domingo, 16 de febrero de 2014

Rodolfo Walsh: entre el Che y Perón

Notas sobre “Un oscuro día de justicia”


Por Mariano Pacheco para la revista Sudestada



Dado a conocer en 1973, escrito por Walsh en noviembre de 1967, “Un oscuro día de justicia” fue el último texto de ficción publicado por Rodolfo Walsh. Según comentó el propio autor en una entrevista que le concedió a Ricardo Piglia en 1970, la inspiración para narrar esa historia surgió luego del asesinato de Ernesto Guevara en boliviana. Entonces escribió ese cuento, en un estado de “conmoción”, al ver que “El Comandante” había muerto “demasiado solo”. Son momentos en los que Walsh se debate acerca de si es capaz o no de comenzar a escribir esa novela que la “crítica” le reclamaba a vivas voces para consagrarlo como un gran escritor, según sus propios cánones.

El Guevara de Rodolfo Walsh
Días antes de terminar el cuento, Walsh había escrito “Guevara”, un artículo publicado en febrero de 1968 en la revista Nuevo Hombre. Allí asume “sentir vergüenza” por estar sentado frente a una máquina de escribir mientras otros han muerto combatiendo. Recuerda al Che y rememora su figura imponente: su humor porteño, dice, su humildad. Y desde esa imagen plantea que Guevara era un héroe, sí, pero un héroe a la altura de todos. Una concepción muy similar a la que ya había planteado, una década antes, respecto de aquellos personajes que protagonizaron la gesta narrada en Operación masacre: “No eran héroes de película, sino personas que se animaron”. De allí que no le diera vergüenza estar vivo –puesto que el deseo revolucionario es lo contrario de la muerte– sino que sintiera vergüenza frente al hecho de que Guevara haya sido asesinado “rodeado de tan pocos”. Vergüenza que, de todos modos, no será lamento, sino “nuevo punto de partida”.
En el cuento “Un oscuro día de justicia” la trama no se estructura a partir de la figura de El Che, sino en torno a una espera y una promesa: la llegada del tío Malcolm,  no para una típica visita de domingo, sino para que “trompee” al celador Gielty, verdugo de su sobrino El gato, y del resto de los niños que habitan el internado de los irlandeses, a quien Walsh denomina “el pueblo”. La espera se concreta, y hacia el final del relato, el tío Malcolm llega, por fin, y trompea al celador. La historia parece cerrar así con un final feliz. Pero no. Porque Gielty se repone y deja fuera del “ring” a Malcolm. Y allí se produce la verdadera “educación sentimental”. Escribe Walsh: “el pueblo aprendió que estaba sólo y que debía pelear por sí mismo”. Porque finalmente, “el tío Malcolm quedó como un héroe a mitad de camino”.
Queda clara la crítica que Walsh –como tantos otros– sostiene respecto de la “teoría del foco” pregonada por El Che. Pero como el propio autor sostiene en el mencionado artículo, la muerte de Guevara funciona como “nuevo punto de partida”. La crítica al foco no implica un cuestionamiento al ejercicio de la violencia popular, sino a la falta de ligazón de la vanguardia con las luchas emprendidas por las masas. Por eso Walsh va a vincularse al sector del peronismo de base, primero, y luego a Montoneros (y en Montoneros dirá, a principios de 1977, que si la teoría de la vanguardia galopa demasiado delante de la realidad, “se corre el riesgo de transformarse en patrulla perdida”). Tal vez podamos pensar la lección del pueblo del internado de los irlandeses en estrecha relación con el lema esgrimido por la CTG de los Argentinos. Central sindical que Walsh integrará, dirigiendo el periódico CGT. Consigna que sostiene: “Sólo el pueblo salvará al pueblo”.

La serie de los irlandeses
En 1965, la prestigiosa editorial Jorge Álvarez le publica a Rodolfo Walsh el libro de cuentos Los oficios terrestres, que incluye los relatos “Corso”, “Esa mujer”, “Fotos”, “El soñador”, “Imaginaria” e “Irlandeses detrás de un gato”.
Este último relato inaugura la serie de los irlandeses, ese tríptico de cuentos en los que Walsh construye un micro-mundo de chicos pobres en un internado de irlandeses. Como ha señalado Silvia Beatriz Adoue en su libro Walsh, el criptórafo. Escritura y acción política en Rodolfo Walsh, con sus personajes “demasiado terrestres”, el autor de El caso Satanowsky busca conjurar cualquier intento o ilusión de gestar un héroe épico. No es para menos, ya que la épica posible pregonada por Walsh  –como ya se ha mencionado líneas atrás– está basada en los pequeños gestos de gente común.
En este primer cuento, el eje está puesto en el proceso de inclusión de El Gato en la jerarquía del internado, que reproduce en su interior las relaciones de poder y de opresión de la sociedad capitalista (el más fuerte aplasta al más débil). No está de más recordar que Walsh era un atento lector de Roberto Arlt, para quien la sociedad –tal como analizó Oscar Massota en su clásico libro Sexo y traición en Roberto Arlt– no era más que una inmensa escalera de verdugos.
Dos años después, en 1967, nuevamente por Jorge Álvarez editor, Walsh publica su segundo libro de cuentos: Un kilo de oro, integrado por los relatos “Cartas”, “Nota al pie”, “Un kilo de oro” y “Los oficios terrestres”, segunda entrega de la serie de los irlandeses.
En la ya mencionada entrevista con Piglia, Walsh destaca –a la vez que lo tensiona– el componente autobiográfico de “la serie”:
 “…evidentemente hay una recreación autobiográfica pero, quizá, no tan estrecha como podría parecer. Lo autobiográfico es nada más que un punto de partida, una anécdota y a veces ni siquiera una anécdota entera sino media anécdota. Porque yo estuve en dos colegios irlandeses, uno en Capilla del Señor, que era un colegio de monjas irlandesas en el año ‘37 y después en el ‘38, ‘39 y ‘40 estuve en este otro, el Instituto Fahy de Moreno, que era un colegio de curas irlandeses. En este sentido hay una realidad mixta, ¿no es cierto?, porque hay un mundo de irlandeses pero al mismo tiempo es la Argentina, y es indudablemente en la Argentina, es decir, hay una burla acerca de uno de los personajes, no sé si en este cuento o en cuál de los cuentos, que dice que uno de los personajes pretendía ser descendiente de reyes y no de humildes chacareros de Suipacha. Cada tanto eso está, está porque estaba, el mundo se vivía así, doblemente...”.
En esta segunda entrega de la serie comienza el verdadero proceso de “construcción de un pueblo”. La historia gira aquí en torno a la ayuda que El Gato le ofrece a un internado más débil que él, rompiendo así la lógica de la “escalera de verdugos”, y pregonando una verdadera “ética de los pequeños gestos de la gente común”.
“Hay una evolución en los cuentos”, insiste Walsh en la entrevista con Piglia. “Aquí, en este cuento se empieza a hablar del pueblo y de sus expectativas de salvación representadas por un héroe, es un héroe externo, es decir, no deposita sus expectativas en sí mismo, sino en algo que es externo, por admirable que pueda ser”.
Queda claro entonces por qué esa “épica posible”, protagonizada por “seres comunes” y gestada a base de “pequeños gestos”, será la gran lección que puede leerse en “Un oscuro día de justicia”.

Literatura, política y periodismo
“Un oscuro día de justicia” es un cuento escrito en un momento bisagra del autor. Tal como deja asentado en su diario el 3 de mayo de 1972, su relación con la literatura se da en dos etapas: de sobrevaloración y mistificación hasta 1967, “cuando ya tengo publicados dos libros de cuentos y empezada una novela” y de desvalorización y paulatino rechazo a partir de 1968, “cuando la tarea política se vuelve una alternativa”.
Esta simple anotación da cuenta de un importante paréntesis literario que va a producirse en la escritura de Walsh. Porque si bien su preocupación por la literatura no dejará nunca de estar presente, y durante su último año de vida comenzará a intentar escribir nuevamente ficción, el hecho es que desde el Cordobazo y hasta el Golpe de Estado de marzo de 1976 no va a producir ficción, sino que todo lo que va a escribir será en función de su militancia política: la experiencia en el periódico CGT, el Semanario Villero, el diario Noticias... Sólo excepcionalmente realizará alguna colaboración específicamente “periodística” en Panorama, La opinión, Georama y Siete días, pero rápidamente se da cuenta de que el trabajo que le insume cada nota no se corresponde con el dinero que cobra por su publicación.
Ese mismo día y en la misma línea, Walsh anota en su diario:
“La desvalorización de la literatura tenía elementos sumamente positivos: no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la intelligentzia burguesa, cuando el país comenzaba a sacudirse por todas partes. Todo lo  que escribiera debería sumergirse en el nuevo proceso, y serle útil, contribuir a su avance. Una vez más, el periodismo era aquí el arma adecuada”.
De todos modos, aclara: “quedaba sin embargo una nostalgia, una posibilidad entrevista de redimir lo literario y ponerlo también al servicio de la revolución”.
Por supuesto, entre la publicación de Los oficios terrestres y “Un oscuro día de justicia” Walsh había escrito ese maravilloso libro titulado ¿Quién mató a Rosendo?, pero como él mismo aclara, “la línea Operación masacre era una excepción”, porque no estaba concebido ni fue recibido como literatura, sino como periodismo, como testimonio y denuncia. Y esto será central, porque más allá de sus intenciones, Walsh está entonces extremadamente preocupado por las formas en que es recibida la obra de ficción, y por quienes es leída. Por eso un mes después de esas anotaciones en su diario, en una entrevista que el suplemento cultural del diario La opinión le hace junto a Miguel Briante, Walsh dirá que la clásica pregunta teórica ¿Para quién estoy  escribiendo?, sigue siendo entonces decisiva. Y pone como ejemplo al ensayista, contraponiéndolo un poco al escritor de ficción. “¿Por qué es difícil el problema del narrador en esta perspectiva y no es tan arduo el problema del ensayista político? Creo que hay una cuestión de trasmisión, y de cómo lo que vos querés decir o decías puede llegar. Por ejemplo: para que las ideas de [Juan José] Hernández Arregui o de [John William] Cooke lleguen a tener influencia en las bases populares, no es necesario que las lean miles de trabajadores. Basta con que los lea un cuadro político lúcido, que esté en contacto –eso sí– con cientos de trabajadores, para que esas ideas lleguen nítidamente al pueblo. Pero la situación nuestra es otra”.
Como puede verse, la opción estético-política por el periodismo de investigación, el testimonio y la denuncia, tienen su base en una profunda reflexión en torno a la literatura y su papel histórico.
Por supuesto, ésta no es una cuestión personal, una preocupación aislada en la persona de Rodolfo Walsh. Es una discusión que estaba instalada desde hacía ya unos años, y que se profundizará con el avance de las luchas de las masas populares en nuestro país.
Nuevamente, en la entrevista realizada por Piglia, pueden rastrearse algunas definiciones cruciales de Walsh:
“Habría que ver hasta qué punto el cuento, la ficción y la novela no son de por sí el arte literario correspondiente a una determinada clase social en un determinado período de desarrollo, y en ese sentido y solamente en ese sentido es probable que el arte de ficción esté alcanzando su esplendoroso final, esplendoroso como todos los finales, en el sentido probable de que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción exijan un nuevo tipo de arte más documental, mucho más atenido a lo que es mostrable”.
Por supuesto, la discusión es tal no solo por las distintas posiciones que los escritores, los intelectuales de la izquierda argentina tienen en ese momento, sino por el desgarramiento que la problemática genera en el propio Walsh, quien paso seguido afirma:
“De todos modos no es tarea para un solo tipo, es una tarea para muchos tipos, para una generación o para media generación volver a convertir la novela en un vehículo subversivo, si es que alguna vez lo fue. Desde los comienzos de la burguesía, la literatura de ficción desempeñó un importante papel subversivo que hoy no lo está desempeñando, pero tienen que existir muchas maneras de que vuelva a desempeñarlo y encontrarlas. Entonces, en ese caso, habrá una justificación para el novelista en la medida en que se demuestre que sus libros mueven, subvierten”.
Como puede verse, Walsh oscila entre una posición y otra. Problematiza sus propias concepciones y definiciones, sus propias prácticas. En sí se concentran además las tensiones de quien cultiva, a la vez que una militancia y una intervención política desde el periodismo, una mirada que entiende que la literatura no puede ser un equivalente del documental. Está claro que en literatura, Walsh está más cerca de Borges que de Viñas.
Tal vez por eso “Un oscuro día de justicia” haya sido uno de sus últimos textos de ficción escritos antes de sumergirse de lleno en la militancia revolucionaria, en la cual desempeñó importantes tareas clandestinas.
Parte de estas definiciones pueden rastrearse también en un importante artículo de Francisco Urondo (“Escritura y acción”), publicado el 8 de agosto de 1971 en La opinión literaria. Allí “Paco” plantea que la novela –al menos la nacional– pareciera estar atravesada entonces por una serie de dificultades,  como género, entre otras cuestiones, por la gran presión política que ejerce el contexto. Paco logra dar cuenta, a través de su postura, de una posición generacional. Cita la voz de importantes escritores, como Manuel Puig, Haroldo Conti, David Viñas, Germán Leopoldo García, Nicolás Casullo, Miguel Briante y Jorge Carnevale.
Carnevale, por ejemplo, sostiene que “para el escritor con aspiración política, la solución de la dicotomía entre literatura y política puede darse en el pasaje de la tarea individual y reconocida, la tarea de propiedad privada, a una tarea anónima colectiva; en última instancia, clandestina”. Conti, por su parte, afirma que “la presión de los hechos –a lo mejor algunos sentimientos de culpa– parecen conducir hacia una literatura de testimonio; por ese lado podría buscarse una salida a la crisis de la narrativa…En este momento, quizás lo que tenga vigencia sea una novela de tipo testimonial; hay que buscar formas más vitales, más rápidas…”. García, asimismo, plantea que “hay una crisis en la forma tradicional de leer novela” y que esa crisis “aparece en un momento político donde la lectura de la realidad pasa por otro tipo de textos: ensayística, economía, política, etcétera”. Lo mismo asevera Casullo: “El escritor debería asumir otro tipo de escritura, no la escritura de ficción solamente. Pero en este momento, el escritor que asume la participación en el proyecto de cambio social debe encontrar los espacios de la palabra escrita más eficaces para colaborar en ese proyecto”. Y Briante remata: “si escribir supone una actitud lúcida con respecto a la realidad, está bastante claro que la realidad lleva a sentir la necesidad de reaccionar políticamente y descubrir que la novela no es una de las armas más eficaces para la acción. Una novela no es una ametralladora”.
Walsh, queda claro, cambió la posibilidad de escribir una novela sobre el proceso revolucionario argentino –como se había planteado– para fundirse con él. La serie de los irlandeses –además de Operación masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, que también pueden ser leídos como novelas– son lo más parecido a una novela que Walsh nos legó.
Resulta paradójico, pero “Un oscuro día de justicia”, el cuento que Walsh escribió en 1967, pensando en Guevara, en la soledad de un líder sin masas, en el fracaso de la teoría del foco, puede ser pensado de otro modo al momento de su publicación, en 1973, en una coyuntura en donde el peronismo ocupa el centro de la escena política nacional. La figura central podría ser ya no Guevara sino Perón: un líder de masas aclamado por millones. Y sin embargo, la conclusión puede llegar a ser la misma: sólo el pueblo podrá salvar al pueblo. Pero el pueblo argentino, ¿había aprendido entonces que estaba realmente solo?

La actualidad de Walsh no deja de asombrar. Su concepción de la heroicidad no puede ser más contemporánea. Y la aseveración del cuento “Un oscuro día de justicia” no puede dejar de resonar como música para nuestros oídos: “el pueblo aprendió que estaba sólo y que debía pelear por sí mismo”. 

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