viernes, 27 de marzo de 2015

ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO- En el aniversario de su natalicio (27/03/1901--23/12/1951)

Un breve y sentido homenaje a Discepolín


Por Mariano Pacheco


La vida: ¿es una herida absurda? (*)


“Te duele como propia la cicatriz ajena: aquél no tuvo suerte y ésta no tuvo amor”. 
Homero Manzi, “Discepolín”



Enrique Santos Discépolo es un emblema de la cultura argentina. No solo por su notable aporte en el campo musical, sus tangos memorables, sino por su amplia capacidad para abordar desde distintas esferas del arte la problemática humana más profunda. Primero, siendo muy joven, se dedicó al teatro, de la mano de Armando, su hermano mayor, casi un padre para él, puesto que los suyos fallecieron tempranamente.
 Discépolo pasó a consagrarse en 1928 con “Esta noche me emborracho” y “Soy un arlequín” en 1929. Antes había compuesto y escrito “Qué Vachaché”, en 1926. De allí en más sus tangos fueron emblema de una época. Entre 1928 y 1929 escribió “Malevaje”, “Soy un arlequín” y “Yira-yira” y “Chorra”, el tango preferido de Juan Domingo Perón. Estos  son los nombres de sus canciones más destacadas de aquellos años. Entre 1931 y 1934 escribió varias obras musicales y en 1935 viajó a Europa. Tras su regreso, se metió con el cine: fue actor, guionista y director. Siguió con el tango escribió y compuso otros de sus tangos más notables: “Cambalache” y “Alma de bandoneón” en 1935, “Canción desesperada” en 1944
Pasado el ciclo de la “argentina alvearista” y de la “década infame”, dejadas atrás las frustraciones (individuales y colectivas), la sensación de encierro y nostalgia, la década peronista (o, al menos, esos años que Discépolo llegó a vivir), cambiaron en gran medida su filosofía y su mirada sobre la vida. El mundo (o al menos, esta porción del mundo que lleva por nombre Argentina), ya no era “una porquería” en 1946, 1947, 1948, 1950, 1951… Contra lo escrito en “Cambalache”, Discépolo piensa entonces que si bien “siempre ha habido chorros, Maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dubles”, en ese momento ya no se vivía “revolcao en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”, porque la reparación social desarrollada por el peronismo había sido intensa. Ya no hacía falta, como había escrito en “Qué vachaché”, “vender el alma, rifar el corazón”, ni “tirar la poca decencia” que a uno le podría quedar.
En 1948, luego de una gira por México y Cuba, compuso “Cafetín de Buenos Aires”. En 1951, el mismo año que eternizó a su personaje mordisquito, se estrenó en los cines “El hincha” (dirigida por Manuel Romero), su última película como actor. Murió en su departamento porteño, situado en Callao y Córdoba, el 23 de diciembre de 1951. Tenía 50 años.

***
¿Por qué me hacen esto che? ¿Por qué a mí?
La “historia clínica” –como se llamó el programa conducido por Felipe Pigna por la Televisión Pública– dice que Discépolo falleció de muerte súbita. Un síncope al corazón. El mito popular asegura que murió de tristeza. Que lo mataron, va. Los contreras, y sus ex amigos que le dieron la espalda (por peronista).
¿Por qué me hacen esto che? ¿Por qué a mí?
El lamento discepoliano retorna a la escena. Tal vez ahí sí se sintió “sin rumbo, desesperao”, como en “Yira yira”, con “la indiferencia del mundo” pisándole el talón.
Tras sus declaraciones de felicidad porque el pueblo estaba feliz, vuelve nuevamente el tono tanguero pre-peronista. Ya no hay sol en el horizonte.
Pensar que unos años antes había escrito en “Cafetín de Buenos Aires”:
Me diste en oro un puñado de amigos,
que son los mismos que alientan mis horas

Pero después de Mordisquito todo empeoró. El espacio de anónimos que lo admiraban seguramente se amplió, pero el de los íntimos no, ese espacio de achicó, hasta tornarse asfixiante. Todos aquellos vínculos artísticos que no acordaban con su mirada política, con el compromiso de Discépolo respecto del peronismo, se lo demostraron de un modo cruel. Libertad Lamarque, Francisco Petrone, García Buhr y Pepe Arias, entre otros. Cuenta la leyenda que su maestro de actuación, Orestes Caviglia, esquivó un día su abrazo en medio de la calle, y escupió en el suelo tras su paso. ¿Se entregarían sin luchar?
Dice José Pablo Feinnman al respecto:
No pudo aguantarlo, lo liquidaron en unos pocos meses. Quienes le enviaban los discos despedazados eran sin duda quienes luego integrarían los “comandos civiles”, niños de la oligarquía, de la alta clase media. Balbín, en un acto de campaña, lo definió como a un “mantenido del peronismo”. Le llegaban paquetes con excrementos. Entró en un profundo cuadro depresivo, llegó a pesar treinta y siete kilos. “Buenos Aires es una hermosa ciudad (dijo), para salir de gira.”
Las muestras de afecto, de renombrados peronistas, de todos modos, no se hicieron esperar. Evita envió una ofrenda floral a su sepelio, en el que Aníbal Troilo lloró desesperadamente sobre su cuerpo. Homero Manzi escribió “Discepolín”, tango que luego fue musicalizado por Troilo.

El alba no perdona, ni tiene corazón. 
Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca 
y del alma manchada con sangre de carmín? 
Mejor es que salgamos antes de que amanezca, 
antes de que lloremos, ¡viejo Discepolín!… 

¿Por qué me hacen esto che? ¿Por qué a mí?
Discepolín silva bajito, tararea un viejo tango, tal vez uno suyo y se despide de este mundo: ¡soy una pregunta empecinada, que grita su dolor y tu traición!

*Extracto de mi próximo libro (Cabecita negra. Ensayos sobre Literatura y Peronismo), en proceso de producción.

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