A 25 años de la muerte de Gilles Deleuze, pensando en cuánto de deleuziano tiene este siglo XXI
Por Mariano Pacheco*
¿Quién, después de leer a Gilles Deleuze, puede salir indemne de esa lectura?
La máquina de guerra textual que puso en marcha, y la que luego
agenció con su camarada y amigo Félix Guattari, no dejan de producir sentidos,
aún después de sus muertes. Es que, como tan bien ellos comprendieron, las
ideas surgidas de sus conversaciones, las frases vertidas sobre un papel,
dejaron de pertenecerles (si alguna vez se puede decir que les “pertenecieron”)
para ponerse a funcionar donde sea que encuentren oídos. Claro que el riesgo
fue grande, y doble. “El que dice algo diferente marcha voluntariamente al
manicomio”, escribió un Nietzsche sin el cual es muy difícil entender, al
menos, a Deleuze (no tanto a Guattari, cuyo archivo filosófico permanece más
rigurosamente apegado a la tradición marxista, por más heterodoxa que ésta
aparezca en sus lecturas), y vaya si Guattari-Deleuze dijeron cosas diferentes.
Pero también la astucia de saber introducir nuevos puntos de vista para pensar
los nuevos problemas puede verse traicionada, en tanto un movimiento de
indagación inaudita y experimentación filosófica y narrativa audaz, puede verse
transformada en una nueva jerga, un “deleuzianismo”. Captura del ejercicio
creativo por un nuevo dogma, punto cero del devenir, mutación en “modelo”.
Deleuze sin Marx, sin Freud, sin lucha de clases. Deleuze estancado en el siglo
XX sin capacidad de operar una reactualización de sus aportes al calor mismo de
los debates y las luchas contemporáneas. Ese es nuestro desafío: no dejarnos
seducir por la jerga poner a funcionar, mas bien, sus conceptos, del modo en
que Deleuze mismo concibió el ejercicio filosófico: siempre conectado con un
afuera textual, con otras narrativas no-filosóficas, con otros modos de
expresión no textual. Y crear conceptos, siempre nuevos, siempre ligados a
nuestros devenires, a nuestra historia.
No es este el texto en el que lo haremos, pero resulta evidente
–al menos para muches-- que no puede leerse ni a Deleuze, ni a Guattari ni a
ninguno de sus compañerxs de ruta de generación sino es bajo la inflexión
situada, geopolítica Latinoamericana, y del siglo XXI, para no pensar ya con la
estructura de un mundo bipolar, con fuerte peso de Partidos Comunista alineados
con una Tercera Internacional y un aire de profundas revueltas de los pueblos
del mundo, sino en el contexto de nuestro tiempo, la era del realismo
capitalista, con un neoliberalismo triunfante en tanto modo de vida que
subjetiva incluso cada proceso que se asume “antineoliberal”, y resistencias
múltiples (luchas desde abajo, organizaciones sociales autónomas, Movimientos
Populares con estrategias de poder y Gobiernos Nacionales con cierta vocación
de desviar el rumbo de los partidos de derecha y las gestiones estatales más
abiertamente en neoliberales –en tanto programa--) que en lo que va del siglo
tienen más de aquello que Deleuze (y Guattari) promovía (las micropolíticas,
las revoluciones moleculares) que aquello que querían problematizar (la
política reducida a mera intervención macropolítitica, la revolución como hecho
total de irreversibilidad).
Quedará para próximos textos, nuevas reflexiones, intentar
contribuir en ese sentido: llevar al extremo la definición
deleuziano-guattariana de que toda política es, a la vez, micro y macro
política, y pensar cómo esa conceptualización nos ayuda a pensar la
integralidad de las intervenciones de la actualidad, pensadas a su vez en un
marco de su correlación con nuestras historias recientes en el continente, y en
cada uno de nuestros países.
***
Lo interesante de Deleuze, su filosofía, sus lecturas de Spinoza y
Nietzsche, es que nos ayudan a pensar de otro modo la relación entre nuestras
existencias singulares y la experiencia social general. Ser es siempre una
determinada configuración de fuerzas, de relaciones, internas y externas, que
nos constituyen como criaturas humanas, deseantes. De allí que resulte caduco
el esquema liberal que nos habla de un individuo, y una sociedad, y de una
existencia reducida a pensar el interés.
Spinocista como era, Deleuze comprendió muy bien que no se puede
reducir una existencia humana a su mera
reproducción biológica, y que en su tendencia a perseverar es fundamental su
capacidad de afectar y ser afectada, así
como sus ritmos y velocidades, que determinan sus movimientos, y por lo tanto,
el carácter triste o alegre de las pasiones que pueblan su cuerpo. De allí que
no aparezca ningún contrasentido entre el modo en que Spinoza caracteriza la
muerte y la forma en que Deleuze termina con aquello que era su cuerpo
entonces.
“¿Qué es la muerte? –se pregunta Deleuze en su curso de
1980/1981--. Es el hecho, que Spinoza llamará necesario en el sentido de
inevitable, de que las partes que me pertenecían bajo una de mis relaciones
características dejan de pertenecerme y entren bajo otra relación que
caracteriza a otros cuerpos. Es inevitable en virtud misma de la ley de la existencia.
Una esencia encontrará siempre, bajo las condiciones de existencia, una esencia
más fuerte que literalmente destruye la pertenencia de las partes extensivas a
la primera esencia”.
La muerte, en Spinoza, siempre viene de afuera (no hay lugar para
el suicidio). Morir, entonces –insiste Deleuze-- quiere decir exactamente que
las partes que me pertenecen dejan de pertenecerme. La forma en la que lo
expresa en ese curso, que hoy podemos leerlo porque fue publicado como libro,
en Argentina, bajo el nombre de “En medio de Spinoza”, no dejan lugar a dudas:
“muero cuando las partes que me pertenecen o me pertenecían son determinadas a
entrar bajo otra relación que caracteriza a otro cuerpo”.
Hace dos años, en un texto que escribí en homenaje a Deleuze
titulado “Devenir pájaro, un último acto de libertad”,
decía que un domingo 4 de noviembre de 1995, Gilles se arrojaba desde la
ventana de su departamento parisino, dejando su obra como testimonio, pero
también, aquel acto-pregunta: ¿qué es una vida?
Agobiado por el asma y con una incapacidad progresiva para escribir –e incluso hablar--, el pensador francés decide quitarse la vida, o más bien –podríamos decir-- aquella permanencia en el mundo que ya no era experimentada como lo que él entendía como una existencia auténtica.
* Texto publicado en el Blog Lobo suelto
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