El deseo de sostener el antiguo arte de contar
Por Mariano Pacheco
(Perfil Cultura)
“La conversación se hace fantasma y persiste en la lectura”, escribe María Pía López en este breve, bello, profundo libro de ensayos publicado por editorial EME, en el que aparecen tematizados, narrados y pensados términos como la amistad, el tiempo, la traducción, el caminar y el nadar, el fuego, los gritos, las composiciones y genealogías, la enseñanza, los territorios, la crueldad, los nombres, la lucha, la memoria, la práctica misma de la escritura.
Lectura,
escritura, conversación, un tríptico clave para ingresar a esta narración
(también podríamos sumar la observación). Algo de la pregunta por la
composición (de palabras, de cuerpos, de vidas, de relatos) está presente desde
el inicio del libro. Dejar constancia en un archivo, saber registrar como modo
de dar cuenta. ¿De qué? De experiencias, de relatos, de luchas, de amistades,
de conversaciones. Las vidas dañadas, insiste Pía, suelen ser aquellas que se
despliegan sin red, y persisten frágiles y solitarias. “Hacer red”, entonces,
es componer.
“Una
narración sirve para explicar, contener, hacer circular la información. También
para construir militancias, acoger a otras personas, organizar la comprensión
común”, escribe la autora, quien destaca que narrar es una labor política, en
tanto “organiza un sentido para lo que hacemos y despliega una capacidad de
compresión crítica”. Conversar, contar, narrar. Pero también caminar, para
dejarse llevar por la curiosidad, para encontrar otras geografías, salirse de
la propia zona, de la reflexión individual, de la práctica ensimismada. Como
cuando se habita un aula desde una docencia que prioriza la curiosidad del
otro, del estudiante. Y de nuevo el archivo, la conversación, la amistad. González
y Rinesi (o Diego Sztulwark, quien escribe tras leer el libro la carta –el email,
en rigor de verdad– que termina funcionando como epílogo del libro). Horacio
poniendo en circulación “la biblioteca que lo había conmovido, con la cual
interpretaba el mundo”; Eduardo rescatando de su maestro común esa capacidad de
hacer pasar “de unxs a otrxs un saber” (una perspectiva que es siempre
compresión del mundo). Narrar, entonces, como capacidad “de tejer en relación a
un espacio palabras que comprenden modos de habitarlo”.
Sumergirse
en las palabras, escritas o comentadas, como quien ingresa al mar para nadar.
De la práctica del yoga a la de nadar en aguas abiertas. Pía insiste en lo
importante de estas prácticas para su escritura, así como la de caminar. La
quietud y el movimiento. Parir complicidades.
Sería
difícil de entender este libro sin los movimientos existenciales que produjeron
los feminismos en su última oleada, con la “marea verde”. Quizás por eso la
inflexión del femenino resulta fundamental en los nombres y las historias singulares
y colectivas que aparecen en estos relatos: mujeres militantes setentista, Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo, piqueteras, hijas de detenidxs- desaparecidxs,
secuestradas, presas, activistas trans, lesbianas, cantautoras, escritoras,
cineastas, docentes… Reconocidas por el gran público y anónimas. Pía enhebra
relatos donde el punto de vista feminista busca no ser excluyente, a la vez que
se propone desbordar y recrear todo el “devenir punitivista” que encierra y
victimiza la potencia arrolladora de este nuevo/ viejo fenómeno emancipatorio.
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