Opinión*
Por Mariano Pacheco
El Hombre dice por
los medios de comunicación estar muy preocupado por la situación, estar
trabajando con su gabinete para solucionar el conflicto. Pero una fotografía
capturada desde un teléfono celular lo muestra vestido de sport, muy tranquilo,
sentado en una silla del Aeropuerto de Panamá, con una bolsita verde y blanca
entre sus manos, de esas que entregan en los free shop donde los turistas
suelen ir de compras antes de subir o después de bajar de un avión.
José Manuel De la
Sota se encontraba camino a Colombia cuando se desató la rebelión de los
azules: tenía pensado asistir a un encuentro regional de gobernadores. Según
declaró en un primer momento, la protesta policial desatada el 3 de diciembre
lo tomó por sorpresa. Sin embargo, el día anterior, esposas y familiares de los
agentes habían protagonizado una protesta frente al edificio de la Guardia de
Infantería, protesta que no tuvo ningún tipo de respuesta por parte de las
autoridades políticas. El malestar por bajos salarios del personal subalterno
era creciente; si bien primero De la Sota tuvo un discurso confrontativo (“La
Policía no puede hacer paro, porque los ladrones no hacen paro”, dijo), y acusó
a los miembros de la fuerza de haber abandonado a la gente a su suerte),
después llegó al país y “pactó” con los jefes de la institución. El incremento
salarial de más del 30 % para el personal de la fuerza (elevando el básico a 8
mil pesos a partir de febrero de 2014) y la promesa de que no habría sanciones
ni represalias para los huelguistas destrabó el conflicto. El acuerdo fue
firmado entre las esposas de los policías y las autoridades de la Provincia.
“Vecinocracia engorrada”
Mientras se
desarrollaba el acuartelamiento de los agentes de la Policía de Córdoba fue
asesinado Javier Rodríguez, de 20 años, quien falleció luego de recibir un
disparo durante un saqueo en Villa Ciudad Evita. Otras 200 personas resultaron
heridas y fueron unos 400 millones los que pequeños, medianos y grandes
comerciantes perdieron tras los disturbios y los hurtos.
Se produjeron
saqueos, claro, pero también intentos de linchamientos por parte de aquello que
el abogado y ensayista Esteban Rodríguez Alzueta denominó como la
“vecino-cracia”, esa que intenta ocultar “actos criminales” (o pulsiones
criminales, podríamos agregar), con supuestos actos de “justicia
ciudadana”. Los vecinos “engorrados”, según los caracterizan desde el
Colectivo Juguetes Perdidos.
La dinámica social
que pone en el centro de la vida el derecho y la defensa de la propiedad lleva
a muchos sectores de la población a ocupar posiciones difíciles de entender en
un contexto de ampliación de derechos y profundización de políticas de Estado,
centrado en los juzgamientos a quienes en décadas anteriores violaron los
derechos humanos
Se sabe, en el
sistema político en el que vivimos es el Estado quien detenta el poder de
monopolizar el uso legal de la violencia. Si las fuerzas encargadas de
custodiar el orden se reservan el derecho de no actuar, el vacío de poder es
inconmensurable. Sin comercios, bancos, shoppings, supermercados, escuelas, ni
dependencias públicas abiertas; sin transporte público en funcionamiento,
Córdoba se pareció durante horas a una ciudad devastada.
La sombra azul
El 3 y 4 de
diciembre de 2013 fueron días sombríos para los cordobeses. Pero la sombra se
extendió a otros lugares del país, y el “efecto contagio” se replicó con
velocidad. Distintas policías provinciales siguieron la “pedagogía del
cordobesismo” y reclamaron subas salariales y mejores condiciones laborales.
Como no se recordaba en el país desde los alzamientos carapintadas, allá por
finales de la década del ´80, la democracia mostró la cara más cruda de sus
cuentas pendientes respecto de las políticas de seguridad. La casa no estaba en
orden, y las huellas de un trago amargo se presentaron como un “especial” para
la Navidad que se avecinaba.
Que en el epílogo de
la década ganada se encuentren hechos como los de los saqueos da cuenta de
algún modo que las lógicas de inclusión para el consumo pueden transformarse en
un callejón sin salida, si no se produce un cambio cultural respecto de los
modos de vida, de cómo entendemos el mundo y nuestro lugar en él.
*Nota que será
publicada en la edición Córdoba del diario El Argentino, viernes 4 de diciembre
de 2015.
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