Nota publicada en Revista Zoom
Por Mariano Pacheco*
Las
elecciones, y el inminente arribo de un nuevo gobierno, amortiguan la
tensión entre economía y política que se suele expresar en las
calles. Pero el estado de movilización social permanece. Y puede ser
clave para enfrentar los desafíos que vienen.
Un
momento político ocurre cuando la temporalidad del consenso es
interrumpida. La frase es del pensador francés Jacques Ranciere,
pero bien nos sirve para pensar la escena contemporánea de la
Argentina. Al menos, para indagar el momento que se abrió tras la
realización de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y
Obligatorias, las PASO que devinieron en un plebiscito sobre la
gestión Cambiemos y sus intenciones de seguir gobernando el país
por cuatro años más.
El
peronazo del 11 de agosto permitió empezar a pensar en el principio
del fin del macrismo, pero también, problematizar el concepto mismo
de democracia, y poder revisar los vínculos tradiciones que se han
establecido entre las urnas y las calles y entre los movimientos
sociales y las instituciones del Estado.
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Alguna
vez, tratando de inscribir al fenómeno kirchnerista en sus
conceptualizaciones sobre el peronismo, el ensayista Alejandro
Horowicz sostuvo que el kirchnerismo era “peronismo sin programa”.
Daba cuenta así no sólo de la histórica elasticidad del peronismo,
sino incluso de la gran capacidad de improvisación que anidaba en la
experiencia que se hizo cargo del gobierno nacional a partir del 25
de mayo de 2003.
Pasado
el momento de debate en torno a si el kirchnerismo era una nueva
experiencia política o tan sólo un momento más (bajo otras
condiciones) del histórico movimiento peronista, la resolución de
la fórmula Fernández/Fernández estableció una línea de
continuidad (no sin tensiones) entre el kirchnerismo y el peronismo
más clásico (o tradicional), y puso (otra vez) a este movimiento en
el centro de la política nacional.
Quizás
ya no se trate de dilucidar si el kirchnerismo o el albertismo que
contiene también al kirchnerismo es un quinto peronismo sino de dar
cuenta que, aún con todas sus mutaciones (del neoliberalismo de
Menem a la transversalidad de Cristina o el progresismo de Cristina),
el peronismo de posdictadura sigue siendo, por un lado, la expresión
electoral con mayor intención de voto a la hora de contraponerse en
las urnas al neoliberalismo más descarnado y, por otro lado, una de
las corrientes a través de las cuales una importante (aunque no la
única) franja de las militancias populares se siguen expresando
políticamente.
En
1976, en un texto redactado en el marco de una discusión que el
sector (de Inteligencia) en el que participaba sostiene con la
conducción nacional de Montoneros, el escritor, periodista y
militante revolucionario Rodolfo Walsh escribe: “las
masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero
conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en
definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia
psicología, o sea los componentes de su identidad social y
política”. Obviamente, Walsh se refiere al peronismo, el nombre de
esa “experiencia” que ha realizado la clase obrera argentina a lo
largo de los años, que ha mutado innumerables veces y que en la
“democracia de la derrota” merece ser pensado bajo otras
condiciones a las que le dieron origen y en las cuales se desarrollo
durante el siglo XX, pero evidentemente no puede ser descartada del
escenario político de estas primeras décadas del siglo XXI.
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“El
Fernandismo nace con la necesidad de pausar la agenda callejera
(porque divide) para que ´la política´ pueda hacer su trabajo de
victoriosa componenda”, puede leerse en la editorial del último
número de la revista Crisis. La conclusión a la que arriba
el texto parte de una hipótesis de doble vía: por un lado, ese
fenomenal “experimento de transferencia” nunca visto, por el cual
Cristina Fernández de Kirchner acuerda con Alberto Fernández (que
no contaba con votos propios ni figuraba como candidato) que encabece
la lista del Frente de Todos; por otro lado trazar –por parte de
CFK-- dos objetivos para 2019: unir al peronismo para ganar las
elecciones; sentar las bases para una gobernabilidad futura.
Al
parecer, el primer aspecto –en principio-- estaría garantizado
tras el peronazo del 11 de agosto, pero ¿qué pasa con el segundo?
Las
corrientes mayoritarias del movimiento popular argentino se han
encolumnado tras esas candidaturas. Están los ortodoxos (peronistas
y kirchneristas), los heterodoxos (kirchneristas y peronistas) e
incluso quienes ni siquiera se dejan interpelar por ese imaginario
histórico; pero todos –como decía Perón; todes, como dirían
muches hoy-- trabajan por el movimiento (al menos por el movimiento
que pone en marcha una corriente de opinión en pos de desalojar a
Mauricio Macri de la presidencia).
La
izquierda que no adscribe a la fórmula Fernández/Fernández ya ha
estado en las calles la semana pasada (movilización a Plaza de Mayo
el jueves 15 de agosto). Esta semana hay asambleas de las
trabajadoras y trabajadores de la economía popular (jueves 22) y la
semana que viene se desarrollará una Jornada Nacional de Lucha del
sector. Voces del feminismo, por su parte, ya han advertido acerca de
cómo el “terror financiero” golpea los bolsillos populares y,
sobre todo, el mundo de la reproducción social a cargo de las
mujeres, y la necesidad de permanecer activas ante esta situación.
Para
Gildo Onorato, dirigente del Movimiento Evita y uno de los
principales referentes de la Confederación de Trabajadores de la
Economía Popular (CTEP), está claro que los movimientos populares
tienen que seguir en las calles, argumentando que “la firmeza en la
lucha social y la agenda reivindicativa es muy importante para
oxigenar las demandas en el marco de la democracia, impulsando que
los conflictos tengan una canalización institucional”. Por otro
lado, el referente destacó que, en el marco de la disputa electoral,
los movimientos van fijando posición, sin dejar de tener en cuenta
que esos procesos pueden ser un instrumento para visibilizar parte de
su agenda. “Pero la fortaleza de nuestro sector está en la unidad
en la diversidad, una unidad que se da con firmeza en la lucha, en la
que se construye un programa y una articulación con otros sectores,
como los gremios (sobre todo de la CGT) y la Pastoral Social de la
Iglesia, y esa agenda trasciende los momentos electorales”,
sentenció.
Verónica
Gago, investigadora militante y referente de espacios feministas –por
su parte-- subrayó la importancia de la pedagogía popular que los
feminismos han realizado durante los últimos años sobre la cuestión
financiera, y cómo para muchos sectores hoy está claro que tras la
derrota electoral el macrismo pasó a hacer política por otros
medios, más precisamente, por la “guerra de la moneda”.
Así,
la cuestión de la deuda pasa a ocupar un lugar central en este
momento político, porque es uno de los grandes temas sobre los
cuales el nuevo gobierno deberá tomar cartas en el asunto, si se
pretende torcer el rumbo por el que Cambiemos hizo transitar al país,
como ciego caminando por una cornisa.
En
tal sentido, así como la contienda electoral volvió a poner en el
centro de los debates la cuestión de la economía, la relación
entre economía y política vuelve a ser crucial. Así lo entienden
al menos algunos economistas, como el cordobés Santiago Buraschi
(integrante del Observatorio de Trabajo, Economía y Sociedad), quien
destacó que “en escenarios de deuda creciente los margenes de
maniobra son cada vez menores”, y por lo tanto, no se puede pensar
en resoluciones económicas desmarcadas de decisiones políticas.
El
nivel de intensidad política que la sociedad argentina muestre a la
hora de sostener futuros próximos de movilización para enfrentar la
adversidad de presiones internacionales será entonces fundamental.
Quizás
los movimientos sociales no tengan gran traducción de su impulso de
base en cantidades de votos, pero seguro son quienes pueden
garantizar encauzar fuerzas a la hora de imaginar escenarios
atravesados por grandes movilizaciones populares, e incluso,
incentivar a sectores desorganizados a copar las calles.
En
estos días la discusión sobre la gobernabilidad volvió también a
reactualizarse.
¿Será
gobernabilidad sinónimo de impase en las calles o en estos meses
–los del “fin del macrismo” y los inicios del albertismo--
gobernar será dar cuenta, una y otra vez, del rumor que se entreteja
en las calles?