Editorial del primer programa de “La Luna con Gatillo”* *
Por Mariano Pacheco***
(Texto publicado en el blog Lobo Suelto)
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá partir del hecho de que el capitalismo, en
su fase planetaria actual, promueve la ruptura de los lazos necesarios para
poder vivir en comunidad. Si la cultura, en el largo desarrollo de la
humanidad, surgió como un modo de conjurar la inclinación agresiva que cada
sujeto lleva en sí, esa “disposición pulsional originaria” (“pulsión de muerte”)
persiste hasta hoy como malestar. De allí que toda crítica cultural no pueda
sino ser una crítica política, y por lo tanto económica y social (no es posible
desarrollar hasta el fondo un antagonismo con el orden vigente sin cuestionar
la dinámica que impone el capital).
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá cuestionar, asimismo, el “optimismo ingenuo”
que piensa que puede construirse un mundo liberado armónico, sin conflictos. Es
necesario entonces asumir la hipótesis de un “pesimismo antropológico”, que
entienda que la vida en común solo es posible a partir del conflicto y la
distancia de los sujeto entre sí y de la humanidad con la naturaleza
Una crítica política de la cultura
contemporánea deberá aportar a gestar “dimensiones simbólicas críticas” de los
seres humanos que no aceptan el orden que los explota, los oprime y domina. Para ellos el arte no puede ser
entendido como un simple anexo de la política (un parche), sino que deberá ser
una dimensión estratégica, que contribuya a fomentar con rituales los lazos
igualitarios y la organización popular, indispensable para cualquier proceso de
transformación social real. Un arte de estas características asumirá la tarea
de proveer de riqueza simbólica a los espacios y sujetos que vienen resistiendo
el lugar de víctimas al que se quiere condenarlos, luego de haberlos expuesto a
un largo proceso de degradación política y cultural, más allá de posibles
líneas de “inclusión económica y social” presentes en los últimos años, que no
han revertido la lógica hegemónica del arte,
más ligada al “consumismo” de la “industria cultural”, que niega las posibilidades
estéticas, éticas y creativas de las clases populares, apostando a perpetuar su
lugar subalterno en la sociedad. De allí que una intervención cultural crítica
no pueda sino plantearse como parte de su programa (en permanente elaboración y
reelaboración), gestar símbolos alternativos y atentar (incluso por medios
violentos) contra aquellos símbolos que externalizan el poder de las clases
dominantes, y deberá enfrentar las concepciones del arte que, de un modo que
solo puede caracterizarse de decadente, festejan al frívolo poder.
Una crítica política
de la cultura contemporánea asumirá que una sociedad nueva, constituida por sujetos
diversos nuevos, no se gestará solamente a partir de las transformaciones
económicas (propiedad colectiva de los medios de producción), sino que
necesitará de la autoconciencia y el protagonismo popular.
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá asumir el lugar incómodo de pensarse siempre
desde el cuestionamiento, que no implica falta de propuestas, sino más bien
todo lo contrario. La perspectiva afirmativa no puede dejar de tener en cuenta
que solo el asno dice siempre Sí, avalando así lo existente (aunque sea una
existencia nueva, diferente). Un lugar de incomodidad que podría calificarse
como el del típico “polemista” e “hincha pelotas”.
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá asumir, como parte de sus batallas centrales
la lucha contra la enajenación cultural. De allí que, en una época
caracterizada por los “consensos democráticos”, no tenga empacho en sostener
que “hay, siempre, enemigos”, y no solo adversarios. Enemigos que son, ni más
ni menos, todos aquellos que muestran jardines donde hay campos de batalla.
Lucha cultural, entonces, que necesitará “ponerse los guantes”, descubrir “nuevos
sentidos de la provocación” y construir una nueva épica, un nuevo paisaje
mental y sentimental, acorde con los tiempos históricos en que le toca
intervenir.
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá ser insurgente, inoportuna para los
poderosos y operar como un “piquete cultural”: alterando la circulación de
símbolos. Deberá, también, cuestionar la liquidez de los “tiempos (pos)
modernos” y asumir la responsabilidad existencial, que es siempre histórica, y
reactualizar ese concepto tan en desuso, el “compromiso”.
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá prescindir del prestigio, las lógicas
consagratorias y otras imposturas. Deberá promover una imaginación
indisciplinada, un “arte por el cambio social”, extra institucional, que tenga
a la multitud laburante y de a pie, al pueblo en marcha y luchando, no solo su
contexto, sino también su medio cultural, su campo de investigaciones, de
experimentación y de creación. Para ello, por su puesto, deberá abrir un “frente
de batalla” para legitimar su propio espacio de producción y circulación, sin
galerías ni curadores, sin filtros, sin comités de selección, sin escenarios
rutilantes, sin mercado. Por eso puede ser definido como un arte de acción y en
movimiento: porque produce, demuestra, comete, perturba, perpetra, pervierte,
subvierte y revierte. Un arte que busque ser parte de una praxis que rediseña
totalmente el campo práctico y produce lo nuevo.
Una crítica política
de la cultura contemporánea deberá proponerse construir una retaguardia eficaz
para que no se la lleven puesta, para que las palabras fundamental no la pongan
otros, y contribuir a la gestación de un nosotros.
Una crítica política
de la cultura contemporánea será, finalmente, aquella capaz de asumir la praxis
como su elemento constitutivo: dibujar, pintar, cantar, bailar, actuar, filmar,
fotografiar, escribir, hacernos ver y escuchar…, entonces, será no sólo eso,
sino también contribuir a construir colectivamente signos que nos ayuden a calentarnos
el alma en el fuego de las antiguas y las nuevas ceremonias y rituales, a fundar
mitos y a destruir fetiches... hacernos visibles y constituirnos como sujetos
sobre la base de nuestras propias intervenciones en el proceso de resistencia y
transformación. En fin: una crítica así, de ser eficaz, deberá aportar a
hacernos sentir un poco menos extraña la historia, ayudarnos a construir otra nueva.
* La luna con gatillo. Una crítica política
de la cultura, programa que se emite los martes de 20.30 a 21.30 por la radio
del Centro Cultural España-Córdoba (http://www.eterogenia.com.ar).
** Reescritura (2015) de “Arte por el cambio social: Apuntes para un manifiesto”, de Miguel Mazzeo y Mariano Pacheco (2005).
***Ensayista y periodista. Pro Secretario de Cultura del
Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación (CISPREN) de la provincia de
Córdoba. Ha publicado los libros De Cutral Có a Puente
Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El Colectivo, 2010); Kamchatka.
Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura (Alción, 2013)
y Montoneros
silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en el sur del
conurbano (Planeta, 2014). También es co-autor de Darío Santillán, el militante que
puso el cuerpo (Planeta, 2012). Redactor en el diario El Argentino, colaborador
de los portales Lobo suelto, Contrahegemonía,
Colombia
Informa, Marcha Noticias, La Izquierda Diario, los periódicos Resumen
Latinoamericano y Me contó el Viejo Antonio y las
revistas Deodoro y Sudestada. Ha colaborado en las
revistas Los Inrockuptibles, La Pulseada, Acontecimiento, Herramienta
y El
río sin orillas.
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