viernes, 16 de julio de 2021

Cuba: faro ético- político



Por Mariano Pacheco*


Con profundas pasiones y fundadas razones, el pueblo cubano supo contradecir todos los cálculos lógicos al protagonizar una revolución en una isla a poca distancia del imperio, sin un “Partido” que dirigiera en el momento inicial los destinos del proceso, construyendo el socialismo por primera vez en suelo Latinoamericano. Eso fue hacia fines de los años cincuenta e inicios de los sesenta del siglo pasado. Desde entonces, y hasta ahora, ha pasado de todo en el mundo. Quizás hayan sido las seis décadas de mayor aceleración temporal e innovación técnica en la historia de la humanidad. Y si embargo, hay algo de ese gesto resistente de David contra Goliat que nos sigue interpelando, sobre todo en horas en que los chacales acechan, y no sólo en las sombras, como hemos visto –nuevamente-- en estos días.

Cuba –decía-- fue faro entonces, cuando triunfó la Revolución y mostró que los cambios sociales (políticos y culturales) profundos en estas tierras eran posibles. Y fue faro en los sesenta, cuando de la mano de Ernesto Guevara la Revolución aspiró a ser continental, para contribuir así a recrear los sueños de la Patria Grande y, de paso, recordar que la apuesta revolucionaria tiene que ver con cambiar de raíz las bases de nuestra casa, que es el mundo, y no un país determinado, porque no hay nada más revolucionario que sentir como propia cualquier injusticia, cometida contra cualquiera, en cualquier lugar del planeta.

Cuba fue faro incluso en sus zonas oscuras, porque no hay revolución que no caiga en la tentación de querer devorarse a sus hijos, sean éstos militantes revolucionarios, o sus propios logros, materiales, políticos o simbólicos. Fue así como la gloriosa revolución cubana tuvo sus momentos ingloriosos, por qué hacerse los distraídos. Pasaron los años y los momentos de luces convivieron con sus propias sombras: el “Caso Padilla” (poeta encarcelado en 1971 que despertó la condena del mundo intelectual adherente al proceso, entre otres, de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir; Julio Cortázar y Octavio Paz); el “Quinquenio gris” (estalinización creciente de la cultura y la política revolucionaria entre 1971 y 1975) y tantas cosas más, entre las que no pueden dejar de mencionarse momentos previos a esos, incluso, que involucraron al propio Guevara, como el impulso de las Unidades de Apoyo a la Producción en la que fueron recluidos cientos de homosexuales y otros “desviados” del proceso revolucionario. Pero también cabe decir que la Revolución logró sobrevivir, incluso a sus propias miserias.

Cuba fue faro cuando en Berlín se cayeron los ladrillos del muro, y cuando en el planeta entero se perdieron las esperanzas de que un mundo, otro al neoliberal, era posible. La revolución persistió y resistió: las inclemencias del mal tiempo con sus huracanes; el bloqueo imperialista y los atentados terroristas; los “período especiales” e, incluso, la muerte de Fidel, símbolo de carne y hueso de su conducción histórica.

En 2019 tuve la oportunidad de pasar unos cuantos días en La Habana. Preocupado como estoy hace años por las cuestiones vinculadas a la filosofía y al rock –que en 2021 dieron nacimiento a La parte maldita como programa temático en Radio gráfica--, llegué a la Isla tratando de ver qué de esas preocupaciones podían ser de común inquietud en aquellas tierras...

Puede que en Cuba ni la filosofía ni el rock sean cuestiones de la vida que se puedan disfrutar mucho. En alguna medida el proceso no se dejó interpelar por las ideas, estéticas y sonidos que sacudieron buena parte del mundo desde fines de los años sesenta. Pero en Cuba suceden cosas, muchas otras cosas, que en el resto del mundo no, y se sostienen, incluso hasta hoy en día, en medio del realismo capitalista que acecha a la humanidad. Quizás pueda afirmarse que pocas de esas cosas suceden en otros lugares del mundo: no se ven en sus calles personas en situación de miseria; ni niñes con los ojos tristes por las carencias que atraviesan sus existencias; ni enfermas y enfermos que no se puedan curarse de enfermedades curables. En Cuba se puede caminar por sus calles, a cualquier hora de la noche o del día, sin tener que andar con miedo por lo que te pueda pasar. En Cuba, en La Habana, se puede pasear y observar la ciudad sin “contaminación visual”, es decir, sin bombardeo publicitario. En Cuba –y esto se vive con pesar-- hay mucha desconexión virtual, forzada, por el escaso desarrollo tecnológico. Así y todo, caminando sus calles uno se pregunta si no hay algo de la hiperconexión de nuestras ciudades capitalistas que nos está matando rasgos fundamentales que nos hacen como humanidad: la conversación atenta entre las personas, cara a cara, sin interrupciones constantes de mensajes y “notificaciones”; la capacidad de sorpresa y de disfrute observando nuestro alrededor sin selfies ni posteos de facebook o de instagram; el placer de contar con un mayor manejo de la ansiedad.

Ojalá todo esto no fuera contradictorio con el rock, ni con corrientes de la filosofía, la literatura y la estética que se corren de la ortodoxia marxista-leninista de corte soviético (o más bien, de herencia staliniana). Pero no es ni con bloqueos ni con injerencias ni con sabotajes yanquis que algo de todo eso podrá modificarse. Es como es, y como ha sido que las cosas podrán cambiar en un sentido progresivo para el pueblo: con discusión y participación de las propias y los propios cubanos. Sólo así ese raro experimento llamado Revolución Cubana seguirá siendo ese faro ético político que hoy no queremos dejar de reivindicar. 

 

*Editorial de La Parte Maldita, jueves 15 de julio de 2020.

No hay comentarios:

Publicar un comentario