Su figura, sobre todo su voz, sus ademanes –para decirlo con David Viñas– me producen una ternura infinita. Hace unas semanas que lo vengo leyendo, releyendo, escuchando y volviendo a escuchar, libreta y lapicera en mano, para tomar apuntes esta vez.
Una vez en la vida lo vi a Horacio González. Ni siquiera
fue un mano a mano puesto que nos recibió (a una delegación de los
metrodelegados) en la Biblioteca Nacional. Sería el año 2010. Lo recuerdo
porque recién salía mi primer libro, “De Cutral Có a Puente Pueyrredón” y al
regalárselo él hizo un comentario elocuente sobre el título y mencionó a
Eduardo Rinesi –quien había escrito el prólogo– como un “entrañable amigo”.
Entonces trabajaba como boletero en la Línea B,
participaba en el armado del nuevo sindicato y estábamos por lanzar el Nº1 de “Acoplando”
(revista cultural del gremio, ¡con un nombre tremendamente deleuziano-guattariano!).
Horacio dijo que sería bueno hacer una biblioteca ambulante en el subte, dejar
libros en las formaciones, repartir otros en las estaciones. La idea nunca se concretó,
pero me sorprendió su energía, su voluntad desmesurada de lector.
Entonces lo había leído, pero no tanto como en los
últimos tiempos (ahora con la guía bibliográfica elaborada por Guillermo Korn
en mano). No fui su alumno, su compañero de ruta, su discípulo, su amigo… y,
sin embargo, siento que lo extraño. Extraño saber que está vivo, imaginarlo en
algún bar (El Británico de San Telmo, Margot de Boedo –donde lo crucé una vez
de casualidad–), café sobre la mesa, reflexionando sobre la coyuntura, para
luego pronunciar alguna palabra pública que no sea vana, que pudiera contribuir
a pensar algo.
Hoy, día en que se cumplen 4 años de su partida, me digo
que estuvo muy bien rebautizar nuestra Escuela de Filosofía del Instituto
Plebeyo con su nombre, el que mejor cuaja para repensar los vínculos entre
izquierda y mundo nacional-popular, entre peronismo y emancipación. Hace unos
días leí el libro de Cintia Córdoba que me arrimó María Pía López y subrayé la
frase “badiouiana” que se interroga sobre cómo pensar hoy la fuerza de la idea
de “revolución”, en un mundo que proclama “vive sin ideas”. Muy gonzaliana –pienso–,
también, la frase.
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