Por Mariano Pacheco, para
Perfil cultura
Salud mental, violencia urbana, neurótico
entramado familiar, miedos íntimos, ansiedades personales. Lógica de narrativa
epistolar, presencia de la oralidad en la escritura, monólogo interno pasado al
papel que busca dar cuenta de un entrelazamiento de las tragedias –íntimas, sociales– que atraviesan muchas veces nuestras
vidas. Todo eso puede leerse en esta primera novela de Julieta Tonello, texto
en donde el fluir de la conciencia, de las fantasías, de los fantasmas también,
resultan fundamentales. Si para muchas personas cuesta realizar aquello que
Freud caracterizó como el “trabajo del duelo” cuando alguien cercano muere:
¿cómo tramitar un intento de suicidio y sobrellevar la idea siempre presente de
que “eso” puede volver a suceder?
Todo aquello que con estas temáticas podría
aparecer como una suerte de “novela familiar del neurótico”, sumergida en una
encerrona narrativa de tipo “familiarismo burgués”, es trabajado en Lo que
no conté de una manera que logra destaponar la madriguera: el intento de
suicidio de la madre, el hecho violento de la muerte de un amigo, la muerte de
un gato querido o de un adorado naranjo (como en Mi planta de naranja lima,
de Vasconcellos), conecta aquí con la violencia urbana de una ciudad real que
no se oculta en los procedimientos de la ficción. Rosario, o más precisamente,
la zona sur de la ciudad (con sus marcas de bares y de plazas), se presenta de
manera ambivalente y contundente: “la belleza de estos lares se abre sólo para
quienes han crecido aquí, pero resulta invisible para los visitantes o los recién
llegados”, dice/ escribe la protagonista, quien remata: “amo a mi barrio a
pesar de su fama”.
La novela publicada por Casa grande logra
captar algo de esa mutación subjetiva que acontece en estos años en una ciudad
tan dinámica que se viene viendo atravesada por aquello que el narco instala en
la vida cotidiana: el miedo. Pero también –y en
simultáneo– por los miedos que trae la vida adulta, y la dificultad por hacerse
de una vida en medio de los fantasmas que nos acompañan en el trajinar de una
existencia: los amores posibles y los que nos negamos por miedo o indecisión;
los modelos que abominamos pero que nos determinan comportamientos; los enredos
de los que muchas veces no podemos salir.
¿Qué puede un libro en el encuentro
con un lector, con una lectora? Nunca se sabe y allí radica uno de los bellos
secretos de la producción literaria. En Lo que no te conté, de Julieta
Tonello, la propia materialidad del objeto y sus encantos aparece en lo que
este cronista considera una de las partes más logradas de la novela: la
narración de una “fiesta familiar de navidad”, el cuerpo que lo sintomatiza todo
en las horas previas a la noche buena (antes de que sea la tarde del 25 de
diciembre, cuando “las cosas volvían a la normalidad”) y la imagen lectora de
un 24: “pasé los dedos por el lomo del cuero para reconfortarme: con un libro a
la derecha del plato me sentía más segura. No sé bien quien soy cuando no estoy
leyendo ni escribiendo, pero sí sé que me siento menos yo”.
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