“La teoría sirve para problematizar, no para resolver.
Y bien empleada no se presta a las aplicaciones”
Por Mariano Pacheco, @PachecoenMarcha
(Nota publicada el miércoles 15/04/2015 en www.laizquierdadiario.com)
Reconocido narrador que supo transitar asimismo la escritura del ensayo
y la crítica literaria, Martín Kohan publicó recientemente El país de la guerra, un libro en el que intenta pensar la historia
argentina como historia de guerra, con sus héroes y sus batallas. De Mitre a
Walsh, de Belgrano a Aira, un recorrido por los siglos XIX, XX y los
prolegómenos del XXI.
Publicado por Eterna Cadencia a fines del año pasado, en El país de la guerra, el último libro de
Martín Kohan, puede leerse una historia de la patria pensada como historia de
guerra, con sus héroes y sus batallas (y también con sus ausencias). La
historia del país, desde sus inicios –e incluso antes, si se cuenta en su haber
la resistencia a las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807– hasta los últimos
tramos de la más reciente ofensiva neoliberal. De Bartolomé Mitre a César Aira,
pasando por Domingo Faustino Sarmiento y Rodolfo Walsh, Manuel Belgrano y
Ernesto Guevara, para nombrar algunos pocos –aunque emblemáticos– nombres
propios que atraviesan la narración, el ensayo.
Martín
Kohan es escritor. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires,
ejerce allí la docencia como profesor de teoría literaria en la Facultad de
Filosofía y Letras y también, en la Universidad de la Patagonia. Ha publicado
dos libros de cuentos, cuatro de ensayos y diez novelas, entre la que se destaca
Ciencias
morales (2007), ganadora del
Premio Herralde de novela en ese año y llevada al cine en 2009 con el título La mirada invisible, bajo la dirección
de Diego Lerman.
En diálogo con Miradas al Sur, Kohan aborda un recorrido por su último
libro y, a partir de él, por el vínculo –siempre conflictivo, entre la
narrativa y la política o, para decirlo al modo de David Viñas, entre la
literatura argentina y la realidad política nacional.
Escritores, narrativas y
batallas
La primera pregunta, desglosada en dos, tiene que ver en realidad con
algo que no está en el libro, porque tal vez no está presente en la literatura
argentina actual. Por eso me pregunto –preguntándote– qué pasa con las
narrativas actuales, con las “estéticas de la época”, para tomar el nombre del
dossier de una revista que salió a las calles en estos días.
--¿Hay una incapacidad de la literatura actual, de los últimos años,
para hablar de los conflictos de la Argentina contemporánea? No digo
representar, ni abordar las huellas de la dictadura en democracia sino los
conflictos propios de estos últimos quince años.
--Personalmente no veo una
incapacidad así en la literatura actual. O no la veo como incapacidad, porque
no pretendo de la literatura que funcione como un reflejo inmediato de su época
(ni como documento, ni como testimonio; ni siquiera como realismo). En algún
momento varios nuevos narradores parecían urgidos por definirse, como
generación literaria, a partir de la crisis de diciembre de 2001; pero entiendo
que esa voluntad no se plasmó ni cuantitativa ni cualitativamente en libros que
solventaran esa autodefinición. Me parece que la literatura encuentra sus
mejores posibilidades cuando establece mediaciones, cuando produce distancias
(incluso, o sobre todo, con lo inmediato). Puedo dar un ejemplo: El trabajo, de Aníbal Jarkowski.
--¿Será que el peronismo perdió en la actualidad ese núcleo de
dramatismo que tuvo entre 1945 y 1975, que inspiró tanto a escritores
peronistas como antiperonistas (e incluso a quienes intentaron “zafar” de esa
dicotomía, pero que entendían que por allí pasaba en gran medida el conflicto
político del momento)?
--Me temo que el peronismo
no perdió su dramatismo: sigue produciendo violencia y muerte con relativa
frecuencia. Lo que no necesariamente implica guerra, porque no todo dispositivo
de violencia y muerte supone que haya guerra; de ahí que en el libro yo no me
haya ocupado más que de lo que me ocupé, incluidas las ficciones de guerra de
lo que en rigor para mí no era guerra, como Diario
de la guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares o La guerra de los gimnasios de César Aira, ambas relacionadas con el
peronismo en cada una de sus coyunturas.
Literatura y coyunturas
Un poco en relación a las preguntas anteriores, o para
reforzar la inquietud, digo, sin llegar a ser batallas, momentos de guerra en
sentido estricto, desde diciembre de 2001 a hoy se produjeron en la Argentina
una serie de conflictos, algunos muy violentos, en los que incluso hubo muertos
de por medio. Pocho Leprati (Rosario), Maximiliano Kosteki y Darío Santillán
(Avellaneda), Mariano y Cristian Ferreyra (Barracas y Santiago del Estero),
Luciano Arruga (Lomas del Mirador). Otros con menos dramatismo también marcaron
a importantes franjas de la población: Ley de Medios, conflicto entre el gobierno
nacional y las patronales agropecuarias. En el libro llegas hasta algunos
trabajo de Aira en los que logra dar cuenta de una serie de fenómenos como el
de los cartoneros, en textos de 1993 (La
Villa) y 2001 (La guerra de los
gimnasios), antes del estallido.
--¿No encontraste textos posteriores o te pareció que no lograban tener
el grado de intensidad que sí tenían los otros con los que trabajaste?
--Yo traté, a lo largo de todo el libro, de no
deslizarme hacia la guerra en un sentido metafórico, porque entonces casi no
habría habido nada que no fuera pertinente para mi trabajo. Por eso traté de
ser muy preciso en la delimitación del concepto de guerra que quería manejar,
de tal modo que no toda violencia cupiera en la definición. Entonces, es cierto
que no faltaron hechos de violencia en la Argentina reciente, muchos muy
graves; pero no creo que debamos pensarlos en clave de guerra. Como de hecho no
me ocupé de la Patagonia rebelde, o de la Semana trágica, o del bombardeo de
Plaza de Mayo en 1955, bajo ese mismo criterio.
--Después de haber trabajado la historia argentina –sobre todo desde
una historia de la literatura nacional– pero también una amplia gama de
conceptualizaciones sobre la guerra y la violencia (que puede rastrearse
siguiendo los epígrafes, abundantes, que abren cada capítulo), ¿te parece que
las teorías de la guerra siguen aportando a pensar la literatura y la realidad
política?
--Yo creo que sí, o por lo menos para mí
resultaron indispensables. Pero no porque establezcan un parámetro fijo, sino
porque componen un mapa diverso, con puntos de vista que se contraponen, con
discusiones explícitas o subyacentes. La teoría a veces se invoca para que
venga a resolver lo que hará la lectura, y así es como se la aplica; mi
formación (el libro está dedicado a Josefina Ludmer) tiene más que ver con la
premisa de que la teoría sirve para problematizar, no para resolver, y que bien
empleada no se presta a las aplicaciones.
Procesar la escritura
En épocas en donde parece primar cierto afán por la
instantaneidad y una “avidez de novedad” –para decirlo con las palabras de
Martín Heidegger– vos te dedicaste varios años a investigar y trabajar sobre
este tema.
--¿Qué es lo que más rescatas del proceso de producción que implicó el
armado de este libro, después de tantos años?
--Lo que más satisfacción
me produjo es haber podido escribir textos críticos de la misma manera (con la
misma atención al lenguaje y a la forma) en que escribo textos de ficción. No
tengo dudas de que la crítica forma parte de la escritura literaria, pero a
veces parecemos más dispuestos a enunciar esa premisa, con su correspondiente
remisión a Roland Barthes, más que a hacerla valer realmente en lo que hacemos.
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