Los 70, los 90, la larga década y lo que viene:
A propósito de la editorial del diario y el derecho generacional a tener una tesis
Por Mariano Pacheco, periodista y ensayista
(@PachecoenMarcha)
Más allá de haber
tenido o no el gusto de conocerlo personalmente, somos muchos los que hemos
visto, o escuchado relatar una imagen que ha sido inspiración en nuestra
formación político-intelectual: David Viñas, sentado en el Bar La Paz de la
calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, leyendo y
marcando con lapiceras de colores las páginas del diario La nación. “Hay que
estar muy atentos a lo que escribe el enemigo”, decía el polémico narrador,
dramaturgo y crítico literario argentino.
Antes, mucho antes
de 2001, muchos jóvenes ingresamos a la política de la mano de la lectura de
sus libros, de las notas del diario La Nación, pero también, de los escraches
de la naciente agrupación H.I.J.O.S, de las puebladas y piquetes en Cutral Có,
Plaza Hiuncul, Mosconi y otros tantos puntos de la geografía nacional. Reinaba
entonces el justicialismo del revés (ni socialmente justo, ni económicamente
libre, ni políticamente soberano) y los afanes de reconciliación no tenían nada
que envidiarle a la radical “Teoría de los dos demonios”. Teníamos problemas en
los colegios donde estudiábamos a la hora de organizar los Centros de
Estudiantes; teníamos problemas muchas veces con nuestras familias a la hora de
reivindicar el proyecto político de la militancia revolucionaria (incluidas sus
organizaciones armadas) y teníamos también problemas con nosotros mismos, a la
hora de sortear cierta carga que implicaba una especie de culpa por ser una
generación “que estaba en otra”. Es que también esos mismos militantes que
habían quedado con vida tras el terrorismo de Estado, muchas veces, no nos
entendían, se les escapaba que nuestros deseos y resistencias también pasaban
por el rock (en sentido amplio, es decir, por el rock and roll barrial, el
heavy metal, el punk-rock…): los recitales, el pogo, los fancines, las ferias,
las cervezas y el faso en una esquina, en una plaza, el juntarse en los videos
de una ciudad del conurbano…
La lucha de los 70,
la resistencia a la dictadura funcionaron como inspiración para las batallas de
la resistencia antineoliberal en los 90, y a las viejas jergas, simbologías e
identidades se le fueron sumando, y a veces superponiendo, otras nuevas. El
2001 nos encontró como generación en las calles, impugnando las políticas del Estado
de malestar, pero también, ensayando a fuerza de preguntas una nueva manera de
hacer política, más ligada a los movimientos sociales que a los partidos y los
sindicatos, con los ojos más situados en las tramas colectivas que en los
liderazgos unipersonales, más centrada en la multiplicidad de identidades
plebeyas que emergían al calor de la lucha de calles que al peronismo que había
llevado al país a la bancarrota, aunque las figuras de Evita, Cooke y la
Tendencia Revolucionaria siempre estuvieron ahí, recordando que detrás de
nosotros había una larga historia de luchas, que también incluía al peronismo,
y otras expresiones de las izquierdas contestatarias. Allí marchaban de la mano
la bandera argentina y la rojinegra,
la estrella de cinco puntas y la federal…
La larga década
avanzó con una serie de reivindicaciones ligadas a los históricos reclamos de
los organizamos de derechos humanos, entre los que sin lugar a dudas se
encuentran los juicios a los genocidas. Una catarata de libros, revistas y
películas revisitaron los años setenta y los problematizaron, aunque tal vez la
idea de “juventud militante” opacó un poco el necesario debate en torno a los
proyectos políticos de esas militancias, sus límites y potencialidades, sus
errores… Tal vez la gran polémica que se desató tras la publicación de la carta
de Oscar del Barco, en la revista cordobesa La
Intemperie, haya sido uno de los últimos momentos fructíferos al respecto.
Y esto, claro está, fue al inicio y no al final de esta larga década, en la que
se violó en reiteradas oportunidades los derechos humanos de la actualidad, en
todas las provincias del país. Situación ante la cual, las “almas bellas
progresistas” miraron, en muchas oportunidades, para un costado. Eso no quita
lo cortés de saber distinguir, y afirmar que en ese amplio conglomerado
denominado kirchnerismo, se encontraron muchos de nuestros enemigos, pero
también, que estuvo poblado de muchísimos compañeros y compañeras de ruta.
El fin de gestiones
kirchneristas (¡tres! Algo inédito en la historia argentina), el cierre de un ciclo
político no parece fecharse, de todos modos, en el resultado electoral del
ballotage del pasado domingo, sino que se viene gestando desde abajo, en una
serie de políticas moleculares que tuvieron su llamado de atención en el 8-N (de
2012), en los “linchamientos” de los últimos tiempos, y también, en los límites
con los que se toparon las lógicas de “inclusión para el consumo”. Esas que
llevaron a la “vida mula” (para utilizar un concepto del Colectivo Juguetes
Perdidos) y que tal vez no se expresaron tanto en el voto a Daniel Scioli sino a
Mauricio Macri, pero esto ya nos llevaría a otros temas de discusión. Solo
recordar que toda política es a la vez micropolítica y micropolítica. ¡Así que
a no sorprenderse tanto de los resultados eleccionarios!
Lo cierto es que lo
que se viene no puede sino pensarse desde el lugar opuesto al que intentó
instalar el diario La nación, con la
publicación de su editorial del día de hoy (http://www.lanacion.com.ar/1847930-no-mas-venganza).
Las políticas de violaciones a los
derechos humanos de la actualidad no se combaten con impunidad respecto del
pasado y la posibilidad de abrir una nueva perspectiva de transformación (de
“cambio”) en la Argentina no se hará con un “borrón y cuenta nueva”, por más de
que sea cierto de que a veces, cierto “afán memorialístico” nos obture la posibilidad
de gestar rupturas actuales con el orden social existente. Revisitar
críticamente los 70, tomar de esos años imágenes que sirvan de inspiración, de
legado y no que se conviertan en una pesada carga de la tradición (aun de la
revolucionaria), es parte de los desafíos. En épocas de “consensualismo
democrático” no está mal rescatar aquella idea de que siempre, y en todos
lados, hay enemigos. Y quienes sostienen los postulados ideológicos del diario
de los Mitre lo son, como también los son los “Ceferino Reato” y todos aquellos,
todas aquellas que responden a-críticamente a las líneas editoriales de estas
empresas periodísticas. Por supuesto: donde hay poder, hay resistencias. A
veces, organizadas colectivamente, como en Córdoba sucede con quienes integramos
el Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación (CISPREN), o el Sindicato de
Prensa de Buenos Aires (SIPREBA) u otros espacios que existen en el país. Otras
veces, más singularmente, estas resistencias se expresan a nivel individual o
de pequeños grupos. Por eso no podemos dejar de mencionar la actitud, lúcida y
veloz, que tuvieron los colegas Hugo Alconada Mon, Mariana Verón, Pablo
Lissoto y Laura Rocha, del diario La
nación, quienes se “despegaron” de la posición expresada en ese editorial.
Lo que (parece) se
viene en la Argentina, requerirá de nosotros (quienes trabajamos en medios de
comunicación), una actitud que no se refugie en el miedo a perder el trabajo
una excusa para decir o escribir postulados con los que no estamos de acuerdo,
y denunciar maniobras del “periodismo canalla” –como ésta de La Nación- cuando sea necesario. Algo,
por otra parte, que tampoco será nuevo, puesto que más allá de nuestras
adscripciones políticas, tampoco venimos de la panacea de la libertad de
expresión, ya que en medio de las batallas por ampliar y garantizar una
pluralidad de voces, lo uno devino dos, y hemos pasado de cierto monólogo a
cierta charla (en el mejor de los casos polémica), entre dos y no muchas voces.
El sostenimiento y proliferación de medios de comunicación alternativos,
populares y comunitarios sigue siendo uno de los faros que permiten aferrarnos
a un modo de hacer periodismo que se torna cada día más indispensable, junto
con la disputa al interior de las empresas periodísticas hegemónicas. Que
“berretines” como el del diario La nación
del día de hoy nos ayuden a problematizar la época, y no solo a enojarnos o
putear, sino a seguir combatiendo por abrir otros modos de entender el mundo, y
accionar por transformarlo.
Ciudad de Córdoba, lunes 23 de noviembre de 2015
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