“Volveré y seré millones”, sentenció Eva
Perón en vida. Lo que seguramente nunca imaginó es que retornaría, luego de su
muerte, para ser un personaje literario devenido travesti, drogadicta o
puta-reventada, que encima se enorgullece de su condición.
Por Mariano Pacheco
Así
es la literatura, ¿no? Posee un potencial subversivo que se aventura, sin
muchos rodeos, a decir cosas que ningún otro discurso se atrevería a decir. Y
así sucedió en la década del 70, al menos, con dos importantes autores: Copi y Néstor
Perlongher, quienes tomaron al mito político más potente del peronismo para
triturarlo en su dramaturgia y narrativa.
En
1969, al publicar Eva Perón,
Copi hace ingresar por primera vez en la literatura argentina a una Evita viva
y con su propia voz. Lo hace de un modo extraño, puesto que la obra es escrita
en francés y en su estreno en París, el 2 de marzo de 1970, es protagonizada
por un hombre. No en vano la obra de Copi -como se hizo llamar, tomando el
apodo de su padre, el historietista, dramaturgo y escritor argentino Raúl
Damonte Botana- sufrió un atentado en el Teatro I`Epée-de-Bois.
No
quisiera, de todos modos, hacer un recorrido exhaustivo de esta obra en la cual
Evita -en una línea casi borgeana de interpretación del peronismo- aparece
como simulacro: no es mujer sino hombre (o, más bien, un travesti); no
tiene cáncer sino que aparenta la enfermedad; no le importan sus descamisados
sino sus camisas, joyas y vestidos; y, finalmente, no muere sino que mata a su
enfermera, colocando el cadáver en su lugar y dándose a la fuga.
Me
interesa de Copi, sí, que abra la puerta para que una Evita con vida y voz
propia ingrese en la literatura. Porque por primera vez aparece una pieza que
ya no se titula con evasivas, como en Juan Carlos Onetti (“Ella”), David Viñas
(“La señora muerta”), o Rodolfo Walsh (“Esa mujer”), sino que lleva su nombre y
apellido. Y posee, además, ese componente subversivo de presentar a Evita como
un travesti. En su libro dedicado a Copi, César Aira destaca que, en realidad,
no hay nada que indique en la obra que el personaje es un travesti, más allá de
ser interpretado por un hombre. Pero que, de todos modos, “su travestismo se
sostiene en el sistema mismo: si no es la Santa de los humildes, la Abanderada
de los Trabajadores (y esta Evita harto demuestra no serlo), tampoco necesita
ser una mujer. La representación de la mujer es una mentira”.
Tengamos
en cuenta que la del 60 es la década en que aparecen las primeras cirugías para
realizar cambios de sexo. Hace pocos años que el concepto de travestismo ha
ingresado en la literatura y el psicoanálisis, y todavía pesa en cierto sentido
común instalado en la sociedad la interpretación vigente en el campo de las
ciencias médicas de comienzos del siglo, que planteaba básicamente que el
travestismo, la transexualidad y la homosexualidad eran prácticas anómalas que
se desviaban del modelo normal de conductas. Es decir, que eran -tal como
plantea la antropóloga argentina Josefina Fernández- prácticas caracterizadas
como enfermedades, “aberraciones sexuales” que era necesario tratar para
corregir, conocer para curar (Cuerpos
desobedientes. Travestismo e identidad de género).
Subvertir las costumbres
1969
es, además del año de escritura de la obra de Copi, el año en el cual se
producen en el país (más precisamente en los suburbios porteños), los
primeros intentos de organización homosexual. De allí en más y hasta el golpe
de marzo de 1976, la organización y las luchas de los homosexuales (a pesar de
sus intentos) van a estar pobladas de desencuentros en relación con el resto de
las luchas que los distintos sectores populares van a librar en el período, sea
desde el peronismo o desde la izquierda. Veamos brevemente este proceso tan poco
conocido.
Impulsado
por militantes comunistas degradados del partido por su condición homosexual,
el Grupo Nuestro Mundo va fundar, en agosto de 1971, el Frente de Liberación
Homosexual, luego de un previo contacto con intelectuales gays que se suman a
la nueva iniciativa. El FLH se autodefinió como “un movimiento anticapitalista,
antiimperialista y antiautoritario, cuya contribución pretende ser el rescate
para la liberación de una de las áreas a través de las cuales se posibilita y
sostiene la dominación de la mujer y del hombre por el hombre, en el
convencimiento de que ninguna revolución es completa y por lo tanto, exitosa,
si no subvierte la estructura ideológica íntimamente internalizada por los
miembros de la sociedad de dominación”.
Surgido
y desarrollado en la clandestinidad, con escasos recursos, organizado como una
red de grupos autónomos, el FLH llegó a nuclear unos diez grupos, integrados
por unos diez militantes cada uno, con una periferia de simpatizantes extendida
no sólo en la ciudad de Buenos Aires, sino también en Córdoba, Mendoza y Mar
del Plata, donde desarrollaron acciones en un marco de unidad con las
feministas locales. La línea de cordiales relaciones con Unión Feminista
Argentina y Movimiento de Liberación Femenina -las dos principales
organizaciones feministas del país- se dio desde el inicio y de manera
permanente.
Son
los años del Cordobazo; de la CGT de los Argentinos; de la emergencia de
sectores clasistas al interior del movimiento obrero; de la ligazón de los
sectores juveniles, universitarios, con el peronismo, que por primera vez en
casi dos décadas visualiza posibilidades reales de volver a la Casa Rosada; de
surgimiento de organizaciones armadas; de puebladas y enfrentamientos masivos a
la represión que ejerce la dictadura; de ligazón de la cuestión nacional con la
social (sectores del peronismo toman como bandera la perspectiva del socialismo
y sectores de la izquierda asumen la identidad peronista). De allí que Néstor
Perlongher, en su artículo “La historia del Frente de Liberación Homosexual de
la Argentina”, plantee que “tanto la sincera necesidad de liberarse de un
machismo profundamente anclado en la sociedad argentina, como la convicción de
que esa liberación no podía sino producirse en el marco de una transformación
revolucionaria de las estructuras sociales vigentes, constituyen elementos
constitutivos del movimiento gay argentino, que aparecen constantemente a lo
largo de toda su historia”.
Y
sin embargo, en el plano de la subversión de las costumbres, los desencuentros
entre quienes emprenden las luchas minoritarias (aun con esta perspectiva más
amplia) y el resto de quienes protagonizan las luchas por la liberación
nacional y social, o por la emancipación de los trabajadores -según las jergas-
no fue menor. Es que como señalan los pensadores franceses Gilles Deleuze y
Félix Guattari, “es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver al
fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con
moléculas personales y colectivas” (“Micropolítica y segmentaridad”, en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia).
O como reza la consiga del FLH: “El fascismo es el machismo de entre casa”.
Guattari,
por su parte, ha planteado estos temas en distintas oportunidades y con mucha
claridad: es necesario -dice- construir una práctica que se oponga punto por
punto a los hábitos represivos, al burocratismo y al maniqueísmo moralizante
que suele contaminar a los movimientos revolucionarios (“Micropolítica del
deseo”). Obviamente, no es que sean luchas que se excluyen entre sí: “por una
parte -insiste Guattari- la lucha de clases, la lucha revolucionaria de
liberación, que suponen la existencia de máquinas de acción capaces de oponerse
globalmente a las fuerzas opresivas, funcionando para ello de acuerdo a un
cierto centralismo, o por lo menos un mínimo de coordinación; por otra parte
-insiste- la lucha en el frente del deseo, en el frente de los agenciamientos
colectivos que proceden a un análisis permanente de la subversión en todos
los niveles del poder” (“Las luchas del deseo y el psicoanálisis”).
Sin
embargo, en nuestro país, tendrán que pasar muchos años para que planteos de
este tipo sean tomados por las izquierdas y los sectores más progresistas del
peronismo. En Latinoamérica, los quiebres conceptuales que produjeron
acontecimientos políticos como el mayo francés no tendrán mucha cabida durante
los años 70.
La
militancia gay en Argentina, por ejemplo, a pesar de haber llamado a votar
contra la dictadura de Lanusse, de haber participado en algunas movilizaciones por
el retorno de Perón y en la asunción de Cámpora al gobierno (donde fueron
agredidos por la derecha peronista y defendidos por la Juventud Peronista
encuadrada en la Tendencia Revolucionaria), no logró que sus planteos fueran
tomados por las fuerzas políticas que pugnaban por un cambio. El único sector
de la izquierda que le dio un relativo apoyo al FLH fue el trotskismo: el
Partido Socialista de los Trabajadores (aunque tampoco lo hizo públicamente),
reconoció sus reivindicaciones y algunos grupos troskistas fueron de los únicos
en “no correrse de su lado” cuando su columna se sumó a la movilización de
repudio por el Golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet en Chile, en
septiembre de 1973. Tampoco logró nunca, el FLH, entrevistarse con la dirección
de la JP. Es más, públicamente, desde la JP negaron tener participación de
sectores gays en sus filas.
Aunque
seguramente el colmo del desencuentro se produjo con la respuesta que La
Tendencia dio al planteo de la derecha peronista, que sostuvo a través de una campaña
de propaganda que “los de la guerrilla” eran “todos drogadictos y
homosexuales”. Con gran inventiva por cierto, pero con escasa tolerancia
política hacia estos sectores, la izquierda peronista lanzó la consigna “No
somos putos, no somos faloperos, somos soldados de las FAR y Montoneros”, que
fue coreada por miles de militantes. Por supuesto, después de eso, no hubo
mucho más por hacer. Cuarenta años después, la situación parece haber cambiado
enormemente y hoy en día las luchas de las minorías por la diversidad sexual
son un elemento importante dentro de la torrentosa coyuntura política nacional.
Evidentemente,
y al menos por varios años, sólo en la literatura la figura de Evita pudo tener
algún nivel de filiación con los planteos de las feministas, las travestis, los
gays y las lesbianas.
Cuánta
razón tuvo Ricardo Piglia, cuando en su libro Formas breves sostuvo: “La literatura permite pensar lo que existe,
pero también lo que se anuncia y todavía no es”.
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