La germinación del triunfo peronista se nutrió con múltiple raíces. De
las organizaciones sociales al feminismo, pasando por los gremios y la
política de salón: senderos y bifurcadas del país que viene
Por
Mariano Pacheco*
Cierta
pereza intelectual produjo que mucha gente se sorprendiera del país
que habitamos desde diciembre de 2015. Resultó más sencillo poner a
circular slogns del tipo “Macri/ Basura/ Vos sos la dictadura”, o
apelar a un imaginario dosmilunero que depositara las expectativas en
construir la imagen de un Macri huyendo en helicóptero desde la Casa
Rosada al par de meses de asumir, que realizar críticamente un
análisis riguroso de la situación que estábamos atravesando y
esbozar las estrategias necesarias para enfrentar la nueva situación.
Sí, nueva, por más que el macrismo reactualizara una imaginación
histórica (¡incluso hasta apellidos!) de lo más rancio de la clase
dominante argentina, desde la Campaña del Desierto hasta la última
dictadura cívico-militar.
Con
un sindicalismo oscilante, más allá de su historia y el peso que
aún conserva en Argentina (en términos comparativos con otros
sitios de Latinoamérica: un peso fuerte), pero con un movimiento
social pujante, los años macristas estuvieron signados por una
fuerte ambivalencia: por un lado, una profunda ofensiva conservadora;
por otro lado, una dificultad notable para construir una nueva
hegemonía.
El
primer desajuste entre lo empoderada que se suponía estaba la
sociedad argentina en 2015 y la realidad vivenciada desde 2016, se
expresa con claridad en la facilidad con la que el macrismo avanzó
con sus políticas antipopulares durante las primeras semanas de
gestión del Estado nacional, pero asimismo, cuando se comenzó a
hablar de una “nueva hegemonía de la derecha democrática”, y de
un posible ciclo de ocho años de Cambiemos (triunfo electoral de
medio término en octubre de 2017), el fantasma de 2001 se hizo
presente en un nuevo diciembre y ese 2017 culminó con lo que sería
el principio del fin de la Ceo-cracia en el poder.
¿Qué
ha pasado?
Demasiado
cambiante, y muy acelerada la realidad de este país. Aun cuando
parece que “no pasa nada”, suele suceder que en los lugares más
imprevistos se está gestando por abajo la próxima revuelta, o al
menos, un nuevo proceso en donde amplios sectores del pueblo
argentino emergerán para mostrar que no están dispuestos a que los
de arriba se lleven puesto el país como si nada.
Y
lo inverso también es cierto.
Cuando
parece que la insubordinación se puso en marcha, los ánimos se
aplacan, y la normalidad retoma sus cauces.
¿Qué
es esto? ¿Qué a pasado?, podría preguntarse un extranjero
–pongamos por caso el politólogo sueco inventado por el periodista
Mario Wainfeld-- que de seguro enseguida pedirá que se le explique
el peronismo
Una
explicación posible es que 2001 permanecía presente, como memoria,
más no como programa. También que la recomposición institucional
efectuada durante los años kirchneristas dejaron una huella profunda
en los sectores populares y que ante una correlación de fuerzas tan
adversas, primó en el sentido común la opción de derrotar por las
urnas la ofensiva neoliberal. Cuánto contribuyó el quietismo de las
direcciones sindicales y su sumisión constante a la gestión estatal
para que esto así fuera no es motivo de esta nota, pero amerita una
reflexión profunda que habrá que realizar, sobre todo teniendo en
cuenta la identidad mayoritariamente peronista de esas direcciones
sindicales, y el carácter abiertamente antisindical y antiperonista
del macrismo.
Retrospectiva
El
10 de diciembre de 2015 Mauricio Macri asume la presidencia de la
Nación, tras haber obtenido el triunfo contra Daniel Scioli en el
ballotage del 22 de noviembre, con 51, 34% de los votos. Y ya el 22
de diciembre, a menos de dos semanas de haber comenzado su mandato,
la “Revolución de la Alegría” reprime una protesta de
trabajadores de Cresta Roja que defendían la continuidad de sus
puestos laborales. El 15 de enero de 2016, como si fuera poco,
Cambiemos inicia el año con un dato lejano a la capital política
del país, pero de vital importancia en términos de lo que se vendrá
para el movimiento popular: detienen en Jujuy a la dirigente social
kirchnerista Milagro Sala.
El
2016 también comenzó con una ola de despidos en el sector estatal
(que luego se extendió al sector privado), que se justificó bajo el
pretexto de que las funciones públicas estaban llenas de “ñoquis”
tras la larga década kirchnerista. Sin embargo, abril termina con lo
que será la primera gran movilización contra el macrismo, en la que
confluyeron las centrales sindicales (las dos CTA y las fracciones de
la CGT), sectores del peronismo, el
kirchnerismo
y
la izquierda,
y los movimientos sociales. Unidad que volverá a manifestarse en
marzo de 2017, con el acto en Plaza de Mayo que culmina con el palco
copado por sectores intransigentes que cuestionaron a las direcciones
sindicales bajo el cántico “Poné la fecha la puta que te parió”
(en alusión al postergado Paro General) y en febrero de 2018, en una
multitudinaria manifestación sobre la avenida 9 de julio.
Desde
allí, y hasta diciembre del año siguiente, una serie de coyunturas
encontrarán al precariado, los feminismos populares y los derechos
humanos protagonizando masivas movilizaciones, que resultarán
fundamentales para entender la dinámica del movimiento popular
argentino, y el resultado electoral de agosto de 2019, donde un
auténtico peronazo expresa en las elecciones Primarias, Abiertas,
Simultáneas y Obligatorias (PASO) el fuerte descontento con el
macrismo que se vino aculando, a paso lento pero firme, en estos
años.
La
vitalidad de las pibas
En
junio de 2016, al conmemorarse un año de la primera movilización
del #NiUnaMenos, bajo la consigna #VivasNosQueremos, una enorme
cantidad de mujeres toma las calles del país y las muestras de
adhesión por redes sociales virtuales multiplica el reclamo. Le
sigue el Primer Paro Internacional de mujeres convocado en marzo de
2017 y, de allí en más, una enorme cantidad de mujeres, sobre todo
jóvenes, se sumarán al histórico movimiento (que irá tomando cada
vez más el nombre de movimiento feminista, junto a lesbianas, tras y
no-binaries) que desde 1985 viene organizando los Encuentros
Nacionales una vez por año y que en 2005 inicia la Campaña por el
Derecho al Aborto Libre, Seguro y Gratuito, que en 2018 se trata en
el Congreso y produce la denominada “Ola verde”.
La
masividad del las doñas
En
agosto, retomando la consigna de la CGT durante el último tramo de
la dictadura (“Paz, Pan y Trabajo”), y relacionándola con la
actual tríada planteada por el Papa Francisco (“Tierra, Techo y
Trabajo”), unas 100.000 personas (cuya columna vertebral son las
mujeres de las barriadas populares de las principales ciudades del
país) marchan desde Liniers hacia Plaza de Mayo, en lo que será el
inicio de un plan de lucha del precariado en acción, que culminará
en diciembre, con un acto frente al Congreso de la Nación en donde
las organizaciones sociales de matriz territorial encuentran el apoyo
de la CGT en un reclamo que termina con la primera gran victoria
popular frente al macrismo: la sanción de la Ley de Emergencia
Social, que crea entre otras cuestiones, la figura del Salario Social
Complementario, un ingreso mensual equivalente a la mitad de un
salario Mínimo, Vital y Móvil que el Estado deberá abonar a cada
persona que acredite como trabajador de la economía popular y se
anote en un registro nacional. Es el inicio de la coordinación entre
el Movimiento Barrios de Pie, la Corriente Clasista y Combativa y un
diversidad de organizaciones que confluyen en la Confederación de
Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), conocido como el
Tridente de San Cayetano.
Una
fuerza intergeneracional
El
macrismo implicó un período de cuatro años de permanente intento
oficial por reinstalar la Teoría de los dos demonios. La ofensiva
más grosera se produjo primero con el famoso “2x1” (en mayo de
2017), intentona judicial que buscó otorgar un beneficio de
reducción de pena a militares condenados por cometer delitos de lesa
humanidad durante la última dictadura. Pero la masiva movilización
de repudio en todo el país logró obtener una pequeña pero a la vez
inmensa victoria para el movimiento popular argentino, que logró
hacer retroceder la medida judicial. Luego (agosto/septiembre del
mismo año) el sabor amargo por la impunidad tras los asesinatos
cometidos contra Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Si bien la
movilización popular fue masiva y el repudio generalizado, el
andamiaje estatal-mediático, en conjunción con una serie de
microfascismos expandidos por el cuerpo social, mostraron con crudeza
que hay una importante porción de la sociedad argentina que en el
mejor de los casos calla en determinados contextos, pero que sale con
toda su furia a mostrar los colmillos ni bien encuentra un contexto
para expresar sus cataratas de odio a todo lo diferente de la norma
“occidental y cristiana”.
Teñida
por una serie de rumores y de situaciones confusas (confusión
promovida por el Estado y repetida de manera a-crítica por las
grandes empresas periodísticas, el “Caso Maldonado” junto con el
2x1 mostraron que la lucha en defensa de los derechos humanos es la
retaguardia estratégico infranqueable del movimiento popular en
Argentina.
Sin
este movimiento en defensa de los derechos humanos (que data de fines
de los años setenta), sin los feminismos (que tienen larga
trayectoria pero un camino ininterrumpido recorrido desde mediados de
los años ochenta) y sin el precariado (que se mostró con fuerza en
estos últimos años pero que retoma la experiencia del movimiento
piquetero de la década del noventa), resulta difícil entender el
nuevo triunfo del peronismo en las elecciones nacionales de este año.
Salvo, claro está, que quien pretenda entender sea un politólogo
sueco, o un sociólogo noruego.
*Nota publicada en Revista Zoom
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