Interpelación, irreverencia y desafíos de una presencia indeleble*
Por
Mariano Pacheco
¿Desde
dónde hablar de Eva? La pregunta viene desde el fondo de la
historia, y de las bellas palabras escritas por Vicente Zito lema,
quien tituló así uno de sus poemas. ¿Desde dónde y para qué,
entonces? O más bien: ¿cómo reescribir a Evita, ya no como texto
literario, sino como legado político, que contribuya a asumir con
mayor firmeza los desafíos que la época impone?
Eva
sentenció en la década del 50: “el peronismo será revolucionario
o no será nada”. El peronismo (o al menos algunos de sus
contornos) fue revolucionario en los años 70 y nada (al menos como
identidad popular con vocación de cambio) en los años noventa,
cuando en su nombre un oscuro personaje llevó adelante un verdadero
peronismo del revés (ni socialmente justo, ni económicamente libre,
ni políticamente soberano). El peronismo siempre fue un fenómeno
ambivalente: fue rebelión y burocracia, y Evita --siempre-- memoria
popular activa en disputa con sus momificadores. Por eso su nombre
suele ser de los más invocados del movimiento, incluso –mucho
veces—más que lo que se invoca el nombre del propio fundador.
Evita
apasionada, despertó siempre apasionadas reacciones: fervor de
admiradores, odio de impugnadores. Cuando los gorilas pintaban “Viva
el cáncer”, con ella padeciendo profundos dolores en la cama, se
vengaban de su irreverencia: no sólo la de instaurar el criterio de
la dignidad de la justicia social frente a la infamia de la caridad,
sino también la de haber osado la lengua del desafío: la de una Eva
diciendo a los oligarcas que se cuidaran de atacar, porque ella no
iba dejar en pie “un solo ladrillo que no fuera peronista” si
esto sucedía. De allí que Evita comprara armas para entregar a los
trabajadores, vía la CGT, bajo el anhelo de conformar milicias
populares que defendieran lo conquistado cuando comenzaran los
ataques. Porque los ataques --ella lo sabía bien-- más temprano que
tarde iban a llegar.
El
peronismo se decretó fallecido en más de una oportunidad, pero como
de manera brillante supo decir en los setenta el filósofo marxista
Carlos Olmedo (también militante e incluso comandante guerrillero),
el peronismo no es un club o un partido político, como cualquiera,
sino “una experiencia de nuestro pueblo”, y como toda
experiencia, nunca es igual a sí misma, y siempre es susceptible de
ser reactualizada en otra clave. De allí que peronismo haya sabido
ir hasta el infinito, y más allá.
Sin
lugar a dudas, en ese ir y venir del peronismo, la figura de Eva no
estuvo exenta de interpretaciones diversas. En la literatura
argentina ese proceso de mutación es más que claro, y así lo hemos
abordado en el libro Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y
peronismo (editorial Punto de encuentro, 2016).
Entonces:
¿es posible reescribir a Evita, ya no como texto literario sino como
legado político?
En
1972, Leónidas Lamborghini publicó “Eva Perón en la hoguera”,
una reescritura de La razón de mi
vida totalmente atravesada por la
lectura de “Mi mensaje” --el texto final de Evita, su
testamento--. Allí propone el método literario de las “Partitas”,
que funciona como “equivalente a variaciones”, término que toma
de la “partida musical”, donde el juego completo que se hace
sobre un tema, variándolo y transformándolo, melódica,
contrapuntística y rítmicamente, es lo que se verifica disponiendo
de una serie de diversas jugadas o variaciones que el compositor hace
sobre el tema compuesto. Así, las reescrituras literarias como las
de Lamborghini, son como ejercicio de destrucción y reconstrucción,
no de un modelo, sino de una pieza que puja por hacer surgir algo
nuevo a partir de ese darle una forma diferente a la obra anterior.
La ruptura con la tradición allí es muy fuerte: hay un quiebre
profundo con quienes colocan a Evita en el lugar de las
conmemoraciones vacías, los rituales estériles, las placas frías
alejadas del calor de las pasiones, es decir, con quienes pretenden
hacer de la repetición de lo pasado la fuente de autoridad en el
presente (su método: petrificar todo lo que nombran).
Siguiendo
las pistas de John William Cooke, podríamos decir que hoy también
necesitamos proponer a Evita en su “significado político
concreto”, como “problema revolucionario”, como “proyección”
y no como “figura histórica desteñida”. En tal sentido, incluso
las palabras mismas de Evita --por, en “Mi mensaje”-- pueden
ayudarnos a encender la llama de pasión (y sabemos: una sola chispa
puede encender una inmensa pradera).
“No
he podido vencer todavía nuestro ´resentimiento´ con la oligarquía
que nos explotó. ¡Ni quiero vencerlo! Lo digo todos los días con
mi vieja indignación descamisada, dura y torpe, pero sincera como la
luz que no sabe cuándo alumbra y cuando quema…”.
Y
también:
“El
mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en
el fuego sagrado del fanatismo; pero enardecernos significa quemarnos
para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres y de los
imbéciles que nos hablan de prudencia. Se olvidan de que Cristo
dijo: ´¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y que más quiero
sino que arda!´. Él nos dio un ejemplo divino de fanatismo”.
Odio
a la oligarquía, entonces, por qué no… Y amor por los
descamisados. Pasión que tiene indeleble una marca de clase.
Fanatismo que a su vez enciende pasiones encontradas. Y el fuego, que
enciende esperanzas y consume el cuerpo, para que queden jirones, que
hoy reclaman ser recuperados, y también, resignificados.
*Nota publicada en revista Zoom
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