Unas líneas sobre el libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco
Hace exactamente 6 años atrás, el 18 de junio de 2004, en el Centro Cultural Tiempos Modernos, se presentaba DEL PIQUETE AL MOVIMIENTO, Parte 1: De los orígenes al 20 de diciembre de 2001, la primera parte de este libro que hoy llega hasta un acontecimiento clave de nuestro presente: el 26 de junio de 2002, Masacre de Avellaneda, asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
Por eso me atrevo a hacer algo que no puede llamarse plagio, porque son mis palabras de entonces. O sea, recortar de aquella presentación –hubo otras-, algunas preguntas, reflexiones, ideas, que seis años atrás anotaba. Es que no siempre se me ocurren cosas nuevas, y además, ¿por qué desechar todas las ya dichas? Y lo aclaro, incluso sabiendo que si alguno de los que hoy está aquí estuvo entonces, ya las habrá olvidado. Pero prefiero aclarar que no es un estreno. Sí es un “estreno” volver a leer los escritos de Mariano, aun cuando este libro de hoy incluye lo alumbrado seis años atrás.
Me preguntaba entonces por qué lo escribía Mariano. ¿Para quiénes? ¿Cómo se juntan en un actor social –los trabajadores desocupados organizados, los piqueteros, el MTD y Mariano– que a veces se nos presentan como “acción, desordenada acción”, con esta crónica política, detallada, amorosa? Que hoy, acoto, sé que es mucho más que crónica política, pero también lo es.
La genealogía que traza este libro desde una mirada política y de lucha, es una de las experiencias y de las epopeyas más importantes del pueblo argentino de fines del siglo XX y principios de éste. Es la construcción desde menos cero, desde el despojo de lo que fue uno de los ejes troncales de la cultura de varios siglos, de organización de los hombres primero, y luego de los hombres y las mujeres, en torno al eje del trabajo. El despojo del trabajo no sólo despoja de la vía para obtener recursos materiales para comer, vivir, reproducirnos, e incluso ser explotados desde la forma capitalista. Nos despojó también de un lugar de pertenencia y de un lugar y una forma de organización. Y vulneró profundamente la identidad.
Golpeada como estaba la identidad del pueblo argentino a partir de la dictadura militar, y despojado de su derecho al trabajo, de sus espacios de organización, de pertenencia y de lucha, me preguntaba muchas veces cómo íbamos a hacer para salir de esta situación, si casi no había puntos de encuentro. Creo que los trabajadores desocupados realmente mostraron otro camino cuando empezaron a juntarse, cuando empezaron a juntarse en la calle –como subraya Mariano, por eso el libro se llama “Del piquete al movimiento”–. Hubo primero un encuentro concreto en una lucha que creo que nace fundamentalmente de la desesperación, pero no de la desesperanza. Nace de la desesperación, de la necesidad, de la búsqueda de hacer algo para no seguir estando como se estaba. De APARECER para decir AQUÍ ESTAMOS, TENEMOS DERECHO A VIVIR.
Pienso que hay un encuentro en la calle, en la marcha, en el reclamo, en la exigencia de que sus derechos sean respetados. Concretan en la calle una nueva forma de aparición. Y no estoy pensando en los medios de comunicación. Estoy pensando en una aparición social, que tuvo que ver con los pies, con las manos, con el grito, con el fuego, y que eso se fue transformando en organización. Organización con saltos cualitativos en cuanto a las propuestas que fueron desarrollando y haciendo. Cómo fueron ellos, los excluidos, incluyendo a los otros, y siendo capaces de transformar lo que pretendió ser la limosna del Estado para paralizar e inmovilizar, en una herramienta de lucha.
Creo que en este transcurso que explica el libro se incorpora un nuevo elemento. No solamente organizarse, luchar, protestar y hacer, sino también escribir sobre la experiencia.
Decía Nahuel, otro compañero del Movimiento, aquella noche de Tiempos Modernos: “Significa esta instancia de empezar a decir nuestra propia palabra, que también es un paso adelante en la lucha. Es otro paso para dejar de seguir siendo uno más. No sólo uno más que se mueve, sino que se mueve y además pensamos y decimos nuestra propia palabra. Mariano pone en palabras la palabra de todo un movimiento. El cuenta las palabras de todos los desocupados que vienen luchando desde hace mucho por otra realidad, que la van construyendo. No es que va a estar allá y un día llegaremos, sino que todos los días en los barrios, en la lucha, en las discusiones, vamos construyendo esa otra realidad”.
Formo parte de la generación del 60/70. En aquellos años, mientras estábamos desarrollando nuestras genuinas, originales, viejas y nuevas experiencias de lucha, escribíamos. Escribíamos documentos para la discusión, volantes, autocríticas, evaluaciones, hasta llegamos a tener un código de justicia. Pero lo que no hacíamos en ese tiempo, porque sentíamos que la historia la estábamos haciendo en la acción, era narrar nosotros nuestra propia historia. Pasó el tiempo. La dictadura militar hizo desaparecer muchas de nuestras palabras escritas, a muchos de quienes portábamos esas palabras, a muchos de los que hicimos de las palabras compromiso y acción. Cuando volvimos a reencontrarnos durante los gobiernos constitucionales, sacándonos de a poco las capuchas que el sistema nos impuso como sociedad, como pueblo, verificamos esa gran carencia: que nuestra historia no estaba siendo narrada, escrita, por los huecos, la falta de tantos compañeros. Que los que quedábamos para narrarla éramos quienes habíamos sobrevivido, y hubo tiempos en que no lográbamos hacerlo. También estaban aquellos que aún hoy se montan, teorizan sobre ella, la exprimen, la destilan y a veces nos devuelven distorsiones y mentiras. También están aquellos que elaboran espejos en los que nos reconocemos, reconocemos a esos años, esas luchas, a los compañeros, a nuestros errores y nuestros aciertos.
Por esto con asombro veo el extraordinario valor y esfuerzo revolucionario cultural de Mariano, y en él de sus compañeros, que mientras van haciendo la historia, también la van escribiendo para que podamos aprender, debatir, compartir con ellos.
El libro de Mariano es crónica, relato, ensayo, reflexión, y seguro que un montón de cosas más, e irrumpe en el debate ideológico desde un lugar necesario: desde la acción y desde la palabra que traduce esa acción y reelabora, acción y palabra, en reflexión y análisis, y en ese sembrarnos de preguntas, sin pretender ser la respuesta.
Y vuelvo con el para quiénes escribe Mariano. Escribe para desmitificar todo lo que desde el sistema se deforma, estereotipa, caricaturiza sobre los movimientos de trabajadores desocupados. Pero voy a seguir un poco más en imaginar los interlocutores y destinatarios de este trabajo. Unos son los demonizadores de todo pelaje. Pero creo que también escribe para desarmar la fantasía de quienes sostienen que la organización surge de repente y que la lucha es como un colectivo que empieza el recorrido cuando cada uno sube y se sienta en él.
Algo que aprendí en el libro de Mariano es que el proceso de construcción de los MTD es precisamente eso: un proceso. Un proceso que tiene historia, que no arrancó cuando se tiró la primera piedra en Cutral Có, pero que de alguna manera, la primera piedra que se tiró en Cutral Có, el primer fuego que se prendió allí, tenía a la vez el aire de la continuidad de la lucha y el aire inaugural de nuevas formas de lucha. Que recogía la experiencia de los trabajadores que hacían piquetes para que no se entrara a la fábrica -cuando las había-, y que la resignificaba impidiendo ahora no la producción, sino la circulación de las mercancías, de los vehículos, de las riquezas.
Este despliegue en el libro de la historicidad de la lucha, de que los procesos llevan tiempo de acumulación, de avances y retrocesos, es algo que tenemos que cargar de forma consciente y consecuente en nuestra mochila. Si no, concluiremos que si los resultados y las victorias no son inmediatas, no vale la pena luchar. Y eso tiene que ver más con los plazos fijos que pagaban un altísimo interés a siete días, pero terminaron precipitando un gran crac de la economía argentina.
Nuestra lucha no tendrá, digo, resultados inmediatos, pero también tiene que tener resultados inmediatos. No sacrificar una proyección hacia la construcción de una sociedad más justa sólo en pos de victorias ya, pero tampoco aventurar que como el camino es tan largo, en el hoy sólo nos esperan el sacrificio y la carencia.
El nuevo libro de Mariano continúa el recorrido del de 2004, y avanza sobre las mutaciones, reformulaciones, rupturas y reencuentros que cursó el movimiento ante otros desafíos, variables actualizadas, nuevos aprendizajes que exigen reelaborar y ensayar nuevas estrategias y formas organizativas que no desprecien las anteriores, ante conflictos renovados, algunos resueltos, otros inaugurales.
Mariano hace la crónica de un proceso que va de la desaparición y la desesperación al encuentro en la calle para aparecer, exigir, organizarse para seguir apareciendo socialmente, entre los pares y ante los desaparecedores.
En esta crónica que no usa adjetivos para subrayar lo que la realidad ya subraya por demás, que no repite consignas sino que transmite los dichos y reflexiones de sus compañeros, recoge lo escrito en el papel y en los muros –y sobre todo en las conciencias-, y devuelve lo que tantas veces desaparece ante duras realidades que vivimos.
Nos devuelve prolija y sobriamente cuánto ha avanzado el pueblo argentino en su recomposición como tal en estos años. Sobre todo, cuánto ha avanzado desde el sector del que para los encasillados en esquemas menos podía esperarse. Desde los trabajadores desocupados, desde los hijos de los trabajadores desocupados.
“Nosotros representamos el movimiento –decía Nahuel seis años atrás-, el ideal en el movimiento de Trabajo, Dignidad y Cambio Social representa dignidad, justicia, igualdad, compañerismo… Darío volviendo a auxiliar al compañero a pesar de las balas. Eso es el Movimiento. Eso es lo que expresa el libro de Mariano en todas sus palabras. Es lo que expresa quien lo hace, Mariano en su militancia, y todos los compañeros con nuestra militancia. Cuando nace ese bichito de que las cosas están mal, y que es necesario cambiarlas, es una sensación inesquivable: me miro al espejo, hago el esfuerzo, sé cuál es la elección que voy a tomar, o me quedo sentado mirando tele y a la mañana cuando me voy a peinar no uso más espejo porque no me va a dar la cara para mirarme a mí mismo”.
“El Che –recordaba Mariano entonces- decía que somos lo que hacemos, pero sobre todo somos lo que hacemos para dejar de ser lo que somos, en esta lucha permanente por tratar de superarnos como seres humanos. Los piqueteros, como empezaron a decirnos años más tarde, somos un poco eso que queríamos expresar, eso que queríamos dejar de ser, que era ser los excluidos, ser los pobrecitos, ser los que mendigábamos o teníamos que pedir por favor que se nos solucionen los problemas, que eran no tener trabajo, no tener para comer, no tener vivienda, no tener acceso a satisfacer las necesidades más elementales que tenemos como seres humanos. El objetivo estratégico debe ser para nosotros la construcción de una vida que no sea una vida en los parámetros capitalistas. Por eso empezamos hoy”. Y ante la pregunta sobre cómo se pensaba la toma del poder desde el Movimiento, aclaró: “Seguramente, si alguna vez se toma el poder vamos a tener que seguir peleando por conquistar esa vida que queremos. No es que una vez alcanzado el aparato del Estado ya está, se diluyen las contradicciones”.
De las 500 páginas que hoy son el libro de Mariano, en las que incorpora los meses tan intensos que van desde diciembre de 2001 a la masacre del 26 de junio de 2002, hago anotaciones sobre puntos del recorrido que no son carteles indicadores para llegar a la meta, sino para seguir en camino siempre preguntando…
Mariano introduce reflexiones y notas que saltan sobre la crónica y el relato y amasan los innumerables cruces de variables de esos tiempos, a los que registra cómo fueron entonces, y a la vez desmenuza desde la mirada y la experiencia que los sucedió.
¿Cómo plasmar un proceso en su desarrollo “ubicándose en el momento”, “caracterizando a los otros actores” como eran entonces, o como se los veía entonces, sin que eso obture una mirada que dé cuenta del proceso posterior? El propio y el de los otros. Sin mentir ni disfrazar lo de entonces, pero siendo capaces de mirarse y mirar, insisto, desde el hoy. Y descubrir en los encuentros con los que se van forjando estas nuevas páginas, cómo los protagonistas de los mismos sucesos los recuerdan, memorizan, reviven, recrean, de distinta manera. Porque este libro es también una exploración sobre la memoria. Las memorias. Las de los compañeros. Y las de tantos que pensaron, escribieron, problematizaron en un “canon disparatado” –como dice Esteban Rodríguez en un hermoso escrito en el que habla de Mariano para presentar el libro- que mezcla a Marx, Sartre, Freud, Benjamin, Hebe de Bonafini, González Tuñon… Porque no es avaro en sus búsquedas de otras elaboraciones.
Es un recorrido que a su vez recrea lo recorrido para identificar núcleos conflictivos de “lógicas internalizadas”, dice, que “necesitamos reconstruir y superar en algunos aspectos y fortalecer en otros para ir más allá”. Cómo conjugar en la práctica los verbos coordinar, articular, organizar… Cuántos fetiches pueden construirse con apelaciones equívocas a la propia horizontalidad, al “consenso”, a la “autonomía”, hasta “democracia de base”, cuando más que líneas constitutivas de una práctica militante se erigen en la única autodefinición de un grupo.
“La importancia de la subjetividad muestra su impronta más fuerte”, dice. Los valores con los que se construyen las relaciones sociales en la cotidianidad del militante no son una cuestión menor, dice. Y le entra al papel de la educación popular. La propia concepción del militante, qué distingue al líder del referente, qué amplía en participación la adopción de la horizontalidad conjugada con una realidad que incluye distintos grados, formas, opciones de entusiasmo y compromiso puestos en la militancia. ¿Convocar a un plus esfuerzo para ir siendo hombres nuevos?, problematiza en las Notas sobre Guevara y la izquierda por venir. ¿Cuándo es estímulo y cuándo obtura la posibilidad de andar el camino porque implica una sobreexigencia que desanima? ¿Cuándo es reconocer una realidad que exige algo más de nosotros, y cuándo es una convocatoria a padecer hoy para recolectar frutos mañana?, interpela Mariano. Pero, otra vez, no nos da todas las respuestas… Sí, diría, promociona prácticas prefigurativas para que el hombre nuevo no esté en el mañana sino en la forja del actual. Incluye entonces “promocionar todo el tiempo las pasiones alegres como forma de conjurar las pasiones tristes”. Conjura para la que nos aporta un ingrediente, aprendido, vivido, problematizado en y con el tránsito del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil: la mística. Algo sobre lo que se extiende en un capítulo que nutre y también obliga al despojo de preconceptos, y en el que elige uno de los muchos significados –de diccionario y de usos del concepto-: “una esfera del conocimiento que a través de símbolos, fundamentalmente, es capaz de articular la razón con los sentimientos y las intuiciones. Los símbolos pueden ayudarnos a conocer. La mística a través de la cual se hacen presentes los deseos, los anhelos, las indignaciones”. Y entonces, nos habla de una energía que acorte la distancia en el presente y el futuro, hacerse gérmenes de la nueva sociedad en los marcos de la vieja.
Y porque estamos en junio -y aunque no lo estuviéramos-, de los miles para recrear en una mística esta noche, elijo un símbolo, que hoy es símbolo porque fue/es un hombre decisivo en la genealogía que traduce Mariano en estas páginas: Darío Santillán.