ENTREVISTA*
Por
Mariano Pacheco
Diego
Sztulwark es investigador, ensayista y coordinador de grupos de
estudio de pensamiento político y filosófico. En la actualidad
forma parte de la editorial Tinta
limón
y escribe en los portales El
cohete a la luna
y Lobo
suelto!
El primer libro completo de su autoría, Ofensiva
sensible,
aparecerá en las próximas semanas de la mano de la editorial Caja
negra.
En esta conversación critica fuertemente la teoría del populismo,
mientras rescata algunas aristas de su capacidad práctica de
bloquear algunos de los elementos más reaccionarios del régimen
mundial del capital en cada sociedad nacional.
¿Cómo
ves el uso del concepto populismo en la actualidad?
Yo
creo que al término populismo hay que desarmarlo, porque no permite
aprovechar lo interesante de lo que ocurrió. De todos, si hay que
aceptar el paquete del populismo por sí o por no, me parece
complicado. Entonces diría, en primer lugar, que el populismo es una
teoría que tiene puntos interesantes, como por ejemplo, la
valoración positiva de lo plebeyo (que la tradición liberal
desprecia). Luego, valoro el hecho de que tenga una tendencia
antiesencialista, una teoría de la articulación, una teoría de la
hegemonía, de la pluralidad y de la multiplicidad. En ese sentido es
un avance pero, al mismo tiempo, se puede decir todo lo contrario: el
populismo subordina lo plebeyo a una instancia totalmente
mistificada, que es una especie de sentido de lo popular que emerge
de una suerte de lógica comunicativa, con orígenes en cierto
momento del llamado giro lingüístico que obstaculiza, me parece, su
capacidad de recuperar a fondo toda la materialidad del mundo
plebeyo, que es una materialidad de desbordes, desvíos,
insubordinaciones. El populismo supone una cierta forma de
normalización de lo plebeyo, y al mismo tiempo, es una teoría mucho
más interesante y porosa que la liberal. Por otro lado su atención
a la multiplicidad y a las dinámicas de articulación me parecen un
gran avance teórico, que a su vez alberga un riesgo gigantesco,
porque el diagnóstico del populismo es que el marxismo fue
esencialista (con respecto a la economía, con respecto a las clases
sociales), y se siente a sí mismo como una suerte de superación,
como si el “postmarxismo” fuese realmente el descubrimiento de la
pluralidad, de la multiplicidad, lo cual es muy complejo, porque
autores como Lenin o Gramsci (que ya utilizaban la palabra
hegemonía), podían plantear lógicas complejas de articulación sin
tener que sacarse de encima la lucha de clases. Es decir, podían
pensar al mismo tiempo clase y multiplicidad, podían pensar al mismo
tiempo la noción de hegemonía con la nación de una praxis
histórica en articulación con la dimensión productiva. Quizás las
vertientes moderadas del llamado post estructuralismo se han sentido
demasiado cómodas sacándose de encima el problema de determinar qué
es el capitalismo en perspectiva de transformarlo, qué son las
clases sociales, cómo pensar el carácter subjetivador de los
procesos de acumulación, y se dedicaron a pensar -creo que de una
forma más mistificada- los fenómenos de la subjetividad confinados
en el espacio de la comunicación, de lo simbólico, sin anclaje en
dimensiones no discursivas. Eso me parece un límite porque,
justamente, ese énfasis en la subjetividad que nos interesa, sólo
que –quizás-- si se pierde de vista a Marx (la humanidad hace la
historia en condiciones “no elegidas”) implica borrar una trama
de tensiones sin las cuales la llanada subjetividad desemboca en un
mero juego lógico-formal, lo que sucede a veces con los textos de
Ernesto Laclau.
¿A
qué te referís cuando decís subjetividad?
Cuando
hablamos de subjetivación estamos hablando, creo, de la lucha clases
tal y como se da en cierto período. Ubico en esa situación al
populismo y su ambivalencia fundamental: interpela y a la vez subsume
lo plebeyo en un orden nacional estatal, con el problema que la
noción de “estatalidad” en este contexto resulta incapaz de ir
mas allá de la “síntesis colonial” que todavía heredamos (la
expresión la tomo de Rita Segato) y tiene una concepción de la
multiplicidad completamente culturalista, que reduce la lucha
política en la llamada batalla de las ideas y la comunicación, sin
aceptar que la política se da también -y de un modo muy importante-
en la economía. Quiero decir: el fenómeno político del populismo
ha mostrado voluntad de pelea y a la vez desinterés por relevar y
organizar prácticas de resistencias a la explotación. Y este no es
un dato menor, puesto que el liberalismo hoy domina desde el estado
de derecho, atacando la democracia. Y para defender la democracia de
un modo substancial hace falta que la democracia nazca desde abajo,
desde las luchas contra la explotación. No me parece poca cosa que
los dos grandes momentos de la última década y media en Argentina,
los piqueteros del 2001 y los feminismos, no sean fenómenos
populistas, sino que tienen sus propias búsquedas en cuanto a cómo
articular lo subjetivo con lo objetivo. Son capaces de denunciar y
mapear las situaciones concretas de explotación y de violencia, son
capaces de actualizar ese mapa de las desposesiones objetivas y crear
dinámicas subjetivas nuevas. Junto con los organismos de derechos
humanos fueron los grandes impulsores del debate político mas allá
del culturalismo, haciendo entrar de lleno los cuerpos en las
situaciones concretas de la política.
Si
hacemos este trabajo de disección del populismo, hay mucho que
rescatar por el lado de la experiencia de organizaciones sociales y
experiencias populares. No porque la experiencia haya sido mas o
menos positiva (ese balance hay que hacerlo a fondo) sino por el
interés de la agenda que queda planteada con relación al manejo de
recursos económicos, al modo de concebir la incorporación de
derechos, y a los modos en que resulta útil pensar la relación con
en el Estado. Hay mucha experiencia que relevar: no tanto por el lado
de festejar la mediación social “precaria” (como dice el
Colectivo Juguetes Perdidos), sino porque ese balance puede enseñar
mucho sobre como funcionan los dispositivos que tienen una parte del
lado de la inclusión y otro de control. Otros aspectos de esa agenda
son mas claros: en el nivel de la geopolítica Latinoamericana y el
deseo de una autonomía con respecto a Estados Unidos; en el modo de
asumir el valor de las luchas y los organismos de derechos humanos
como fuerza inhibidora de procesos represivos. Pero la articulación
de esos deseos y luchas en la ambigüedad del dispositivo populista
tiene un aspecto de neutralización política de esos mismos
movimientos que no se puede obviar.
Desde
una perspectiva histórica me parece interesante la experiencia que
hubo de nuevas dinámicas en América Latina en las últimas décadas.
Que haya habido incluso experiencias en el plano de gobierno. Porque
después de la caída de la Unión Soviética (es decir, sin proyecto
socialista), lo que se vivió en América Latina en las últimas
décadas fue la primera tentativa de autonomía geopolítica. Claro,
podemos decir que fue una alternativa muy pobre, no hubo fuerza para
implementar ni de cerca un modelo global alternativo al capitalismo,
como se pudo pensar en el período que va de la Comuna de París
(1871) a la caída de la Unión Soviética (1989). Pero si fuéramos
capaces de hacer un balance que capitalice la experiencia desde la
perspectiva nueva tal vez podamos aprender de lo sucedido durante los
últimos 15 años, quizás podríamos ver en el horizonte actores que
no son los partidos políticos del sistema, que tal vez se esté
haciendo la experiencia de un protagonismo popular capaz de aprender
de los límites de los proyectos populistas.
En
Latinoamérica, bajo el rótulo populista, se engloban muchas veces
fenómenos muy amplios, como la Revolución Bolivariana de Venezuela,
o el proceso de cambio de Bolivia, o los progresismos como Argentina
y Brasil.
Con
respecto a lo de Bolivia, lo que conozco a nivel teórico, son los
trabajos de Álvaro García Linera, que me parecen interesantes en
muchos aspectos, pero también con otros demasiado tradicionales, con
una idea de la revolución que reedita paso a paso la revolución
rusa hasta la NEP (Nueva Política Económica) de Lenin. Su libro
sobre la Revolución Rusa es bello, pero se reduce a afirmar que el
socialismo es el control que los revolucionarios logran sobre el
Estado a la espera de una larga transición, que es también una
larga transacción con el capital, a la espera de que las comunidades
vayan desarrollando un nuevo modo de producción. Como el comunismo
se hace desde abajo y no desde arriba, la tarea de los
revolucionarios es proteger esas condiciones desde el Estado, donar
tiempo, a la espera de que otras revoluciones en el mundo o el
desarrollo del propio modo de producción alternativo vaya dando
líneas de avance. Lo cierto es que no se ve, en esa teoría
política, cómo los protagonistas de un nuevo modos de producción
protagonizan hoy de modo efectivo un dispositivo político nuevo. Por
el contrario, hay voces importantes de Bolivia o que conocen bien
Bolivia que hablan de la subestimación de las dinámicas y los
agentes popular-comunitarios que quizás podrían tener un
protagonismo mayor en la relación entre producción y subjetivación
política. Cuentan que mas bien lo que sucede son embates
modernizadores y racionalizadores de un tipo de capitalismo que sin
ser el mismo de antes, dista de superar los límites de los que
venimos hablando hace tiempo sobre los gobiernos progresistas en la
región. Quizás tenga sentido volver sobre la revolución de la mano
del planteo que Ernesto Guevara hace en 1965 (“El socialismo y el
hombre en Cuba”), a saber: que la ley del valor no designa un
mecanismo estructural sin actuar al mismo tiempo como una potente
fuente de subjetivación.
Retomando
lo que dejaste planteando sobre populismo: ¿qué pasa con la
relación entre unidad y multiplicidad?
Teóricamente,
si uno lee a Laclau, en el populismo no va a ver una reivindicación
de lo uno, va a ver una reivindicación de lo múltiple: pluralidad
de demandas, significantes vacíos y flotantes, y ninguna instancia
unificante. Eso es teóricamente interesante pero, por otro lado,
esas multiplicidades son pensadas como demandas articuladas según
reglas que pertenecen al mundo de la lingüística y de los
discursos. Y las subjetividades aparecen como desprovistas de toda
relación objetiva con la estructura del capital. Luego, en la
practica política sucede que la unidad trascendente destituida
reaparece en la lógica de la articulación populista, que finalmente
cristaliza en un eje vertical, el lidera, el partido y el Estado. En
la teoría populista la lógica de la equivalencia se da de manera
radial. No hay sitio para pensar mediaciones transversales,
constitución de autonomía. Cuando salís de la teoría y vas a la
política reaparece un resabio teológico que justamente la teoría
de las multiplicidadas venía a sepultar. Sólo que la unidad que se
consagra en la practica política populista es poco durable. En la
medida en que no se profundizan las dinámicas críticas al
neoliberalismo, el neoliberalismo regresa desde el lugar menos
pensado: desde los hábitos cotidianos. El populismo sublima el
problema bien complejo de las estructuras de acumulación de capital,
reduce esa cuestión central a poner límites desde el Estado y a
dar, de modo descontectado, una discusión cultural y política.
Pienso
que una nueva generación de teóricos deudores del populismo están
profundizando esta cuestión, sobre todo a partir de asumir el
desafió de explicar las crisis de los gobiernos progresistas.
Explicar esa crisis de un modo radical puede dar lugar a innovaciones
importantes. Porque el discurso con el que se llegó al 2015 ya no
funciona: si el pueblo está en el poder, si se poseen recursos y
legitimidad, ¿cómo puede un gobierno populista perder una elección,
si es mayoría? Damian Selsi, por ejemplo, se ha planteado este
problema: la única manera de perder esa elección (y no fue una
sola) es que el populismo no pueda unificar un pueblo uno. Entonces,
sobre la idea de que el populismo no unifica al pueblo uno, ya el
populismo tiene que empezar a pensar de otra manera, tiene que
empezar a pensar las propias divisiones del pueblo, tiene que empezar
a pensar cuáles son las fuentes de legitimidad o las fuentes de
subjetivación con las que compite, ya no es una dictadura, no es un
liberalismo cerrado, ya ahí estamos hablando de un neoliberalismo de
masas que actúa un poco como por todos lados, y ahí me parece que
vuelve el problema de que hay que pensar el mercado, el capitalismo
que crea subjetividad, es decir, el problema de una objetividad que
crea subjetividad.
¿Alguna
reflexión final?
Sólo
decir que el populismo no es la teoría de la inteligencia colectiva
que necesitamos, sino una teoría para un gobierno nacional en
términos defensivos, que intente defender la capacidad de regulación
de un estado-nación, crear mediaciones para eso y evitar que la
gestión de la sociedad sea una pura empresa neoliberal salvaje. En
ese sentido hay que subrayar que en esta coyuntura el populismo
integra a nivel electoral una parte importante de la oposición al
neoliberalismo macrista. Pero en otro sentido, en un sentido más
profundo, el populismo no tienen nada que decir respecto al modo en
que nuestra sociedad (el mundo y el occidente entero) fuera
reestructurada neoliberalmente. Es decir: nuestras sociedades son
neoliberales aun cuando las gobiernan los no-neoliberales. Por que
neoliberalismo quiere decir dos cosas distintas: por un lado es
partido político (que hoy en Argentina lidera Mauricio Macri), y por
otro lado, neoliberalismo son las condiciones estructurales que el
populismo no va a poder revertir. Para construir algo diferente del
neoliberalismo, el populismo no alcanza. Es una alternativa débil.
Hace falta poder leer que el verdadero enemigo de la reestructuración
capitalista es la inteligencia popular en acto. Lo que hace el
neoliberalismo es segmentar, privatizar y reprimir la capacidad de
desborde autónomo de la inteligencia colectiva, y es un problema de
la lucha de clases en la actualidad, no sólo en Argentina.
El
populismo es un límite para la capacidad de democratización de la
sociedad, es un límite pero, al mismo tiempo, es un elemento
defensivo que, pragmáticamente, se utiliza -una y otra vez-, porque
la ferocidad del partido neoliberal es brutal. Habrá que indagar
sobre las posibilidades de romper esa tensión política, para
producir momentos de avance. Hay experiencias: en América Latina
hubo un 2001 argentino, 2000-2005 en Bolivia y así podrían seguir
los ejemplos. Creo que tenemos que seguir pensando qué pasó ahí.
*Publicada en Revista Zoom
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