El ensayo. ¿Un género? En caso de serlo: un
género de batalla. Aun con su propio estatuto dentro del sistema literario. Los
ensayistas como duelistas. O como partisanos.
Duelistas fueron Benjamín y
Sartre, Gramsci y Foucault, Mariátegui y Guevara, Sarmiento y Echeverría…
aunque desde otra perspectiva. Por supuesto, también Nietzsche, Freud y Marx:
el trío infernal. Páginas enteras podrían llenarse haciendo una lista con
ellos. Pero eso no interesa ahora.
Quisiera rescatar, eso sí, que
todos estos personajes (junto con muchos otros no mencionados), son exponentes
de un tipo de escritura que en principio (por principios), se acerca más a
nuestros propósitos y preferencias (nuestros deseos), que otro tipo de
escrituras. Más cerca del ensayo que del tratado. Porque el arte del ensayo,
tal como escribió Tomás
Abraham en El último oficio de Nietzsche, es un modo esporádico
de la práctica filosófica. Un género mestizo de escritura, transdisciplinario.
Que incluye, además, al que lo practica. “El ensayo no es una teoría porque no
es explicativo sino mostrativo. No es una teoría porque tampoco es un cuerpo
organizado sino desmembrado. El ensayo se ofrece con un estilo de escritura,
porque el estilo es lo que devela la opacidad del lenguaje. Y tiene una
voluntad de verdad pero de una verdad contingente, conjetural, ocasional”.
En este sentido, el ensayo es
una práctica que se propone conjurar –cuando no enfrentar de manera directa– el
“terrorismo académico”. Ese que, estancado en concepciones del mundo
positivista, muchas veces, pretende legitimar su autoencierro en una torre de
marfil como aporte al conocimiento objetivo. Entonces, ¿no es posible
investigar los movimientos sociales, por ejemplo, desde los propios
movimientos? ¿Gestar una práctica de conocimiento situado, que parta de las
propias experiencias a investigar, de las cuales el propio investigador
participe como un militante? Para gran parte de las corrientes académicas
actuales de nuestro país eso suena, como mínimo, inactual.
Me pregunto, asimismo, si la
literatura puede realizar algún aporte a la construcción de un conocimiento que
surja y se proyecte desde el interior de las experiencias que pugnan por gestar
prácticas de emancipación. Quizás la respuesta pueda ser afirmativa, si
partimos desde un espacio textual que no pretenda objetivizar las prácticas de
otros, sino que apueste por co-construir algunas preguntas y ensayar algunas
hipótesis a modo de provisorias respuestas. Diálogo, entonces, más que
monólogo.
Porque la escritura (del
ensayo, en tanto que una “rama” de la literatura), es una práctica que, de
alguna manera, se propone actualizar (mediante su lectura), los recorridos de
lecturas que hemos emprendido en distintos momentos, urgidos por distintas
preocupaciones, atravesados por distintos deseos y diferentes coyunturas. ¿Qué
otra cosa es el ensayo, sino una conversación entre lectores? Gestar nuevas
conversaciones, con nuevos lectores, entonces, es uno de los propósitos de la
ensayística. O para decirlo con las palabras de Malraux (mediadas por la
lectura y la escritura de Eduardo Grüner), el derrame sobre el mundo de las
reflexiones que provocan las lecturas, no es otra cosa que el pasaje del
tratado al ensayo, de la ciencia a la conversación.
Conversaciones cargadas de
interrogantes. Porque sí, es cierto, somos una generación que se caracteriza
por la incertidumbre. Y sin embargo, hay algo de lo que estamos seguros: no
estamos dispuestos a celebrar lo dado. En ese sentido podemos afirmar que sí,
que nos declaramos culpables: de una lectura situada, que busca pensar desde
las luchas de la periferia latinoamericana. Culpables también de poner en
cuestión la tajante división existente entre trabajo intelectual y trabajo
manual. Una división que no puede quedar así, a la espera de ser transformada
junto con un cambio radical de la sociedad, entre otras cosas, porque es la
división fundamental que establece el capital y sobre la cual se erige la
separación entre gobernantes y gobernados. De allí que gran parte de nuestros
esfuerzos vayan en el sentido de gestar prácticas performativas que
repiensen y pongan en cuestión la supuesta naturalidad de
dicha relación.
Porque creemos que los
intelectuales no son otra cosa que trabajadores de la cultura y, como tales,
muchos de nosotros, activistas, militantes (no pensadores de las luchas de
otros, sino luchadores: políticos, sindicales, intelectuales… culturales…). En
ese sentido, la ensayística es vista como un tipo de escritura mucho más afín a
nuestros propósitos. Por su impureza, mezcla, dislocamiento; escritura
apasionada, desestabilizadora, anticlasificatoria. Tal como supo destacar
Eduardo Grüner en Un género culpable, puede decirse que en todo ensayo
que se precie de tal hay una política, ya que el ensayo puede ser pensado “como un
campo de batalla en el que se juega el conflicto de las miradas que se echan
sobre la cultura”.
En fin, por todos estos
motivos (entre muchos otros) es que hacemos esta reivindicación apologética del
ensayo.
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