viernes, 18 de octubre de 2013

La clase obrera: ¿ya no quiere el paraíso?

Nota publicada en Deodoro, revista cultural de la Universidad Nacional de Córdoba

Mariano Pacheco- Octubre de 2013

El 40 aniversario de la realización del Primer Encuentro Nacional de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) en Río Cevallos (Provincia de Córdoba), puede funcionar como inspiración para un debate urgente de la actualidad: el rol de los trabajadores en las confrontaciones políticas de la Argentina contemporánea.




Este año tiene la característica de estar poblado de importantes aniversarios para los sectores populares de nuestro país, más allá de los sentidos que cada sector político otorgue a cada uno de los acontecimientos: 200 años transcurridos desde la abolición de la esclavitud; 40 del camporismo; 30 del retorno de la democracia; 10 años de kirchnerismo. Por eso resulta sintomático –sobre todo teniendo en cuenta el afán memorialístico de los últimos años- que hayan pasado tan desapercibidos los 40 años de la realización del Primer Encuentro Nacional de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Encuentro que tuvo lugar en la ciudad de Río Cevallos, Provincia de Córdoba, los días 25 y 26 de agosto de 1973.
El “Frente de masas” con mayor relevancia estratégica para Montoneros, aclara que “la JTP nace como una corriente político gremial en el seno del Movimiento Obrero Organizado, haciendo suyas las experiencias y las luchas de la clase obrera argentina y fijándose como objetivos producir el trasvasamiento sindical para el Socialismo Nacional”. En sus lineamientos políticos –definidos en el Encuentro– sostienen que “los trabajadores somos el reaseguro histórico del proceso revolucionario, somos al columna vertebral del Movimiento Peronista y la clase social alrededor de la cual se aglutinan otros sectores populares y la que en forma principal ha protagonizado todos estos años de lucha”.
Cuatro décadas no pasan en vano. La actual composición de la clase obrera argentina – producto de las transformaciones estructurales impuestas tras la ofensiva neoliberal– es heterogénea y está signada por la precarización laboral, la subocupación y sobreocupación masiva, si bien en los últimos años la masa de desempleados ha disminuido considerablemente (4 millones de nuevos puestos de trabajo se crearon desde 2003 a hoy). De la mano de este proceso, el rol económico y político que históricamente ha tenido el movimiento sindical en nuestro país, ha mutado de una manera impensada antes del golpe cívico-militar de 1976. No es de extrañar, si tenemos en cuenta que la represión se concentró en esta clase (80% de los detenidos-desaparecidos eran asalariados y el 30% obreros industriales) y que las cúpulas de los sindicatos fueron por lo general cómplices y parte de la ofensiva conservadora (el devenir empresario de los dirigentes sindicales no es más que una consecuencia de este proceso). De allí que la reconstitución de experiencias democráticas y participativas al interior del movimiento obrero aparezcan, en los últimos años, como una novedad. Por más que retomen y recuperen el largo historial que cuenta en el haber de la clase trabajadora argentina. Por otro lado, cabe destacar que el protagonismo de la resistencia popular antineoliberal (y las nuevas luchas que surgirán contra los distintos poderes presentes en nuestra sociedad) va a recaer en sectores periféricos al movimiento obrero organizado.
El asesinato de Mariano Ferreyra a manos de una “patota” sindical (el 20 de octubre de 2010, en Barracas, luego de que los obreros ferroviarios “tercerizados” del ramal Roca protagonizaran una protesta sobre las vías) volvió a poner en discusión un tema que cada tanto aparece en la agenda política nacional: que una nueva corriente, desde abajo, viene emergiendo al interior del movimiento obrero. Una tendencia sindical de base que promueve la participación y la democracia desde lógicas que nada tienen que ver con los modos tradicionales. El caso del Cuerpo de Delegados del Subterráneo de Buenos Aires, que luego de una década de enfrentamiento con la dirigencia de la Unión Tranviaria Automotor (UTA), conformó una nueva asociación gremial, es un ejemplo –puntual, pero un ejemplo al fin– de ese proceso.
Por supuesto, las experiencias que han aparecido como una novedad en los últimos años no son generalizables. Y la actual situación del movimiento obrero (con cuatro o cinco centrales sindicales), resulta verdaderamente inédita. Así y todo, no deja de ser llamativo que entre las fuerzas progresistas y de izquierda, por lo general, el desarrollo político al interior del movimiento obrero no sea una tarea política de primer orden. Y eso no significa caer en el reduccionismo “sindicalista”. Entiendo que un proyecto que pretenda transformar la sociedad (la economía y la política), no puede dejar de tener en cuenta la importancia de ir gestando una nueva cultura, donde los valores, las simbolizaciones, los sentimientos y deseos, sean tenidos en cuenta junto con las formas de entender la realidad (la conciencia crítica).
Si rescato algunas experiencias puntuales es porque creo que es a partir del ejemplo y el entusiasmo que contagian que nuevas experiencias podrán abrirse paso. Y el entusiasmo suele contagiarse cuando las luchas y los procesos de organización cambian, al menos parcialmente, el estatus quo. El del subterráneo es uno de los pocos ejemplos en donde un sector del movimiento obrero logró resistir la tercerización y la precarización, y libró luchas por la estabilidad laboral, mejorando las condiciones de trabajo y elevando sus ingresos. Si esto fue posible ha sido, en gran medida, porque han ido avanzando con pasos firmes. El movimiento de la clase trabajadora logra avanzar, por lo general, cuando en sus luchas se van conquistando pequeñas victorias. Por más que éstas sean transitorias, como supo señalar Karl Marx en El Manifiesto Comunista. Esta revalorización de las pequeñas victorias se torna fundamental, ya que como suele afirmar el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, no basta con victorias políticas: las movilizaciones, las luchas deben traer triunfos materiales.
De allí la importancia de construir dinámicas sindicales que libren batallas en el plano político, económico y cultural, al mismo tiempo, buscando cambiar las formas del accionar sindical, recuperando la vasta trayectoria obrera que, en nuestro país, ha buscado tomar en sus manos, también, otras esferas de la vida colectiva. Las tormentosas batallas políticas de la argentina contemporánea reclaman una mayor participación de los trabajadores. Para ello se torna indispensable la irrupción de una nueva manera de entender y practicar la acción sindical. Por supuesto: no hay recetas. Y las experiencias de otros tiempos –como la mencionada de la JTP– solo pueden aportar en tanto inspiración y ejemplo, pero se sabe: no hay réplicas posibles en el accionar político. 
Hubo un pensador (Federico Nietzsche), que supo advertir con lucidez sobre los “perjuicios de la historia para vida”, en la medida en que el ayer obstaculice, obstruya las posibilidades de gestar un espacio para la invención en el presente. Coincido. Pero también recuerdo que Nietzsche rescató las potencialidades de una historia que pueda servir para poder interrumpir el andar, mirar hacia atrás y volver a respirar (“¿De qué sirve entonces al hombre del presente la consideración monumental del pasado, la ocupación con lo clásico y raro de épocas pretéritas? Saca de ellos la consecuencia de que lo grande que alguna vez existió fue en todo caso alguna vez posible y por lo tanto también será posible de nuevo alguna vez; puede seguir con más ánimo su marcha…”).
Más que inscribir las prácticas actuales en una determinada tradición (que nunca deja de ser imposición de un pasado como autoridad), entonces, sospecho que hoy en día resulta más productivo rescatar legados que permitan radicalizar la imaginación política contemporánea.



No hay comentarios:

Publicar un comentario