lunes, 4 de noviembre de 2013

Evita en la literatura argentina y las luchas por la diversidad

“Volveré y seré millones”, sentenció Eva Perón en vida. Lo que seguramente nunca imaginó es que retornaría, luego de su muerte, para ser un personaje literario devenido travesti, drogadicta o puta-reventada, que encima se enorgullece de su condición.

Por Mariano Pacheco 


Así es la literatura, ¿no? Posee un potencial subversivo que se aventura, sin muchos rodeos, a decir cosas que ningún otro discurso se atrevería a decir. Y así sucedió en la década del 70, al menos, con dos importantes autores: Copi y Néstor Perlongher, quienes tomaron al mito político más potente del peronismo para triturarlo en su dramaturgia y narrativa.
En 1969, al publicar Eva Perón, Copi hace ingresar por primera vez en la literatura argentina a una Evita viva y con su propia voz. Lo hace de un modo extraño, puesto que la obra es escrita en francés y en su estreno en París, el 2 de marzo de 1970, es protagonizada por un hombre. No en vano la obra de Copi -como se hizo llamar, tomando el apodo de su padre, el historietista, dramaturgo y escritor argentino Raúl Damonte Botana- sufrió un atentado en el Teatro I`Epée-de-Bois.
No quisiera, de todos modos, hacer un recorrido exhaustivo de esta obra en la cual Evita -en una línea casi borgeana de interpretación del peronismo- aparece como simulacro: no es mujer sino hombre (o, más bien, un travesti); no tiene cáncer sino que aparenta la enfermedad; no le importan sus descamisados sino sus camisas, joyas y vestidos; y, finalmente, no muere sino que mata a su enfermera, colocando el cadáver en su lugar y dándose a la fuga.
Me interesa de Copi, sí, que abra la puerta para que una Evita con vida y voz propia ingrese en la literatura. Porque por primera vez aparece una pieza que ya no se titula con evasivas, como en Juan Carlos Onetti (“Ella”), David Viñas (“La señora muerta”), o Rodolfo Walsh (“Esa mujer”), sino que lleva su nombre y apellido. Y posee, además, ese componente subversivo de presentar a Evita como un travesti. En su libro dedicado a Copi, César Aira destaca que, en realidad, no hay nada que indique en la obra que el personaje es un travesti, más allá de ser interpretado por un hombre. Pero que, de todos modos, “su travestismo se sostiene en el sistema mismo: si no es la Santa de los humildes, la Abanderada de los Trabajadores (y esta Evita harto demuestra no serlo), tampoco necesita ser una mujer. La representación de la mujer es una mentira”.
Tengamos en cuenta que la del 60 es la década en que aparecen las primeras cirugías para realizar cambios de sexo. Hace pocos años que el concepto de travestismo ha ingresado en la literatura y el psicoanálisis, y todavía pesa en cierto sentido común instalado en la sociedad la interpretación vigente en el campo de las ciencias médicas de comienzos del siglo, que planteaba básicamente que el travestismo, la transexualidad y la homosexualidad eran prácticas anómalas que se desviaban del modelo normal de conductas. Es decir, que eran -tal como plantea la antropóloga argentina Josefina Fernández- prácticas caracterizadas como enfermedades, “aberraciones sexuales” que era necesario tratar para corregir, conocer para curar (Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género).

Subvertir las costumbres
1969 es, además del año de escritura de la obra de Copi, el año en el cual se producen en  el país (más precisamente en los suburbios porteños), los primeros intentos de organización homosexual. De allí en más y hasta el golpe de marzo de 1976, la organización y las luchas de los homosexuales (a pesar de sus intentos) van a estar pobladas de desencuentros en relación con el resto de las luchas que los distintos sectores populares van a librar en el período, sea desde el peronismo o desde la izquierda. Veamos brevemente este proceso tan poco conocido.
Impulsado por militantes comunistas degradados del partido por su condición homosexual, el Grupo Nuestro Mundo va fundar, en agosto de 1971, el Frente de Liberación Homosexual, luego de un previo contacto con intelectuales gays que se suman a la nueva iniciativa. El FLH se autodefinió como “un movimiento anticapitalista, antiimperialista y antiautoritario, cuya contribución pretende ser el rescate para la liberación de una de las áreas a través de las cuales se posibilita y sostiene la dominación de la mujer y del hombre por el hombre, en el convencimiento de que ninguna revolución es completa y por lo tanto, exitosa, si no subvierte la estructura ideológica íntimamente internalizada por los miembros de la sociedad de dominación”.
Surgido y desarrollado en la clandestinidad, con escasos recursos, organizado como una red de grupos autónomos, el FLH llegó a nuclear unos diez grupos, integrados por unos diez militantes cada uno, con una periferia de simpatizantes extendida no sólo en la ciudad de Buenos Aires, sino también en Córdoba, Mendoza y Mar del Plata, donde desarrollaron acciones en un marco de unidad con las feministas locales. La línea de cordiales relaciones con Unión Feminista Argentina y Movimiento de Liberación Femenina -las dos principales organizaciones feministas del país- se dio desde el inicio y de manera permanente.
Son los años del Cordobazo; de la CGT de los Argentinos; de la emergencia de sectores clasistas al interior del movimiento obrero; de la ligazón de los sectores juveniles, universitarios, con el peronismo, que por primera vez en casi dos décadas visualiza posibilidades reales de volver a la Casa Rosada; de surgimiento de organizaciones armadas; de puebladas y enfrentamientos masivos a la represión que ejerce la dictadura; de ligazón de la cuestión nacional con la social (sectores del peronismo toman como bandera la perspectiva del socialismo y sectores de la izquierda asumen la identidad peronista). De allí que Néstor Perlongher, en su artículo “La historia del Frente de Liberación Homosexual de la Argentina”, plantee que “tanto la sincera necesidad de liberarse de un machismo profundamente anclado en la sociedad argentina, como la convicción de que esa liberación no podía sino producirse en el marco de una transformación revolucionaria de las estructuras sociales vigentes, constituyen elementos constitutivos del movimiento gay argentino, que aparecen constantemente a lo largo de toda su historia”.
Y sin embargo, en el plano de la subversión de las costumbres, los desencuentros entre quienes emprenden las luchas minoritarias (aun con esta perspectiva más amplia) y el resto de quienes protagonizan las luchas por la liberación nacional y social, o por la emancipación de los trabajadores -según las jergas- no fue menor. Es que como señalan los pensadores franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, “es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver al fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas” (“Micropolítica y segmentaridad”, en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia). O como reza la consiga del FLH: “El fascismo es el machismo de entre casa”.
Guattari, por su parte, ha planteado estos temas en distintas oportunidades y con mucha claridad: es necesario -dice- construir una práctica que se oponga punto por punto a los hábitos represivos, al burocratismo y al maniqueísmo moralizante que suele contaminar a los movimientos revolucionarios (“Micropolítica del deseo”). Obviamente, no es que sean luchas que se excluyen entre sí: “por una parte -insiste Guattari- la lucha de clases, la lucha revolucionaria de liberación, que suponen la existencia de máquinas de acción capaces de oponerse globalmente a las fuerzas opresivas, funcionando para ello de acuerdo a un cierto centralismo, o por lo menos un mínimo de coordinación; por otra parte -insiste- la lucha en el frente del deseo, en el frente de los agenciamientos colectivos que proceden a un análisis permanente de la subversión en todos los niveles del poder” (“Las luchas del deseo y el psicoanálisis”).  
Sin embargo, en nuestro país, tendrán que pasar muchos años para que planteos de este tipo sean tomados por las izquierdas y los sectores más progresistas del peronismo. En Latinoamérica, los quiebres conceptuales que produjeron acontecimientos políticos como el mayo francés no tendrán mucha cabida durante los años 70.
La militancia gay en Argentina, por ejemplo, a pesar de haber llamado a votar contra la dictadura de Lanusse, de haber participado en algunas movilizaciones por el retorno de Perón y en la asunción de Cámpora al gobierno (donde fueron agredidos por la derecha peronista y defendidos por la Juventud Peronista encuadrada en la Tendencia Revolucionaria), no logró que sus planteos fueran tomados por las fuerzas políticas que pugnaban por un cambio. El único sector de la izquierda que le dio un relativo apoyo al FLH fue el trotskismo: el Partido Socialista de los Trabajadores (aunque tampoco lo hizo públicamente), reconoció sus reivindicaciones y algunos grupos troskistas fueron de los únicos en “no correrse de su lado” cuando su columna se sumó a la movilización de repudio por el Golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet en Chile, en septiembre de 1973. Tampoco logró nunca, el FLH, entrevistarse con la dirección de la JP. Es más, públicamente, desde la JP negaron tener participación de sectores gays en sus filas.
Aunque seguramente el colmo del desencuentro se produjo con la respuesta que La Tendencia dio al planteo de la derecha peronista, que sostuvo a través de una campaña de propaganda que “los de la guerrilla” eran “todos drogadictos y homosexuales”. Con gran inventiva por cierto, pero con escasa tolerancia política hacia estos sectores, la izquierda peronista lanzó la consigna “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de las FAR y Montoneros”, que fue coreada por miles de militantes. Por supuesto, después de eso, no hubo mucho más por hacer. Cuarenta años después, la situación parece haber cambiado enormemente y hoy en día las luchas de las minorías por la diversidad sexual son un elemento importante dentro de la torrentosa coyuntura política nacional.
Evidentemente, y al menos por varios años, sólo en la literatura la figura de Evita pudo tener algún nivel de filiación con los planteos de las feministas, las travestis, los gays y las lesbianas.
Cuánta razón tuvo Ricardo Piglia, cuando en su libro Formas breves sostuvo: “La literatura permite pensar lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es”. 


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