Mariano Pacheco- Octubre de 2013
El
40 aniversario de la realización del Primer Encuentro Nacional de la Juventud
Trabajadora Peronista (JTP) en Río Cevallos (Provincia de Córdoba), puede
funcionar como inspiración para un debate urgente de la actualidad: el rol de
los trabajadores en las confrontaciones políticas de la Argentina
contemporánea.
Este
año tiene la característica de estar poblado de importantes aniversarios para
los sectores populares de nuestro país, más allá de los sentidos que cada
sector político otorgue a cada uno de los acontecimientos: 200 años
transcurridos desde la abolición de la esclavitud; 40 del camporismo; 30 del
retorno de la democracia; 10 años de kirchnerismo. Por eso resulta sintomático
–sobre todo teniendo en cuenta el afán
memorialístico de los últimos años- que hayan pasado tan desapercibidos los
40 años de la realización del Primer Encuentro Nacional de la Juventud
Trabajadora Peronista (JTP). Encuentro que tuvo lugar en la ciudad de Río Cevallos,
Provincia de Córdoba, los días 25 y 26 de agosto de 1973.
El
“Frente de masas” con mayor relevancia estratégica para Montoneros, aclara que
“la JTP nace como una corriente político gremial en el seno del Movimiento
Obrero Organizado, haciendo suyas las experiencias y las luchas de la clase
obrera argentina y fijándose como objetivos producir el trasvasamiento sindical
para el Socialismo Nacional”. En sus lineamientos políticos –definidos en el
Encuentro– sostienen que “los trabajadores somos el reaseguro histórico del
proceso revolucionario, somos al columna vertebral del Movimiento Peronista y
la clase social alrededor de la cual se aglutinan otros sectores populares y la
que en forma principal ha protagonizado todos estos años de lucha”.
Cuatro
décadas no pasan en vano. La actual composición de la clase obrera argentina – producto de las transformaciones
estructurales impuestas tras la ofensiva neoliberal– es heterogénea y está signada
por la precarización laboral, la subocupación y sobreocupación masiva, si bien
en los últimos años la masa de desempleados ha disminuido considerablemente (4
millones de nuevos puestos de trabajo se crearon desde 2003 a hoy). De la mano
de este proceso, el rol económico y político que históricamente ha tenido el
movimiento sindical en nuestro país, ha mutado de una manera impensada antes
del golpe cívico-militar de 1976. No es de extrañar, si tenemos en cuenta que
la represión se concentró en esta clase (80% de los detenidos-desaparecidos
eran asalariados y el 30% obreros industriales) y que las cúpulas de los sindicatos
fueron por lo general cómplices y parte de la ofensiva conservadora (el devenir
empresario de los dirigentes sindicales no es más que una consecuencia de este
proceso). De allí que la reconstitución de experiencias democráticas y participativas
al interior del movimiento obrero aparezcan, en los últimos años, como una
novedad. Por más que retomen y recuperen el largo historial que cuenta en el
haber de la clase trabajadora argentina. Por otro lado, cabe destacar que el
protagonismo de la resistencia popular antineoliberal (y las nuevas luchas que
surgirán contra los distintos poderes presentes en nuestra sociedad) va a
recaer en sectores periféricos al movimiento obrero organizado.
El
asesinato de Mariano Ferreyra a manos de una “patota” sindical (el 20 de
octubre de 2010, en Barracas, luego de que los obreros ferroviarios
“tercerizados” del ramal Roca protagonizaran una protesta sobre las vías)
volvió a poner en discusión un tema que cada tanto aparece en la agenda
política nacional: que una nueva corriente, desde abajo, viene emergiendo al
interior del movimiento obrero. Una tendencia sindical de base que promueve la
participación y la democracia desde lógicas que nada tienen que ver con los
modos tradicionales. El caso del Cuerpo de Delegados del Subterráneo de Buenos
Aires, que luego de una década de enfrentamiento con la dirigencia de la Unión
Tranviaria Automotor (UTA), conformó una nueva asociación gremial, es un
ejemplo –puntual, pero un ejemplo al fin– de ese proceso.
Por
supuesto, las experiencias que han aparecido como una novedad en los últimos
años no son generalizables. Y la actual situación del movimiento obrero (con
cuatro o cinco centrales sindicales), resulta verdaderamente inédita. Así y
todo, no deja de ser llamativo que entre las fuerzas progresistas y de
izquierda, por lo general, el desarrollo político al interior del movimiento
obrero no sea una tarea política de primer orden. Y eso no significa caer en el
reduccionismo “sindicalista”. Entiendo que un proyecto que pretenda transformar la sociedad
(la economía y la política), no puede dejar de tener en cuenta la importancia
de ir gestando una nueva cultura, donde los valores, las simbolizaciones, los
sentimientos y deseos, sean tenidos en cuenta junto con las formas de entender
la realidad (la conciencia crítica).
Si rescato algunas experiencias puntuales es
porque creo que es a partir del ejemplo y el entusiasmo que contagian que
nuevas experiencias podrán abrirse paso. Y el entusiasmo suele contagiarse
cuando las luchas y los procesos de organización cambian, al menos
parcialmente, el estatus quo. El del
subterráneo es uno de los pocos ejemplos en donde un sector del movimiento
obrero logró resistir la tercerización y la precarización, y libró luchas por
la estabilidad laboral, mejorando las condiciones de trabajo y elevando sus
ingresos. Si esto fue posible ha sido, en gran medida, porque han ido avanzando
con pasos firmes. El movimiento de la clase trabajadora logra avanzar, por lo
general, cuando en sus luchas se van conquistando pequeñas victorias. Por más
que éstas sean transitorias, como supo señalar Karl Marx en El Manifiesto Comunista. Esta revalorización de las pequeñas victorias se torna
fundamental, ya que como suele afirmar el Movimiento de los Trabajadores
Rurales Sin Tierra de Brasil, no basta con victorias políticas: las
movilizaciones, las luchas deben traer triunfos materiales.
De
allí la importancia de construir dinámicas sindicales que libren batallas en el
plano político, económico y cultural, al mismo tiempo, buscando cambiar las
formas del accionar sindical, recuperando la vasta trayectoria obrera que, en
nuestro país, ha buscado tomar en sus manos, también, otras esferas de la vida
colectiva. Las tormentosas batallas políticas de la argentina contemporánea
reclaman una mayor participación de los trabajadores. Para ello se torna
indispensable la irrupción de una nueva manera de entender y practicar la
acción sindical. Por supuesto: no hay recetas. Y las experiencias de otros
tiempos –como la mencionada de la JTP– solo pueden aportar en tanto inspiración
y ejemplo, pero se sabe: no hay réplicas posibles en el accionar político.
Hubo
un pensador (Federico Nietzsche), que supo advertir con lucidez sobre los
“perjuicios de la historia para vida”, en la medida en que el ayer obstaculice,
obstruya las posibilidades de gestar un espacio para la invención en el
presente. Coincido. Pero también recuerdo que Nietzsche rescató las
potencialidades de una historia que pueda servir para poder interrumpir el
andar, mirar hacia atrás y volver a respirar (“¿De qué sirve entonces al hombre
del presente la consideración monumental del pasado, la ocupación con lo
clásico y raro de épocas pretéritas? Saca de ellos la consecuencia de que lo
grande que alguna vez existió fue en todo caso alguna vez posible y por lo
tanto también será posible de nuevo alguna vez; puede seguir con más ánimo su
marcha…”).
Más
que inscribir las prácticas actuales en una determinada tradición (que nunca
deja de ser imposición de un pasado como autoridad), entonces, sospecho que hoy
en día resulta más productivo rescatar legados que permitan radicalizar la
imaginación política contemporánea.
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