(CLASE Y NACIÓN, una apostilla)
Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
La del 90 fue la década en la cual el pueblo argentino –que no
casualmente comenzó a ser denominado “la gente de este país” – padeció un
proceso de enajenación respecto de la Nación. Un momento en el cual, bajo la identidad
del último y más importante movimiento nacional y popular, se llevaron adelante
las políticas más antinacionales y antipopulares de la historia contemporánea. La resistencia antineoliberal, si bien
nacida al calor de las luchas que se libraron ya no desde sino contra el peronismo realmente existente, no
resignaron, sin embargo, el centro de gravitación de esa simbología: la bandera
nacional. Tanto el proceso de puebladas que se abrieron a partir de Cutral Có,
como las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre de 2001, tuvieron a
la bandera nacional como principal “trapo” esgrimido por los protagonistas de
esas luchas.
Es necesario que las izquierdas, por lo tanto,
presten atención a este universo simbólico, que no es nuevo, y que parecieran
ser una suerte de “invariante” de las luchas populares de nuestro país.
Deseamos contar con izquierdas que antagonicen con las miradas construidas y
difundidas por las clases dominantes en cuanto a qué entendemos por Nación.
Reducir la Nación a la idea de Estado burgués es, por lo menos, abandonar de
entrada un campo de disputa que ha sido
–y nada indica que vaya a dejar de ser– un lugar de importancia en la
lucha de clases.
Es necesario –como tan bien lo entendieron los
latinoamericanos que realizaron revoluciones reales: los cubanos; los Sandinistas
en Nicaragua… pero también, y más cercanos en el tiempo, los zapatistas en
México, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil y el Movimiento Bolivariano
en Venezuela, por citar los casos más emblemáticos– es necesario –decía–
incorporar la vertiente “nacional y popular” a cualquier intento de
transformación radical de la sociedad argentina. Es decir, a cualquier proyecto
que, con orientaciones socialistas, pretenda construir un poder popular con una
fuerte impronta de masas.
En este sentido, la Nueva Izquierda
(Autónoma-Independiente), es mucho más permeable a la mezcla, a la
yuxtaposición de legados, colores, banderas y figuras, que otros sectores más
tradicionales de nuestra izquierda. Es más receptiva a la hora de mirar y de
escuchar, y por lo tanto, entiende que lo nacional-popular no se agota en sí
mismo, pero tampoco puede quedar afuera.
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