Ser escritor, para Kafka quiere, decir escribir en esas condiciones (sin cortes, sin interrupciones, aislado de todo), escribe Ricardo Piglia en “El último lector”, donde también agrega:
Hoy se
conmemora un nuevo aniversario del nacimiento de uno de los escritores
fundamentales del siglo (XX), del que han escrito pensadores de la talla de
Benjamin, Adorno, Derrida, Deleuze y Guattari (entre otros).
Ayer
estuvimos trabajando sobre sus “Diarios” en el Taller “Escrituras sintomáticas
y modos de vida" y hoy hice una editorial en AM 830, recuperando aquello
que Piglia plantea en su novela “Respiración artificial” sobre el encuentro
entre Frantz y Adolf, en 1909, cuando aún no es el Hitler que todos conocemos,
para pensar desde allí la coyuntura argentina actual, la figura payasesca de
Javier Milei de la que a veces nos reímos y la advertencia de no tomar con
tanto cinismo lo que sucede.
Escribe
Piglia:
El
hombre que sabe oír por debajo del murmullo incesante de las víctimas las
palabras que anuncian otro tipo de verdad… la utopía atroz de un mundo
convertido en una inmensa colonia penitenciaria. La máquina del mal que graba
su mensaje es la carne de las víctimas. Las palabras preparan el camino, son
precursoras de los actos venideros, la chispa de los incendios futuros.
Kafka
supo ver hasta en el detalle más preciso cómo se acumulaba el horror. Esa
novela presenta en un modo alucinante el modelo clásico del Estado convertido
en instrumento de terror. Describe la maquinaria anónima de un mundo donde
todos pueden ser acusados y culpables, la siniestra inseguridad que el
totalitarismo insinúa en la vida de los hombres, el aburrimiento sin rostro de
los asesinos, el sadismo furtivo. Desde que Kafka escribió ese libro, el golpe nocturno
ha llegado a innumerables puertas y el nombre de los que fueron arrastrados a
morir como un perro, igual que Joseph K., es Legión. Kafka, Renzi, dijo Tardewski,
sabía oír. Estaba atento al murmullo enfermizo de la historia.
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