Cooke
es el hecho maldito del “peronismo burgués”
Por Mariano Pacheco
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“...un
hombre, hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que
cualquiera de ellos”. Con estas bellas reflexiones Jean Paul Sartre
finaliza esa suerte de autobiografía que tituló Las
Palabras. Libro que leí y comenté en su momento con Miguel
Mazzeo. Época en la que leímos, ambos, muchísimos libros del
filósofo, narrador y dramaturgo francés (¿sería porque la
editorial Losada había puesto gran parte de su obra en las
mesas de saldo de las librerías de la calle Corrientes?). Recuerdo
que una vez, alentando mis lecturas “existencialistas” de
entonces, Mazzeo me dijo:
--El
que fue un gran lector de Sartre fue John Willian Cooke.
Para
entonces ya había leído Cooke de vuelta (el gran descartado de
la historia), con ensayos de –entre otros-- Horacio González,
Daniel Campione, Robertto Baschetti, Claudia Korol y el propio
Mazzeo, y los “Textos traspapelados” de Cooke, que Miguel compiló
y presentó, libros publicados -ambos- por La rosa blindada,
en 1999 y 2000. También había leído -a instancia de Mazzeo- La
rosa blindada: una pasión de los 60, libro cuya compilación y
estudio introductorio estuvo a cargo de Néstor Kohan y en el que
aparece publicado ese texto impresionante de “El Bebe”: “Bases
para una política cultural revolucionaria”, donde repasa con
maestría los Manuscritos Económico-filosóficos de 1844
de Karl Marx.
Si
comento estas pequeñas anécdotas no es por regodeo narcisista, sino
porque veo en el de Mazzeo un gesto setentista que, como una
rareza de la época, no tiene que ver con la nostalgia sino con la
actualización de las tareas de la intelectualidad revolucionaria, o
al menos, de aquella que no niegue su intervención específica en el
campo de batalla de la teoría (y por lo tanto de la praxis). Porque
Mazzeo, contra los prestigismos académicos primero, y el estrellato
mediático-progresista después, supo sostener -bastante en soledad,
por cierto- una apuesta por intervenir en un campo bastante
desprestigiado en su “ecosistema”. Marcados por un fuerte
componente local y reivindicativo, los nuevos movimientos sociales
estuvieron impregnados desde sus comienzos por el virus del
anti-intelectualismo de los intelectuales pequeño-burgueses que
contuvieron en su interior. Más cerca del legado de Marx (pero
también del de John Willian Cooke, Carlos Olmedo y Mario Roberto
Santucho), y toda la corriente comunista y libertaria, Mazzeo mantuvo
de modo estoico su postura sobre la necesidad de construir y sostener
un pensamiento crítico, asumiendo que la división entre el trabajo
manual y el trabajo intelectual es la base sobre la que se edifica la
asimetría política, social, económica y cultural del capitalismo,
y retomando a sus impugnadores de tiempos pretéritos, asumió el
desafío de no “festejar” los gestos populistas de quienes, en
nombre de un pragmatismo sin sentido, buscaban no asumir los desafíos
de romper ese destino de oralidad al que, en cada momento histórico,
se pretende condenar a los proletarios del mundo.
No
en vano en su libro Conjurar a Babel. La nueva generación
intelectual argentina a diez años de la rebelión popular de 2001
(2012), plantea -entre otras cuestiones- que la nueva generación
intelectual rechaza el “formato sencillo” de los “divulgadores”,
que se precian de ser populares porque hablan “para que el pueblo
entienda”. Lejos, de todos modos, del iluminismo intelectualista
tan típico de las viejas izquierdas, lo que Mazzeo hace es romper la
contundencia, buscando siempre que la función intelectual tenga como
horizonte “achicar la brecha” pero porque son más quienes pueden
asumir esas funciones, y no porque se las diluya. “Ocurre muchas
veces que el ´formato sencillo´ no es más que el lenguaje de una
escuela política innoble, el lenguaje del dominador, que como es de
suponer, suele ser poco apto como despertador de conciencias”.
¿Y
qué tiene que ver todo esto con Cooke?, podrá preguntarse el lector
de estas líneas. Poco, a simple vista, y mucho, si de lo que se
trata es de apropiarse de un “legado Cooke”. Porque Mazzeo se
formó, y aportó a la formación de nuevas camadas de “intelectuales
orgánicos” no solo con libros y artículos (los que escribió y
leyó, los que prestó y recomendó), con sus cursos de formación y
“Cátedras libres” (a los que asistió y los que impartió), sino
también con las conversaciones.
Guillermo
Cieza (autor del prólogo del libro que tienen entre manos) y Jorge
Pérez, a través de quienes le llegaron parte de las historias sobre
Cooke, mencionados en la presentación de este libro, pero también
las intensas y extensas mateadas que -sabe bien este cronista- Mazzeo
sostuvo durante algunos años junto a Manuel Suárez, uno de esos
militantes polimorfos ya entonces en vías de extinción. O con el
propio José Luis Manghieri, a quien tuve el placer de conocer
(gracias a Miguel), e incluso -indirectamente- trabajar con él, ya
que uno de mis primeros “empleos” fue poner la “mesita” en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, no
para una agrupación siendo estudiante, sino para “hacerme unos
mangos”, siendo “piquetero”, vendiendo libros de La rosa
blindada, a instancia de la triple solidaridad de Mazzeo,
Manghieri y la Cátedra Libre de Derechos Humanos, donde estaba (y
aún persiste) la para nosotros emblemática Graciela “Vicki”
Daleo.
Si
cuento estas breves anécdotas, insisto, no es por intimismo, ni por
autoreferencialidad, sino para dar cuenta de un modo poco
convencional de introducir a las nuevas generaciones a la vida
intelectual, que Mazzeo de algún modo heredó -y resignificó- y
supo luego retrasmitir hacia los más jóvenes, o sumar a los
“nuevos” a ese tránsito junto con los “viejos”.
Retomando
el libro, quisiera destacar el hecho de que Mazzeo, revisitando a
Cooke, contribuye a volver a instalar en el imaginario de las
militancias actuales cierta vocación -presente en el período de
luchas anterior al de la “década larga”- de pensar en una
política desde el llano, plebeya, de base, pero no por eso sin
vocación de masas. Desde una izquierda nueva, o que se pretende tal,
Mazzeo retoma -a veces sin pronunciarlo de este modo- el inmenso
desafío de recrear un imaginario ligado a un nacionalismo
popular-revolucionario, que no es más que otro modo de nombrar las
apuestas socialistas de manera situada, sin dicotomizar los
componentes de la “cuestión nacional” y el internacionalismo
(par que incluye, en su seno, el Latinoamericanismo y el
anti-colonialismo). Y qué duda cabe que “El Gordo” Cooke fue uno
de sus máximos referentes.
Porque
a pesar de toda la “vuelta del peronismo” de los últimos años,
Cooke es un indigerible, aún para el propio peronismo oficial, que
recientemente llegó hasta incorporar los nombres de Alicia Euguren y
Juan José Hernández Arregui (ver “Declaración de Formosa” del
Partido Justicialista, junio de 2016), pero no el del “Bebe”. Es
que Cooke es el hecho maldito del peronismo burgués.
La
reivindicación “nacional-popular” (“no populista”) que
realiza Mazzeo de Cooke, y a través de él de un costado (el
irreverente y con vocación revolucionaria, es decir, socialista) del
peronismo, tiene clara coherencia con muchos de sus otros trabajos.
No solo de los años dedicados al estudio de ese “tío
Latinomaericano” que es José Carlos Mariátegui (recordemos que
los formalistas rusos insistían en destacar que la transmisión
intergeneracional no se producía de “padres a hijos” sino de
“tíos a sobrinos”), a quien Mazzeo consagró lecturas y
reflexiones que van desde su primer libro (Volver a Mariátegui,
1995) , hasta una de sus últimas publicaciones (El socialismo
enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su pensamiento,
2013), donde vuelve
sobre sus retornos al Amauta, pasando por sus libros donde intentó
contribuir a dotar de una “teoría revolucionaria” a determinadas
experiencias de la “Corriente Autónoma” de los movimientos
sociales de Argentina (o “Nueva Nueva Izquierda”, según él
mismo la denominó). ¿No está claramente presente cierta “espíritu
cookiano” en muchos de sus trabajos? Me refiero fundamentalmente a
la saga ¿Qué (no) hacer? (2005) y El sueño de una cosa:
introducción al poder popular (2007), o Poder popular y
Nación. Notas sobre el Bicentenario de la Revolución de Mayo
(2011).
“La
nación es un producto activo”, sostiene en el primero de los
libros mencionados. Y agrega: “Nosotros consideramos que la nación
puede ser (en realidad puede volver a ser) un espacio proyectado de
la emancipación, el locus de
una dialéctica de la emancipación”. Y agrega en El
sueño de una cosa que el
“sujeto popular” no es una entelequia, ni una abstracción ajena
a contradicciones (léase: el pueblo en el que se “armonizan” los
antagonismos de clase), sino una forma de designar “el fundamento
que configura una ética d ella liberación, aquello que es sostén
y propósito del proyecto emancipador, ese que, por lo general, a
algunos nos gusta llamar socialista”.
Planteos
que, por su temática, aparecen con mayor nitidez en el último de
los libros citados. “La memoria de las antiguas luchas sirve si
colabora con la apertura de un nuevo ciclo de la conciencia nacional,
popular y revolucionaria; si ilumina la praxis de los que se proponen
rediseñar la Nación, el Estado y la sociedad”, comenta a la hora
de pensar esa dialéctica que jamás se detiene: la de la historia.
Una
década antes, a propósito de El tiempo y sus mudanzas
(última novela escrita por Manuel Suárez, publicada en 2004),
Mazzeo escribe:
“Manuel
reacciona al diagnóstico pesimista. Está convencido de que el
tiempo muda”.
Tal
vez pensando en Cooke, después de leer estas herejías, uno pueda
leer (o releer), el libro de Manuel, no el de Cortázar, sino el de
Suárez, y meditar sobre su final:
“En
el patio, el sol es un recuerdo con promesa de retorno, la luna
prosigue su balanceo en sus hojas alimonadas, el jazmín brilla
salpicado de frescuras; un gallo sin horario saluda el crepúsculo.
Hoy casi termina, mañana se anuncia”…
Hemos
atravesado el desierto neoliberal con intensa creatividad. Hemos
salido de la década neo-desarrollista un poco mareados, tal vez,
pero con algunas certezas y unas cuantas convicciones. El crepúsculo
de los ídolos se desvanece. ¿Se anuncia el mañana de una Nueva
Nueva Nueva Izquierda? No lo sabemos, pero yuxtaponiendo imágenes
podemos traer ante nosotros la del último Cooke, agonizante,
mientras el destacamento de la guerrilla rural de las Fuerzas Armadas
Peronistas se alista en Taco Ralo.
Las
continuidades no son lineales y las derrotas no son solo derrotas,
sino lo que hacemos con ellas. Lo mismo sucede con los grandes
personajes del pasado. No son entes objetivos, sino imágenes sujetas
a lo que hagamos con ellas. Sin lugar a dudas el aporte de Mazzeo
respecto a Cooke -como ayer fue con Mariátegui- es un insumo
insoslayable para las nuevas generaciones de intelectuales y
militantes que no deseamos quedar atrapados bajo la sombra nostálgica
de un supuesto “pasado glorioso”, sino que buscamos en aquellas
palabras intempestivas del Gordo Cooke reactualizar el imaginario
revolucionario que nos permita medirnos con la época… y dejarla
atrás ante un nuevo amanecer.
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