud laburante y de a pie, al pueblo en marcha y luchando, no sólo su contexto, sino también su medio cultural, su campo de investigaciones, de experimentación y de creación, para gestar símbolos alternativos, pero también, para abonar a una nueva épica, y un nuevo paisaje mental y sentimental.

*Serie de notas publicadas en la versión impresa de Resumen Latinoamericano durante 2018.

No hay comentarios:

Publicar un comentario