A propósito de la serie televisiva
“Los
siete locos y Los lanzallamas”
Por Mariano Pacheco
(Publicado en el Portal de Noticias Marcha,
miércoles 29 de abril de 2015)
En esta segunda entrega,
el autor continúa con un repaso y análisis de “Los siete locos” y “Los
Lanzallamas”, segunda y tercera novela de Roberto Arlt adaptadas por Ricardo
Piglia para la Televisión Pública.
Se
ha visto ya en la serie que emite la Televisión Pública desde la semana pasada.
Y los lectores de Arlt también lo saben. A modo de repaso entonces, y de
comentario para quienes no hayan tenido aun el placer de transitar la lectura
de “Los siete locos” y “Los lanzallamas” –segunda y tercera novela de este ya
clásico de la literatura argentina– retomamos el hilo de la nota publicada por
Marcha el miércoles pasado.
En
fin, estábamos en que –si bien con sentimientos enfrentados, puesto que
Erdosain pensaba, por un lado, que el Astrólogo era un hombre de dinero, pero
por otro lado, que podía ser un delegado bolchevique en el país– el
protagonista de la novela se dirige hacia Constitución, para desde allí ir
hasta Temperley a visitar al Astrólogo, y ver si él, finalmente, podía
prestarle los 600 pesos.
Allí,
entonces, en la zona sur del conurbano bonaerense, es el lugar en donde Remo se
encuentra con el Astrólogo, quien se encuentra –a su vez– reunido con Arturo
Hafnner (“El rufián melancólico” que explota prostitutas). A partir de ahí se
teje la trama de la sociedad de los locos. Una sociedad que se erige en
contrasociedad, en su intento por superar al hombre, de arrancarlo de la era
del nihilismo.
El
crimen será la condición de posibilidad de existencia en esa civilización en
decadencia (“Erdosain quiere escaparse de la civilización”, podemos leer en Los lanzallamas). Esos tiempos en donde
el dinero convierte a determinados hombres en dioses y a otros en monstruos.
“Ser como dioses”. De allí que “matar a Barsut era una condición previa para
existir, como lo es para otros el respirar aire puro”, escribe Arlt. Porque el
crimen es lo que permite cortar las amarras con la civilización es que Erdosain
siente que, al haber condenado a muerte a un hombre, ha encontrado por fin un
objeto noble para su vida, un “sueño grande”.
Porque
la civilización se les presenta, a los hombres y mujeres de la ciudad de Buenos
Aires (la capital cosmopolita de América Latina), como un lugar al que odian,
que les provoca angustia. Entre otras cosas, porque son personas que ya no
pueden creer en nada. Viven en la era del nihilismo, en la cual ya no hay
valores vinculantes. Por eso el Astrólogo dirá: “La humanidad, las multitudes
de las enormes tierras han perdido la religión. No me refiero a la católica. Me
refiero a todo credo teológico. Entonces los hombres van a decir: para qué queremos la vida…Nadie tendrá
interés en conservar una existencia de carácter mecánico, porque la ciencia ha
cercenado toda fe”, insiste Arlt. Y luego agrega: “Créame, nosotros estamos
viviendo en una época terrible… todos los hombres viven angustiados”.
Esa
civilización, que se desarrolla en las grandes urbes, se presenta así como un
círculo infernal. Habitada por esos hombres agonizantes con moral de esclavos.
Aun los proletarios comunistas o anarquistas son un rebaño de cobardes, comenta
Arlt. Por eso el “Buscador de oro” –otro de los persnajes- va a hablar de una
“aristocracia natural” (a la que denominan “aristocracia bandida”), que desafíe
la soledad, los peligros, la tristeza, el sol, lo infinito de la llanura. “Uno
se siente otro hombre”. Y de allí que el proyecto del Astrólogo implique fundar
colonias en las montañas, en donde puedan curarse las almas que enfermó la
civilización. Porque las ciudades son los cánceres del mundo que aniquilan al hombre, lo moldean cobarde,
astuto, envidioso… De allí que el Astrólogo declare que, en nuestro siglo, los
que no se encuentran bien en las ciudades que se vayan al desierto.
El
desierto crece, dirá el filósofo Federico Nietzsche. Porque en el desierto han
habitado, desde siempre, los veraces; los espíritus libres, los señores del
desierto. Pero en las ciudades no, allí habitan los bien alimentados y los
famosos sabios, los animales de tiro. En el pensamiento de Zaratustra, de todos
modos, el presente del nihilismo –producto de la muerte de Dios– ofrece
asimismo la posibilidad de gestar al superhombre. Pero solo podrán asumir ese
desafío quienes enfrenten la terrible desolación. Porque muerto Dios, muerto
también el hombre (el que permanecía de rodillas ante la divinidad). “¿Sabe que
me gusta su símil del desierto?”, le dice Erdosain al Buscador de oro, quien le
contesta: “Pero claro… para los descontentos e incómodos de las ciudades está
la montaña, la llanura, la orilla de los grandes ríos”. Erdosain se siente
cobarde, pero el Buscador de oro le aclara que no se puede ser valiente en la
ciudad, que domestica al hombre, lo lleva a refrenar sus impulsos y lo
acostumbra a ser un resignado.
¡Qué
pasajes tan nietzscheanos! Veamos sino, brevemente, estas líneas de Así habló Zaratustra:
“¿Qué
significan esas casas? ¡En verdad, ningún alma grande los ha colocado ahí como
símbolo de sí misma! ¿Las sacó acaso un niño idiota de su caja de juguetes?
¡Ojalá otro niño vuelva a meterlos en su caja! Y esas habitaciones y cuartos:
¿pueden salir y entrar de ahí varones?... ¡Todo se ha vuelto más pequeño! Por
todas partes veo puertas más bajas: quien es de mi especie puede pasar todavía
por ellos sin duda, ¡pero tiene que agacharse!”.
Frente
a toda esta pequeñez quiere rebelarse la contrasociedad de humillados del
Astrólogo (“futuro en campo verde, no en ciudades de ladrillos”), Erdosain y el
resto de la pandilla. Dejar atrás a ese hombre imbécil y darle paso al
superhombre.
Aquí,
en la narrativa arltiana, el superhombre aparece bajo la figura del Monstruo
Inocente. Según palabras del Astrólogo, es a ellos a quienes toca inaugurar una
nueva era. “¿Sabe? –dice a Erdosain–. Muchos llevamos un superhombre adentro.
El superhombre es la voluntad en su máximo rendimiento, sobreponiéndose a todas
las normas morales y ejecutando los actos más terribles, como un género de
alegría ingenua… algo así como el inocente juego de la crueldad”.
También
el mencionado tema de la muerte de dios aparece en algunos de esos magistrales
diálogos que el Astrólogo mantiene con Erdosain. “Es que la gente bestia no
comprende –continúa el Astrólogo–. Los han asesinado a los dioses. Pero día
vendrá que bajo el cielo común correrán por caminos gritando: Lo queremos a Dios, lo necesitamos a Dios.
¡Qué bárbaros! Yo no me explico cómo lo han podido asesinar a Dios. Pero
nosotros lo resucitaremos… inventaremos unos dioses hermosos… ¡y qué otra cosa
será la vida entonces!”, puede leerse en esta saga de Arlt.
Como
puede verse, las lecturas nietzscheanas, y del Zaratustra en particular,
típicas en muchos escritores de la época, pueden leerse en las líneas y
entrelíneas que componen esta novela.
Casi
que podría decirse que toda esta secuencia narrativa –la de Los 7 locos y Los lanzallamas– puede leerse en esa clave. Hombres que hay que
dejar atrás, con la superación de la sociedad. Sociedad que deberá perecer
necesariamente por la violencia. Es por eso el Astrólogo le dice a Hipólita:
“Lo sé. También el amor salvará a los hombres; pero no a estos hombres
nuestros. Ahora hay que predicar el odio y el exterminio, la disolución y la
violencia”.
¿Nietzscheanismo
puro? ¡No! Nietzscheanismo mezclado con los discursos políticos de la época:
anarquismo, fascismo, comunismo: una ensalada rusa.
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