Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo)
Los
años de formación, el primer tomo
de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia,
esta semana en la sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo.
“Es lícito
plantear que somos una generación, es decir, un grupo de personas que tienen
experiencias comunes (el peronismo, por ejemplo) que han leído los mismos
libros y han elegido los mismos autores, porque la edad –o la juventud– es
también un problema de cultura”, escribe Ricardo Piglia en este, el primer tomo
de lo que constituye una verdadera máquina de registro de cómo se construye un
escritor. En esa entrada del miércoles 16 de julio de 1964, Piglia-Renzi, reivindica
a Roberto Arlt como un contemporáneo, y se asume (“dicho con ironía”) como
parte de un “grupo de escritores que bregan por una nueva cultura en Argentina”.
Nueva cultura –aclara– que quiere “reconstruir la tradición” y elegir puntos de
referencia en personajes como Macedonio Fernández o Juan L. Ortiz.
Los
años de formación, con el que
Piglia da inicio a Los diarios de Emilio Renzi, trazan un recorrido por
la cultura porteña del período 1957- 1967. El libro, construido con una minuciosidad
asombrosa, comienza y termina con relatos escritos en tercera persona, en los
que Piglia escribe sobre Renzi, mientras que el diario propiamente dicho, con
sus entradas fechadas, juega con esa primera persona del singular que podemos
leer bien sea como Ricardo, o como Emilio, o como el nombre completo del escritor-personaje
en cuestión lo indica: Ricardo Emilio Piglia Renzi.
“Desde
chico repito lo que no entiendo –se reía retrospectivo y radiante Emilio Renzi,
en el bar de Riobamba y Arenales–”, es lo primero que leemos (“En el umbral”), luego
de la “Nota del autor”, firmada en Buenos Aires, el 20 de abril de 2015. “Como
nos ha enseñado la lingüística, el Yo es, de todos los signos del lenguaje, el
más difícil de manejar, es el último que adquiere el niño y el primero que
pierde el afásico. A medio camino entre los dos, el escritor ha adquirido la costumbre
de hablar de sí mismo como si se tratara de otro”, puede leerse luego, ya hacia
el final, en el anteúltimo texto del tomo (“Quien dice yo”), y finalmente, en
el último texto (“Canto rodado”): “Las historias proliferan en mi familia, dijo
Renzi… había figuras fijas, por ejemplo, mi tío Marcelo Maggi, a quien siempre
se regresaba y al que nunca se ha de olvidar”. Y también: “fui a buscar a
Concordia, Entre Ríos, a mi tío Marcelo, y de ese modo pude no sólo participar
en su historia, sino también transformarlo”. Los lectores de Piglia sabemos que
ahí, en Maggi-Concordia-Renzi se juega el nudo de Respiración artificial
(1980), su primera novela.
Leer-
escribir
“¿Cómo
se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor? No es una
vocación, a quien se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien
a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor,
pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo
de vivir (como cualquier otro)”, sostiene en un tramo al inicio del libro. Y
luego: “¿Por qué nos dedicamos a escribir después de todo? Se nos da por
ahí, ¿a causa de qué? Bien, porque antes habíamos leído”.
La
relación entre lectura y escritura es estrecha en Piglia, en la línea de
Borges, así como para otros escritores y escritoras el vínculo central pasa por
el par literatura y experiencia. “Primera conclusión: para leer, hay que
aprender a estar quieto” (otro de los tópicos de Piglia: el vínculo entre la
movilidad de la acción y el reposo de la lectura –como en Guevara, el guerrillero
que lee subido a un árbol en plena selva boliviana cuando las fuerzas rebeldes
logran tomar un descanso de las tropas de la CÍA que les pisa los talones,
según analiza en su libro El último lector–). Lectura que cambia los
modos de leer. “Para escribir es preciso no sentirse acomodado en el mundo, es
un escudo para afrontar la vida (y hablar de eso)”, nos dice.
Arte
y política, tradición y vanguardia
Otra
de las cuestiones que aparecen con fuerza en este tomo, y que se sabe que constituyen
una de las obsesiones de Piglia, es el del vínculo entre arte y política o, dicho
de otro modo, entre tradiciones políticas y vanguardias estéticas. Piglia, que
en ese período ya comienza a asumirse como un hombre de izquierdas, que
participa de revistas y proyectos intelectuales y nace al mundo literario al
ganar el Concurso de cuentos de Casa de las Américas (organizado por la
revolución cubana), afirma por ejemplo, con temprana lucidez: “una de las
paradojas de la época –y no es de las menores–
radica en que los artistas peleamos por un mundo que tal vez será inhabitable
para nosotros”. Pero en su mirada, ya desde entonces –en
esos “años de formación”– la discusión entre escritores no pasa tanto por sus
posiciones políticas respecto de la realidad social, sino sobre sus posiciones
políticas en el campo del arte. “Al hablar de nuevos escritores (Rozenmacher,
Briante, yo mismo) es importante recordar que lo son no por una cuestión
generacional, sino porque tienen del arte una idea diferente a la que tenían
los escritores que lo precedieron” (quizás allí, y no en la cuestión “etaria”, radica
la “delimitación generacional”).
Algo
de eso aparece de manera más clara y contundente cuando en otra entrada del diario
escribe: “la política tiene sus propios registros y modos, que no se pueden aplicar
directamente sobre la literatura o la cultura. No quiere decir que sean
autónomos, sólo quiere decir que tienen sus formas propias de discutir y de `hacer`
lo que llamamos política, o sea que tienen sus propias relaciones de poder”.
Así,
el diario aparece poblado de entradas que dan cuenta de la Buenos Aires de
aquellos años, de las lecturas y discusiones literarias, artísticas y
políticas, pero también, en su lectura, podemos sumergirnos en la cocina de
cómo se fabrica un escritor o, al menos, del modo en que Renzi da cuenta de
cómo Piglia se fue constituyendo como tal. Y el rol que los cuadernos jugaron
en ese camino, que es al fin y al cabo el de toda su vida adulta. “Leo lo que
escribí en estos cuadernos, desorden de los sentimientos”, puede leerse en la
entrada del jueves 13 de octubre de 1961, en la que luego agrega: “busco una
poética personal que aquí no se ve (todavía)”. Para luego rematar: “un diario registra
los hechos mientras suceden. No los recuerda, sólo los registra en presente.
Cuando leo lo que escribí en el pasado encuentro bloques de experiencia y sólo
la lectura permite reconstruir una historia que se desplaza a lo largo del tiempo.
Lo que sucede se entiende después”.
Resulta
evidente, leyendo los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi, que
somos nosotres quienes vamos comprendiendo, poco a poco, que la magistralidad
de la narrativa y la crítica literaria de Piglia se fueron fabricando en gran
medida al calor de la escritura misma de esos cuadernos.
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