Notas
para una genealogía de la insurrección*
Si
el libro que inicia la colección de ensayos en la que se inscribe el
presente volumen acuña la ingeniosa expresión “vidas de derecha”
(Silvia Schawarzböck: Los espantos.
Estética y postdictadura) para
designar el tipo de existencia que llevamos los habitantes del mundo
posthistórico en el que enseñorean quienes destrozaron el proyecto
de las organizaciones revolucionarias de los años setenta, el de
Mariano Pacheco se ocupa de lo que podría llamarse “vidas de
izquierda” y trata de la contra-historia que nace durante el nuevo
siglo abierto por la irrupción del zapatismo el 1ro de enero de
1994, desplegado en nuestro país a partir del 26 de junio de 1996
(la pueblada acontecida en localidades neuquinas de Plaza Huincul y
Cutral-Có). Las vidas de derecha
transcurren en un universo de postdictadura en el que toda política
ha quedado neutralizada mediante el empleo de un dispositivo cultural
específico que consiste en eximir a los victoriosos de reflexionar
públicamente sobre su victoria en la lucha de clases mientras
vencidos quedan a cargo de la narración de lo sucedido. De modo que
la de los derrotados se torna testimonio sin política. La cultura de
la democracia no tiene afuera: la izquierda se reduce a salón y
literatura, sin guerra. Las vidas de
izquierda en cambio irrumpen en con
el “ciclo de resistencia popular y anti-neoliberal” 1996-2002,
creando una contra-cultura antagonista y reintroduciendo el desafío
político que el terrorismo de estado había aniquilado.
Pacheco
investiga el nexo entre ese enorme potencial de ruptura de la crisis
(y por lo tanto de apertura de horizontes) y la emergencia de lo que
llama una nueva izquierda autónoma.
Ese nexo consiste en adoptar el punto de vista de la crisis, que no
se ha agotado ni resuelto. Sino que subsiste como reservorio de
percepciones y prácticas subversivas. Las corrientes militantes de
la izquierda autónoma sostienen y comunican lo que en la crisis hay
de crítica inmanente de la doble relación de representación en la
que coinciden los grandes actores de la democracia: la representación
política de matriz liberal en la que se juega la legitimidad del
estado; la representación propiamente capitalista del valor que
sostiene los dispositivos de explotación de lo producido por la
cooperación social. La nueva izquierda autónoma expresa de manera
militante los rasgos de autoorganización propios de un ciclo de
luchas que en su radicalidad apuntan a destituir las técnicas
comunicacionales, jurídicas y policiales de la dominación
autoritaria por vías democráticas tan características de la
geopolítica actual.
Esta
es la premisa del presente ensayo de Mariano Pacheco, y es importante
que este punto de vista se desarrolle en confrontación con los
títulos previos de esta colección (que de por sí constituye una
contribución decisiva para la elaboración política de una
perspectiva generacional)
en la que ya se abordaron las cuestiones de la dialéctica entre mito
y creación (Yo ya no,
de María Pía López); la relación entre peronismo y revuelta
(Sublunar. Entre el kirchnerismo y la
revolución; de Javier Trímboli) y
el vínculo entre militancia y filosofía del acontecimiento (Teoría
de la militancia; de Damián Selci).
Pacheco retoma todos estos problemas desde el ángulo del
antagonismo: discutiendo desde abajo la precariedad conservadora de
la mediación simbólica y material kirchnerista; proponiendo retomar
los elementos de las luchas autónomas como experiencias capaces de
estructurar proyectos fuertemente alternativos al neoliberalismo;
cuestionando la política de la memoria histórica que llevaba a
anclar la coyuntura del 2003 en 1973, salteándose –precisamente–
toda la experiencia que va del 94 zapatista al 2001 argentino;
reponiendo el carácter biopolítico de las luchas autónomas como
fondo sobre el cual leer la noción badiouana de acontecimiento tal
como la estudió de su maestro Raúl Cerdeiras, es decir, arraigada
en la capacidad de destitución del marco de representaciones
sostenidas por la gubernamentalidad llamada democrática y no en la
emergencia de un liderazgo proveniente del sur.
***
La
precisión de la investigación de Pacheco (las secuencias fechadas,
los escenarios localizados) no surge del puntillismo académico sino
de una necesidad profunda: la magnitud de la ruptura, el potencial
del acontecimiento 1994-2001 no se verifica sin cierta capacidad de
iluminar de otro modo el pasado. Si con Schwarzböck la postdictadura
son años de pura vida de derecha
(sin “afuera”), el estudio realizado por Pacheco a la luz del
acontecimiento los convierte en genealogía de la insurrección.
En
ningún caso conviene ignorar lo que se juega en redistribución de
nombre y fechas. Sobre todo no conviene desestimar un detalle para
nada irrelevante: situar como punto de inflexión el 1ro de enero de
1994, es decir, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, conlleva una consecuencia inmediata y profunda: inscribe el
nuevo tiempo como parte de un tiempo histórico caracterizado como la
“cuarta guerra mundial”. Vale la pena insistir, no es un detalle
menor (el 11 de septiembre estallan las Torres Gemelas en NY). Como
no lo es colocar al 2001 argentino en ese escenario de guerra. En
ambos casos se afirma algo que va más allá del ciclo de luchas y
permite caracterizar un ciclo largo, en el que el fundamento del
poder político resulta inseparable de la aplicación de una
violencia global en nombre de la paz. Es dentro de este cuadro que
Pacheco lee la Masacre de Avellaneda, ocurrida otro 26 de junio (esta
vez de 2002), episodio clave para entender cierta fisonomía que
posteriormente adoptó el kirchnerismo:
No
por los asesinatos en sí, por más brutal que haya sido la represión
e impactantes las imágenes de los trágicos sucesos, sino porque el
26 de junio de 2002 es el punto de quiebre de ese proceso abierto en
1996. La “Masacre de Avellaneda” se torna central, entonces, para
comprender lo que ha pasado durante los últimos quince años en el
país, entre otras cosas, porque impuso un doble límite. Por un
lado, la masiva respuesta en repudio a la represión que se cobró la
vida de dos jóvenes militantes no solo generó el adelantamiento de
las elecciones (cuyo ganador, como todos sabemos, fue Néstor
Kirchner), y el repliegue político de Eduardo Duhalde, sino también
el fin o al menos el aplazamiento, de una respuesta abiertamente
represiva a la crisis de 2001. El kirchnerismo fue la salida
garantista, redistributiva, en otras palabras, la respuesta
progresista que este sistema encontró ante el fuego de los piquetes
y el ruido de las cacerolas.
***
Triple
importancia del zapatismo, entonces: como fundación,inicia el ciclo
de luchas popular y antineoliberal que da nacimiento a la nueva
izquierda autónoma; como geopolítica: diagnostica la guerra e
imagina alianzas globales; como estrategia, tal y como pudo haber
ocurrido con la Comuna de París, el zapatismo inspira procesos de
fuerte productividad política en una época histórica caracterizada
por el hecho de que la revuelta extrae su potencia de la carencia de
esquemas teóricos y modelos de éxito.
Con
la simple indicación de “abajo y a la izquierda” basta entonces
para repasar los años noventa argentinos como el momento de
articulación de una contra-cultura eficaz para enfrentar los
dispositivos democrático-neoliberales de la postdictadura. Una nueva
articulación entre cuerpos y toma de la palabra, una nueva
aproximación entre lucha y narración, tal y como se observa hoy en
los feminismos populares. Es en este sentido que 2001 y la consigna
“otra política” le permiten a Pacheco comprender el ciclo de los
gobiernos progresistas como exaltación de una conservadora
“autonomía de lo político” (lo que en este contexto merece una
aclaración, puesto que la autonomía
de lo político discontinúa la
relación entre lucha y política por medio de un dispositivo
mediador específico que es la representación, mientras que la
autonomía de la que habla Pacheco consiste, por el contrario, en la
reinvención incesante de continuidades y prolongaciones entre
cuerpos rebeldes y organización colectiva, entre insurrección e
institución).
Y
bien, contra esta autonomía de lo político, Pacheco se plantea un
plan diferente: la recomposición de un sujeto popular y
antineoliberal cuya dialéctica constitutiva debe ser investigada en
sus movimientos específicos que van desde las luchas sindicales
(huelga) a las las que emergen de los movimiento territorializantes
(comunidades, piquetes, por recursos naturales), pasando por las que
se dan en la esfera de la reproducción (como la lucha de las
mujeres). Siguiendo la hibridación de estos procesos, Pacheco logra
dar cuenta de la formación de nuevas experiencias de sindicalismo
popular, como lo es la experiencia de la CTEP. Esa investigación
presta atención, además, a la dimensión subjetiva de estos
procesos constituyentes (el papel intelectual
de la teología de la liberación o del punk
como foco de agitación o “proceso de radicalización sin
estructuras”), y a la capacidad de combinar trabajo político
concebido como alternancia entre tejido de modo de vida en ruptura
con la hegemonía capitalista y capacidad de intervenciones tácticas
en las diversas coyunturas.
***
Como
ya sucedía en su libro De Cutral-Có
a Puente Pueyrredón, hay en la
escritura de Pacheco una enorme riqueza descriptiva.
Una interioridad de la escritura con
las luchas que lo aproximan quizás más a la actividad extractiva
que a la descriptiva. En el tratamiento de los hechos desciende al
subsuelo de las memorias militantes y rescata señalamientos que
poseen un valor sorprendente, no solo para la situación en la que
nacieron sino quizás para toda actualidad imaginable. Como cuando
recuerda los objetivos planteados por el núcleo militante del que
participaba en los años noventa. Estos era: “generar la
imprescindible organización de base”; “promover instancias de
coordinación y organización que excedan lo propio”; “formar
cuadros y militantes que desarrollen la capacidad de construir y
reproducir esta política”; “marcar cursos de acción, desde
construcciones de masas y participación en los conflictos, que
aporten claridad al conjunto de la lucha popular”. Estos ejes
debían plasmarse allá por los fines de los años 90 en la
construcción de un Movimiento de Trabajadores Desocupados de alcance
nacional: la Aníbal Verón.
El objetivo último de este libro quizás sea el de repetir –en el
sentido de recordar y actualizar– estos señalamientos
metodológicos, es decir: contribuir a desarrollar las funciones
estratégicas de organización política autónoma de las multitudes
que no llegaron a plasmarse de modo suficiente en torno a la crisis
de 2001. Es ahí donde la relectura crítica de 2001 sirve como
relanzamiento de la imaginación autonomista:
… en
el autonomismo subestimamos mucho lo que el peronismo es a la cultura
política popular de la Argentina; pensamos que como ya los nombres
de Perón y Evita no aparecían, como el PJ y la CGT eran socios de
la gobernabilidad neoliberal etc., el peronismo no estaba presente
más en las vidas populares, en sus imaginarios. No nos dimos cuenta,
creo, que mucho de lo que nosotros llamábamos bajo el rótulo de
“nuevas formas de hacer política” estaban muy teñidas, en
algunos casos, de lo mejor que el peronismo supo dar en la historia
de este país. Por otro lado, también creo que en nuestras
experiencias se pecó de cierto ultra-izquierdismo discursivo, que no
tenía una correlación con una práctica ultraizquierdista, porque
fue el momento en donde más se habló de poder popular y donde menos
se construyó poder popular. Entonces, digo, ahí hubo un problema. Y
me parece que ahí es donde pagas caro el hecho de no haber formado
cuadros, cuando tus militancias se muestran incapaces de ver cuál es
la etapa política que se abre, y encontrar respuestas más
creativas, más audaces y acordes a ese cambio por el que atraviesa
la Argentina.
Nueva
Izquierda Autónoma, para Pacheco, es organización capaz de
introducir el punto de vista de las luchas plebeyas en el gran debate
de la organización del trabajo, del estado y de la cultura. No se
trata para él de un programa futuro, sino de dar cuenta de un
fenómeno dinámico que ya ostenta raíces materiales e históricas
consistentes (rastreables en cada pico de radicalización de las
luchas populares del siglo XX, incluso dentro del peronismo), pero
que carece de una adecuada teoría de la organización capaz de
desplegar y maximizar su potencial táctico, en el contexto de la
actual desestructuración neoliberal de lo social (y también un
momento de articulación de las luchas contra el neoliberalismo en
momentos en que las políticas populistas se muestran por completo
insuficientes para detener su avance y donde, en cambio, se destacan
nuevos sujetos en lucha como los feminismos populares o los
trabajadores de la economía popular). Si algo resulta innovador,
fresco y necesario en este trabajo es precisamente la decisión de
intervenir sin prejuicios en los impasses de la constitución de la
autonomía, tradición aún para muchos ilegible de las luchas
populares. Con este libro Pachecho rompe cierto hermetismo, cierta
autoculpabilización que ha acompañado las discusiones dentro de lo
que estamos llamando la autonomía. Asume abiertamente su deseo de
iniciativa, plantear y resolver las tensiones e irresoluciones que
han bloqueado su desarrollo (alguna de ellas clásicas, como es la
relación entre espontaneidad y organización, rasgos del siglo de
luchas e indicaciones tácticas, ruptura acontecimental y sentido de
la historia). Sobre el final Pacheco se vacila sobre un punto
esencial: ¿Dio 2001 un tipo específico de intelectual, en el
sentido gramsciano del término, es decir, como articulador de las
praxis plebeyas? En esa vacilación habría que recomenzar a leer de
nuevo este libro, para darse una idea de la riqueza de la experiencia
vivida y los problemas que enfrenta toda rebelión verdadera.
* Prólogo
de Diego Sztulwark a Desde
abajo y a la izquierda. Movimientos sociales, autonomía y
militancias populares
(Cuarenta ríos), de Mariano Pacheco