31 de marzo/ 1° de abril del año 2000
Por Mariano Pacheco*
Hacía
exactamente una semana que habíamos terminado nuestra relación con
Grillo. O más bien: era la primer ruptura, que duró un año y
medio, en un vínculo que se sostuvo por años. Así que siendo
sábado a la mañana y con ese estado de ánimo, mi concentración en
la reunión iba y venía. ¡Y encima en medio de la discusión que
definía el rumbo político-ideológico de nuestro grupo! Estaba
hecho un trapo de piso, pero no decía nada. Creo que todos lo
sabían, pero nadie decía nada. Urgían otras cuestiones: en el
movimiento popular, en la Argentina. Después de cuatro años de
militancia intensa en el Movimiento La Patria Vencerá protagonizamos
una ruptura con tres de los compañeros que menos conocía
personalmente, con los que menos vínculos tenía más allá de las
discusiones políticas.
Cuando
sonó el teléfono en la casa de Pablo y Flor ninguno de los cuatro
interrumpió su concentración en el debate: los borradores de lo que
sería pronto el Estrella Federal estaba en plena elaboración:
las transformaciones estructurales del capitalismo; la
financierización de la economía mundial; los aspectos ideológicos
de dichos cambios, en fin, el neoliberalismo. También discutíamos
los temas más propios: objetivos para la etapa; aspectos que
caracterizábamos como estratégicos para una revolución en
Argentina (la moral revolucionaria, la actitud de vanguardia de la
militancia en el proceso de recomposición de fuerzas populares) y
las perspectivas que, como grupo, teníamos en ese momento:
centralmente, volcar todas las fuerzas militantes en pos de construir
un Movimiento de Trabajadores Desocupados de alcance nacional.
El
teléfono seguía sonando y seguíamos en plena discusión.
–
Pablo: si escuchan el mensaje
vengan. Estamos desde la madrugada participando de una toma de
tierras en Solano. Se está armando un asentamiento a unas cuadras de
la parroquia y ya hay más de 2.000 personas, el lugar es inmenso”.
La
voz inconfudible de Neka, una de las referentes del MTD de San
Francisco Solano, había quedado grabada en el contestador.
***
Cruzamos
una mirada entre Darío, Flor y yo. Pablo, con las llaves del auto en
la mano, ya estsba listo para partir al predio al que todos en la
zona denominaban La Matera. El lugar era inmenso, así que
llegamos y empezamos a caminar buscando a Neka, y al cura Alberto. En
el andar nos cruzamos con el Gaucho y Lili, una de las parejas
referentes de Quebracho que militaban en la Comisión de Desocupados
del barrio Km 35, en La Matanza, y con la que sosteníamos una asudua
discusión política.
La
imagen era surealista: muchas “casas” estaban improvisadas con
planchuelas gigantes de tergopol. Enseguida nos enteramos que habían
salido de una suerte de estructura que se encontraba en el lugar al
momento de la toma; estructuras de tergopol de lo que alguna vez
había sido anunciado como un plan de obras de viviendas populares
que, era obvio en la Argentina neoliberal, nunca se habían
terminado.
El
dinamismo de la gente me sorprendió, ver a tantas vecinas y vecinos
garantizar lo básico de los primeros pasos de la ocupación:
organizar las manzanas y eligir delegados; respetar el trazado de
calles para que no se armaran pasillos; que cada quien, en su
terreno, fuera armando su lote, al menos de manera provisoria,
tomando las medidas con pasos, clavando ramas en las puntas y
uniéndolas con hilo.
En
la tardecita de aquél sábado 1° de abril del año 2000 ya se
discutía que nombre ponerle al lugar. Creo que se dijo 31 de marzo,
por el día de la ocupación, pero finalmente creo que le quedó La
Matera, como todos le decían al sitio en la zona.
***
En
La Matera logré agarrarme uno de los últimos lotes que quedaban,
bien al fondo del asentamiento. A la noche, Darío se ofreció a
quedarse, para acompañarme en la guardia, mientras Pablo y Flor iban
hasta su casa a buscar las cosas más necesarias y urgentes: una
carpa, frazadas, una olla, algunas provisiones… y una pareja de
compañeros jóvenes, vecinos de Monte Chingolo que aun no tenían su
propio techo. Creo que Pablo tenía miedo de que me desmoronara. No
nos conocíamos mucho, si bien ellos se había sumado al MPV después
de los cortes de ruta que protagonizmaos en agosto del 97 en la zona
sur. Ellos venían del Comedor Los Pibes de La Boca, y nadie
preguntaba mucho pero sabíamos –¡eramos pocos y nos conocíamos
mucho!-- que “la banda de Lito” era aún más conspirativa que la
nuestra. Así que de cosas personales casi ni hablábamos. Pero un
mes y medio antes, como parte de nuestras tareas de contactar grupos
para poner en pie un MTD a nivel nacional, habíamos agarrado el
destratalado Peugeot de Pablo y Flor y junto a ellos, y su bebé
Juancito, tomamos con Grillo la decisión de pasar nuestras
vacaciones visitando en Corrientes a Marianita, nuestra compañera de
la agrupación 11 de Julio, y de paso, hacer base allí para recorrer
Corrientes, y sobre todo Chaco, donde se estaba construyendo un
poderoso MTD. De paso visitamos Entre Ríos, donde teníamos un
contacto de un viejo cuadro del PRT. Así Pablo y Flor vieron con sus
propios ojos lo enamorados que estábamos con Grillo. Seguro, como yo
–quien sabe, quizás también como Grillo-- ellos se preguntaban
qué había pasado. Supongo que a los 19 y 16 años cualquier
estupidez es motivo para romper un vínculo.
La
cuestión es que cayó la parejita a acompañar al “militante”.
Tal vez haya sido Flor la de la idea, siempre más atenta a los
vínculos entre los integrantes del grupo. Como sea, en La Matera,
era común que los “solos” fuéramos los militantes. El resto, la
mayoría, eran parejas con varios hijos. No importaba si tenían 20,
30 o 35 años. La regla era que estaban juntados o casados… y con
algún que otro crío; las más de las veces, varios.
***
Ese
invierno no paró de llover y las lluvias provocaron numerosas
inundaciones, sobre todo en La Florida y San Martín, barrios que
integraban el MTD de Solano, que entonces también se encontraba
atravesado por el conflicto de la parroquia Nuestra Señora de las
Lágrimas, ocupada por el cura y los vecinos que habían
resuelto en asamblea desobedecer las órdenes de dejar el lugar
impartidas por el Obispo Jorge Novak, referente de la Iglesia
progresista que años atrás había acompañado las tomas de tierras
que hicieron de Solano una enorme barriada, y también, referente en
la defensa de los derechos humanos en el último tramo de la
dictadura. Pero los tiempos habían cambiado, sobre todo después de
la caída del muro de Berlín, el estrepitoso fracaso de la toma del
cuartel de La Tablada por parte del Movimiento Todos por la Patria
(organazación que tenía entre sus referentes al sacerdote Antonio
Puigjané, de Quilmes) y el avance del menemismo con sus políticas
socialmente justas, políticamente esclavas y económicamente
serviles del imperio.
Con
las inundaciones Las lágrimas se transformaron en centro de
evacuados y central de operaciones de la intervención en La Matera.
En la parroquia circulaban vecinos y vecinas que “bancaban” al
cura, mujeres y hombres de creencias y militancias cristianas, algún
militante de la guerrilla chilena, jipis que buscaban un techo y un
lugar propicio para poner en pie proyectos autogestivos de
artesanías, militancias diversa de las izquierdas que buscaban
radicalizar el conflicto en la zona sur del conurbano, lumepenes que
allí recalaban por Alberto en eso seguía siendo cura, y cobijaba a
quien llegara y pidiera un lugar.
***
Fueron
días difíciles los de La Matera, sobre todo esa Semana Santa en que
la mayoría de los pibes y las pibas de la agrupación 11 de Julio,
que había ayudado a fundar en 1996 y en la que había militado hasta
fines del año anterior, se fueron de campamento, como siempre para
esa fecha, mientras yo parecía haber traspasado el umbral de la
adultez, con mis 19 años, el colegio secundario ya abandonado tras
numerosos intentos por pasar a cuarto año y el fracaso de mis
primeros intentos de trabajo asalariado hiperprecarizado.
Días
difíciles en los que las amenazas de desalojo se mezclaban con las
tareas en el asentamiento: primero fui delegado de manzana, luego
integrante de la Comisión de Salud hasta llegar a formar parte de la
Comisión Directiva en la que las militancias del MTD y el activismo
cristiano de la zona, compartíamos tareas con los “punteros” del
PJ, que hora tras hora perdían base social referencia política
entre la población. A tal punto que un día en que, bajo la lluvia,
marchamos desde Solano hasta Quilmes para reclamar al intendente
frepasista que diera respuesta a las necesidades urgentes, el diario
El Sol de Quilmes adjudicó en su tapa al MTD y al cura
Spagnolo como organizadores de la movilización de las vecinas y
vecinos del asentamiento de La Matera que culminó con una
toma de la Municipalidad.
Por
supuesto, no eran gratis esos protagonismos: a las amenazas de
desalojo de la parroquia comenzaron a sumarse las del PJ al MTD;
amenazas que se trasformaron rápidamente en acción.
Así
que además de centro de evacuados y central de operaciones de la
intervención en La Matera la Parroquia se convirtió en círculo de
organización de la autodefensa: había un saber acumulado en las
militancias, que había llegado desde los 70 hasta los 90
prácticamente intacto, a través de distintas tradiciones. Pero con
el incendio de ranchos, las golpizas a la militancia y las
confrontaciones en las asambleas, como suele suceder, la gente
comenzó a retirarse poco a poco de los espacios de reunión y
participación.
***
En
La Matera puse en pie la que fue mi primera casa: una humilde choza
de chapa y madera construida colectivamente por nuestro grupo. Allí
perdí un libro de Lenin, uno de Engels, y alguna que otra cosa más
que servía para sostener nuestra seguridad: una inundación –creo
que la primera-- se llevó puesto casi todo en una fría noche de
esas tantas en las que llovió en ese crudo invierno.
Así
que al regresar al asentamiento desde la casa de mi viejo, luego de
pasar alguna noche en la búsqueda de reponerme de ese resfrío que
pronto devino neumonía, me encontré en una asamblea general
teniendo que dar explicaciones ante un grupo de punteros del PJ que
me acusaban de ser responsable de la muerte de un bebé durante el
temporal.
–
¿Dónde estaban los de la
comisión de salud?
Como
si el régimen político y el sistema económico no fueran
responsables de esas muertes, que se sucedían a diario, en una
Argentina que se caía a pedazos gestionada por el mismo partido para
el que trabajaban esos punteros (quienes habían traicionado en esos
años las banderas históricas del peronismo para llevar adelante ese
modelo neoliberal), las acusaciones no eran más que el paso previo a
la acción directa, en la búsqueda por corrernos de los espacios
conquistados a fuerza de una militancia de base cotidiana.
Obviamente,
con los ánimos así caldeados no se podía dar ningún debate, asi
que rápidamente el encuentro terminó a las piñas. Entre mocos y
estornudos intenté hacer surgir en mí algún tipo de lucidez frente
a los muchachos peronistas a quienes no les importaba que yo llevara
tatuadas en el pecho las banderas argentinas, junto con tacuaras y
una estrella federal. Tampoco que hubiera sido formado políticamente
por militantes montoneros. Para ellos era un zurdo más, y punto. Así
que como sabía, o podía intuir como funcionaba su cabeza,
rápidamente empecé a mirar los movimientos que se empezaban a dar.
Me puse en guardia, aunque obviamente por peso y estatura no había
forma de intimidarlos. Pero cuando pensé que era inevitable la
situación, cuando me dije que era obvio que estaba por “cobrar”,
lo veo al Cura Alberto que empieza a revolear piñas y me salva la
situación. No voy a decir que fue Dios el que me salvó ese día,
pero que su palabra en la tierra pasó a ser acción directa no me
caben dudas, porque pude verlo con mis propios ojos. ¿Dónde estaba
Neka ese día? No recuerdo, pero por ahí andaría, porque siempre
estaba donde había que estar.
***
Duramos
poco en La Matera. Después de esa asamblea reñida no hubo punto de
retorno.
Nos
instalamos a vivir allí para que nadie pudiera decirnos que eramos
una militancia externa; pasamos el mismo frío, el mismo hambre, la
misma incertidumbre que el resto de nuestras vecinas y vecinos; como
ellas, y ellos, nos inundamos, padecimos resfrío y entretejimos
esperanzas. Como tantas otras militancias a lo largo de la historia
asumimos el compromiso y los desafíos que cada decisión implicaba:
discutimos colectivamente qué hacer, asumimos con rigor cada
decisión más allá de cuánto o no nos cerraba, nos preparamos para
defender nuestras posiciones frente a los ataques. Discutimos en las
asambleas para no perder la referencia conquistada, nos entrenamos
para estar en condiciones de sostener cuerpo a cuerpo la defensa de
nuestras casa si hacía falta. Aprendimos y enseñamos, según los
casos, como sostener un arma si llegado el caso hacía falta usarlas.
Pero no era una cuestión de decisión, sino de correlación de
fuerzas. Y en sa co-relación, las fuerzas evidentemente no estaban
de nuestro lado.
El
asentamiento siguió su vida, y nosotros continuamos con la nuestra.
A Grillo ese año la vi poco y nada. Recién en noviembre, cuando
realizamos los primeros cortes de ruta coordinados de los MTD de la
zona sur la volví a encontrar, en la Rotonda de Pasco, entre humos
de neumáticos y sirenas policiales que no dejaban de sonar. Me puse
contento de verla después de esos meses tan difíciles.
La
de La Matera fue una batalla perdida, pero sólo una batalla más en
ese intenso período que ya se había abierto, y que en noviembre del
2000 tuvo el pico más alto de ese año; proceso que no dejaría de
crecer y desarrollarse hasta desembocar en la insurrección de
diciembre de 2001.
*
Relato que forma parte de “2001: Odisea en el Conurbano”,
libro
de Mariano Pacheco en proceso de elaboración.
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