Historial de un suicida (El caso
Erdosain y su pandilla)
Por Mariano Pacheco
(Nota publicada en La Izquierda Diario
y el Portal de Noticias Marcha
miércoles 22 de abril de 2015)
El
autor nos introduce en el mundo de Roberto Arlt, a través de un repaso de su
segunda y tercera novela, adaptadas por Ricardo Piglia para la Televisión
Pública.
Roberto
Arlt, un escritor maldito en su tiempo, parece ser recuperado contra viento y
marea de su propia historia. Esta mañana los lectores de diario Página/12 se toparán con la primera
entrega de Los siete Locos-Los
lanzallamas que, con prólogo de Guillermo Saccomanno y dibujos de Daniel
Santoro, se podrán obtener junto con el diario todos los miércoles. Anoche, la
Televisión Pública emitió el primer capítulo de Los siete locos, la serie televisiva que se emitirá de martes a
viernes a las 22.30 horas. Adaptada por
Ricardo Piglia, dirigida por Fernando Spiner y Ana Piterbarg, la serie cuenta
con prestigiosos actores en el reparto: Pablo Cedrón. Carlos Belloso, Belén
Blanco, Daniel Fanego, Diego Velázquez, Daniel Hendler, Marcelo Subiotto,
Julieta Zylberberg, Fabio Alberti, Leonor Manso y Pompeyo Audivert
La
secuencia que se abre con Los 7 locos
y se cierra con Los lanzallamas es,
seguramente, lo más logrado en la prolífica obra de Roberto Arlt. Es cierto
que, de alguna manera, los temas centrales de estas dos novelas están esbozados
ya en la primera, El juguete rabioso;
así como también que el autor volverá sobre algunas temáticas en la siguiente
(y su última novela), El amor brujo.
Pero creo que es justo afirmar que es aquí en donde se desarrolla con mayor plenitud.
¿De
qué se trata esta historia? Fue el propio Arlt quien primero la comentó. En una
de sus clásicas Aguafuertes (“Los 7 locos”, publicada en El Mundo el 27/11/1929), dijo:
“El
plazo de acción de mi novela es reducido. Abarca tres días con sus tres noches,
se mueven aproximadamente veinte personajes. De estos 20 personajes, siete son
centrales (…) que culminan en un protagonista, Erdosain, verdadero nudo de la
novela”.
Esta
primera parte de la historia, entonces, se estructura a partir de tres días, en
los cuales, uno de los personajes –el Astrólogo–, se propone organizar una
sociedad secreta para revolucionar la sociedad. Ya veremos que esta logia es
muy particular. O particularmente loca. Erdosain aparece como una pieza clave
para ponerla en pie, ofreciendo la solución económica: propone secuestrar a un
pariente suyo (que lo ha humillado) para obtener el dinero necesario con el
cual comenzar a funcionar. Gregorio Barsut, el primo de Elsa, su mujer –asegura
Erdosain– tiene una herencia de 20.000 pesos, de una tía por parte del padre,
que murió en un manicomio.
Arlt
construye sus ficciones con retazos que va recolectando de todos lados. Así,
aquello que aparece a simple vista como una “locura imaginativa”, un “delirio”,
es –sin embargo– extraído de las noticias periodísticas. La organización de una
sociedad secreta en Estados Unidos, llamada La Orden del Gran Sello (con
objetivos y dinámicas de funcionamiento similares a las que aparecen en la
novela), fue noticia en distintos diarios por aquellos días, según remarcó alguna vez el propio autor.
Erdosain
llega al Astrólogo porque piensa que él, tal vez, podrá prestarle el dinero que
en la empresa donde trabaja le reclaman, puesto que lo descubrieron robando.
Como en su primera novela, la importancia del robo es central en la narrativa
arltiana.
Bien,
entonces, detengámonos un momento a ver qué ha sido lo que llevo a Erdosain a
transformarse en un “estafador”, un “ladrón de 600 pesos”. De alguna manera,
podríamos decir, la esperanza de que acontezca algo extraordinario en su vida,
algo distinto, inesperado, ya que se consideraba vacío, “una cáscara de hombre
movida por el automatismo de la costumbre”. Inventor fracasado, al robar,
Erdosain experimenta la alegría de un inventor. Casi como que se vio “obligado
a robar”, dice. Convencido de que Barsut, por quien siente una profunda
repulsión, ya que “amontonaba obscenidades sin nombre, por el sólo placer de
ultrajar la sensibilidad del otro, convencido –decía– de que no iba a prestarle
los 600 pesos, acude a “mangueárselos” al farmacéutico Erguera, el ex “gran
pecador”, el que más conoce la biblia en Pico, un jugador preocupado
profundamente por presentarle nuevamente las verdades sagradas a esa gente que
no tiene fe, a los angustiados, “turros” fraudulentos (“rajá turrito… te pensás
que porque leo la biblia soy un otario”, le dirá Ergueta a Erdosain ante el mangazo).
Así
como suele sostener la crítica que, desde Oscar Massota (Sexo y traición en Roberto
Arlt) es prácticamente imposible no hacer referencia al tema de la traición, lo
mismo sucede con la condición del “humillado”, en este caso de Erdosain (el
exponente más alto de los humillados, según el introductor de Lacan en nuestro
país). Desde un primer momento este tema aparece con fuerza: cuando se menciona
que Gualdi (el contador de la empresa donde trabaja), lo ha humillado en
distintas oportunidades, (“a pesar de ser un socialista”), hasta el apartado
titulado “El humillado”, pasando por distintas menciones a lo largo de las dos
secuencias de la historia. “Él era el fraudulento, el hombre de los botines
rotos, de la corbata deshilachada, del traje lleno de manchas, que se gana la
vida en la calle mientras la mujer enferma lava la ropa en la casa”. Él, Remo
Erdosain, sería humillado por su mujer, que se va con otro hombre. Y antes,
como ya se ha dicho, fue humillado por sus patrones, y por Ergueta, y por
Barsut…
Pero
antes –mucho antes aun: de casarse, de ingresar en el mundo del trabajo–, Erdosain
había sido humillado en su propia casa, siendo niño, y también en el colegio.
Por su padre, quien –según le contará al capitán que se va con su mujer– lo
inició en ese “feroz trabajo de la humillación”. Tanto en las amenazas, como en
los actos de violencia y sus efectos.
En
cuanto a las amenazas, porque era su padre quien, cuando él tenía unos 10 años
y cometía alguna falta, le decía: “mañana te pegaré”, y entonces, atormentado,
“dormía mal, con un sueño de perro, despertándose a media noche para mirar
asustado los vidrios de la ventana y ver si ya era de día, más cuando la luna
cortaba el barrote de la ventana, cerraba los ojos, diciéndome: falta mucho
tiempo”.
También
en los actos, porque era su padre, igualmente, quien lo obligaba a
arrodillarse, con un golpe en el hombro, haciéndole apoyar su pecho en el
asiento de una silla, con su cabeza entre sus rodillas… (“crueles latigazos me
cruzaban las nalgas”). Y cuando lo soltaba, corría llorando a su cuarto, con el
alma hundida en las tinieblas (“Porque las tinieblas existen aunque usted no lo
crea”).
Y
luego de las amenazas y de los actos de violencia sobre su cuerpo, los efectos
en su subjetividad. Porque él sabía que a la mayoría de sus compañeros de aula
no les pasaba lo mismo, y entonces, estando en la escuela, cuando los escuchaba
hablar de sus casas, una “atroz angustia” lo paralizaba. Y ahí, cuando se
encontraba en esos momentos de tormento interior, si alguno de sus maestros lo
llamaba, solía no escucharlos, y entonces… y entonces, ahí sí la angustia
llegaba a su punto más alto. Porque solían retarlo sus maestros, provocando la
risa de sus compañeros. Una vez, por ejemplo, un maestro le gritó: “¿Pero
usted, Erdosain, es un imbécil que no me oye?”. Y luego de las risas, desde ese
día, sus compañeros comenzaron a llamarlo “el imbécil”.
Seguramente
por todo esto es que Erdosain, ya de grande, no retrocedía casi nunca hacia los
tiempos de su infancia. “Ello quizás se debiera a que su niñez había
transcurrido sin los juegos que le son propios, junto a un padre cruel y
despótico que lo castigaba duramente por la falta más insignificante”. Un padre
que “no lo besaba nunca” y, en cambio, “lo humillaba continuamente”.
Tal
vez por esto, también, se sentiría luego humillado en distintos sitios. Aun,
por ejemplo, en la nueva sociedad secreta. Allí Erdosain se sentirá humillado
por el hombre a quien llaman El Buscador de Oro, quien, sabiendo que él se
considera un inventor, cuando habla de la violencia necesaria para cambiar la
sociedad, dice despreciar a los teóricos de la violencia, argumentando que el
superhombre no surgirá del desorden sino de la obediencia, y pone el ejemplo de
la disciplina castrense, y sobre todo, de la empresarial, rematando: “Ya ve,
Erdosain, que nosotros no inventamos nada”.
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