Apología del ensayo
POR: Mariano Pacheco
“El arte del ensayo es un modo esporádico de la práctica filosófica. Su ejercicio es transdisciplinario y de un género mestizo de escritura. Incluye, además, al que lo practica, en cuanto delega en un sustantivo y un verbo una subjetividad que habla desde una posición. El ensayo no es una teoría porque no es explicativo sino mostrativo. No es una teoría porque tampoco es un cuerpo organizado sino desmembrado. El ensayo se ofrece con un estilo de escritura, porque el estilo es lo que devela la opacidad del lenguaje. Y tiene una voluntad de verdad pero de una verdad contingente, conjetural, ocasional”.
Tomás Abraham, El último oficio de Nietzsche
Sobre duelos y duelistas
“... si se puede decir que en todo ensayo que se precie de tal hay una política, en el sentido amplio de que el ensayo puede ser pensado como un campo de batalla en el que se juega el conflicto de las miradas que se echan sobre la cultura”.
Eduardo Grüner, Un género culpable.
¿Investigar los movimientos sociales desde los propios movimientos? ¿Gestar una práctica de conocimiento situado, que parta de las propias experiencias a investigar, de las cuales el propio investigador participa como un militante? Para gran parte de las corrientes académicas actuales de nuestro país eso suena, como mínimo, inactual.
Me pregunto, en primer lugar, si la literatura –o más bien, si quienes nos dedicamos a la literatura– puede realizar algún aporte a la construcción de un conocimiento que surja y se proyecte desde el interior de las experiencias que pugnan por gestar prácticas de emancipación. Quizás la respuesta pueda ser afirmativa, si partimos desde un espacio textual que no pretenda objetivizar las prácticas de otros, sino que apueste por co-construir algunas preguntas y ensayar algunas hipótesis a modo de provisorias respuestas. Ensayemos entonces...
El ensayo. ¿Un género? En caso de serlo: un género de batalla. Aun con su propio estatuto dentro del sistema literario. Los ensayistas como duelistas. O como partisanos.
Duelistas fueron Benjamín y Sartre, Gramsci y Foulcault, Mariátegui y Guevara, Sarmiento y Echeverría... Por supuesto, también Nietzsche, Freud y Marx: el trío infernal. La página entera podría llenarse haciendo una lista con ellos. Pero eso no interesa ahora. Intentaré hacer, eso sí, un breve recorrido –tal vez a modo de glosa– por alguna de estas estaciones del pensamiento. Ya veremos bien por cuales. Ya veremos desde donde. Siempre –conviene aclararlo de entrada– rescatando su costado ensayístico.
Porque el ensayo, en principio (por principios), calza con nuestros propósitos y preferencias (nuestros deseos).
Porque el ensayo es una práctica que se propone conjurar –cuando no enfrentar de manera directa– el “terrorismo académico”. La escritura (del ensayo), es una práctica que, de alguna manera, se propone actualizar (mediante su lectura), los recorridos de lecturas que hemos emprendido en distintos momentos, urgidos por distintas preocupaciones, atravesados por distintos deseos y diferentes coyunturas. ¿Qué otra cosa es el ensayo, sino una conversación entre lectores? Gestar nuevas conversaciones, con nuevos lectores, entonces, es uno de los propósitos de la ensayística. O para decirlo con las palabras de Malraux (mediadas por la lectura y la escritura de Grüner), el derrame sobre el mundo de las reflexiones que provocan las lecturas, no es otra cosa que el pasaje del tratado al ensayo, de la ciencia a la conversación.
Conversaciones cargadas de interrogantes. Porque sí, es cierto, somos una generación que se caracteriza por la incertidumbre. Sin embargo, hay algo de lo que estamos seguros: no estamos dispuestos a celebrar lo dado. En ese sentido –lo admito– nos declaramos culpables: de una lectura situada, que busca pensar desde las luchas de la periferia latinoamericana (situada, aunque no estancada; nuestras luchas locales y regionales buscan ligarse todo el tiempo, entre sí, pero también, cada lucha nacional y continental, con la internacional. Eso sí: sin tutelas teóricas eurocentristas).
Porque entendemos que la puesta en cuestión de la división tajante entre trabajo intelectual y trabajo manual no puede quedar a la espera de la transformación radical de la sociedad –porque es la división fundamental que establece el capital y sobre la que se erige la separación entre gobernantes y gobernados– gran parte de nuestros esfuerzos van en el sentido de gestar prácticas performativas que repiensen y pongan en cuestión la supuesta naturalidad de dicha relación.
Porque creemos que los intelectuales no somos otra cosa que trabajadores de la cultura y, como tales, muchos de nosotros, activistas, militantes (no pensadores de las luchas de otros, sino luchadores: políticos, sindicales, intelectuales... culturales...). En ese sentido, la ensayística es un tipo de escritura mucho más afín a nuestros propósitos. Por su impureza, mezcla, dislocamiento; escritura apasionada, desestabilizadora, anticlasificatoria. Por todo esto es que hago (hacemos) esta reivindicación apologética del ensayo.