Carta a las compañeras y compañeros del Bachillerato Popular Roca Negra
POR: Mariano Pacheco
Un gran escritor argentino –Ricardo Piglia– supo escribir alguna vez que el final era lo que otorgaba sentido a la experiencia. Lo decía a propósito del cuento. Y precisamente, por un cuento (así lo viví entonces), es que me acerqué a formar parte del equipo docente del proto-bachi, hace de esto ya tres años. Y digo cuento, porque a eso me sonó cuando me dijeron que se iba a construir un colegio secundario, allí, en el predio que alguna vez había logrado expropiar el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús, tras intensas luchas y calurosas y friolentas jornadas de trabajo autogestivo, para hacer de esa vieja fábrica abandonada una nueva fábrica de trabajo para los sin trabajo.
En fin, en ese predio comenzaron las clases en marzo de 2008 y ahí estuve, con la tropa de voluntariosos que, sin cobrar un salario por sus tareas, apostaban de todas formas a la construcción de ese espacio de educación, de creación, de lucha y organización. Esas primeras semanas fueron de las más felices de mi vida. No podía creer que, cinco años antes, yo mismo estaba ingresando en un colegio de adultos para terminar el secundario que alguna vez había abandonado. ¡Y ahora me encontraba dando clases! Por supuesto, durante 2004-2005, cuando cursé los dos años que me faltaban, el humor social y los medios empresariales de comunicación no hacían más que demonizar esa increíble experiencia de los movimientos sociales que, apenas unos años antes, eran una novedad saludada por amplios sectores de la sociedad, incluidos algunos de esos medios de comunicación. Por eso vi con tan buenos ojos que desde el movimiento surgiera una iniciativa de ese tipo.
Las primeras veces que llegué al Bachi de Roca (así comenzamos a decirle, todas y todos y diré todas y todos una sola vez, porque sino la redacción se torna insoportable, a pesar de que reconozca el componente machista de la gramática occidental), decía, las primeras veces que ingresé al predio, no podía dejar de mirar los bloques de cemento que aparecían por distintas partes. Y me acordaba de Darío Santillán, ese amigo, hermano, compañero con el que tantas alegrías y enojos y luchas y debates y discusiones y peleas tuvimos, como tendríamos de ahora en más entre los integrantes de esta nueva experiencia. Me acordaba de Darío no sólo por los bloques, sino también por esta apuesta educativa. Algo que pocas veces se recuerda, aun entre los que compartimos un tramo del recorrido de batallas con él, es que había sido (Darío) un muy buen estudiante. Y que apenas terminó el secundario fue corriendo a anotarse en un profesorado de historia, allí, frente al Piedrabuena, en San Francisco Solano. Nunca empezó. Ese año (2000) el país comenzó a verse envuelto por una oleada de luchas de las que Darío decidió ser protagonista...
Si menciono todo esto es porque la imagen de Darío está presente en el predio de Roca por todas partes, porque allí trabaja su hermano Leo (“el Pelado”), al que todos vemos cuando entramos, junto a su compañera y su hijo, atendiendo el kiosquito. Y porque pienso que, de no haber sido asesinado, seguramente se hubiera prendido (al menos por tiempo, porque así suele ser: uno asume tareas un tiempo en un lugar, otro tiempo en otros), decía, seguro que Darío se hubiese anotado para dar alguna materia en el bachillerato, tal como se anotó alguna vez en los equipos de Educación Popular que desarrollaban tareas de formación en el MTD.
Pasaron tres años y se egresa la primera camada de estudiantes. Algunos, compañeros de Darío. Otros, vecinos que se arrimaron con algunas desconfianzas y muchas dudas (seguramente) y que hoy tal vez se lleven de esta experiencia otra imagen de lo que esos medios empresariales de comunicación “vendían” (ahora, luego de las clases de taller de comunicación ya lo saben: la información es un mercancía más en la sociedad) de ese cuco al que llamaban (muchas veces con desprecio), “los piqueteros”.
Han pasado tres años y es este final el que otorga sentido a esta experiencia. Y abre nuevos horizontes. Lo más importante, para todos es, de todas formas, que se llevan el título secundario. Y sí, para eso se acercaron, todos y cada uno de los estudiantes. Y tal vez, ese simple papelito haya sido el móvil de algunas transformaciones imperceptibles en la vida de cada cual. A mí, por lo menos, terminar el secundario me permitió conseguir un trabajo mejor. Anotarme en la universidad, comenzar una carrera. Ojalá muchos de ustedes sigan estudiando. No sólo por lo que puedan conseguir de mejor en la vida, eso tal vez ahora ya no sea tan importante, sino para ustedes mismos. La lectura, el estudio (en mi caso la literatura, pero puede ser cualquier otra cosa), abre caminos insospechados. Muchas veces nos hace reflexionar, ser mejores personas, descubrir mundos que sólo la imaginación que dispara la lectura puede provocar. Y ya saben, para leer no hace falta plata, sino ganas. “Culo en silla”, como me dice siempre mi maestra Andrea Gallegos.
Han pasado tres años y ya no doy más clases en el Bachi. De todos modos, siempre me llegan las novedades a través de Diana, mi compañera (su “profe” de organización comunitaria). Espero que Malena (la hija que esperamos y que nacerá en marzo del próximo año, cuando ustedes ya no estén en el aula y, en su lugar, haya otros nuevos), decía, espero que nuestra hija crezca en un país, en un mundo menos egoísta, menos mezquino, más justo, más solidario, más libre. En fin, en un mundo más parecido al que fuimos gestando estos años en el Bachi.
Disculpen la extensión, pero las emociones fuertes es difícil expresarlas en pocas líneas. Un abrazo para todas, para todos. Y no olviden las palabras de Roberto Arlt, ese que vimos en las clases de Lengua y Literatura de primer año (ese que a muchos, ya lo sé, no les gustó nada). Arlt decía, no sé si recuerdan: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo... El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes”. El título que tienen entre manos es también parte de esa prepotencia de trabajo... y de estudio. ¡Ustedes se lo ganaron! ¡Felicitaciones!
Valentiín Alsina, 3 de dciembre de 2010
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