POR: Mariano Pacheco
Avellaneda,
al sur del conurbano bonaerense, es el sitio en el cual El Cabezón Darío
Santillán, El Viejo Domingo Blajaquis y El Negro Raimundo Villaflor toman
contacto, en una temporalidad obviamente trastocada. El secreto compromiso de
encuentro que se teje entre las generaciones del pasado, y la nuestra.
Esta
semana, la figura de Darío Santillán cobró una visibilidad mayor que la
habitual. Por un lado, por la inauguración, el miércoles, de las Jornadas Darío
Santillán en la
Universidad Nacional de Avellaneda. Por otro lado, por el
estreno cinematográfico, el jueves, del
documental de Miguel Mirra: Darío Santillán, la dignidad rebelde.
Darío
Santillán y Maximiliano Kosteki fueron asesinados el 26 de junio de 2002.
Domingo Blajaquis y Juan Salazar (junto al burócrata sindical Rosendo García), el
13 de mayo de 1966. Santillán y Blajaquis eran reconocidos militantes. Salazar
y Kosteki, eran más nuevos en eso de luchar por un cambio social. Raimundo
Villaflor, legendario militante del peronismo combativo asesinado por las
“patotas” de la ESMA
en 1979, presenció el asesinato de sus compañeros Domingo y Juan, y fue un
testigo clave para la investigación que realizó Rodolfo Walsh, publicada
primero como “notas” en el diario CGT y más tarde como libro. Allí, Walsh da
cuenta de manera magistral que las balas que dieron muerte al sindicalista
Rosendo García en la pizzería La
Real de Avellaneda, no habían partido de los militantes del sector
sindical combativo, sino del mismo bando burocrático, de la mismísima mesa
donde se encontraba El Lobo Augusto Timoteo Vandor.
Es
en ¿Quién mató a Rosendo? donde Walsh ilustra la biografía de Villaflor.
Raimundo, nos cuenta, se crió mirando con admiración la figura de su padre:
Aníbal Clemente Villaflor, el obrero militante del sindicato de panaderos que
luego de haber participado de la
FORA , ayudó a poner en la Plaza de Mayo a los gremios más poderosos de
Avellaneda, en apoyo a Perón. Raimundo dejó el 6° año del colegio dos años
antes de recibirse de técnico. Con 14 años empezó a trabajar y por esas cosas
extrañas de la historia, a los 21 años –en plena Revolución Libertadora– fue
elegido delegado general del lugar en donde trabajaba. Activo en las huelgas y
la organización clandestina de la resistencia peronista, padeció luego la persecución
policial y la cárcel. Y más tarde, ya en libertad, las persecuciones
patronales: no duraba ni dos días en cada nuevo trabajo. Obrero metalúrgico, dirigente
sindical y activista de la resistencia, Raimundo fue luego militante del Peronismo
de Base, y una figura clave a la hora de conformar la CGT de los Argentinos.
En
la militancia política Raimundo conoció a Blajaquis, ese marxista convencido
que los peronistas de la base aceptaron como suyo. Porque El Viejo Blajaquis
era comunista, había leído no sólo a Marx sino también a Hegel, y si bien la
ortodoxia peronista lo tildaba –como a tantos otros- de “zurdo”, sus camaradas
del Partido Comunista lo expulsaron de sus filas, luego de que propusiera,
frente al derrocamiento de Perón, organizar milicias obreras. Mingo –como le
decían sus amigos- había estudiado química, para tener mayores elementos a la
hora de enfrentar el poder del capital. Había estado preso innumerables veces y
en un sin fin de lugares. Una de sus principales preocupaciones eran los
jóvenes. Caminando por las calles de Gerli, cuando se cruzaba a un grupo de
muchachos perdiendo el tiempo en las esquinas, los incentivaba para que se
juntaran se organizaran, leyeran. Y les hablaba de Espartaco, de las revueltas
de los esclavos que lucharon por conquistar su libertad. Así había sido la vida
de Domingo Blajaquis, El Viejo, hasta que su cuerpo quedó tendido en el piso,
sin vida, aquella tarde de mayo de 1966. Hermano mayor, casi un padre para sus
compañeros, según lo recuerda El Negro Villaflor, El Griego -como le decían
algunos- “fue un militante más del ejército invencible del pueblo trabajador,
fue un auténtico revolucionario”.
Domingo
Blajaquis es hoy, muchas veces, recordado a partir de la figura de Camilo
Blajakis, el joven ex convicto que
encontró en la poesía un nuevo modo de vivir, y tomó prestado ese apellido en
homenaje a su figura y a su lucha.
Once
años después, estando ya el cuerpo de Walsh secuestrado por la Junta de Comandantes, tanto
Raimundo Villaflor como su compañera María Elsa Martínez –quienes por entonces
tenían una hija: Laura, de once meses– fueron secuestrados por un grupo de
tareas de la Escuela
Superior de Mecánica de la Armada , en agosto de 1979. Raimundo fue asesinado
en una sesión de tortura, a las 48 horas de haber ingresado a la ESMA , según pudo saberse por
el testimonio de otros detenidos, alojados por la fuerza en el mismo Campo
Clandestino de Detención.
Darío
Santillán, asesinado por las balas de la Policía Bonaerense
en junio de 2002, es hoy en día el símbolo más destacado de toda una
generación. Lector de Walsh, caminante de las mismas calles por las que
transitaron El Negro Raimundo y El Viejo Blajaquis, hoy es recordado sobre todo
por su muerte, que al igual que la de 1968, se ha denominado como Masacre de
Avellaneda.
Avellaneda,
la estación de trenes del ramal Roca, ha sido rebautizada por las compañeras y
compañeros de militancia de los jóvenes asesinados en 2002 como Estación Darío
y Maxi. Al lado, un importante contingente del Movimiento de Trabajadores
Desocupados Darío Santillán comenzó hace unos años a construir un centro
cultural, con un anfiteatro y un polo textil, donde trabajadores
autogestionados sostienen día a día la Cooperativa Raimundo
Villaflor. Allí, muy a menudo, puede verse entre toda esa gente, como una más,
a Graciela, militante del Peronismo de Base en los 70, partícipe de las luchas
del 2001 y de la movilización del 26 de junio de 2002.
Una
nueva generación de militantes sociales, políticos y culturales, suelen estar a
su lado. Juntos, siguen persistiendo en sostener los viejos y nuevos anhelos y
deseos de transformación social, entablando ese secreto compromiso de encuentro
entre las generaciones del pasado y la nuestra.
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