ENTREVISTA A JUAN PABLO FERNÁNDEZ
Por Mariano Pacheco*
La voz de Acorazado Potemkin
repasa los lazos con la política, el trasvasamiento generacional y
la cultura fraternal del rock. “Es la música que busca abrir
espacios y cabezas”, afirma. Juan Pablo Fernández publica un libro
en el que reúne letras de sus bandas Pequeña
Orquesta Reincidente y Acorazado Potemkim: 25 años de
canción y de rock como contracultura.
Llega
a la librería Punto de Encuentro a las apuradas, mochila al hombro,
en un mediodía sofocante en la ciudad de Buenos Aires. Juan Pablo
Fernández comenta su ansiedad por que el libro “Peluca”, que
presenta este jueves en el Club Atlético Fernández Fierro, aún no
ha salido de imprenta. La publicación reúne canciones que escribió
durante el último cuarto de siglo, primero para Pequeña Orquesta
Reincidente y luego para Acorazado Potemkim, banda con la que se
presenta este sábado 7 de marzo en la ciudad de Córdoba. Pensando
un poco, entonces, en ese título emblemático que utilizó David
Viñas para uno de sus libros (“Literatura argentina y realidad
política”), revista Zoom
le propone a Fernández comenzar la conversación tratando de pensar
la relación entre esas experiencias de producción cultural y la
situación política del país. Pensar en que la Pequeña Orquesta
tiene su vida durante ese período que va del Santiagazo a los
inicios del kirchnerismo, y los Potemkin en el ciclo que se
desarrolla después del enfrentamiento del gobierno de Cristina con
las patronales agropecuarias hasta nuestros días. Juan Pablo dice
que la imagen que se le viene a la cabeza es la de las Asambleas
Populares en el primer caso, y la del asesinato de Mariano
Ferreyra, y la de los pañuelos verdes para la segunda.
¿Qué pasó con el rock,
entonces y ahora? ¿Visualizás cambios entre lo que fue la
experiencia de los años noventa y del 2001 y lo que sucede con el
rock, ponele, desde 2004 o 2005 en adelante?
La Pequeña Orquesta siempre
trabajó a su ritmo. A veces más integrada y otras veces más
escondida, pero siempre tratamos de prestar atención y vincularnos a
lo que pasaba, y si no lo hacíamos participando lo hacíamos desde
nuestras canciones, escribiendo y describiendo lo que estaba pasando
alrededor. Después nos planteábamos mucho discutir las formas de
trabajo. Ahora hay cosas que parecen naturales. La Pequeña Orquesta
no tenía facebook, por ejemplo. Entonces, chiste aparte, lo que
aparece en nosotros en ese momento es una concepción muy fuerte de
la independiente, heredada de algún modo de esa concepción un poco
romántica pero hermosa de Los redondos, de no dejarse contaminar por
la prensa hegemónicos, los sellos discográficos, la canonización
de las multinacionales. Todas frases que nos vas a escuchar repetir
ahora con los Potemkin, desde otro lugar y otro contexto. En ese
sentido nosotros valoramos mucho las redes sociales, porque te ponen
a un click de distancia con la gente. Vale lo mismo una nota en
Clarín que la que te hace un amigo tuyo en su blog. Eso es algo muy
lindo que en las redes crece mucho. Nosotros hablábamos mucho de
todo eso. La Renga, por ejemplo, creció muchísimo sin estar en
ningún ciclo de gobierno o bajo el sello de una multinacional.
Cuando La Renga firma con una discográfica a sus recitales ya iban
más de dos mil personas. Ese fue el crecimiento más grande que
recuerdo después del fenómeno de Los redondos. También en los
noventa hubo un rock que después derivó en el rock chabón y que
tuvo sus antecedentes en ese rock “uruguayisado”, como Los
piojos, la Bersuit, que metían murga, candombe. A mí siempre me
gustó igual Ciro de Los Piojos, su forma cantera de cantar.
Como contracara de eso hubo un
rock muy menemista, muy televisivo, muy ligado a la industria
también, con Menfis y los coletazos de Soda Estéreo y sus giras
Latinoamericanas. Entonces, ¿qué mas quedaba?: todo un rock más
independiente, Babasónicos, lo que se hizo en Córdoba con el Nuevo
Rock Argentino. La Pequeña Orquesta no entraba ahí, pero sí en el
movimiento de todas esas bandas que se iban armando y juntando para
tocar y se iban gestando pequeñas tribus. Yo creo que ahora el rock
independiente tiene más peso, organiza sus propios festivales, como
el Festipulenta en Ciudad de Buenos Aires, o Laptra, con El mató a
un policía motorizado y Los 107 faunos en La Plata.
Después también existe en lo
independiente toda una zona de precarización laboral: terminas
organizando las fechas y todo vos. Y no te dan los costos. Nosotros
decimos que para ir a Uruguay primero tenemos que armar una empresa.
Y es chiste pero no tan chiste, porque después querés ir a Córdoba
y no podés. Ahora vamos esta semana, pero hace dos años que no lo
hacemos, porque no tenés quien te pague los pasajes o corra ciertos
riesgos sobre los costos en la apuesta. El circuito está muy
acostumbrado a que sea el artista el que corre los riesgos, es un
vicio que quedó después del descalabro que hicieron las compañías
menemistas, que vendían los CDs a 20 dólares cuando en todo el
mundo estaban once, y cuando les empieza a ir mal le echan la culpa a
las telefónicas, al compartir. Después de eso, en 2008 más o
menos, empieza a trabajarse sobre la idea de que “compartir no es
delito”
Son varias cosas…
Sí, no sé si te respondí la
pregunta, pero diría que son varias cosas en simultáneo. Una cosa
es lo que pasa de la puerta de la sala de ensayos para adentro y otra
para afuera. Una cosa es como organizas un recital y otra como sacás
un disco. Todo eso hace a la política de una banda pero no siempre
expresa una estética. Nosotros con la Pequeña Orquesta y también a
veces con Potemkin trabajamos la idea de que sea la propia canción
la que ya trae su impronta que pueda ser muy manipulada por las
estéticas dominantes.
Y en términos de
influencias literarias, ¿qué podrías nombrar? ¿Qué lecturas
recordas de estos 25 años?
Mirá,
leer, en estos años, leí de todo. Recién, antes de empezar, veía
un libro del poeta chileno Gonzalo Rojas, que descubrí hace muy poco
tiempo, a quien podríamos pensar como una suerte de heredero de
César Vallejo. Entonces hay veces en las que lees cosas en un
momento, pero que te marcan un recorrido hacia atrás. A mí me
influenció mucho trabajar en el Taller de Poesía de Claudia Prado,
una poeta extraordinaria, que estuvo en un vínculo muy directo con
las obras que estaban produciendo Paula Jiménez España, Claudia
Masin, Sonia Escarabelli. Esas son las poetas mujeres que leí, todas
de algún modo influenciadas por Diana Bellessi, que había realizado
un taller, del cual seleccionó a los poetas que estábamos
trabajando en algún libro para que lo publiquemos. En mi caso el
libro se llamaba “Poemas del viejo”, en 2005. Allí tuve de
compañeros y compañeras a mucha gente, amiga en algunos casos, que
hoy son grandes referentes de la poesía: Josefina Saffiotti, Nicolás
Cambon, Gabriela Franco, Marcelo Cutro y Martín Puchetta.
Yo ya venía escribiendo, pero
esas experiencias me hicieron tomar real dimensión del mundo
poético. Después también tengo que mencionar amigos con los que he
compartido reflexiones, como Yaki Setton o Diego Posadas, gente con
la que se puede decir que comparto un parentesco generacional, que me
han ido abriendo puertas como hermanos mayores, además de las
figuras maestras, como Diana Belleci que recién mencionaba. Esto
como poeta. Como letrista a mí siempre me gustó Moris, Cantilo,
Luca Prodan, el Indio Solari, Palo Pandolfo, León Gieco. Y antes,
más de chico, leí mucha literatura norteamericana, policiales, y
novelas en general, pero después, con los talleres, le empecé a
encontrar más gusto a la poesía, a ver las voces que se ponen en
juego. Y al menos en Buenos Aires siempre hay talleres, ciclos de
lecturas de poesía, iniciativas. Ahora hay una gente que hace una
revista que se llama “Por el camino de Puan”, por ejemplo,
vinculando la parte académica con la parte de escritura.
Volviendo al rock: hay
quienes piensan que de algún modo hay una suerte de franja etárea
en la que quedó acorralado el rock…
Acorralado Potempin…
La franja acorralada que va
desde los treinta a los sesenta años, por poner una cifra...
Es una enorme franja etárea
esa Mariano, de todos modos…
Sí, pero la hipótesis
supone algo del rock como pasado, o sin capacidad de reinventarse.
Vos por lo que decís, al contrario, visualizás toda una potencia en
el rock aún en la actualidad…
Sí, sí, claro, por supuesto.
Incluso te digo más: Wos, por ejemplo, termina haciendo rock, o lo
va a terminar haciendo. En el mejor de los casos él nos va a obligar
a nosotros a repensar el rock. Porque el rock es una gran coartada,
un gran puchero donde se mezclan muchas cosas. El papá de Wos,
Alejandro Oliva es un gran músico, compositor y productor, que ha
tenido contacto con la música experimental, el jazz, el rock. Yo
creo que va a haber influencias y cruces, porque la música va
evolucionando con las personas, que son las que la tuercen, y no los
movimientos académicos. Y en algún momento esas personas se
juntarán con otras y habrá nuevas influencias. Mirá: recién
dijiste algo que quisiera retomar, antes de irme para otro lado.
Recién hablabas de la franja etárea. Y unas estadísticas que
estuvimos viendo de Spotify dicen que los jóvenes son quienes más
lo frecuentan, y dentro de los jóvenes, el 42% escucha rock, y es un
segmento tanto o más grande que el trap o el latino. Entonces: sigue
habiendo un público para rock. Yo no sé si es más o menos urbano,
si es un fenómeno metropolitano o qué, pero te diría que al menos
para Acorazado, salir de Buenos Aires ha sido una política de
trabajo, por más que en los últimos años esto ha costado
muchísimo. Pero siempre tratamos de ir a Córdoba, a Rosario, a Mar
del Plata, a Mendoza. Y a todos lados a donde vas, sea Trenque
Lauquen o Rawson, donde vas, sobre todo en las ciudades más chicas,
hay un público que es el público de rock, que le puede gustar Valle
de muñeca, Los gorriones, Potemkin o Babasónicos, o conocen la
Pequeña Orquesta, Los visitantes, que se yó, escucharon Sumo. Son
un público más nítidamente rockero, más que en Buenos Aires donde
prima la lógica de tribu y hay más bandas y uno sigue a sus amigos.
El rock es una gran mezcla, es muy abierto.
Ahí se podría pensar en
la Pequeña Orquesta como una gran cultora de la mezcla. Digo: si
bien es rock hay algo de la nostalgia del tango, y elementos más
ajenos a la dinámica rockera. Casi que si alguien que no escuchó y
te pregunta uno está tentado en decir que fueron una banda
inclasificables, ¿no?
Yo
de todos modos siempre reivindiqué la cuestión del rock. En algún
momento, en pleno menemismo, cuando el rock era Menfis y toda esa
porquería, nosotros queríamos corrernos de todos esos brillos y
toda esa estética de la que nos sentíamos ajenos porque era parte
del problema. Pero sí creo que nosotros rescatamos todo un rock,
sobre todo el que viene del pospunk, que era otra cosa. Cuando uno
trata de apropiarse de las músicas populares, como hicieron Mano
Negra en Francia, o Corcobado en España, o The pogues en Irlanda, o
también, como hicieron a su manera gente como Tom Waits y Nick Cave,
y hasta U2, cuando hicieron esa gira por Estados Unidos. Había una
forma de hacer evolucionar al rock que tenía que con hacer una cruza
con las músicas populares. Nosotros acá, sin ir más lejos,
teníamos a La portuaria, Los visitantes, ni hablar Manal, Moris,
Miguel Cantilo y León Gieco que lo hicieron. Y con la Pequeña
Orquesta Reincidente nos seguíamos reivindicando dentro del rock
pero evidentemente no encajábamos del todo, y por eso terminábamos
buscando lugares, por ejemplo, que tuvieran buena acústica para el
piano, más allá de si eran o no del circuito del rock. Pero más
allá de ciertos sonidos acústicos, había batería, y guitarra
eléctrica y la forma misma de las melodías y la estructura de las
canciones son del rock. Para mí el rock siempre fue la música de
una búsqueda que te permitiera abrir espacios y abrir cabezas y
hacer hermanos, sobre todo entre la gente que crecimos bajo las
sombras de la dictadura, que decía que el rock era algo subversivo,
extranjerizante, cosas de vagos y drogadictos y que el folclore era
la música argentina. Esas cosas nos fueron marcando. Entonces
nosotros decíamos: “nuestro espacio de pertenencia es éste, pero
hay que abrirlo para que entremos todos”. Y debe ser amplio, y
generoso, para que ahora, por ejemplo, también entren el rap, y el
trap y otros ritmos.
Hay algo de las políticas
de la amistad en el rock así entendido, ¿no?
Sí,
claramente: el rock es fraternidad, no aceptar a los padres, el
mandato social. Después bueno, ahora tenemos un presidente que hace
canciones de rock con la guitarra. Evidentemente, se puede acceder a
espacios de poder y hacer rock, no es contestatario per se. Se puede
ser oficialista y ser rockero, términos que antes marchaban por
separado, porque el rock era más antisistema. Pero también se puede
entender al rock como una voz que siempre está del lado de los
oprimidos, de los que preguntan, de los que reclaman.
Por último: ¿qué implicó
Cromagñón para el rock argentino?
Bueno, acá en capital se
cerraron un montón de espacios para tocar después de Cromagñón.
Los Reincidentes veníamos denunciando las malísimas condiciones que
había para tocar. Y había lugares en los que no tocábamos. Incluso
hemos suspendido algún recital, por ejemplo, cuando patovicas le
pegaron a gente de nuestro público. No tiene por qué haber
patovicas además, como en Matienzo, en donde no hay patovica sino
gente que te cuida. En ese sentido nosotros nunca nos pusimos en una
postura corporativa de ir contra las regulaciones de los inspectores,
porque muchas veces nosotros mismos las necesitábamos. Las
condiciones para tocar eran, y muchas veces aún lo son, muy
precarias. Después sobre esa base, el gobierno de la ciudad y el
nacional terminaron, con una actitud culposa, cerrando un montón de
lugares. Después pasó eso de que te juntabas en una terraza a
guitarrear, el vecino hacía una llamada y terminabas con tu casa
clausurada. Entonces, creo que había muchas denuncias por hacer,
como hoy hay que seguir haciéndolas, para que no haya silencios ni
posturas corporativas, pensando en que incluso el rock también puede
serlo. Y bueno, si bien este es un país que siempre busca culpables,
acá hay que decir que hubo unos cuantos responsables, incluso los
músicos y la organización. Hay cosas donde hay que hacerse cargo.
Vos no podés tocar en lugares que no cuidan a la gente. Hay que
exigir al gobierno y a los bolicheros (esos pequeños empresarios)
que cumplan con lo que tienen que cumplir. De ellos es la
responsabilidad, y la nuestra es exigirles. Hay que cuidar a la gente
porque el rock es un proyecto de fraternidad: la gente se pasa los
discos, se hacen pequeños emprendimientos, se montan Centros
culturales, todo un mundo alejado de las violencias de las
discotecas. Y nosotros como músicos, como usuarios, tenemos todo el
derecho de exigir que se cuide y se lo mejore y se lo reconozca como
un valor cultural. No como ha pasado, por ejemplo, con los chicos que
mataron en San Miguel del Monte, que la parecer no pararon cuando un
policía les dio la voz de alto porque no lo escucharon: iban
escuchando música. ¿Qué hace la policía?: los corre, les dispara,
provoca que choquen contra un camión y mueren. Si vos le mandás la
policía a los chicos que están en una esquina escuchando música o
tirando rimas, como suele suceder, no te das cuenta donde está la
cultura. ¿Dónde está cultura? No está en las alarmas, en los
alambres de púa, en las cámaras, en la televisión, sino en esos
chicos que cantan y tiran rimas, y bailan y pasean escuchando música
en un auto, en quienes quieren sentirse libres. Entonces hay que
cuidarlos. Yo ya tengo 50 años. Entonces nosotros, los músicos más
grandes, tenemos que hacer como una guerra de retaguardia y seguir
peléandonos contra los viejos carcamanes y los burócratas del
Estado y la policía, para que esos pibes vayan gestando nuevos
caminos estéticos, nuevas vanguardias. Pero nosotros, los más
viejos, tenemos que seguir peleando porque el rock siga siendo un
lugar amplio de confraternidad, lealtad y compañerismo.
*Nota publicada en revista
Zoom
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