Neoliberalismo y vida cotidiana
Por Mariano Pacheco*
Derrota y vigencia de una visión sartreana
El infierno: ¿son los otros?
Durante décadas la emblemática frase “el infierno son los otros”
funcionó como contraseña, como guiño de un existencialismo que,
tal vez por su devenir moda, se vio privado de contribuir a ejercer
reflexiones más profundas, más allá de la rigurosidad de sus
fundadores: Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. En Argentina, no
sólo la cultura de izquierdas se vio influenciada por ambas figuras,
desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta casi entrada la década
del setenta. También la “alta cultura”, vía el grupo de la
revista Sur supo tener su costado
existencialista. En pleno inicio de la segunda década del siglo XXI,
aún pueden encontrarse, caminando las librerías porteñas de la
calle Corrientes, las ediciones de Losada, con traducciones de dos
grandes figuras, como fueron Mirta Arlt y Aurora Bernárdez, entre
otras.
La frase “el infierno son
los otros” se popularizó luego de que Sartre estrenara A
puerta cerrada, la breve pieza que pone en escena una
discusión “entrelíneas”, en una París ocupada aún por el
nazismo. Encerrados en una habitación, sin entender cuándo llegarán
las situaciones de opresión típicamente catalogadas en el
imaginario popular, los tres personajes descubren que el infierno son
cada uno para los otros dos, según les explica Inés a Stelle y a
Garcín. De allí en más, en diversas capitales del mundo se asumió
al existencialismo sartreano como un pesimismo que entendía cada
vínculo humano como infernal. Sin embargo, dos décadas después,
cuando se grabó la pieza teatral en un disco y Sartre sumó su voz
para introducirla, aclaró:
“Si las relaciones que
establecemos con los demás son retorcidas, viciadas, entonces el
otro no puede ser más que el infierno”.
En dicha alocución –publicada
en el libro titulado Un teatro de situaciones-- Sartre
subraya el hecho de que los personajes de su obra están muertos,
para luego decir que “muertas en vida” se encuentran muchas
personas que permanecen “enjauladas” en una serie de hábitos y
costumbres que no pueden romper.
Tres cuartos de siglo después
el mundo es muy otro, en muchos aspectos, y la filosofía sartreana
de la libertad (la elección en situación) fue barrida no sólo por
las críticas estructuralistas que le sucedieron, sino también por
una contemporaneidad que pretende colocar a la reflexión crítica (y
con ella, conceptos como compromiso, decisión, proyecto) en los
museos de la historia.
Neoliberalismo y vida
cotidiana
La
idea de que el neoliberalismo es mucho más que un modelo nacional de
gobierno o un programa/ partido político cobra cada día más
consistencia. En tanto que dinámica global del capitalismo actual,
el neoliberalismo logra reproducirse porque ha calado hondo, como
modo de vida, incluso más allá de las intenciones de los sujetos,
que en muchos casos se autoperciben críticos del mundo que
habitamos. Tal vez por eso, quizás, viejas consignas como “Lo
personal es político”, del feminismo, logra hoy en día adquirir
una relevancia que años anteriores no tenía.
“La
vida cotidiana puede pensarse como un espacio clandestino en el que
las prácticas y los usos subvierten las reglas de los poderes”,
sostiene la pensadora mexicana Susana Regillo, en su texto titulado
La clandestina centralidad de la vida cotidiana.
La idea de subversión micropolítica viene a sumarle a la
tradicional –y siempre necesaria-- lucha política en el plano
macro, un aspecto que el neoliberalismo entendió muy bien. A saber:
que es en la cotidianeidad, y en los espacios que autopercibimos como
más íntimos donde lo neoliberal logra tener éxitos profundos.
Frente
a las vidas de derecha, que promueven la ilusión de una vida sin
conflictos, quienes pretendemos otro mundo nos encontramos muchas
veces ante la dificultad de asumir la radical posición que implica
búsquedas por tramitar los conflictos que, sabemos, en el fondo son
irresolubles, porque pretender anular el conflicto conduce siempre a
una posición que lleva a la extinción del punto de vista de la
diversidad.
En
un mundo como el que habitamos, en el que la vida se precariza a cada
paso, la presión sobre nuestros cuerpos y subjetividades es cada vez
mayor. Como arriesga Mark Fisher en alguna de sus hipótesis sobre el
mundo contemporáneo, estamos ante una ironía devastadora a partir
de la cual se nos reclama estar siempre presentes, a disposición
(del capital), pero se nos recuerda al mismo tiempo que somos
descartables.
Esta situación promueve un
malestar creciente, situaciones de estrés profundo, y ante la
ausencia de alternativas, o ante alternativas que se perciben débiles
ante el poder arrollador del Nuevo Orden Mundial, el malestar y el
estrés devienen violencia horizontal, que circula entre pares, sean
parejas, amistades, familia o personas con quienes se comparte el
trabajo, el estudio y actividades de recreación.
Quizás
por eso, frente a la permanente autovigilancia que se necesita para
poder hacer un trabajo reflexivo al respecto, la vida contemporánea
reclame en la actualidad tener en cuenta aquello que el escritor
italiano Ítalo Calvino escribió en su novela Las
ciudades invisibles.
A saber: poder
detectar “quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y
hacer que dure, y dejarle espacio”.
* Nota publicada en Revista Zoom
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