“La persona prehistórica media podía
llevar una buena vida trabajando alrededor de 15 horas semanales”, escribe
Ursula Le Guin en “La teoría de la bolsa de ficción”. Y luego agrega: “los más
inquietos decidieron escaparse y cazar mamut”. Los hábiles cazadores volverían
entonces, nos dice, con un montón de carne, mucho marfil y un relato. “No fue
así la carne lo que marcó la diferencia. Fue el relato”.
Para Donna Haraway, que escribe el
prólogo de este libro publicado en Argentina en una bella edición de Rara Avis
(que cuenta además con ilustraciones de Martín Franhoc Halley realizadas
especialmente para la ocasión), lo que Le Guin escribe son bolsas amplias de
historias para juntar y llevar a la narración las cosas del vivir. “Cada
mochila nace de (y exige una respuesta a) preguntas urgentes acerca de cómo
contar historias que ayuden a reescribir la historia para los tipos de vida y
de muerte que merecen mejores presentes y futuros fértiles”.
Se trata entonces de contar historias,
no como un lujo, sino como una suerte de bordado que permita aumentar la
empatía, la perspectiva hospitalaria hacia otres. “Cuestión apremiante respecto
a cómo unirnos para contar historias necesarias, construir los mundos necesarios
y hacer enmudecer a los mortíferos”, agrega Haraway.
La ficción sería así una forma de
intentar describir lo que de hecho está sucediendo, lo que la gente hace y
siente, cómo la gente se relaciona. “Es una suerte de realismo extraño”, dice
Le Guin, porque la realidad “es extraña”. Contra la forma imperial –como
caracteriza a la novela del héroe– se postula el “relato saco”, bolsa, ya que
un libro guarda palabras y, las palabras, guardan cosas, portan significados
(este apartado me hizo acordar mucho a “El guardapalabras”, el libro de
memorias del obrero ferroviario y militante sindical argentino Juan Carlos “El
Negro” Cena).
Una novela, desde esta perspectiva,
sería un atado (en el sentido sudamericano de bulto de tela o de cuero, según
se deja consignar en el texto) que mantiene las cosas “en una relación
particular y poderosa, las unas con las otras y con nosotras”. Escribir para
sostener una memoria, entonces, que pueda ser retomada para seguir la
narración.

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