(“Reflexiones X”,
capítulo del libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de
Trabajadores Desocupados, El Colectivo editorial, Buenos Aires, 2010).
Por Mariano Pacheco
La figura de Guevara ha funcionado como una
suerte de aguja enhebradora de distintos
hilos generacionales. El Che articuló las experiencias de quienes
comenzamos a militar en los 90 con quienes venían desde antes: de los 80, pero
también de los 70, de los 60…
"Hoy su cara está en todas las remeras,
es un muerto que no para de nacer".
Bersuit Vergarabat, Murguita del sur
"Si queremos expresar cómo queremos que
sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el
Che!"
Fidel
Castro, “Un modelo de revolucionario”
I
La movilización por los 20 años del golpe;
los recitales de Daniel Viglietti y los actos por los 30 años de la caída del
Comandante en Bolivia; los escraches de los HIJOS; las nuevas batallas que
lentamente comenzaron a librarse en Argentina, y en otras latitudes,
encontraron en Guevara una cara a través
de la cual poder dialogar. Marxistas en todas sus vertientes, peronistas revolucionarios,
cristianos de la Teología de la Liberación y “piqueteros” a secas, sin
experiencias de luchas previas, nos vimos interpelados, seguramente por
distintas razones, por el ejemplo del Che.
En cuanto a “la izquierda por venir”,
como la ha llamado Miguel
Mazzeo, o “la Nueva Izquierda Autónoma”,
como se la suele denominar, si
hay algo aquí por destacar, es su carácter plural, su vocación múltiple y
abierta. Porque como nos recuerdan los zapatistas, "muchos son los colores
y los pensamientos”. Por tanto, “el mundo será alegre si todos los colores y
todos los pensamientos tienen su lugar”.
La militancia autónoma, generacionalmente
ubicada en el mundo pos-caída del Muro de Berlín, tuvo la capacidad de
relacionar elementos antaño difíciles de conjugar. Puede combinar al Roby Santucho con John W. Cooke. La
estrella federal y la de cinco puntas. Evita y el Che. Montoneros y el PRT. La
resistencia peronista y Trotsky. José Carlos Mariátegui y Michel Foucault.
Antonio Gramsci y Guilles Deleuze. Federico Nietzsche y Karl Marx. Los
zapatistas y Lenin. El MST y Walter Benjamin…
Se permite leer a Leopoldo Lugones y a
Roberto Arlt; a Rodolfo Walsh, Francisco Paco
Urondo, Haroldo Conti, Juan Gelman, Leopoldo Marechal, pero también a Manuel
Puig, Oliverio Girondo y Jorge Luis Borges. Raúl Scalabrini Ortiz y Yukio
Mishima. Jauretche y Simone de Beauvoir. Hemingway y Osvaldo Soriano. La lista podría tornarse inabarcable de
acuerdo a los gustos de cada quien. Interminable, si sumamos teatro, plástica y
preferencias en cuanto a disciplinas sociales.
Una generación, decía, que se identifica con
las historias breves del Nuevo Cine Argentino, pero que se deslumbra con el
descubrimiento del Nuevo Cine Asiático. Lo propio y lo lejano. Lo pretérito y
lo actual. Raúl Perrone y Kim-ki-duc. Leonardo Favio y Michelangelo Antonioni.
Fernando Pino Solanas y
Wong-Kar-Wai...
Por supuesto, escucha a Silvio Rodríguez,
Víctor Jara y Violeta Parra, pero también se permite a Intoxicados. Viglietti y
Babasónicos. Hermética y Larralde. Pugliese y Calamaro. Que transforma las
canciones cantadas en recitales de La Renga en consignas políticas; y
viceversa.
A propósito de
la proliferación de la figura del Che por fuera de los ámbitos estrictamente
políticos, queda claro que, en la última década, estuvo presente en recitales y
canchas de fútbol cada vez con mayor frecuencia. Aunque también en la
publicidad consumista que caracteriza nuestros días: remeras, buzos, parches,
mochilas… ¡hasta calzoncillos del Che llegaron a fabricar! En ese sentido es
que no estamos planteando gestar un
nuevo ídolo. Más bien todo lo contrario. Aunque no está mal que algún
adolescente se enfurezca con sus padres o profesores y se compre una remera del
Che. O que los muchachos y las chicas rockers lo estampen en sus banderas para
llevar a los recitales. O que alguno se deje la barba para seducir a una
compañera de estudios. O que una chica se pegue un parche en la mochila para
llamar la atención del “zurdito” simpático más cercano. Pero de ahí a
transformarlo en un fetiche de la militancia, hay una distancia grande. Porque
para la cultura rock, rebelde y contestaria en muchos casos, supone un rechazo,
una impugnación del capitalismo por otros medios. Es decir, no los de la lucha
política, la organización popular. Pero sí desde la reivindicación de la
solidaridad, del trato entre pares. De la batalla contra el aislamiento y el
individualismo promovida por la ideología sistémica. Y en esos casos, si
promueve la rebeldía, ¡bienvenido el parche de Guevara!
Además, por qué negarlo, hay algo de todo
eso también en el Che. Pensemos en
sus borceguíes abiertos, con los cordones desatados, cuando era ministro. O en
sus pantalones con un broche de colgar la ropa. Dos imágenes de quien se
resiste a aceptar las normas. De un revolucionario en quien, también, persiste
esa frescura de la insubordinación ante ciertas reglas, ciertas formalidades.
II
Veamos ahora las posibles aristas
guevaristas a recuperar por parte de las organizaciones inscriptas en la nueva
izquierda autónoma. Decimos aristas, porque hoy, evidentemente, sólo podemos
rescatar para nosotros una parcialidad del comportamiento y las ideas del Che.
“La izquierda por venir concibe al campo
popular como un bloque histórico... cuya fuerza y capacidad para la
transformación social proviene de la autonomía”,[1]
escribe Mazzeo. Y afirma: “la reivindicación de la autonomía, por su parte,
obliga a pensar la construcción política en términos de articulación...
concebida como estrategia. Se parte así de una certeza: ningún sector puede
reivindicar hoy la capacidad de funcionar como centro o ‘foco’ (real o
potencial) exclusivo”. Como vemos, no es precisamente la idea del foco
irradiador de conciencia lo que más nos seduce de Guevara.
Sí, en cambio, su permanente atención por
los problemas subjetivos y los valores. En este sentido, quisiera rescatar unas
palabras que el teólogo brasileño Frei Betto escribió en octubre de 2007, unos
cuantos años más adelante de la historia que estamos narrando.
“Nos
ha faltado destacar con mas énfasis los valores morales, las emulaciones
subjetivas, los anhelos espirituales”, dice en su Carta abierta al Che. Quizás allí radique el legado que más nos
interesa de Guevara. La preocupación por las emulaciones subjetivas, la pasión
y los anhelos espirituales. Tal vez podamos retomar, entonces, la apuesta literaria
de Marechal y trasladarla a estas líneas
de reflexión sobre la práctica política. Aspirando a reunir con nosotros “un
equipo bélico entrenado en la costumbre poética del coraje” como nos insta
Megafón.
Porque, tal como escribió Esteban Rodríguez
alguna vez, hablando de este tema: “Sin estímulos semejantes que intensifiquen
la experiencia, el socialismo será una cuestión de iniciados, quiero decir, una
práctica que atañe a especialistas que rozan el fundamentalismo. Se necesitan
entonces distintas motivaciones emocionales que sustenten el cotidiano que
comienza a levantarse entre acantilados. No se llega al socialismo de un
plumazo, con sesiones de materialismo dialéctico puro. No se trata de
convencer, sino de predicar con el ejemplo. Ésta es la cuestión. Contagiar con
el ejemplo”.[2]
Algo que Guevara nunca dejó de tener en
cuenta: “Siempre quedan rezagados, y nuestra función no es la de liquidar a los
rezagados, no es la de aplastarlos y obligarlos a que acaten a una vanguardia
armada, sino la de educarlos, la de llevarlos adelante, la de hacer que nos
sigan por nuestro ejemplo… el ejemplo de sus mejores compañeros, que lo están
haciendo con entusiasmo, con fervor, con alegría día a día. El ejemplo, el buen
ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que
contagiar con buenos ejemplos… demostrar de lo que somos capaces; demostrar de
lo que es capaz una revolución cuando está en el poder, y cuando tiene fe”.[3]
De algo muy parecido hablamos en el capítulo
anterior, cuando vimos la cotidianidad
puesta en el centro de la cuestión por la izquierda autónoma. Tal vez debamos
agregar que al hablar de “contagiar con el ejemplo” no nos estamos refiriendo a
bajar línea, a decir lo que hay que hacer. Sino más bien a construir dinámicas
colectivas. Hacerlo y punto. Compartir experiencias y saberes. No hablamos de
“adoctrinar”. Mucho menos de imponer. Porque el militante, tal cual se lo
entiende desde la izquierda autónoma, no es el portador de ninguna verdad. No
tiene que inyectarle ninguna conciencia a nadie. Si tiene alguna idea (siempre
tenemos alguna) le sirve más como parámetro que como modelo. Ideas que suelen
funcionar más como hipótesis que como certeza cerrada. En ese sentido, la
construcción política es más una apuesta incierta que una certeza teórica a
verificar en la realidad.
Claro que para ciertas izquierdas la
apertura a un campo de incertidumbres puede resultarles por demás peligroso.
Sea porque puede conducirlos rápidamente a la desesperanza y la angustia, sea
porque los lleva a un relativismo que termina en la inacción. De ahí la
necesidad, ya sea de tener una línea clara, que suele ser estática. O bien de
justificar el quietismo en la espera de una realidad que sorprenda, que
desbarate “los planes trazados de antemano”. Para la izquierda por venir,
digamos, hay una línea, pero que es
lo más parecido a un sendero que se bifurca. Por eso nos hacemos eco de las
palabras de Zaratustra, cuando dice: “‘Éste es mi camino, ¿dónde está el
vuestro?’, así respondía yo a quienes me preguntaban por ‘el camino’. ¡El
camino, en efecto, no existe!”.[4]
III
Establezcamos, de una buena vez, una línea
de diálogo con Guevara. Con algunas de sus preocupaciones, que son también las
nuestras. Decíamos que una de las preguntas que se hizo el comandante fue la de
los estímulos morales. Cómo contraponer un tipo diferente de subjetividad a la
regla capitalista fundada en la materialidad y el interés. Tomemos algunos de
sus textos. Qué debe ser un joven
comunista, Sobre la construcción del
partido y El socialismo y el hombre
en Cuba. Tres textos clave del pensamiento guevariano.
Guevara es un marxista, se sabe. Pero
también que su praxis excluye el dogmatismo. Huye de él como quien escapa de la
peste. No anda, precisamente, con un manual soviético bajo el brazo. De ahí que
tomemos sus palabras. Porque somos jóvenes, pero además, porque nos convocan a
ser parte; a tomar partido. “Una juventud que no crea es una anomalía”, dice.
“Actuar permanentemente preocupados de nuestros propios actos”. Hace hincapié
en la capacidad de estar abierto, siempre, a las nuevas experiencias. Actuar,
señala, con una “gran sensibilidad frente a la injusticia. Espíritu inconforme
cada vez que surge algo que está mal, lo haya dicho quien lo haya dicho”. Queda
claro, ¿no? No hay “intocables”. Mucho menos “incuestionables”. Por tanto, no
usar sus palabras como cita de autoridad, es clave para pensar los problemas
contemporáneos. Tomar sus palabras como “disparadores” (así suele decirse desde
la Educación Popular).
Podemos encontrar en sus palabras a los
jóvenes comunistas las mismas preocupaciones. “Se plantea a todo joven
comunista ser esencialmente humano, ser tan humano que se acerque a lo mejor de
lo humano, purificar lo mejor del hombre por medio del trabajo, del estudio,
del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo y con todos los
pueblos del mundo, desarrollar al máximo la sensibilidad hasta sentirse
angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y para
sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva
bandera de libertad”. Construirnos a nosotros mismos como obras de arte,
entendido desde esta perspectiva, no parece una idea tan alejada.
Crear las herramientas necesarias de acuerdo
a las circunstancias. He ahí el quid de la cuestión. Porque, como señala el Che
cuando se refiere a la construcción de un partido nuevo: “… ninguna
construcción será igual; todas tendrán características peculiares…”. Algo
similar a lo que dice en El socialismo y
el hombre en Cuba: “La revolución se hace a través del hombre, pero el
hombre tiene que forjar día a día ese espíritu revolucionario… Nos forjaremos
en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo…”.
Claro que Guevara habla y actúa en otro
contexto. De todas maneras podemos tomar su llamado a los jóvenes por el papel
significativo que juegan en la sociedad. Y hacernos eco, desde las nuevas
generaciones que apostamos por un cambio social. Ya aclaramos, en otro
capítulo, que la nueva generación no puede ser definida por su fecha de
nacimiento, sino por una vocación colectiva de enfrentar determinadas
problemáticas).
IV
Pasemos entonces a ver ahora la noción del
hombre nuevo. A “problematizarla” un poco. Porque otra vez, la cuestión
sacrificial estará de por medio. Por algo se asocia tanto la figura de Guevara
a la de Jesús de Nazaret. “Ustedes, compañeros –dice a los jóvenes– deben ser
la vanguardia. Los primeros en los sacrificios que la revolución demande,
cualquiera sea la índole de esos sacrificios”.[5] En
el mismo sentido, el Che reflexiona sobre un chiste que ha escuchado en la
Isla.[6]
Trabajar horas extras, los domingos trabajo voluntario, sacrificarse por su
formación, por predicar con el ejemplo y, por último, estar dispuesto a dar, en
cualquier momento, su vida por la revolución. Todo eso para ingresar al
partido. Claro, el tipo al que le proponen eso responde que si ésa va a ser su
vida en la revolución, encantado, dice, ¡entrega su vida! “¿Para qué la
quiero?”.
Es raro, porque el Che toma ese comentario que escuchó. No se enoja, no mira para otro
lado. No es un incondicional que sólo escucha lo que le conviene, lo que lo
deja tranquilo. No. Tal vez también él se ríe. Sin embargo, saca sus
conclusiones. Que son políticas, pero también morales. Había mucha moralina en
la izquierda revolucionaria de entonces. Tal vez esa moralina persista aún hoy
en muchas construcciones que apuestan por un cambio.
“Hay un contenido contrarevolucionario”,
remarca Guevara. Porque el chiste no tiene en cuenta que el “revolucionario
cabal” está dispuesto al sacrificio. Una nueva modalidad de sacrificio,
insiste. Fresca, renovada, no impuesta. Pero…, no sé… Tal vez sea una cuestión
generacional. De todas formas, ya en los 70 hubo tipos que insistieron en
salirse de esas visiones. Un poco como veíamos en las Reflexiones IV. Deleuze y Guattari rescatando a Nietzsche.
El propio Cortázar desconfiando de los “revolucionarias de caras largas”.
Habría que hurgar un poco más en la figura de Camilo Cienfuegos. Aun en el
propio Guevara están estas tensiones. Él trabaja de sol a sol, toda la semana y
ríe, como vimos en sus fotografías. ¿Pero el resto? ¿También lleva una sonrisa
en el rostro? ¿Cuánto tiempo pueden sostenerse esas posiciones sacrificiales?
Insisto: la idea de prácticas pre-figurativas conspira contra toda esa perorata
de padecer hoy para recolectar los frutos mañana. Tal vez debamos promocionar
todo el tiempo las pasiones alegres, como forma de conjurar las pasiones
tristes.
Veamos ahora unos pasajes de un relato de
Omar Cabezas, que van en la misma línea de lo que venimos diciendo, y que
muestran un poco cómo esa concepción sacrificial marcó la perspectiva de la
militancia latinoamericana.
Tello, uno de los jefes del Frente
Sandinista de Liberación Nacional, se enfrenta a la tropa de insurgentes
amotinada. Dicen que no pueden cargar una cantidad de alimentos. Están en
alguna montaña perdida de Nicaragua. Tienen hambre, frío, cansancio. No
desgano, porque están firmes en la lucha los muchachos. Sin embargo, él se
enfurece, los insulta: “Son unas mujercitas… son unos maricas…”, les dice.
Luego trata de persuadirlos, adoctrinarlos, y les da un discurso. Así lo narra
el autor, uno de los comandantes del FSLN: “Compañeros”, dice, “ustedes han
oído hablar del hombre nuevo… ¿Y ustedes saben dónde está el hombre nuevo…? El hombre
nuevo está en el futuro, pues es el hombre que queremos formar con la nueva
sociedad, cuando triunfe la revolución… ´no hermanos´, dice: ¿Saben donde está?
Está allá en el borde, en la punta del cerro que estamos subiendo… está allá,
agárrenlo, encuéntrelo, búsquenlo, consíganlo. El hombre nuevo está más allá de
donde está el hombre normal… más allá del cansancio de las piernas… del
cansancio de los pulmones… más allá de la lluvia… de los zancudos… de la
soledad. El hombre nuevo está ahí, en el plus-esfuerzo. Está ahí en donde el
hombre normal empieza a dar más que el hombre normal. Donde el hombre empieza a
dar más que el común de los hombres. Cuando el hombre comienza a olvidarse de
su cansancio, a olvidarse de él, cuando se empieza a negar a él mismo… Ahí está
el hombre nuevo. Entonces, si están cansados, si están rendidos, olvídense de
eso, suban el cerro y cuando lleguen allí ustedes van a tener un pedacito del
hombre nuevo. El hombre nuevo lo vamos a comenzar a forjar aquí. Aquí se
empieza a formar el hombre nuevo, porque el Frente tiene que ser una
organización de hombres nuevos que cuando triunfen puedan generar una sociedad
de hombres nuevos… Así que si no son teorías y en realidad quieren ser hombres
nuevos, alcáncelo…”.[7]
Estamos de acuerdo, continúa Cabezas. Y
cuenta que luego de eso, todos quisieron ser como el Che. Que se dieron cuenta
de que el hombre nuevo se construye a costa de sacrificios y penalidades y que,
mientras el hombre no se muera o caiga desmayado, siempre puede dar más. Ergo:
cargaron las bolsas y subieron el cerro.
Está bien. Puede que a veces haya que
revitalizar el ánimo de la tropa. Después de perder una batalla. En tiempos
grises, cuando no pasa nada. No lo niego, y por eso la mística será un rasgo distintivo de la nueva izquierda
latinoamericana. Pero de ahí a tomar al plus-esfuerzo como normativa moral…
Quedémonos, de todas formas, con esta idea
de que el hombre nuevo no está en el futuro. Forjarlo en la actualidad, de algo
muy parecido se hablará en las barriadas, cuando los MTD se planteen ir
gestando prácticas prefigurativas. “Crear mujeres y hombres nuevos”, insistirá
la Nueva Izquierda Y la cuestión de géneros no es un detalle semántico. Hay
toda una “política menor” que en el nuevo milenio cobrará cada vez más fuerza dentro
de los movimientos populares. Políticas que durante los 60 y los 70 no se
tenían muy en cuenta. Aunque en esa época comienzan a tomar mayor impulso. En
ese sentido, me parece, la incorporación del “femenino” es todo un avance en la
perspectiva emancipatoria de la humanidad. Aunque a veces, así y todo, no
alcance.
Pero continuemos con esto del hombre nuevo.
Creo no equivocarme al sostener que la
Izquierda Autónoma ya no concibe que la producción de ideas y prácticas
de nuevo tipo deban darse al interior de la vanguardia, sino más bien en las
propias instancias que los hombres y mujeres que bregan por otra vida van
construyendo. Así sean movimientos sociales, antaño subestimados por no ser
capaces de generar una conciencia que exceda los límites de lo sindical, según
señaló el Pelado Lenin.[8] En
ese sentido, podríamos decir, la nueva izquierda ve lo nuevo forjándose en
medio de la vida cotidiana, con su multiplicidad de contradicciones,
dificultades y problemas que ello implica. En medio de la mierda, como decíamos
capítulos atrás. En nuevas herramientas, que desde el vamos cuestionarán esa
división tan tajante entre lo sindical y lo político; lo espontáneo y lo
organizado; lo azaroso y lo planificado. Y que se plantearán, como cuestión
insoslayable de un proyecto revolucionario, politizar la cotidianidad. Allí, en
la realidad que nos toca. En una sociedad regida por el auge de la sociedad del
espectáculo que todo lo cosifica. Conviviendo con Marcelo Tinelli y Gran Hermano. Con la invasión de
mensajes de SMS y la proliferación de propaganda por Internet; allí, abrir una
grieta. Plantear algo nuevo. Otra cosa. Y que el futuro diga.
[1] Mazzeo, Miguel, El
sueño de una cosa (introducción al Poder Popular), Editorial El Colectivo,
Buenos Aires, 2008.
[2] Texto que circuló por correo electrónico, s/d.
[3] Guevara, Ernesto, “Sobre la construcción del partido”, en Obras
completas, Macla, Buenos Aires,
1997, p.122.
[7] Cabezas, Omar,
La montaña es algo más que esa inmensa
estepa verde, Editorial Nueva América, Buenos Aires, 1987, pp.120-121.
[8] “Hemos dicho que los obreros no
podían tener conciencia socialdemócrata. ésta sólo podía ser introducida
desde afuera”, en: Lenin, Vladimir Ilich, ¿Qué
hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2004, p. 127.
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