Un breve y
sentido homenaje a Discepolín
Por Mariano Pacheco
La vida: ¿es una herida absurda? (*)
“Te duele como propia la cicatriz ajena: aquél no tuvo suerte y
ésta no tuvo amor”.
Homero Manzi, “Discepolín”
Enrique
Santos Discépolo es un emblema de la cultura argentina. No solo por su notable
aporte en el campo musical, sus tangos memorables, sino por su amplia capacidad
para abordar desde distintas esferas del arte la problemática humana más
profunda. Primero, siendo muy joven, se dedicó al teatro, de la mano de
Armando, su hermano mayor, casi un padre para él, puesto que los suyos
fallecieron tempranamente.
Discépolo pasó a consagrarse en 1928 con “Esta
noche me emborracho” y “Soy un arlequín” en 1929. Antes había compuesto y
escrito “Qué Vachaché”, en 1926. De allí en más sus tangos fueron emblema de
una época. Entre 1928 y 1929 escribió “Malevaje”, “Soy un arlequín” y
“Yira-yira” y “Chorra”, el tango preferido de Juan Domingo Perón. Estos son los nombres de sus canciones más
destacadas de aquellos años. Entre 1931 y 1934 escribió varias obras musicales y
en 1935 viajó a Europa. Tras su regreso, se metió con el cine: fue actor,
guionista y director. Siguió con el tango escribió y compuso otros de sus
tangos más notables: “Cambalache” y “Alma de bandoneón” en
1935, “Canción desesperada” en 1944
Pasado
el ciclo de la “argentina alvearista” y de la “década infame”, dejadas atrás
las frustraciones (individuales y colectivas), la sensación de encierro y
nostalgia, la década peronista (o, al menos, esos años que Discépolo llegó a
vivir), cambiaron en gran medida su filosofía y su mirada sobre la vida. El
mundo (o al menos, esta porción del mundo que lleva por nombre Argentina), ya
no era “una porquería” en 1946, 1947, 1948, 1950, 1951… Contra lo escrito en
“Cambalache”, Discépolo piensa entonces que si bien “siempre ha habido chorros,
Maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dubles”, en ese momento
ya no se vivía “revolcao en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”,
porque la reparación social desarrollada por el peronismo había sido intensa.
Ya no hacía falta, como había escrito en “Qué vachaché”, “vender el alma, rifar
el corazón”, ni “tirar la poca decencia” que a uno le podría quedar.
En
1948, luego de una gira por México y Cuba, compuso “Cafetín de Buenos Aires”.
En 1951, el mismo año que eternizó a su personaje mordisquito, se estrenó en
los cines “El hincha” (dirigida por Manuel Romero), su última película como
actor. Murió en su departamento porteño, situado en Callao y Córdoba, el 23 de
diciembre de 1951. Tenía 50 años.
***
¿Por
qué me hacen esto che? ¿Por qué a mí?
La
“historia clínica” –como se llamó el programa conducido por Felipe Pigna por la
Televisión Pública– dice que Discépolo falleció de muerte súbita. Un síncope al
corazón. El mito popular asegura que murió de tristeza. Que lo mataron, va. Los
contreras, y sus ex amigos que le dieron la espalda (por peronista).
¿Por
qué me hacen esto che? ¿Por qué a mí?
El
lamento discepoliano retorna a la escena. Tal vez ahí sí se sintió “sin rumbo,
desesperao”, como en “Yira yira”, con “la indiferencia del mundo” pisándole el
talón.
Tras
sus declaraciones de felicidad porque el pueblo estaba feliz, vuelve nuevamente
el tono tanguero pre-peronista. Ya no hay sol en el horizonte.
Pensar
que unos años antes había escrito en “Cafetín de Buenos Aires”:
Me diste en oro un puñado de amigos,
que son los mismos que alientan mis
horas
Pero
después de Mordisquito todo empeoró. El espacio de anónimos que lo admiraban
seguramente se amplió, pero el de los íntimos no, ese espacio de achicó, hasta
tornarse asfixiante. Todos aquellos vínculos artísticos que no acordaban con su
mirada política, con el compromiso de Discépolo respecto del peronismo, se lo
demostraron de un modo cruel. Libertad Lamarque, Francisco Petrone, García Buhr
y Pepe Arias, entre otros. Cuenta la leyenda que su maestro de actuación,
Orestes Caviglia, esquivó un día su abrazo en medio de la calle, y escupió en
el suelo tras su paso. ¿Se entregarían sin luchar?
Dice
José Pablo Feinnman al respecto:
No pudo aguantarlo, lo liquidaron en
unos pocos meses. Quienes le enviaban los discos despedazados eran sin duda
quienes luego integrarían los “comandos civiles”, niños de la oligarquía, de la
alta clase media. Balbín, en un acto de campaña, lo definió como a un
“mantenido del peronismo”. Le llegaban paquetes con excrementos. Entró en un
profundo cuadro depresivo, llegó a pesar treinta y siete kilos. “Buenos Aires
es una hermosa ciudad (dijo), para salir de gira.”
Las
muestras de afecto, de renombrados peronistas, de todos modos, no se hicieron
esperar. Evita envió una ofrenda floral a su sepelio, en el que Aníbal Troilo
lloró desesperadamente sobre su cuerpo. Homero Manzi escribió “Discepolín”,
tango que luego fue musicalizado por Troilo.
El alba no perdona, ni tiene
corazón.
Al fin, ¿quién es culpable de la vida
grotesca
y del alma manchada con sangre de
carmín?
Mejor es que salgamos antes de que
amanezca,
antes de que lloremos, ¡viejo
Discepolín!…
¿Por
qué me hacen esto che? ¿Por qué a mí?
Discepolín
silva bajito, tararea un viejo tango, tal vez uno suyo y se despide de este
mundo: ¡soy una pregunta empecinada, que
grita su dolor y tu traición!
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