Sobre la Estación
Darío y Maxi, ex Avellaneda
¿Cómo hacer para que la voces populares –la de
las gentes comunes y de a pie– sean tenidas en cuenta como palabras, y no como
meras voces?
Por Mariano Pacheco
Es decir, ¿cómo hacer para que ese murmullo de la protesta y la
lucha callejera, de la organización de base en las barriadas, en los lugares de
trabajo, de estudio y de apropiación para creación cultural, sean tenidas en
cuenta como palabra política y no como mero ruido? Porque la lucha política
–tal como ha resaltado Eduardo Rinesi en ese libro magistral que ha titulado Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y
Maquiavelo– es siempre, también, una lucha por la palabra y, antes que eso
aún, por la definición misma de qué cosa debe ser entendida como una palabra.
Si la lucha política no es sólo una lucha que
involucra los cuerpos en las batallas callejeras, en las disputas cuerpo a
cuerpo con la patronal, los burócratas y los punteros, sino que además es una
lucha por definir los sentidos y los nombres que se le otorgan a las prácticas
y los espacios, entonces, la intervención en el plano simbólico, la batalla
cultural en general, es –debe ser– un componente imprescindible de los combates
que tenemos que librar, en este largo camino por conquistar nuestra
emancipación.
Renombrar lugares, inventar otros nuevos y darles
nuevos nombres, una tarea de primer orden. Gestar dinámicas que rompan los
típicos monólogos apabullantes, construir organizaciones capaces de hacer
escuchar las palabras de quienes, por lo general, suelen ser silenciados, otra
tarea fundamental.
De allí que la recuperación de espacios (de fábricas recuperadas por sus
trabajadores; de predios recuperados por organizaciones territoriales para
levantar centros sociales, culturales, de carácter comunitario; etc.), haya
sido y siga siendo un elemento central y dinamizador de la construcción de
dinámicas, miradas y expresiones contrahegemónicas.
De allí que se nos hinche el pecho de orgullo al
ver que una estación de trenes del sur del Conurbano, como fue Avellaneda, hoy
se llame Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Un largo y paciente proceso de
lucha lo hicieron posible. Así que como alguna vez escribimos conjuntamente con Miguel
Mazzeo, “la imaginación indisciplinada, y esa riqueza
simbólica que fomenta con rituales los lazos igualitarios”, hoy encuentran un
nuevo lugar donde cobijarse, para tomar nuevas fuerzas y seguir en la batalla.
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