Nota publicada en http://www.marcha.org.ar/
Por Mariano Pacheco. ¿Y las izquierdas? Todo indica que
mañana viernes las cacerolas y bocinas sonarán con fuerza una vez más en Buenos
Aires y otras importantes ciudades del país. Luego de la manifestación del
jueves pasado, sea para refutar y deslegitimar como para ensalzar y darle
manija, las polarizadas expresiones del periodismo vernáculo no han dejado de
abordar este fenómeno y sus posibles alcances. Algunas líneas para aportar una
mirada más, desde abajo y a la izquierda.
Las
izquierdas en Argentina se vienen encontrando en una seria dificultad a la hora
de pensar en intervenciones coyunturales novedosas que no la hagan naufragar en
su rumbo estratégico. La coyuntura de 2008, con irrupción de una “derecha de
masas”, con fuerte capacidad de movilización y presencia extendida en las
calles, rutas y plazas del país, y los tiempos que le siguieron, fueron un
claro ejemplo de esta dificultad. También 2010, el año del Bicentenario y de
las muertes del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra y del ex
presidente Néstor Kirchner pusieron a este sector político en la encrucijada. A
los sectores más tradicionales (vaya paradoja la de una “izquierda
tradicional”), las férreas certezas estratégicas suelen bloquearle la
posibilidad de intervenir con ingenio en coyunturas específicas que demandan un
poco de imaginación y flexibilidad. Raro, pero suelen estar en las antípodas de
uno de sus mentores e íconos emblemáticos: Vladimir Ilich Lenin, quien supo
afirmar, en sus famosas “Cartas sobre la táctica”, que: “Ocurre muy a menudo que
cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados no son
capaces, por un tiempo más o menos largo, de adaptarse a la nueva situación y
repiten consignas que si ya eran correctas, hoy han perdido todo sentido, tan
súbitamente como súbito fue el brusco viraje de la historia”. Por eso, paso
seguido, el líder bolchevique recomendaba: “Cada consigna debe ser deducida
siempre del conjunto de los rasgos específicos de una situación política
determinada”.
La coyuntura
de 2008 provocó tantos mareos que hasta un sector de nuestra izquierda marchó
junto a la Sociedad Rural, actitud que trajo como consecuencia que aun hoy se
los denomine con cierta ironía como “izquierda sojera” (también, a no
olvidarlo, estuvieron los “progresistas sojeros”, más patéticos aun, puesto que
ni siquiera sostienen ya nada que se le parezca a una posición de izquierda).
En las antípodas, el asesinato de Mariano ferreyra primero y la muerte del
Señor K -parafraseando a Kafka- después, llevó a importantes sectores “progresistas”,
“de izquierda” o “ex izquierdistas” a no movilizarse a Plaza de Mayo para
repudiar el crimen de un militante a manos de una patota sindical pero sí a
ocupar la misma plaza, días después, para posicionarse en la política nacional
(a diferencia de los sectores sinceramente kirchneristas, por lo general
históricamente peronistas, que asistieron y lloraron auténticamente una pérdida
irreparable) y adherir luego -acríticamente- a un modelo al que poco aportan a
dinamizar puesto que se han resignado a “acompañar”, comiéndose los sapos en
silencio y festejando enfáticamente no sólo todo aquello que merecería ser
festejado sino cada gesto esgrimido y cada palabra pronunciada.
Por su
parte, los sectores que vienen desde hace una década intentando ser coherentes
con el legado de las jornadas de diciembre de 2001, reactualizando sus
enseñanzas ante nuevos y desafiantes contextos, tiende a pronunciarse a
veces demasiado tarde, o de manera extremadamente confusa. Si en 2008 la “Nueva
Izquierda” fue capaz de indagar senderos insospechados, en la búsqueda de
transitar “otro camino para superar la crisis” -con modesto acierto, sostiene
este cronista, más allá de que sus postulados no se sostuvieran en el tiempo- y
en 2010 se posicionó con activa solidaridad junto a sus primos lejanos
trotskistas y con humilde y respetuoso silencio ante el sentido dolor de
importantes sectores de nuestro pueblo y su militancia, hoy parece no encontrar
las formas de expresar una activa posición que, a la vez que no desvirtúe sus
rumbos estratégicos ni caiga en tacticismos oportunistas -simplificando el
panorama político nacional a “modelo nacional y popular” vs “derecha”-, sí deje
bien en claro que su apuesta, que tiene que ver con cambiar de modelo de país y
con no buscar vanamente profundizar el de capitalismo serio -que nadie sabe
bien de qué se trata-, no tiene ningún putno de contacto con las marcadas
expresiones reaccionarias que se han visto expresadas en movilizaciones como la
del jueves y sostenidas en medios hegemónicos durante los días siguientes,
principalmente por aquellos que, de forma canalla, puesto que ven amenazados
sus intereses con el posible cumplimiento de la Ley de medios, han puesto el
foco en la defensa de la “libertad de expresión” en contraste con el discurso
presidencial que hizo eje en el fin de la “cadena nacional del desánimo”.
Continuar
sosteniendo con coherencia los intentos por refundar una política
revolucionaria sobre nuevas bases, acorde con los tiempos del siglo XXI,
implica -entre otras cosas- “no confundir los deseos con la realidad”, según
supo expresar Carlos Olmedo, y -fundamentalmente- no confundir la voluntad con
el voluntarismo.
Parece una
obviedad, pero no lo es si nos detenemos a pensar por un instante en las
reflexiones apresuradas que cada tanto se expresan al interior de este sector,
que ponen el eje en los supuestos lugares vacíos que no se ocupan, como si
gestar una perspectiva popular revolucionaria fuera soplar y hacer botellas.
Los riesgos son grandes. Porque junto con la ansiedad excesiva puede venir el
intento por desconocer las limitaciones históricas, los reveses
circunstanciales, la temporalidad vital parcial con los tiempos colectivos de
todo un pueblo, al fin y al cabo único protagonista posible de los cambios.
Internalizar la lógica de quienes se pretende combatir es una de las posibles
variables de momentos como el que vivimos. Decir ser muy “anti” y en realidad
pensar y actuar con sus cosmovisiones.
La búsqueda
de otro camino para crear un nuevo modelo país no se hará tomando cualquier
atajo, ni apelando a la fracasada y tan conocida pedagogía del monólogo
sabiondo, sino transitando los pacientes senderos de la autoorganización
popular, que no puede sino ser de masas. Que los caceroleros que se
manifestaron el jueves hayan sido principalmente de los sectores medios (y
medios altos) no es la vara para distanciarse de ellos, sino que
-principalmente- lo son sus consignas y el conservador universo simbólico en el
que se mueven. Lejos, muy lejos del 2001 -que tenía un proceso sostenido de
luchas populares sobre sus espaldas y que contó con la movilización de
importantes sectores populares y de trabajadores precarizados, al menos en la
ciudad de Buenos Aires-, las paquetas vajillas de estos días se parecen más a
las reaccionarias expresiones de “caceroleros” en otros sitios de
Nuestraamérica, que a la novedosa experiencia del “Que se vayan todos”. Saber
separar la paja del trigo es un procedimiento que las izquierdas no pueden
obviar en momentos como estos.
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