De
piquetes a docentes, la política represiva en la era Macri propone
una serie de interrogantes: ¿se trata de una apuesta que juega con
fuego o es el producto de un nuevo consenso social?
Por Mariano Pacheco*
Primero fue la aprobación del
“Protocolo de la Pato Bullrich Luro de Pueyrredón”, y la
sensación en amplios sectores políticos de que, al igual que la Ley
antiterrorista aprobada en los años kirchneristas, estaría ahí
pero no sería utilizada. Luego vino la primera huelga general
convocada por la CGT contra el gobierno de Cambiemos y el despeje de
la Panamericana de los “díscolos” que ese 6 de abril quisieron
hacer “activo” el paro cegetista. Tres días más tarde los
docentes de la CTERA fueron sacados a palazos y gas pimienta de la
Plaza situada frente al Congreso de la Nación (que culminó con
cuatro “gremialistas” --según Clarín--
detenidos), cuando intentaban instalar una Carpa (una “Escuela
itinerante”) como forma alternativa a la huelga y la movilización,
medidas de fuerza probadas sin suerte hasta el momento y atacadas por
el presidente Mauricio Macri por considerar que “carecían de
creatividad” e insistían en métodos que no daban resultados
positivos. En el medio sucedió el violento episodio de Lanús,
cuando de policías de la Bonaerense reprimió en un comedor del
Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), producto del cual una
mujer embarazada que fue baleada perdió a su primer bebé. Ejemplos
de los más notorios de una realidad que parece imponerse como
dinámica más allá de los hechos aislados.
Un gobierno de gente como uno
Según Ileana Arduino, del Instituto
de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP),
asistimos a un tiempo en el cual hay una “decisión explícita”
del de la gestión Cambiemos de utilizar la fuerza para reprimir la
protesta social, que se asienta “en la recuperación de una memoria
que tuvo una fuerte interrupción durante la década anterior y que
hoy es fogoneada como un instrumento clave dentro del elenco de
políticas desplegadas por este proceso de gobierno”. Para Arduino,
no podemos dejar de poner en relación lo que considera una “escalada
represiva” con el decreto que declara la emergencia en seguridad,
que pone el foco en una “retórica de guerra contra el
narcotráfico”. “La escalada represiva en torno al conflicto
social debe ser vista como una escena que está precedida por la
criminalización utilizada como estrategia de demonización”,
asegura, en una ecuación que tendría su punto de partida en la
demonización de lo criminal hasta llegar a una suerte de
equivalencia entre lo político y lo criminal, pasando antes por la
criminalización de lo político.
Manuel Tufro, del
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), por su parte, subraya
en este diálogo con
Zoom
que les resulta “preocupante” la “escalada represiva” a la
que asistimos en los últimos meses, y caracteriza que en estos
momentos se cruzan “razones ideológicas” con otras “de
coyutura” en esta apuesta del macrismo de tratar de instalar la
idea de que “toda protesta está fuera de la ley”. “El sustrato
ideológico se corresponde con esta cosmovisión de mundo que tienen
en la gestión Cambiemos, que no ven a la protesta como un hecho de
la democracia sino como un mal a erradicar, cuestión que se cruza
con una estrategia electoral que parece consistir en realizar un
pasaje del discurso de que son un gobierno del diálogo y de todos
los argentinos a un gobierno de algunos, que deja en la ilegalidad a
quienes se le oponen”, comenta Tufro, y puntualiza que se ha pasado
de determinadas estrategias de represión puntual (como la de los
manteros en Once) combinadas con apuestas por el diálogo (como por
ejemplo en torno a la Ley de Emergencia Social) a una estrategia
general de represión, donde incluso se ponen en entre-dicho derechos
elementales, como el derecho a huelga.
Rosario siempre estuvo cerca
No parece estar tan lejos la
cosmovisión propugnada por Cambiemos a nivel nacional de la que
vienen sosteniendo los socialistas en Santa Fe, en general, y en
Rosario, en particular, así como los puntos de contactos entre las
políticas provinciales y locales que hoy rigen aquellos pagos
tampoco estuvieron tan lejos del último kirchnerismo
(particularmente de la “gestión Berni” durante el gobierno de
Cristina Fernández). Algo de eso comenta, en diálogo con este
medio, Eugenia
Cozzi, becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (Conicet), quien destaca el “endurecimiento
de las políticas de seguridad pensadas en términos policiales”.
Cozzi, que integra la Cátedra de Criminología de la Facultad de
Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), recuerda
asimismo que el abandono del modelo de seguridad democrática que hoy
con Mauricio Macri es total, ya había comenzado a dejarse a un lado
en 2013, cuando Sergio Berni era secretario nacional de Seguridad, el
mismo año en que se crea la Policía de Acción Táctica (PAT) en
Rosario, que tuvo su “bautismo de fuego” con el asesinato de
Jonathan Ferreyra (un joven de 24 años acribillado a balazos en el
barrio Tablada) y que hoy se encuentra entre las más denunciadas por
casos de violencia, junto con el Comando Radioeléctrico. “La PAT
tienen un formación para la guerra, y caracterizan a los sujetos y a
los territorios en función de esa mirada”, comenta Cozzi. Y luego
agrega: “esta habilitación de prácticas violentas por parte de la
policía hoy son mucho más graves que en años anteriores, pero
vienen desde entonces. Antes, por ejemplo, el trabajador era un
límite. Hoy se actúa sobre los trabajadores estatales, o se reprime
en el contexto de un cortejo fúnebre”, resalta la investigadora,
para quien hoy la provincia “está cerca de llegar a los números
alarmantes de 2001 respecto de las muertes y los casos de violencia
ejercida por la policía contra los pibes”. También insiste en que
en esta clave hay que leer propuestas como la baja de edad de
imputabilidad y otras iniciativas similares, en las que si bien con
matices, el alineamiento de los gobiernos de Rosario y Santa Fe
respecto del gobierno nacional son muy claros. “Se construye
escenarios policiales basados en estas concepciones de ‘guerra
contra el narcotráfico’ que claramente después podrían ser
utilizados como escenarios similares respecto de situaciones de
crisis social”, remata Cozzi.
La
Docta policializada
Para
el abogado Sergio Fernando Job no hay que olvidar que, si bien hay
matices en el cambio de gestión de José Manuel De la Sota a Juan
Schiaretti, no solo hay un mismo partido en el gobierno (Unión por
Córdoba, versión local del Justicialismo), sino “una continuidad
de casi veinte años en una misma política de seguridad, que tiene
que ver con una concepción de policilización, más allá del
rotundo fracaso de estas políticas”. Para Job (que también es
investigador del Colectivo universitario El llano en llamas), no
puede obviarse que la provincia está siendo gobernada por el
“Partido Cordobés”, “mafias que exceden al peronismo y al
radicalismo” y que están ligadas al agro-negocio y los sectores
inmobiliarios, que son los que promueven las políticas de “control
territorial” por medio del narcotráfico y la policía, que no es
más que la “columna vertebral de esta estructura mafiosa”. En
este sentido, el abogado del Colectivo jurídico Deodoro Roca destaca
que Córdoba viene siendo una “ciudad-laboratorio” donde se
ensayan políticas de seguridad, como la que ahora puede percibirse
con la creación de la División Antiterrorista, en una provincia
donde no existen ni antecedentes ni hipótesis de conflicto que tenga
como protagonista a lo que denominan el “terrorismo internacional”,
pero que sí está en consonancia con “algunas luchas sociales que
se protagonizan en otras zonas del país, como los mapuches en el sur
y que son caracterizadas como terroristas, o con decretos como el
firmado por Mauricio Macri el año pasado, que autoriza al Ejército
Norteamericano a ingresar en territorio nacional en caso de acciones
terroristas. Esto que parece alarmista no podemos dejar de leerlo en
clave de lo que sucede en Córdoba, una provincia donde crece la
pobreza y la indigencia de amplias franjas de la población y donde
se incrementan asimismo las luchas sociales y ese no-lugar al que el
poder pretende destinar a estos sectores. La tendencia es clara: la
criminalización se desplaza cada vez más desde los pobres en
general a los pobres y otros sectores sociales que luchan y vienen o
se están organizando”.
El caso Córdoba podría leerse en
serie con el decreto que declaró la emergencia en seguridad en el
país y que permite a los distintos gobiernos (nacional y
provinciales) a modificar el destino de partidas presupuestarias sin
ningún tipo de control. Sin ir más lejos, luego de la creación de
la División de Inteligencia Antiterrorista a cargo del Subcomisario
Guillermo Brunas (dependiente de la Dirección General de
Investigaciones Criminales de la Policía de Córdoba capitaneada por
Alejandro Mercado) la Secretaría de Administración Financiera
habilitó la posibilidad de adquirir, a través del mecanismo de
subasta electrónica, distintos gases “antidisturbios”, entre
ellos, gas lacrimógeno y “gas irritante”, más conocido como
“gas pimienta”, el mismo que utilizó la Policía de la Ciudad de
Buenos Aires el domingo 9 de abril para reprimir a los docentes
frente al Congreso.
No está demás recordarle al lector
de estas líneas que, desde fines del año pasado, se han acentuado
los pedidos de orden propagados desde los medios hegemónicos de
comunicación. Sin ir más lejos, en diciembre de 2016, el abogado
Raúl Faure vociferaba desde las páginas del diario
La voz del interior (Grupo
Clarín, ex La
Nación), que había
que cortar con ese padecimiento de la “patria piquetera” (como
antes se había padecido la “patria de Evita” y la “patria
sindical”) y se refería al piquete (modo típico de protesta
social protagonizado por los sectores más humildes) como método
utilizado por los “grupos neofascistas” previo al “asalto del
poder”.
El sublime encanto de los
mass-media
Para el abogado platense Esteban
Rodríguez Alzueta, las declaraciones de funcionarios del gobierno
nacional respecto del conflicto social y posibles salidas represivas
ante los mismos, constituyen una “pirotecnia verbal” para nada
inocente, ya que “constituyen incentivos políticos que legitiman
el uso de la fuerza”. Alzueta, que además de docente e
investigador universitario es integrante de la organización de
derechos humanos Colectivo de Investigación y Acción Jurídica
(CIAJ), destaca que en la gestión Cambiemos saben que no hay
represión sin consentimiento social. “El gobierno está creando
condiciones de aceptación de la represión a través del periodismo
empresarial. Ya sabemos que el periodismo, a través del tratamiento
escandaloso y desigual sobre las protestas sociales, tiene la
capacidad de enloquecer a los argentinos. Ese consentimiento que
recluta a través de la prensa leal, va siendo testeado
cotidianamente a través de sus consultoras que encuestan el malhumor
de la ‘gente’. El gobierno está buscando ese punto de apoyo,
cuanto más amplia sea esa adhesión, mayor será su capacidad de
fuego”. El ensayista también pone el foco en el hecho de que “el
consenso que necesita el gobierno no es un racional sino afectivo”,
y aclara que ese consenso puede detectarse “en la indignación de
los transeúntes, automovilistas y la ‘vecinocracia’ que no
termina de entender que, en una democracia, la calle es mucho más
que un espacio de circulación, porque se constituye en un espacio de
reunión y de expresión colectiva”, porque en una democracia
-subraya- de lo que se trata “es de discutir y decidir entre todos
como queremos vivir todos”. Y remata: “la represión, entonces,
encuentra su punto de apoyo también en los micro-fascismos que
reconocemos en los clisés que propalan periodistas como Baby
Etchecopar y Eduardo Feinmann, Alejandro Fantino, Fernando Carnota,
Edgardo Alfano, Débora Pérez Volpín, Débora Plager, Joaquín
Morales Solá, Nicolás Wiñazki, María Laura Santillán, Alfredo
Leuco, Florencia Etcheves, Luis Majul y tantos otros”.
La política represiva del Estado
en el cruce de temporalidades
En dos meses se cumplen 15 años de la
denominada “Masacre de Avellaneda”, el trágico hecho represivo
que se cobró las vidas de los jóvenes militantes Maximiliano
Kosteki y Darío Santillán, pero también, la continuidad del
presidente interino Eduardo Duhalde al frente del Ejecutivo, quien
tuvo que sepultar sus ansias de presentarse como candidato para
continuar en el sillón de Rivadavia pero elegido por el voto
popular. En otro orden de cosas algo similar le pasó al radical
Fernando De la Rúa, cuando el combo de decretar el Estado de sitio
desató la protesta del 19 de diciembre de 2001, primero, y paso
seguido la represión ejercida por la división montada de la Policía
Federal sobre las Madres de Plaza de Mayo desató las primeras furias
del día 20, que horas después devendría en insurrección. Al
parecer, aquellas jornadas de diciembre quebraron las huellas del
terror dictatorial presentes en democracia y las de junio, marcaron
el límite de las políticas represivas del estado que la sociedad
argentina estaba dispuesta a tolerar. “Con este crimen comienza la
fase autoritaria del régimen”, declaró entonces una sorprendente
lúcida Lilita Carrió. Pero dicha fase se vio abortada luego del 3
de julio, tras la reacción popular ante los asesinatos y la
secuencias de fotografías mostradas en televisión, donde podía
verse con claridad que había sido la policía quien había disparado
sobre los jóvenes militantes, que murieron asesinados por las balas
del Estado y no por una “interna piquetera”, como vociferaron
entonces los medios hegemónicos en durante aquellos tenebrosos días
(con Clarín
a la cabeza) en consonancia con las declaraciones de la primera línea
de funcionarios nacionales y de la provincia de Buenos Aires. Desde
entonces hubo protestas que fueron reprimidas en Argentina, y también
hubo muertos, pero el discurso esgrimido desde la cima más alta del
Estado nacional se basó en una política más bien intimidatoria que
represiva. Primero Néstor Kirchner y luego su esposa Cristina
Fernández comprendieron cabalmente lo que el 20 de diciembre de 2001
y el 26 de junio de 2002 habían implicado para la subjetividad de
los argentinos (y las argentinas) y no estaban dispuestos a tener que
dejar la Casa Rosada en helicóptero o tener que adelantar las
elecciones a tener que acortar sus mandatos producto de una crisis
política surgida tras una represión. ¿Habrá tomado nota Mauricio
Macri de esta historia reciente de la patria o es precisamente porque
tomó nota de ciertas sensibilidades securitarias que se
incrementaron en los últimos años que actúa como actúa?
La pregunta permanecerá abierta
durante los próximos meses, y su respuesta pondrá a prueba
seguramente las reservas antiautoritarias que como pueblo supimos
conseguir.
*Nota publicada en revista Zoom.
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