De
agosto a octubre: apuntes para pensar la coyuntura
Por
Mariano Pacheco*
(@PachecoenMarcha)
Parece quedar claro que lo que
se juega en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO)
del 13 de agosto no es las internas de cada coalición electoral sino
la reconfirmación (o no) de las tendencias en las encuestas, de cara
a la elección de octubre, que no planteará un cambio en las
relaciones de fuerzas parlamentarias sino la validación (o no) en
las urnas del proyecto de país instaurado en la Argentina desde
diciembre de 2015, y sus posibilidades de profundización y
consolidación. También parece haber quedado claro que la ofensiva
conservadora en marcha sobre los sectores populares se asentó sobre
ciertas bases estructurales de neoliberalismo inscripto en la gestión
progresista del ciclo neodesarrollista, así como puso en evidencia
las dificultades que los de abajo encontramos para oponer una barrera
de contención a este nuevo proyecto de poder. Parafraseando al
Colectivo El loco Rodríguez, podríamos afirmar que el triunfo
electoral de un proyecto de país que históricamente se había
impuesto por medio de la violencia directa implica una “derrota
trasversal del campo popular”.
Sobre esta caracterización
pensamos que debemos poder proyectar la resistencia popular
anti-neoliberal asentada en una perspectiva que exceda las
estrategias y las tácticas determinadas por cada grupo en
particular. De allí que esconder las diferencias bajo el lema
abstracto de la necesidad de la unidad popular, no aporte demasiado.
Pensamos que debemos madurar cierto vínculo entre las organizaciones
que permita poder asumir las diferencias en post de realizar acuerdos
mínimos para cuestiones concretas
¿Qué tenemos para decir en
esta coyuntura, entonces, aquellos que no intervenimos en la disputa
electoral?
En primer lugar, se impone la
necesidad de sostener una posición que remarque que las diferencias
en el plano electoral no deberían poner en riesgo las posibilidades
de coordinación en otras dimensiones. Por otra parte, asumir que si
bien para muchos de nosotros la dimensión reivindicativa y la
específicamente política no se nos presentan como escindidas (la
lucha política es social y toda lucha social comprende una dimensión
política), es necesario profundizar el proceso de politización de
las bases de los movimientos sociales desde los cuales construimos.
Si algo queda claro como balance de este primer año y medio de
gestión Cambiemos es que no da lo mismo quien gobierne. Tampoco que
podemos suponer que aquellos que son parte de determinadas luchas
luego expresarán en las urnas una posición más o menos coherente
con ese proceso de politización que vienen realizando. De allí que,
si bien nuestra estrategia se sostiene sobre los pilares de
principios como la autonomía y la construcción de poder popular
(que implican una confrontación directa con este tipo de democracias
–parlamentarias—que nos gobiernan), y nuestra táctica en esta
coyuntura implica no disputar porciones del poder instituido
participando de las elecciones de este régimen, procuremos de todos
modos hacer los mayores esfuerzos porque, a la hora de votar,
nuestras compañeras y compañeros no lo hagan por los candidatos de
la casta política que concentra los pilares del proyecto de país al
que nos enfrentamos. Si bien no realizamos campaña por ningún
candidato, resulta fundamental que las bases de los movimientos
sociales que integramos puedan discutir políticamente nuestra
posición (la promoción de un proyecto sustentado en una democracia
participativa y protagónica del pueblo), así como la necesidad de
que, a la hora de votar, al menos se haga por los más cercanos, que
no siempre son quienes comparten las luchas reivindicativas con
nosotros, pero sí quienes comparten ciertas miradas respecto del
país que no queremos y algunos rasgos del que anhelamos. O incluso,
que puedan hacerlo por quienes consideran que pueden frenar en el
ámbito parlamentario esta ofensiva conservadora, más allá de que
de fondo nosotros cuestionemos la reducción de la política a la
gestión y enfrentemos la concepción del “mal-menorismo”,
aquella que sostiene que lo que tenemos que hacer es elegir por lo
menos malo.
Por eso, insistimos, debemos
desmoralizar al proceso electoral. No se trata de hacer una divisoria
de aguas entre los buenos que no nos manchamos interviniendo en las
elecciones burguesas y aquellos que declinan ante el canto de las
sirenas, sino de entender que como organizaciones populares vamos
tejiendo acuerdos y construyendo perspectivas divergentes, en donde
algunos entendemos que poco aporta hoy al proceso de acumulación de
fuerzas en función de un cambio social profundo participar de las
elecciones, y otros, por el contrario, visualizan allí una
posibilidad de ampliar su campo de intervención.
La construcción de la
resistencia popular es para nosotros, finalmente, lo que podrá poner
un freno a las políticas conservadoras en curso y no cómo quede
configurado el Congreso o que caudal de votos obtenga cada fuerza
política. Pero no podemos negar que la revalidación en las urnas
del actual proceso en curso sería un freno a nuestras posibilidades
de contagiar la bronca para transformarla en protesta.
Obviamente, si las condiciones
socio-económicas empeoran tras octubre (y nada indica que así no
vaya a ser), es factible que una porción importante de nuestro
pueblo se sume a quienes ya venimos saliendo a las calles. Pero
también sabemos que los malos gobiernos se incomodan pero no se
sobresaltan si las luchas reivindicativas quedan sólo en ese plano.
Por eso se nos impone cada vez más pensar en políticas de
articulación popular más amplias que hagan confluir las protestas
libradas por cada sector en particular en el camino de obtener
algunas pequeñas victorias que mejoren nuestra calidad de vida (o al
menos, que no siga empeorando) en pos de construir, alimentar,
masificar y potenciar una política activa de resistencia popular
anti-neoliberal.
*Editorial de la revista
Venceremos, agosto de 2017.
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