lunes, 26 de julio de 2021

Evita: la tradición plebeya del peronismo desde abajo


                                                                           POR MARIANO PACHECO*

Cada vez que Evita retorna subvierte las versiones construidas en torno a su figura, incluso de las oficiales de la propia tradición peronista. Claro que como señaló Pier Paolo Pasolini, también nosotres decimos que “no hay que abandonar la tradición a los tradicionalistas”. Y por eso no proponemos tanto una disputa de sentidos entre tradiciones, sino más bien la construcción de un legado. Rescatar lo vivo incluso de quienes fallecieron, frente a lo muerto del pasado que se impone como autoridad, como aquello que no se puede modificar. Por eso, decimos, el legado recupera el juego y el arte para la política, y en este caso, puede verse ejemplificado en las imágenes que vienen circulando, con una Evita que viste pañuelo verde. Una Evita “Diversa” hoy, o “Piquetera” en los noventa, así como en los años setenta existió una Evita Montonera, ¿por qué no?

El planteo no es nuevo, claro. Incluso antes de que la noche cayera sobre las ilusiones de cambios sociales profundos, en las vísperas de la ofensiva de masas por construir una patria libre, justa y soberana –nuevamente-- Cooke había planteado --en 1965, en un encuentro de la CGT realizado en Bahía Blanca--, que no se podían proyectar más los 26 de Julio como un día de misas recordatorias, “entre lágrimas, suspiros y desmayos” –decía el Bebe--, sino que había que proponerlos en su “significado político concreto”, como “problema revolucionario”, como “proyección” y no como “figura histórica desteñida”. Por eso, podría decirse hoy, no hay placas ni ceremonias en esta Evita que reivindicamos para reescribir la historia. Como Leónidas Lamborghini lo hizo en 1972 con su “poemario-incendiario” (“Eva Perón en la hoguera”).

Las reescrituras como ejercicio, entonces, literario, pero también político: destrucción y reconstrucción, no de un modelo, sino de una pieza que puja por hacer surgir algo nuevo a partir de ese darle una nueva forma a los vestigios de la obra anterior. La obra de Evita. Su trabajo social, pero también, su obra discursiva, su obra política, con una intervención clara que se planteó abrir el paso a las mujeres humildes y a los cabecitas negras, sus grasitas (“¿Sabrán mis grasitas todo lo que yo los quiero?” se pregunta Eva en “Mi mensaje”). Querer como poder-hacer-política también.

Las reescrituras no tranquilizan, claro, porque aquietan las aguas de las y los conformistas. Por eso la ruptura del modelo es fuerte: porque disloca, descoloca, quita a las personas que han muerto del lugar de las conmemoraciones vacías, los rituales estériles, las placas frías alejadas del calor de las pasiones de quienes estamos con vida… y luchando. Esa tradición, la que hace de la repetición de lo pasado la fuente de autoridad presente, y cuyo método por excelencia es petrificar todo lo que nombra, no nos sirve. La tradición que nos sirve es la que inspira, y por eso le decimos hoy, aquí, legado. Pero tradición plebeya o legado, lo que importa es el mensaje, el de Evita, el que hoy, a través de las reescrituras, nos posibilitan combinar temporalidades diferentes. Evocar el mito que conjure el fetiche. Mixturar lo viejo con lo nuevo.

 

* Director del Generosa Frattasi (Instituto Plebeyo); miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular (UPNP); Secretario de Formación del Movimiento Evita en la Provincia de Buenos Aires.

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