Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
Los Pichis, los protagonistas de esta novela, son los que habitan la pichicera, ese espacio construido en dos semanas, cuando ya los muertos eran llamados “helados” y “fríos” los que habían sido heridos. Cuando algunos se habían cansado de que les dieran la comida fría (para ahorrarse carbón), y otros ya se había vuelto medio locos. Le pusieron Pichicera por los pichis, esos bichos que viven de noche, bajo tierra, y que hacen cuevas. La pichicera tiene la particularidad de ser una trinchera situada a mitad de camino. En ella no hay batalla o combate directo, tan sólo lucha por la subsistencia. Así, rechazados por los británicos, dados por muertos, presos del enemigo o “desaparecidos” por los argentinos, los pichis se la van rebuscando para sustraerse del enfrentamiento, porque bien saben que, de volver, serán arrojados hacia el campo de batalla, es decir, los mandarán al matadero. Los pichiciegos se constituye así en un libro polémico, que no busca encajar en las narraciones típicas y políticamente correctas. Partiendo del fuerte imaginario que hace hincapié en la cuestión nacional, cuestiona cierta lógica de homogeniedad típica de identidad. Porque los pichis no son un desprendimiento de las tropas argentinas que continúan hostigando al enemigo desde otro sitio (una suerte de guerra de guerrillas), pero tampoco traicionan plenamente a su propia fuerza y se incorporan al otro ejército (si traicionan es sólo en función de sus propios intereses, para garantizar su subsistencia). Entonces, ¿cuáles son sus enemigos? ¿Los británicos o los argentinos? En todo caso, tanto unos como otros: cualquiera que se oponga a su persistencia en el tiempo que dure la guerra. Porque los Pichis se mantienen desplazados del teatro de operaciones donde las fuerzas en pugna se enfrentan y abren un espacio en el tiempo durante el cual se prolongue el enfrentamiento. En ellos no hay causa nacional. Porque la suya “es una guerra sin línea de batalla, sin enfrentamiento y retaguardia… sin batalla”, como han señalado Gilles Deleuze y Félix Guattari a propósito del Gó, un juego que es “pura estrategia…”. En este caso, la estrategia es simple lógica de supervivencia.
Si para la identidad nacional de los militares las lógicas jerárquicas de la forma-Estado son fundamentales, en cambio, para los Pichis, la jefatura recae en un grupo de cuatro o cinco (a quienes denominan Los Reyes Magos), que no son más que sus pares en esa penumbra que les toca vivir. No son un aparato especializado de poder. Tampoco tienen, los Pichis –como sí tiene una identidad sólida– ni una historia común, ni un mito de origen. Tampoco una proyección futura. Duran lo que dure esa guerra. Y es todo. También por la parodia se cuestiona en esta narración la identidad nacional. Si hasta Gardel –símbolo por excelencia de la argentinidad– es cuestionado en este libro. Él también era un Pichi, dicen. “Un pichicatero”. Gardel: francés, o uruguayo o argentino. No importa. Como tampoco importa la marca de los cigarrillos. Se fuman ingleses o franceses. O argentinos. De allí que Beatriz Sarlo remarque la paradoja de esta guerra, que se hizo para fortalecer una identidad sostenida en la unidad nacional, y finalmente, el accionar del Ejército Argentino no hizo más que debilitar, disolver lo nacional como identidad. Paradoja que se produce, también, porque el Ejército Argentino es una fuerza que se ha formado y se ha definido –siguiendo las reflexiones de Rozitchner– en los límites que el propio enemigo le proporcionó, como ya veremos más adelante. Los Pichis, en este sentido, son un claro ejemplo de esa paradoja. La contracara de esa guerra. De allí que resulte sugestiva la pregunta que, en determinado momento del relato, surge en la Pichicera: ¿Por qué, siendo tantos los porteños, son ahí tantos los “provincianos”? ¿Por qué las trincheras están llenas de “cabecitas negras”? La respuesta salta a la vista: porque el Ejército Argentino, desde Caseros en adelante, se convirtió en el ejército de una clase (de la oligarquía), con un discurso que pretendió elevarse al discurso de la Nación entera.
Es por esto, también, que en este libro se puede leer a la guerra de Malvinas en clave de farsa. Porque no se sostuvo ni siquiera desde las categorías clásicas de la guerra. Porque se pensó a la guerra real en términos de “representación” de guerra. Cuando se planteó la batalla en términos de “recuperación” del territorio: ¿se pensó en la respuesta a esa recuperación? ¿Se pensó en los factores favorables y desfavorables? O para decirlo en términos de Mao Tse Tung: ¿no se pensó en que una ofensiva táctica no cambiaría mágicamente las relaciones de fuerzas?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQue se puede decir de éste artículo?... Una kk 💩 🤷 saludos!!!
ResponderEliminar