Debería hacerlo, puesto que
mi vida en Córdoba llega de algún modo a su fin (al menos por
ahora)
– Pa: tenés que escribir un
libro que se llame El Duna con Gatillo.
Male me dice esa frase
mientras viajamos en auto, desde Córdoba hacia Los Aromos, en el
último día de sus vacaciones, antes de que comience el colegio. Lo
dice camino al río, donde solemos ir cada vez que podemos, luego de
que le cuento que este año voy a comenzar a investigar, leer y
entrevistar gente para embarcarme en un nuevo proyecto: escribir la
biografía de Raúl González Tuñón, autor de La luna con gatillo.
El nombre de ese poema y ese
auto están, para mí, íntimamente ligados a mi estancia cordobesa;
estancia que de algún modo llega a su fin en las próximas horas,
cuando realice mi desembarco en Buenos Aires, provincia que dejé
atrás hace siete años. Y digo “de algún modo” porque, entre
otras cuestiones (para mí la más importante), en Córdoba queda mi
hija, así que el plan es viajar los fines de semana, cada quince
días, para poder estar con ella al menos esas dos veces al mes, unos
tres días cada vez.
– Te voy a mandar fotos y
dibujos por teléfono Pa –comenta, mientras me hace morisquetas y
ríe.
Les niñes tienen un modo
extraño de procesar los cambios, pienso, pero no lo digo y en cambio
le insisto en que además vamos a hablar por teléfono o hacer
videollamadas todos los días.
Nos gusta pasear en auto, así
que ese año y pico que estuvo roto y no contaba con el dinero
suficiente para arreglarlo, lo padecimos un montón.
A ella le gusta decirle “el
dunita”, no El Duna; tampoco el auto.
Lo de “El Duna con gatillo”
no es de ella, obviamente, sino que viene de una broma de mis
compañeras y compañeros de “La luna con gatillo”, proyecto que
nació a mediados de 2015 bajo el lema “Una crítica política de
la cultura”. En realidad ese año comenzó como un proyecto
personal, aunque político: un programa radial, de una hora por
semana, en Eterogenia, la radio del Centro Cultural España Córdoba
que dirige el generoso de Guillermo Guerra, donde me llevó el Gran
Periodista y Poeta Omar Hefling. La Carla Lorena y el Pelado
Rodríguez hicieron lo suyo para que esta idea loca se transformara
en realidad.
El proyecto lo cranee unos
meses antes, en mi casa de Alta Gracia, mientras me recuperaba de una
operación de columna que me tuvo algunas semanas sin caminar, y
varios meses adentro, saliendo nomás para tratamientos y controles
pre y posoperatorio y esos etcéteras que, dos años antes, ya había
padecido al ser operado de un pulmón.
La luna con gatillo pasó a
ser en 2016 un proyecto plenamente colectivo, cuando se sumaron una
gran cantidad de columnistas: de teatro y cine; de género y
movimientos sociales territoriales; de iniciativas antirepresivas y
de luchas por la tierra; de música y pensamiento crítico, tanto de
Córdoba (quienes venían a “estudio” una vez por mes) como de
Buenos Aires (quienes salían al aire por teléfono o enviando audios
de wsp). Al año siguiente se sumó al programa de radio un blog,
donde comenzamos a subir los audios de los programas y algunas notas
escritas (ya conté en otra oportunidad quienes se fueron sumando en
cada momento… y quienes se fueron) y hacia fin de ese 2017 –en
diciembre, cuando pensamos en salir a la cancha para el aniversario
de 2001 y terminamos haciéndolo en la nueva cancha rediseñada en
plena lucha de calles contra el macrismo-- el blog se transformó en
Portal: www.lalunacongatillo.com
A la página web fueron a
parar con el paso del tiempo no sólo los audios de programas y notas
escritas por les integrantes del grupo (Lea Ross y Tomás Astelarra
fueron redactores estrella y permanentes de esta iniciativa) sino
también las colaboraciones que fueron llegando y las fotografías y
videos realizados por los nuevos aportes que compañeras y compañeros
fueron sumando (La Mari y El Mati, entre otrxs), y las siempre
distinguibles gráficas políticas de Flor Longo, residente de Alta
Gracia.
Ya instalado en Córdoba
capital, con Flor viviendo en Alta Gracia y Germán en La Bolsa, el
dunita pasó a ser “El duna con gatillo”: ir y venir para buscar
y llevar a mi hija Male, pero también para llevar y traer fanzines,
afiches, periódicos Resumen Latinoamericano y nuestros cuerpos,
ansiosos por construir una nueva experiencia política en Córdoba.
Yo por entonces participaba en el Encuentro de Organizaciones, una
experiencia de la izquierda autonomista local, en la que hice grandes
amistades (La Celi y el Dami) y conservo – más allá de las
diferencias políticas-- sentimiendos profundos de camaradería,
tanto con quienes se fueron yendo como con quienes aún permanecen
allí con sus militancias (Sergio Job y Mercedes Ferrero; Lisandro
Levstein y Anabella Antoniolli, entre tantxs).
Germán y Flor, mientras
tanto, me convencieron para que desde “La luna” comenzáramos a
organizar las Cátedras Bolivarianas en Córdoba. Así se empezó a
tejer un vínculo con las pibas y los pibes de La Simón Bolívar (de
donde luego surgieron los Encuentros de Feminismo Popular), con las
compañeras y compañeros de la OLP (que entonces insistieron en
recorrer el camino al interior de la CTEP) y con la “Vieja Guardia
Montonera” (Carlitos Aznárez, el Pelado Perdía, Jorge “El
Chiqui” Falcone… y luego el Vasco Murúa y Carlos Martínez). De
ese recorrido surgieron la OLP, La Simón Bolívar y los EFP en
Córdoba, donde hoy participan un montón de pibas y pibes (sobre
todo pibas) que están haciendo sus primeras armas en la militancia.
En este tiempo La luna con
gatillo también editó dos libros de poesía: uno del poeta cordobés
Carlos Salinas (“Tinta militante”) y otro del Gran Chiqui Falcone
(“El ojo izquierdo de la luna”) y organizó algunas “Radios
Abiertas” y jornadas político-culturales.
En 2019 el programa de radio
siguió, aunque sin mi presencia y en otra emisora (la Radio
Comunitaria La Quinta Pata): Lea, Mati y la Ludmi (hoy en Brasil)
tomaron las riendas de la “trinchera radiofónica” y sostuvieron
la experiencia todo el año, sumando incluso otras colaboraciones que
enriquecieron al programa. En mi caso me dediqué a retomar una
apuesta radial unipersonal (“Profanas Palabras: Pasado y Presente
de la Argentina y El Mundo”, también en radio Eterogenia) y a
poner en pie, junto a los camaradas Emiliano Exposto y Gabriel
Rodríguez Varela (también Pepe Nacho, que luego fugó a sus derivas
foucaultianas) la Cátedra Abierta Félix Guattari en la Universidad
de los Trabajadores de la Fábrica Recuperada IMPA, en la ciudad de
Buenos Aires. También pasé el año viajando por todos lados,
presentando mi último libro, “Desde abajo y a la izquierda”, que
vio la luz por Cuarenta ríos, gracias a la invitación que me
hicieron Gabril D Iorio y Diego Caramés para sumarme a la colección.
En 2020 no tendré un programa
radial en Córdoba y aún no sabemos si La luna con gatillo seguirá
saliendo al aire, aunque el proyecto del Portal sigue en pie, al
igual que –aunque maltrecho-- “El Duna con gatillo”, que queda
en Córdoba.
Al Dunita lo compré en 2016,
unos días después de salir del Hospital (¡Sí, me operaron otra
vez!.. aunque la vencida la tercera fue la vesícula). Compré el
auto, la computadora con la que escribo estas líneas, una cama (que
no tenía) y un lavarropa, que esta semana dejó de funcionar (“Las
casas también lloran”, diría algún personaje del cineasta Wong
Kar Wai). Obviamente saldé numerosas deudas. Y ya…
El dinero de la indemnización
no fue mucho (ni por asombro lo que nos correspondía), pero fue
algo, y en los inicios del macrismo era como decir mucho.
De todos modos, más que “los
beneficios” de la indemnización, lo más importante de ese dinero
es que cierra un momento importante de mi vida, que fue el hecho de
haber cumplido un sueño: trabajar como redactor en un diario. La
experiencia de El Argentino, creo, en algún punto fue heroica, y
quizás alguna vez escriba sobre eso. Por ahora, sólo recordar la
emoción y el compromiso con el que toda esa pandilla de jóvenes
periodistas llenos de sueños poblamos la redacción del diario.
En fin, mi etapa en Córdoba
se cierra en este inicio de 2020, más allá de que frecuente la
provincia, de ahora en más, dos veces por mes (me dicen por la
cucaracha, también, que estaría coordinando, cada 15 días, el
Seminario de Formación sobre Marxismo para las militancias del
Precariado).
En estos siete años en
Córdoba vi cumplir mi sueño de trabajar en un diario, colaboré en
revistas, hice radio, organicé cursos y talleres de formación, armé
grupos de estudio, impulsé cenas de filosofía en el querido Café
del Alba, publiqué cuatro libros (“Kamchatka”, con ensayos sobre
Nietzsche, Freud y Roberto Arlt; “Montoneros silvestres”, con
historias de resistencia a la última dictadura en la zona sur del
Conurbano; “Cabecita negra”, una suerte de historia del peronismo
a través de la literatura; “Desde abajo y a la izquierda”, en un
esfuerzo por pensar las militancias de los movimientos sociales en la
posdictadura argentina), vi reeditarse mis dos primeros libros (“De
Cutral Co a Puente Pueyrredón”, la genealogía sobre los
Movimientos de Trabajadores Desocupados y “El militante que puso el
cuerpo”, la biografía de Darío Santillán que escribimos con
Ariel Hendler y Juan Rey) y terminé de cerrar mis próximos dos
libros (“Madriguera”, con nuevos ensayos sobre política y
cultura y “La parte del todo”… que es sorpresa y media).
También, en estos siete años
en Córdoba, viví cosas horribles: vi derrumabarse un proyecto (la
familia nuclear); vi morirse mi gato Gatica; vi a mi cuerpo cabalgar
sólo, sintiendo que ya no me pertenecía y se moría…
Vi, junto a todo ese espanto,
mi cuerpo renacer, como lo hace el ave fénix desde las cenizas.
“No es cólera, es con risa
que se mata”, dice Zaratustra- Nietzsche. Y cuánta razón tiene, o
al menos, cuanta razón le doy.
Hubo que matar muchos
fantasmas para poder volver a sonreír.
Y cuando menos lo esperaba, me
encontré riendo a carcajadas junto a Jorge Villegas, quien supo
abrir las puertas de su casa, y de su familia de amistades construida
junto a los Zéppelin teatro. El Diego y Gattino, Rodolfo y sobre
todo el Santi y el Cruz, junto con Jorge, hicieron que en Córdoba me
sintiera como en casa.
Y ya en casa me volví a
enamorar, perdidamente, y como suele suceder en esos casos, mareado
me perdí hasta retornar a la soledad. Camaradas, compañeres y
nuevas amistades surgidas de los talleres me recordaron sin decirlo,
una y otra vez, que la consigna “La única lucha que se pierde es
la que se abandona” es también un lema para el combate
existencial.
Mi retorno a Buenos Aires me
llena de alegría, por más que no pueda evitar sentir cierta
tristeza por ver a mi hija que queda acá.
Cuatro años sin un trabajo
estable es demasiado tiempo para quien tiene que pagar el alquiler de
una vivienda para contar con un lugar donde poder vivir y que sólo
cuenta para su subsistencia con su fuerza de trabajo para vender en
el mercado (una fuerza de trabajo un poca maltrecha, y en un mercado
que requiere poca, para colmo).
Buenos Aires aún no promete
nada muy concreto todavía, pero se sabe: allí atiende Dios (o quien
se disfrace de él en caso de que no exista).
En Buenos Aires habita además
mucha gente con la que nos conocemos hace rato. También otra que he
ido conociendo en el andar de estos años. Gente que quiero (que
supongo que nos queremos). De esa gente que uno dice “Gente que no”
(como cantaban los muertos).
En fin, como cantaba No
Demuestra Interés, “que todo sea para bien, ¿verdad?”.
En eso andamos...
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