En su 428 aniversario
Invitados por el promotor cultural Adolfo Barrera, una
docena de escritoras y escritores locales nos reunimos ayer por la noche en la
Librería y Espacio Cultural Hora Libre, para terminar el 428 aniversario de
Alta Gracia leyendo textos y conversando sobre la ciudad del tajamar.
Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
Una botella de vino, unos vasos de gaseosa. La nostalgia
de algunos, la sorpresa de otros. Poemas, relatos y viñetas sobre la ciudad
cabecera del departamento de Santa maría. O el Valle de Paravachasca, como le
dicen otros a este extenso rincón de la geografía cordobesa.
Jóvenes y no tanto,
nacidos y criados y recién llegados. Al fin y al cabo: ¿cuál es el parámetro
para definir un escritor “local”? ¿Qué hace que alguien diga “Soy”…? ¿Es el
lugar de nacimiento? ¿La dirección que figura en el Documento Nacional de
Identidad? ¿El lugar que cada quien eligió para vivir (sea o no sea el sitio en
donde nació, o se crió, o ambas cosas a la vez)?
Algunas de estas
cuestiones aparecieron en los textos leídos, en las reflexiones y comentarios
compartidos, en un clima de camaradería que contrastaba con el frío y la
llovizna de afuera. “La patria es la infancia”, recordó alguien, citando una
emblemática frase del escritor santafecino que construyó toda su obra (centrada
en Rincón, un pequeño y alejado sitio santafecino), desde su estancia en París.
Y rápidamente se le agregó: “y también la patria es el lugar que uno elige para
vivir”.
¿Cómo definir un
escritor? “Escritor es quien escribe. No hay una cerrera o un título que se
entregue y que otorgue tal estatuto”, sentenció alguien por ahí. Y remató: “es
cuestión de animarse, para que los sueños no queden rezagados”. En la ronda no
faltó la mirada de género, de boca de alguna mujer que rescató escritoras, como
Beatriz Guido, e instó a caminar y encontrar detalles olvidados, a descubrir
las luces y sombras de una ciudad poblada de anécdotas. Como esa que ella misma
recordó cuando llegó a estas tierras. Un cartel decía Altaria, porque unas
letras se le habían caído. Altaria, recordó, es “altares” en latín. Desde ese
juego de palabras, rescató los sitios en los que la ciudad pareciera construir
sus altares para recibir a los devotos que deciden quedarse en ella, y
habitarla. Los “caídos en la ciudad en búsqueda por encontrar su lugar en el
mundo”.
Desde el realismo
más crudo hasta los relatos que bordearon la ciencia ficción, pasando por
poemas, los textos leídos invocaron no tanto las líneas geográficas existentes
sino un trazo de esa ciudad que tal vez no existe en los mapas, pero es tan
imaginada como deseada.
También los recuerdos,
de quienes están por aquí desde que tienen uso de razón. Turistas sacándose
fotografías; artesanos curtidos por el viento y por el sol; una estación de
trenes devenida Registro Civil; las masas de crema o la caramelera de la
Panadería La francesa; el Club Vélez o el cine Monumental; la pizzería La
redonda; la caja registradora de la panadería Martínez; la heladería Bianchi;
el bar de los Mineros; el buzón de la calle Mancilla o los árboles Los álamos
que están quedan a un costado, tras el paso arrollador de los Eucaliptos; los
murales, pintadas y grafitis que dan cuenta de una porción de la ciudadanía
inquieta, que no se resigna a habitar el mundo tal cual está, y que puja para
transformarlo, y contra la indiferencia de otros conciudadanos. Imágenes de
Alta Gracia que solo son recuerdos, o que permanecen resistiendo contra el
olvido. En fin, siluetas de las “altas gracias” de los buenos encuentros.
Una jornada tierna,
que sin lugar a dudas ayudó a los presentes a pensar este rincón del mundo, y
cómo habitarlo. “Donde uno está bien”, dijo alguien al finalizar, “allí está la
patria”.
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