lunes, 2 de marzo de 2020

“Pa: tenés que escribir un libro que se llame El Duna con Gatillo”


Debería hacerlo, puesto que mi vida en Córdoba llega de algún modo a su fin (al menos por ahora)


Pa: tenés que escribir un libro que se llame El Duna con Gatillo.
Male me dice esa frase mientras viajamos en auto, desde Córdoba hacia Los Aromos, en el último día de sus vacaciones, antes de que comience el colegio. Lo dice camino al río, donde solemos ir cada vez que podemos, luego de que le cuento que este año voy a comenzar a investigar, leer y entrevistar gente para embarcarme en un nuevo proyecto: escribir la biografía de Raúl González Tuñón, autor de La luna con gatillo.
El nombre de ese poema y ese auto están, para mí, íntimamente ligados a mi estancia cordobesa; estancia que de algún modo llega a su fin en las próximas horas, cuando realice mi desembarco en Buenos Aires, provincia que dejé atrás hace siete años. Y digo “de algún modo” porque, entre otras cuestiones (para mí la más importante), en Córdoba queda mi hija, así que el plan es viajar los fines de semana, cada quince días, para poder estar con ella al menos esas dos veces al mes, unos tres días cada vez.
Te voy a mandar fotos y dibujos por teléfono Pa –comenta, mientras me hace morisquetas y ríe.
Les niñes tienen un modo extraño de procesar los cambios, pienso, pero no lo digo y en cambio le insisto en que además vamos a hablar por teléfono o hacer videollamadas todos los días.
Nos gusta pasear en auto, así que ese año y pico que estuvo roto y no contaba con el dinero suficiente para arreglarlo, lo padecimos un montón.
A ella le gusta decirle “el dunita”, no El Duna; tampoco el auto.
Lo de “El Duna con gatillo” no es de ella, obviamente, sino que viene de una broma de mis compañeras y compañeros de “La luna con gatillo”, proyecto que nació a mediados de 2015 bajo el lema “Una crítica política de la cultura”. En realidad ese año comenzó como un proyecto personal, aunque político: un programa radial, de una hora por semana, en Eterogenia, la radio del Centro Cultural España Córdoba que dirige el generoso de Guillermo Guerra, donde me llevó el Gran Periodista y Poeta Omar Hefling. La Carla Lorena y el Pelado Rodríguez hicieron lo suyo para que esta idea loca se transformara en realidad.
El proyecto lo cranee unos meses antes, en mi casa de Alta Gracia, mientras me recuperaba de una operación de columna que me tuvo algunas semanas sin caminar, y varios meses adentro, saliendo nomás para tratamientos y controles pre y posoperatorio y esos etcéteras que, dos años antes, ya había padecido al ser operado de un pulmón.
La luna con gatillo pasó a ser en 2016 un proyecto plenamente colectivo, cuando se sumaron una gran cantidad de columnistas: de teatro y cine; de género y movimientos sociales territoriales; de iniciativas antirepresivas y de luchas por la tierra; de música y pensamiento crítico, tanto de Córdoba (quienes venían a “estudio” una vez por mes) como de Buenos Aires (quienes salían al aire por teléfono o enviando audios de wsp). Al año siguiente se sumó al programa de radio un blog, donde comenzamos a subir los audios de los programas y algunas notas escritas (ya conté en otra oportunidad quienes se fueron sumando en cada momento… y quienes se fueron) y hacia fin de ese 2017 –en diciembre, cuando pensamos en salir a la cancha para el aniversario de 2001 y terminamos haciéndolo en la nueva cancha rediseñada en plena lucha de calles contra el macrismo-- el blog se transformó en Portal: www.lalunacongatillo.com
A la página web fueron a parar con el paso del tiempo no sólo los audios de programas y notas escritas por les integrantes del grupo (Lea Ross y Tomás Astelarra fueron redactores estrella y permanentes de esta iniciativa) sino también las colaboraciones que fueron llegando y las fotografías y videos realizados por los nuevos aportes que compañeras y compañeros fueron sumando (La Mari y El Mati, entre otrxs), y las siempre distinguibles gráficas políticas de Flor Longo, residente de Alta Gracia.
Ya instalado en Córdoba capital, con Flor viviendo en Alta Gracia y Germán en La Bolsa, el dunita pasó a ser “El duna con gatillo”: ir y venir para buscar y llevar a mi hija Male, pero también para llevar y traer fanzines, afiches, periódicos Resumen Latinoamericano y nuestros cuerpos, ansiosos por construir una nueva experiencia política en Córdoba. Yo por entonces participaba en el Encuentro de Organizaciones, una experiencia de la izquierda autonomista local, en la que hice grandes amistades (La Celi y el Dami) y conservo – más allá de las diferencias políticas-- sentimiendos profundos de camaradería, tanto con quienes se fueron yendo como con quienes aún permanecen allí con sus militancias (Sergio Job y Mercedes Ferrero; Lisandro Levstein y Anabella Antoniolli, entre tantxs).
Germán y Flor, mientras tanto, me convencieron para que desde “La luna” comenzáramos a organizar las Cátedras Bolivarianas en Córdoba. Así se empezó a tejer un vínculo con las pibas y los pibes de La Simón Bolívar (de donde luego surgieron los Encuentros de Feminismo Popular), con las compañeras y compañeros de la OLP (que entonces insistieron en recorrer el camino al interior de la CTEP) y con la “Vieja Guardia Montonera” (Carlitos Aznárez, el Pelado Perdía, Jorge “El Chiqui” Falcone… y luego el Vasco Murúa y Carlos Martínez). De ese recorrido surgieron la OLP, La Simón Bolívar y los EFP en Córdoba, donde hoy participan un montón de pibas y pibes (sobre todo pibas) que están haciendo sus primeras armas en la militancia.
En este tiempo La luna con gatillo también editó dos libros de poesía: uno del poeta cordobés Carlos Salinas (“Tinta militante”) y otro del Gran Chiqui Falcone (“El ojo izquierdo de la luna”) y organizó algunas “Radios Abiertas” y jornadas político-culturales.
En 2019 el programa de radio siguió, aunque sin mi presencia y en otra emisora (la Radio Comunitaria La Quinta Pata): Lea, Mati y la Ludmi (hoy en Brasil) tomaron las riendas de la “trinchera radiofónica” y sostuvieron la experiencia todo el año, sumando incluso otras colaboraciones que enriquecieron al programa. En mi caso me dediqué a retomar una apuesta radial unipersonal (“Profanas Palabras: Pasado y Presente de la Argentina y El Mundo”, también en radio Eterogenia) y a poner en pie, junto a los camaradas Emiliano Exposto y Gabriel Rodríguez Varela (también Pepe Nacho, que luego fugó a sus derivas foucaultianas) la Cátedra Abierta Félix Guattari en la Universidad de los Trabajadores de la Fábrica Recuperada IMPA, en la ciudad de Buenos Aires. También pasé el año viajando por todos lados, presentando mi último libro, “Desde abajo y a la izquierda”, que vio la luz por Cuarenta ríos, gracias a la invitación que me hicieron Gabril D Iorio y Diego Caramés para sumarme a la colección.
En 2020 no tendré un programa radial en Córdoba y aún no sabemos si La luna con gatillo seguirá saliendo al aire, aunque el proyecto del Portal sigue en pie, al igual que –aunque maltrecho-- “El Duna con gatillo”, que queda en Córdoba.
Al Dunita lo compré en 2016, unos días después de salir del Hospital (¡Sí, me operaron otra vez!.. aunque la vencida la tercera fue la vesícula). Compré el auto, la computadora con la que escribo estas líneas, una cama (que no tenía) y un lavarropa, que esta semana dejó de funcionar (“Las casas también lloran”, diría algún personaje del cineasta Wong Kar Wai). Obviamente saldé numerosas deudas. Y ya…
El dinero de la indemnización no fue mucho (ni por asombro lo que nos correspondía), pero fue algo, y en los inicios del macrismo era como decir mucho.
De todos modos, más que “los beneficios” de la indemnización, lo más importante de ese dinero es que cierra un momento importante de mi vida, que fue el hecho de haber cumplido un sueño: trabajar como redactor en un diario. La experiencia de El Argentino, creo, en algún punto fue heroica, y quizás alguna vez escriba sobre eso. Por ahora, sólo recordar la emoción y el compromiso con el que toda esa pandilla de jóvenes periodistas llenos de sueños poblamos la redacción del diario.
En fin, mi etapa en Córdoba se cierra en este inicio de 2020, más allá de que frecuente la provincia, de ahora en más, dos veces por mes (me dicen por la cucaracha, también, que estaría coordinando, cada 15 días, el Seminario de Formación sobre Marxismo para las militancias del Precariado).
En estos siete años en Córdoba vi cumplir mi sueño de trabajar en un diario, colaboré en revistas, hice radio, organicé cursos y talleres de formación, armé grupos de estudio, impulsé cenas de filosofía en el querido Café del Alba, publiqué cuatro libros (“Kamchatka”, con ensayos sobre Nietzsche, Freud y Roberto Arlt; “Montoneros silvestres”, con historias de resistencia a la última dictadura en la zona sur del Conurbano; “Cabecita negra”, una suerte de historia del peronismo a través de la literatura; “Desde abajo y a la izquierda”, en un esfuerzo por pensar las militancias de los movimientos sociales en la posdictadura argentina), vi reeditarse mis dos primeros libros (“De Cutral Co a Puente Pueyrredón”, la genealogía sobre los Movimientos de Trabajadores Desocupados y “El militante que puso el cuerpo”, la biografía de Darío Santillán que escribimos con Ariel Hendler y Juan Rey) y terminé de cerrar mis próximos dos libros (“Madriguera”, con nuevos ensayos sobre política y cultura y “La parte del todo”… que es sorpresa y media).
También, en estos siete años en Córdoba, viví cosas horribles: vi derrumabarse un proyecto (la familia nuclear); vi morirse mi gato Gatica; vi a mi cuerpo cabalgar sólo, sintiendo que ya no me pertenecía y se moría…
Vi, junto a todo ese espanto, mi cuerpo renacer, como lo hace el ave fénix desde las cenizas.
No es cólera, es con risa que se mata”, dice Zaratustra- Nietzsche. Y cuánta razón tiene, o al menos, cuanta razón le doy.
Hubo que matar muchos fantasmas para poder volver a sonreír.
Y cuando menos lo esperaba, me encontré riendo a carcajadas junto a Jorge Villegas, quien supo abrir las puertas de su casa, y de su familia de amistades construida junto a los Zéppelin teatro. El Diego y Gattino, Rodolfo y sobre todo el Santi y el Cruz, junto con Jorge, hicieron que en Córdoba me sintiera como en casa.
Y ya en casa me volví a enamorar, perdidamente, y como suele suceder en esos casos, mareado me perdí hasta retornar a la soledad. Camaradas, compañeres y nuevas amistades surgidas de los talleres me recordaron sin decirlo, una y otra vez, que la consigna “La única lucha que se pierde es la que se abandona” es también un lema para el combate existencial.
Mi retorno a Buenos Aires me llena de alegría, por más que no pueda evitar sentir cierta tristeza por ver a mi hija que queda acá.
Cuatro años sin un trabajo estable es demasiado tiempo para quien tiene que pagar el alquiler de una vivienda para contar con un lugar donde poder vivir y que sólo cuenta para su subsistencia con su fuerza de trabajo para vender en el mercado (una fuerza de trabajo un poca maltrecha, y en un mercado que requiere poca, para colmo).
Buenos Aires aún no promete nada muy concreto todavía, pero se sabe: allí atiende Dios (o quien se disfrace de él en caso de que no exista).
En Buenos Aires habita además mucha gente con la que nos conocemos hace rato. También otra que he ido conociendo en el andar de estos años. Gente que quiero (que supongo que nos queremos). De esa gente que uno dice “Gente que no” (como cantaban los muertos).
En fin, como cantaba No Demuestra Interés, “que todo sea para bien, ¿verdad?”.
En eso andamos...


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