Vuelve, todo vuelve…
(Para una revisión revisada del revisionismo de nuevo revisionado)
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Como se sabe, en la Argentina cada tanto se vuelve a inventar la pólvora (o, para nuestro caso, el dulce de leche y la birome, cuando no la picana eléctrica). La reciente fundación de un instituto de historia revisionista mediante decreto presidencial ha levantado una polvareda polémica sobredimensionada y con rancio olor a naftalina. ¿O no? ¿Estamos repitiendo como novedad las deshilachadas polémicas que vienen entrando y saliendo en la cultura argentina desde por lo menos la década del 20? ¿O estamos disimulando tras ellas “las tácticas del presente”? Desde ya: a nadie se le escapa –no debiera escapársele- que entre nosotros (como en casi todas partes) los debates historiográficos han servido para ventilar, y a veces enrarecer el aire de, los diferendos y confrontaciones políticas del presente. No hay, en principio, nada que objetar: “Hacer historia no es reconstruir los hechos tal cual se produjeron, sino recuperarlos tal como relampaguean en este instante de peligro”, sentenció célebremente Walter Benjamin. De acuerdo: el problema, en esta discusión, consistiría en primer lugar en discernir cuál es, y para quién, el “peligro” –y no lo decimos inocentemente: una reconocida ensayista argentina ha sugerido que la creación de ese instituto podría ser “peligrosa”-. Y en segundo lugar, podríamos preguntarnos si lostérminos en que se está dando la polémica no implican una enésima versión de esos “binarismos” maniqueos –a veces muy útiles para ocultar otras complicaciones y complicidades- a los que no hemos dejado de no acostumbrarnos en nuestras “batallas culturales”, incluidas las de los últimos años. Y aclaremos, por si hace falta: no se trata de encontrar, o de inventar a los apurones, una “tercera posición”, equilibrada o mediadora, entre las dos en juego. Si no, si pudiéramos, de patear un poquito ese tablero con otras clases de términos. Nuestros epígrafes, a su manera condensada, anticipan en cierto modo nuestras conclusiones (provisorias, como siempre): si Nietzsche decía “No hay hechos: sólo hay interpretaciones”, bien podemos agregar nosotros: y toda interpretación se convierte en un hecho que oculta su propiahechura, su “proceso de producción”. La historia, no cabe duda, es una política del presente proyectada hacia el pasado. Lo que no es tan fácil es discernir –por detrás delos discursos dominantes (hay más de uno)- cuál es, exactamente, esa política.
Ensayemos.
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