Por
Mariano Pacheco*
Mark
Fisher es un crítico cultural británico que intenta pensar el
malestar en el actual momento neoliberal del capitalismo. Sus obras
fueron publicadas en castellano por la editorial argentina Caja
negra ediciones entre
2017 y 2019, así que su difusión en estas tierras coincide con los
años de malestar macrista. Hoy se cumple el tercer aniversario de su
muerte.
El
13 de enero de 2017 partía de este mundo el crítico cultural Mark
Fisher. ¿Otro suicidado por la sociedad? Sus libros, publicados en
castellano por Caja
negra ediciones
(Realismo capitalista,
¿hay alternativas?,
en 2016; Los fantasmas
de mi vida. Escritos sobre depresión, hautología y futuros
perdidos, en 2017; y
el Volúmen I de K-punk,
escritos reunidos e inéditos: libros, películas y televisión,
en 2019) coincidieron con los años macristas en la Argentina, y sus
reflexiones acompañaron a buena parte de los intentos teórico de
buena parte de la intelectualidad crítica y el activismo progresista
y de izquierdas de pensar el malestar presente en el neoliberalismo,
es decir, en las condiciones internacionales actuales del
capitalismo.
Politizar
el malestar
“La
depresión es, después de todo y sobre todo, una teoría sobre el
mundo y sobre la vida”,
escribe Fisher en el capítulo de su último libro Los
fantasmas de mi vida…
dedicado a la banda británica Joy division, aunque bien podrían
leerse todos sus textos desde esa frase. “La
depresión es el espectro más maligno que me ha acechado a lo largo
de mi vida”, comenta asimismo
hacia el final de “La lenta cancelación hacia el futuro”, primer
capítulo de este trabajo.
Paso
seguido cuenta que comenzó a escribir sobre los temas de este libro
en 2003, cuando publicó varios textos en su blog, mientras se
encontraba sumergido en una depresión tal que hacía que su vida
cotidiana apenas fuera soportable. Escribiendo pudo entender, nos
cuenta, que el problema no era solamente él, sino también (sobre
todo) de la cultura que lo rodeaba. “Es
claro para mí ahora que el período que va de 2003 al presente será
reconocido –no en un futuro distante, sino muy pronto– como el
peor período para la cultura popular desde la década de 1950”.
Aunque
aclara: “decir
que la cultura del período era desoladora no implica afirmar que no
hubieran señales de otras posibilidades”. Y
remata: “Los
fantasmas de mi vida
es un intento de hacerse cargo de algunas de esas señales”.
Los
pensadores franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari intentaron
pensar la filosofía como geofilosofía, y otorgaron al carácter
situado del pensar una importancia fundamental. Así, la filosofía
no tendría nada que ver con la contemplación abstracta y universal,
sino que sería un modo de intervención siempre contemporánea, una
creación de conceptos que están ligados materialmente tanto a los
devenires como a los problemas propios, y la propia historia. Fisher,
lector atento de ambos autores, parte del análisis de películas,
discos, libros y otras producciones culturales para intentar pensar
los malestares de nuestro tiempo.
Más
allá de las diferencias geopolíticas desde las que él pensó y
escribió durante décadas (que son las diferencias políticas,
económicas, sociales y culturales que pueden existir entre cualquier
pensador europeo y nuestra realidad Latinoamericana) sus aportes
resultan hoy un insumo imprescindible para abordar cualquier tipo de
crítica política de la cultura contemporánea, en cualquier lugar
del mundo, ya que los modos de producción de la vida colectiva de la
humanidad en la actualidad están tomados, como nunca, por el
capitalismo, sistema que sólo es entendible por su carácter
internacional.
¿Hay
alternativas?
Podríamos
pensar todo Realismo
capitalista a
partir de dos pregunta que rondan dispersas por el texto y que solo
por momentos se hacen explícitas. A saber: 1) ¿Qué pasa con una
sociedad cuya juventud ya no es capaz de producir sorpresas?; y, 2)
¿Cuánto tiempo puede subsistir una cultura sin el aporte de lo
nuevo?
Fisher
acude al término “realismo capitalista” para designar el marco
ideológico de la época, esta que transitamos –con sus idas y
vueltas- desde la caída del muro de Berlín. El autor toma de Fedric
Jameson una frase devastadora, a partir de la cual enhebra una serie
de reflexiones: “hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo
que el fin del capitalismo”, asegura. Marco teórico riguroso y
reflexión sagaz se cruzan en este libro con una suerte de sociología
de la vida cotidiana. Así, aparecen este texto rasgos que hacen a la
precarización
de la vida en la fase actual del capitalismo, tanto como la
gerencialización
de la vida política, la cultura
del consumo
desmedido, o la crisis
de la educación
(ir a al escuela para luego conseguir el mismo “McEmpleo” que se
hubiese conseguido por igual al abandonar el camino escolar). También
se reflexiona sobre el estrés y el consumo de psicofármacos (que
Fisher saca todo el tiempo de la esfera individual para resituarla en
la social, preguntándose cómo puede ser que tanta gente, y sobre
todo tantos jóvenes, tengan este tipo de padecimientos), la pulsión
por la sobreinformación y el instantaneismo que promueven las redes
sociales virtuales (“los adolescentes tienen la capacidad de
procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna
necesidad de leer: el simple reconocimiento de slóganes es
suficiente para navegar el plano informativo de la red, el celular y
la tv”). Por todo esto, Fisher sostiene que el realismo
capitalista
no puede limitarse al arte o al modo casi propogandístico en el que
funciona la publicidad. “Es algo más parecido a una atmósfera
general que condiciona no solo la producción de cultura, sino
también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa
como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción
genuinos”.
Lo
interesante es que Fisher no solo piensa los problemas de su
generación y los conecta con sus antecesores (nació en el 68, el
año del Mayo Francés”, se hizo adulto cuando el “socialismo
real” comenzó a caerse a pedazos), sino que intenta pensar la de
los que llegaron después, y recién están dando sus pasos hacia la
edad de la razón. “Para la mayor parte de los quienes tienen menos
de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de
alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El
capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte d ellos pensable”. De
allí que diferencia a los jóvenes de ahora de los de apenas hace
unos años. “En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain
parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que
había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya
estaban todos anticipados, todos rastreados, vendidos y comprados de
ante mano”, sentencia al escribir sobre la experiencia de la banda
Nirvana.
Pero
Fisher no trata solamente de pensar la época, sino que hay una clara
vocación de denunciarla para enfrentarla. A diferencia de muchos
periodistas, cientistas sociales y críticos culturales de nuestros
días, Fhister busca restituir cierta idea de totalidad en la cual
conectar los efectos que se padecen en el día a día con sus causas
estructurales, con la única causa sistémica en realidad: el
capital. “Tal y como han afirmado muchísimos teóricos radicales,
desde Brecht hasta Foucault y Badiou, la política emancipatoria nos
pide que destruyamos la apariencia de todo ´orden natural´, que
rebelemos que lo que se presenta como necesario e inevitable no es
más que mera contingencia y, al mismo tiempo, que lo que se presenta
como imposible se rebele accesible. Es bueno recordar que lo que hoy
consideramos ´realista´ alguna vez fue ´imposible´”, sostiene.
Neoliberalismo
y cultura
Fisher
destaca que la era neoliberal ha privado a los artistas (gradual pero
sistemáticamente) de los medios para crear lo nuevo, ya que se ha
producido una declinación drástica del tiempo y la energía social
necesarias para sumergirse en los productos culturales. De allí que
insista en que, para producir lo nuevo, se necesiten momentos
de retirada
(de la sociabilidad, de las formas culturales pre-existentes),
situación que se torna cada día más difícil en nuestro mundo
contemporáneo.
Esta
lenta
cancelación del futuro
tiene
una característica fulminante: fue acompañada de una deflación de
las expectativas. Si Fisher entiende que la expresión “la
lenta cancelación del futuro”
(que toma del pensador italiano Franco “Bifo” Berardi), es tan
acertada, es porque logra capturar el gradual pero incesante modo en
que el futuro se
ha visto erosionado durante los últimos treinta años.
Situación
que nos arroja a un presente en el que estamos más exhaustos, pero a
su vez, más estimulados (trabajo precario+comunicación digital). De
allí que Fisher tome esto que Berardi escribió acerca del estado
insomne, asfixiante y des-erotizado de la cultura contemporánea. A
saber: el hecho de que el arte de la seducción tome mucho tiempo.
Situación ante la cual aparecen “soluciones rápidas” como el
viagra (déficit cultural y no biológico), que logra que los tiempos
cortos y faltos de energía y atención encuentren un modo eficaz de
ser sorteados.
Este
estado actual de la cultura sólo es posible de entender si se tiene
en cuenta el proceso de reestructuración transnacional de la
economía política. Una transformación que cambió el modo en que
se organizan el trabajo y el ocio, a la vez que la revolución
científico-técnica ha vuelto irreconocible la experiencia de la
vida cotidiana, si se la compara con décadas anteriores.
Ante
esta situación Fisher reivindica la idea de fantasma: así, el del
comunismo, que en tiempos de Karl Marx (1848) era un espectro que
comenzó a recorrer el mundo, en las últimas décadas sólo fue
captado en su cualidad de ausente, pero para Fisher, es un fantasma
que no hay que dejar ir. “El
espectro no nos permitirá acomodarnos en las mediocres
satisfacciones que podemos cosechar en un mundo gobernado por el
realismo capitalista”, sostiene, dando cuenta que, más allá de
sus depresiones, sus textos no son pesimistas, sino una incitación a
no acomodarnos a la vida que nos propone resignarnos a un modo
injusto y opresivo, en y donde el hombre (y las mujer) sólo aparece
como lobo del hombre (y la mujer). Rescatar a Fisher, entonces, es un
convite a repensar qué entendemos por humanidad.
*Nota publicada en Revista Zoom
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