sábado, 22 de marzo de 2025

Hugo Montero: el pibe que trajo una Sudestada

 

Por Mariano Pacheco*

 

 

Hace cuatro años partía de este mundo Hugo Montero, escritor, periodista, fundador en 2001 de la revista Sudestada, proyecto que luego se transformaría en editorial y pondría en pie sus propias librerías.

 

 


Hugo Montero nació en Claypole, distrito bonaerense de Almirante Brown, en uno de esos rincones de la zona sur en donde el bosque de ladrillos se confunde con los descampados que separan al conurbano del Gran La Plata. Murió a los 44 años producto de una insuficiencia cardíaca, el 22 de marzo de 2021.

Los años 1976-2001 son marcas políticas profundas en la vida nacional, pero también, en la propia biografía de Montero, puesto que vino al mundo el mismo año en que comenzó la última dictadura cívico-militar y forjó la experiencia de la revista Sudestada, junto a un grupo de amigos, el mismo año que se produjo aquel acontecimiento de diciembre que sería un parteaguas en la sociedad argentina de posdictadura.

Hugo, que estudió Periodismo en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNZL), investigó y escribió (en varias oportunidades junto a Ignacio Portela, co-fundador del proyecto de Sudestada) centenares de notas, y once libros, de los cuales, nueve, tienen que ver con figuras y procesos de la izquierda, nacional e internacional, sobre todo de los años sesenta y setenta: Ernesto Guevara, Fidel Castro, Agustín Tosco, Jorge Masetti, Héctor Germán Oesterheld, Rodolfo Walsh… y en colaboración con Vanesa Jalil, sobre Frida Kahlo.  También escribió sobre la disputa Stalin-Trotsky en la Unión Soviética, la experiencia del Movimiento Todos por la Patria en Argentina y sus vínculos con la Revolución Sandinista en Nicaragua, y las del argentino Partido Revolucionario de los Trabajadores/ Ejército Revolucionario del Pueblo.

Es que las apuestas revolucionarias previas al golpe de Estado de marzo de 1976 en nuestro país, y del Plan Cóndor en el Cono Sur de América Latina, están todo el tiempo presente en el imaginario, en la subjetividad política de la generación que protagonizó el 2001, esa que se formó y forjó sus primeras armas en la intervención cultural durante la década del noventa. De allí que no resulte extraño que, además de revisitar la experiencia de la generación anterior, Montero haya escrito sobre el periodista Fabián Polosecki y, tiempo antes de su muerte, sobre un jovencísimo emergente de los nuevos sonidos urbanos: Wosito, el pibe de la plaza.

 

 

La revista de la Generación 2001

 

Sudestada fue la revista de la generación militante de 2001. Nació de una actitud humilde y desmesurada al mismo tiempo: su primer número se financió con la plata prestada que sus integrantes le solicitaron a sus familiares y amigos y, así, de a poquitito, pusieron en marcha una pequeña rueda que luego logró poner en pie todo un proyecto que incluyó una editorial y librerías, siempre con el lema de la autogestión.

Ignacio Portela (Nacho, de ahora en más), cuenta que el proyecto nunca tuvo un fin económico, y durante los primeros años se hacía en los momentos que encontraban después del trabajo. “Hugo tenía algo de experiencia en otros medios: había escrito alguna nota para Le Monde Diplomatique, pero lo que nosotros queríamos era armar algo para contar nuestra realidad, la del país de esos tiempos de revueltas y la de la historia de lucha de compañeros y compañeras que dejaron su vida por un proceso revolucionario”, comenta, no sin agregar que para ese núcleo fundador, hacer una revista tenía que ver con generar un contenido interesante, que fuera lo más profesional posible y que convocara a los autores que ellos mismos leían, admiraban. Fue así como lograron entrevistar a muchos, y hasta pedirles (“de caraduras”, aclara) que les mandaran textos para la revista. “De Hugo aprendí que para contar había que ser fiel a uno mismo y al mismo tiempo ser lo más profesional posible. Por eso para nosotros Sudestada fue una militancia por una manera de contar”.

Los primeros números se hicieron con tapas en blanco y negro y la leyenda “Revista cultural de zona sur”. En el Nº1 puede verse el rostro de Julio Cortázar y el título “El último adiós”, acompañado de otros dos temas que se destacan en la portada de la publicación: “Vanzetti: teatro con historia” y “Guitarrazo: Salinas volvió al barrio”. Teatro, literatura y música. Cultura y barriada popular. Y una zona de identificación que excede la geografía para dar cuenta de una amplia, profunda y rica experiencia de la Argentina: la cultura popular con epicentro en el conurbano bonaerense (y más precisamente: “la zona sur”).

 

 

De anden en anden, hasta la victoria final

 

Walter Marini es el tercer integrante de aquel grupo fundador de Sudestada. Y desde siempre el responsable de la distribución. Consultado por este cronista, cuenta aquella historia que con el tiempo se transformó en mito para sus lectoras y lectores: la de esa pandilla que, a inicios de siglo, se ponía las mochilas al hombro cargadas de revistas para salir a inicios de cada mes a repartirlas en puesto de diarios y espacios autogestivos, que cada vez fueron ocupando más puntitos en los mapas que iban marcando para conquistar nuevos ojos que les prestaran atención.

“Al principio buscamos llegar a todas las estaciones de subte, después empezamos con las líneas de trenes y cuando conseguimos una camioneta empezamos a hacer las avenidas”. Y agrega: “tardábamos casi una semana en hacer todo el recorrido: teníamos más de 300 puestos de diario. Y después otra semana para intentar cobrar. Así que cuando te querías acordar ya estábamos diseñando, llevando a imprenta la nueva revista y teníamos que volver al ruedo, lanzar toda la movida otra vez…”.

Con lluvia, con sol, con granizo, como fuera, los repartos nunca se suspendían. Fue así como se fueron ganando el respeto y hasta la simpatía de los canillitas. Nacho recuerda que, al principio, dejaban las revistas en Centros Culturales de la zona sur: en Lomas, Adrogué, Rafael Calzada... Y también que, retomando la vieja tradición de las publicaciones anarquistas, en un momento empezaron a subirse a los trenes para ofrecer Sudestada. “Poco a poco nos fuimos instalando: esa fue nuestra manera, nuestra marca… y también ese boca a boca que hizo de que tampoco nos fueran conociendo, invitando a ferias”.

Marini, por su parte, cuenta que también ellos mismos, al principio, llevaban la revista a los suscriptores que estaban en Capital y Gran Buenos Aires, y a despachar por correo a los que tenían en el interior del país. Y agrega –no sin cierto aire de nostalgia– que en un momento la cosa no dio para más, sencillamente, porque los puestos diarios empezaron a desaparecer. “Todo un mundo se empieza a ir, ¿no?, cambiaron los hábitos: ya no está más el tipo que sale del laburo y pasa a comprarse una revista por el puesto de diario para leer en el viaje”, remata.

 

 

La apuesta de gestar un “Nosotros”

 

Juan Bautista Duizeide cuenta que conoció a Montero cuando éste lo entrevistó, tras la publicación de una novela suya. De ahí en más comenzaron a entretejer un vínculo. Entonces Duizeide vivía en La Plata, pero tenía una casa en isla Paulino, a donde invitó a la pandilla de Sudestada. Las charlas sobre Haroldo Conti continuaron luego por teléfono, y vía email, y con el tiempo Hugo le propuso que escribiera un libro sobre el escritor argentino. “Así que mi vínculo con él fue sobre todo el vínculo con un editor joven y bueno, audaz y creativo, que te escuchaba y tenía capacidad de entender lo qué querías hacer, de preguntarte acerca de eso, pero también, de proponerte, digamos, de negociar –en el mejor sentido de una palabra hoy un poco bastardeada– el tema de los plazos, trabajar las formas, las ilustraciones, la extensión del texto y todo eso con lo que estamos luchando habitualmente los periodistas”.

Para Juan Bautista Sudestada tuvo la virtud de hacer una revisión, un tanto rebelde, de la historia argentina: rescatar otras lecturas de la literatura (básicamente de la argentina y la latinoamericana). “Era ahí donde yo me insertaba, contribuyendo a esa apuesta que promovía Hugo con la revista: armar una suerte de colectivo posible, imaginario, o más bien imaginado a partir de cosas que existían. Lo que, a mí, como lector, me hacía acordar a la revista Entre Todos, que impulsaban desde el movimiento Todos por la Patria: esa idea de que se podía, desde una publicación, crear ciertos lazos entre todos aquellos oprimidos por la forma específica del capitalismo de la Argentina”.

De allí que Duizeide rescate de Montero una virtud: la de ubicar y plantear cuestiones con las que nadie se quería meter, como la violencia política. Y en ese camino, articular una serie de facetas contradictorias, o en tensión: el organizador, el editor, el autor de libros, el periodista que identificaba cuestiones desde un nosotros en construcción, enumera el escritor, quien a su vez rescata de Monero a “un compañero con un sentido del humor sumamente ácido y celebrable, un tipo honesto y solidario”, aunque aclara que esto último lo hace extensivo a todo el grupo fundador de la revista.

Tomás Astelarra –otro autor que publicó uno de sus libros por Sudestada–, comenta, por su parte, que cuando iba a visitarlos a la oficina de Lomas de Zamora siempre lo encontraba a Hugo editando, escribiendo, así que él se ponía a conversar con Walter y Nacho, mientras Montero seguía con la máquina. Aunque de tanto en tanto se metía en la charla: “un manija bárbaro el tipo”, dice, mientras suma la anécdota de cuando fue a Bolivia a entrevistar al presidente de dicho país, para lo que terminó siendo su libro Evo Morales en el país de las mamitas. “Me habían aclarado que no hiciera ciertas preguntas, pero yo las hice igual, y a los quince minutos se terminó todo, me quería matar. Así que volví a donde estaba parando y le escribí a Hugo. Le dije: che mil disculpas, ya hice la entrevista pero cometí un error, quedó super cortita. Le conté lo que había pasado y él me respondió: Tomi, para eso te mandamos a Bolivia, para hacer las preguntas incómodas. Muchas gracias. Un tipo muy inteligente, Huguito, muy filoso, siempre con esa coherencia del pensamiento crítico y el periodismo que molesta”.

 

*Nota publicada en Revista Zoom

viernes, 28 de febrero de 2025

Escritura y modos de vida (Taller)

 


 DIARIOS, MEMORIAS Y OTROS RELATOS AUTOBIOGRÁFICOS

 Miércoles de 19 a 21 horas- Frecuencia quincenal- Actividad virtual arancelada

 

PROPUESTA DE ESCRITURA

 

La soledad, la amistad y los amores como dinámicas que atraviesan nuestras vidas, motivos de lecturas y escrituras. Los diarios, las autobiografías, las memorias, tres modos de trabajar narrativamente partiendo de nuestras vidas y un taller que se propone demoler algunos mitos: el de la ilusión de una “literatura del yo”, de una “escritura de autoayuda” y otras toxinas contemporáneas.

 

Seguir el rastro de nuestros síntomas como programa de escritura que asuma este espacio virtual como un laboratorio de experimentación, un ámbito de lectura de algunos breves textos que nos inspiren, que nos ayuden a destrabar aquello que tenemos dentro y nos cuesta sacar, para retrabajar aquello que ya comenzamos pero nos cuesta darle forma, para encontrar la paciencia para la relectura, la corrección y la reescritura. En fin, cultivar un taller de fabricación de textos en donde podamos tomar elementos de nuestras actividades, recuerdos, anhelos, sueños, pero también, en el que pongamos a trabajar las series, películas y obras de teatro que hemos visto, los libros que hemos leído, las canciones y parloteos callejeros que hemos escuchado.

 

PROGRAMA DE LECTURAS


MARZO

J.B. Pontalis: El amor a los comienzos (selección)

Beatriz Sarlo: No entender. Memorias de una intelectual (selección)

 

ABRIL

Marguarite Duras: Escribir

Eduardo Plavlovsky: Proceso creador, terapia y existencia

 

MAYO

Ricardo Piglia: Los diarios de Emilio Renzi (selección)

Césare Pavese: El oficio de vivir (selección)

 

JUNIO

Nietzsche: Ecce homo, “Por qué soy yo tan sabio”

Vicente Zito Lema/ Enrique Pichón Riviere: Sobre el arte y la locura (selección)

 

AGOSTO

Pessoa: El libro del desasosiego (selección)

Tamara Kamenszain: Libros chiquitos (selección)

 

SEPTIEMBRE

Simone de Beauvoir: Memorias (selección)

Tomás Abraham: La dificultad (selección)

 

OCTUBRE

Frantz Kafka: Diarios (selección)

Alejandra Pizarnik: Diarios (selección)

 

NOVIEMBRE

Louis Althusser: El porvenir es largo (selección)

Esther Díaz: Filósofa punk: una memoria (selección)

 

 INICIO: 9 de abril

COORDINACIÓN: Mariano Pacheco

INSCRIPCIÓN: palabrasprofanas@gmail.com

miércoles, 26 de febrero de 2025

Pichón Riviere- Zito Lema: otra de las lecturas de verano

 

Conversaciones entre Enrique y Vicente sobre el arte y la locura

 

Un verdadero homenaje al arte de la conversación, a la relación discípulo-maestro

Una entrevista que hace honor a ese modo literario que permite reconstruir biografías, y pensar cuestiones de la sociedad.

 

Tremendo dato el de que Pichón compartió pensión con Roberto Arlt, a quien conocía por su trabajo periodístico compartido en el diario El Mundo. También el de saber que Enrique hablaba muy bien guaraní en su infancia, que pasó en la zona del chaco santafecino, Corrientes y Chaco.

 

Dos o tres cositas que dice sobre el tango:

 

Discepolín (de quien fue médico) es calificado como “poeta autor de tantos que logra la exacta captación de los hechos sociales”.

 

“El tango era un aglutinador social”

 

“Aprendí mucho de los tangos, ahí está condensada la filosofía de la vida cotidiana”.

 

 

Particularmente emotivas sus reflexiones sobre la tristeza, que dice tener desde su más tierna edad, pero que se agrava tras el suicidio (muchos años después de haberse separado) de su primera mujer y el accidente fatal que sufre su segunda esposa.

 

“La tristeza me acompañó toda la vida… En una primera época sentía la tristeza como algo presente, fijo, lastimándome siempre… Y desde entonces no he hecho otra cosa que estudiar para para poder revelar algo de mi propio misterio… La tristeza me había marcado para siempre”. Y también:

 

“Mi búsqueda ha sido siempre saber del hombre. Y dentro de ello, más limitadamente, saber de la tristeza”.

 

Son muy lindas también las cosas que dice sobre la ciudad de Buenos Aires, muy tremendas las reflexiones que realizan sobre la aplicación de los electroshocks y, obviamente, muy agudas todas sus intervenciones respecto de cuestiones como la psicología social, la escritura, el psicoanálisis, las artes plásticas, el periodismo, el trabajo sanitario en hospitales, la salud mental, la lucha de clases.

 

Un libro que vale la pena sacar de los anaqueles para que funcione como archivo del presente.

 

lunes, 24 de febrero de 2025

Las dimensiones inconscientes de los servicios asistenciales (Félix Guattari)



Algo está cambiando en Trieste y en la Psiquiatría Demo­crática. Esto se debe tal vez a que el trabajo colectivo del duelo de Franco Basaglia llegó a su término y entra en una fase crea­tiva. Hay que reconocer que la herencia fructifica de manera sorprendente, tanto en el trabajo del campo en las perspectivas teóricas. Vuestra reflexión sobre el modelo clínico y sobre la reproducción social, más allá de la indispensable negación destrucción de las instituciones represivas, le conduce hoy a tomar en cuenta una producción institucional, sinónimo de producción existencial. Franco Rotelli las llama “instituciones-inventadas”, “instituciones-de-la-contaminación”. La re-singularización, la re-construcción de subjetividades comple­jas están entre vosotros a la orden del día. Podremos entonces re-abrir algunos debates clausurados o bloqueados desde hace mucho tiempo. Pienso, en particular, en el problema de las formaciones del inconsciente, tanto individuales como colectivas.

Una nota previa. Espero que para abordar este género de cuestiones nos comprometamos, unos y otros, a desarrollar una reflexión sostenida y de largo plazo.

 La apertura notable de este congreso no caerá, estoy convencido, en el verdiglionismo…

Es deseable que todas las tendencias se puedan expresar aquí, incluso las de los más recalcitrantes hermeneutas. Pero está claro que la cuestión de las técnicas no avanzará si nos reducimos a la confección de un cocktail ecléctico. Por mucho tiempo este debate no ha sido abordado. Esta situación no puede seguir siendo tratada de soslayo. Debe acabarse con esto.

Desde el momento en que ustedes consideran los aspectos de hipercomplejidad y de procesualidad que se enlazan alre­dedor de la “producción institucional”, caerán necesariamente forjando una cierta meta-modelización relativa a las formacio­nes subjetivas inconscientes a que está asociada. Algunos se sorprenderán de la insistencia, en mi propósito, del concepto de inconsciente. Pero en el contexto actual del aumento masi­vo de las técnicas normalizadoras me parece necesario hacer­lo. En realidad, desconfío tanto de la peste reduccionista, vehiculizada por el psicoanálisis, como de las que son vehiculizadas por las terapias conductistas o por la mayor parte de las corrientes llamadas “sistemistas”,  cuya versión más reciente es la terapia familiar. Simplemente, es preciso reconocer que la problemática de las singularidades subjetivas ha estado relati­vamente mejor preservando bajo el paradigma psicoanalítico que en las otras corrientes de la psicología. Sea como fuere, yo creo que no ganarán nada tomando prestado un modelo de inconsciente de una doctrina preconstituida como la de Freud, Jung o Lacan.

Vuestro modelo, o mejor, vuestro meta-modelo, deberían forjarlo por sí mismos a medida que sientan la necesidad. Podemos aspirar a encontrar las dimensiones inconscientes de la asistencia en diversos niveles.

Primero, en el nivel de la modelización social global. No es preciso insistir demasiado en este aspecto, cuyo carácter inva­sor se revela cada día con mayor fuerza. Los equipos colectivos de salud, de educación, de recreación, etc., producen masivamente una subjetividad prefabricada; los medios de comunicación de masas, la publicidad, los sondajes, manufacturan a gran escala la opinión, los afectos, las actitu­des prototípicas, los esquemas erotizados de narratividad... Esta subjetividad no es consciente. Envuelve a los individuos allí sumergidos, sin que el proyecto de su producción sea enteramente deliberado. Sin embargo, no se puede considerar que sea inconsciente, en el sentido que Freud ha elaborado el concepto de inconsciente. Digamos, que es extra-consciente. Lo mismo es válido para las interacciones sociales e institucio­nales que logran realizar complementariedades de roles y de funciones. El paciente, por ejemplo, adopta sin darse cuenta un cierto comportamiento de sumisión en relación a los profe­sionales de la salud. Toda una etología relativa a los aspectos culturales complejos pre determina de esta manera las trayec­torias, las actitudes individuales, según las presiones de la jerarquía de poder, de saber, de sexo, etc.

Nos encontramos aquí confrontados a una materia muy rica, que puede ser objeto de tratamientos sistémicos o psicodramáticos específicos. El juego de estas interacciones, por ejemplo, no será el mismo con individuos clasificados psicóticos o delincuentes o mejor aún, con las personas de edad

Las prácticas institucionales, sociales o psicoterapéuticas que trabajan apropiadamente estos dominios de la inter­subjetividad no implican necesariamente la movilización de conceptos heredados del freudismo. Estas prácticas son suscep­tibles de luchar eficazmente contra ciertos aspectos alienantes del primer nivel mencionado aquí, en relación a la subjetivi­dad “massmediatizada”. ¿Significa esto concluir que el trabajo de la institución-en-proceso sea conducido a abstenerse de hacer uso del concepto de formación inconsciente de la subje­tividad? Si ello fuera así, el análisis quedaría condenado a permanecer irremediablemente fuera del campo de las dinámi­cas institucionales y sociales que son en Trieste vuestro pan cotidiano. Por mi parte, no lo creo así. Pero esto queda como una cuestión de opción, de opción micro-política y de ningu­na manera de referencia científica. En estos terrenos de crea­tividad institucional y de re-complejización de la subjetividad, no debiera ser posible operar con recursos conceptuales obligatorios. Esto es lo que me hace hablar de meta-modelos más bien que de modelos; los meta-modelos se empa­rientan mejor con mitos de referencia, con interpretaciones novelescas o líricas, que con enunciados científicos.

Me parece, entonces, que nos corresponde elaborar nuevas cartografías y experimentar nuevas producciones de subjetivi­dad, preocupadas de tomar en cuenta, o si no a cargo, el conjunto de dimensiones de rechazo de las evidencias ordina­rias de denegación, de desfiguración, de procastinación, en relación a significaciones dominantes; el conjunto de fenóme­nos de repetición mortífera con el cual la teoría freudiana ha chocado de partida y que los psicoanalistas han teorizado de manera demasiado restrictiva, en mi opinión, impidiendo una lectura pertinente en el contexto de los agenciamientos socio- institucionales vivos. En esta perspectiva (que no hago sino evocar), el síntoma individual o colectivo no debería ya más ser tratado en términos de déficit, de obstáculos a ser resuel­tos por vías pragmáticas racionales, sino ser comprendido como formación existencial en vías de autoafirmación, en búsqueda de su propia consistencia.

Es muy importante pensar y trabajar en el seno de un grupo o de una institución, sobre ciertas dimensiones incons­cientes de los servicios asistenciales, como por ejemplo: “lo que no funciona”, “lo que funciona irregularmente”, “lo que perturba el funcionamiento normal” sin razón comprensible aparente. Las vías de la singularización, que pueden ser indi­viduales o colectivas, proceden siempre por afirmaciones en sentido contrario al sentido común, en contra del consenso. En cualquier nivel que se la considere, la producción de subje­tividad descansa en el mismo tipo de interrogación. Los pales­tinos, los polacos de Solidaridad, los iraníes fanáticos de Khomeiny, cada uno a su modo se ponen de través en la histo­ria. Es, incluso, su forma de hacer la historia. Y también los terroristas de Beirut, esas gentes imposibles, insostenibles, condenables en todo sentido, pero que de alguna manera son portadores de rasgos inconscientes de la subjetividad contem­poránea. Estos constituyen una superficie de fricción en el cruce de los tres ejes del mundo: el sur, el este y el oeste, manifestando dimensiones no asumidas de la historia, que se las podría denominar “en estado de shock”. Mientras menos llegan a expresarse de manera constructiva en la escena inter­nacional, más perseveran en sus prácticas catastróficas y de goce monstruoso (En Italia ustedes saben bien de que hablo).

Tenemos que admitir aquí, que no se trata sólo de una cuestión de problemas negociables en términos de compromi­so, de relaciones de fuerza que se expresan bajo formas exa­cerbadas de violencia.

Tenemos que admitir aquí, que no se trata sólo de una cuestión de problemas negociables en términos de compromi­so, de relaciones de fuerza que se expresan bajo formas exa­cerbadas de violencia.

Se trata también, y quizás ante todo, de “impasses” existenciales que alimentan una producción de subjetividad que se enquista y se autonomiza de manera cancerosa; de ciertas acciones ciegas, de ciertas pruebas de prestigio llevadas al absurdo, que ya no tienen finalidad racional, sino que sirven para hacer perdurar a cualquier costo una formación subjeti­va teratógena. La minúscula minoría de la ETA vasca, por ejemplo, tiraniza así al conjunto del movimiento de liberación del cual se supone que no es sino su brazo armado. Trabaja, en efecto, únicamente al servicio de sus propios fantasmas y perversiones, arriesgando conducir a todo el movimiento al desastre. Estos ejemplos colectivos pueden ayudar a compren­der lo que ocurre con la psiquis individual o la de pequeños grupos. Por lo demás, creo que el colectivo aclara mucho mejor lo individual que a la inversa. Esto puede ser atribuido a que la subjetividad individual funciona como los pueblos, por vías múltiples y disonantes. En el fondo, el inconsciente jamás es verdaderamente individuado, aunque se le imponga un yo fuerte y autónomo.

Esta insistencia existencial del contra-sentido inconsciente se encuentra en todas partes y en todos los niveles. Pero, ¿qué se puede hacer cuando en un grupo, una institución, un comportamiento individual, esta insistencia existencial ame­naza paralizar las relaciones de concertación, de intercambio y de regulación de los conflictos? ¿pasar por el lado, ignorar­los, hablar de otra cosa? Los psicoanalistas pueden permitirse ignorar soberbiamente los síntomas -al menos en tanto no tengan que ver con enfermos psicóticos- pero en la mayor parte de los otros casos, uno no se puede desentender de ello tan livianamente. Es ahí que se plantea el problema del análisis del inconsciente.

No se trata de ignorar ni de destruir estas manifestaciones heterodoxas de la subjetividad, ni aun de interpretarlas. De lo que se trata es de contribuir a crear escenas y contextos que las conduzcan a procesualizarse, es decir, a trabajar por su propia cuenta hasta que salgan de su auto-referenciación limi­tada, encerradas sobre sí mismas y lleven a articularse con nuevos universos de referencia. Una vez más, parece eviden­te que estas ideas de procesualización y de singularización encontrarán mejores paradigmas en las disciplinas artísticas que en las ciencias físicas o matemáticas. Los sectores asistenciales pueden perfectamente saltarse toda referencia al incons­ciente. Es lo que generalmente hacen, pero es también lo que los conduce a caer en la estereotipia de los roles, en el tecnocratismo, en la alienación social y mental. Al contrario, los operadores de estos sectores tendrán mucho que ganar, crean­do sus propios instrumentos analíticos para los planes teóricos y prácticos (Aquí no se trata de copiar, lo repito, los concepto de moda o de imitar el psicoanálisis de los barrios elegantes). Es por este camino que los operadores se darán los medios para apreciar el valor de las diversas prácticas y técnicas actuales y también, eventualmente, para contribuir a su rea­propiación. Todo es bueno, todo es verdad, y, al mismo tiempo, todo es malo, todo es falso en los psicoanálisis, en las terapias familiares, en las diversas técnicas institucionales o de grupo o en las medicinas tradicionales... El problema es saber, detrás de los discursos de auto-justificación, cómo estas técnicas abordan los cebos, los indicios, los fragmentos de subjetividad disidentes con que se encuentran. Saber también qué hacen con la polifonía expresiva, con las pulsiones de singularización y la procesualidad potencial de la materia subjetiva que estas mismas técnicas pretenden “tratar”. No se trata de montar tribunales populares del inconsciente, sino de promover en todo los niveles, individuales y/o colectivos, la instauración de sistemas de lectura y de recalificación de valo­res y deseo, de valores existenciales, generalmente aplastados en la subjetividad consensual producida por las formaciones de poder. Un gran número de dimensiones colectivas entran en juego en este asunto, así como también -no lo olvidemos nunca- dimensiones que yo llamo pre-personales, pertenecientes al montaje modular de la sensibilidad, de una estética cósmica infra-consciente. De hecho, la singularización escapa a las categorías de lo individual y de lo colectivo: puede partir de un grupo, como también de un afecto, de una representación, de una práctica que no tiene que rendir cuentas a nadie.

“La literatura y la vida” (Gilles Deleuze)

 


Escribir indudablemente no es imponer una forma (de expresión) a una materia vivida. La literatura se decanta más bien hacia lo informe, o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz. Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. La escritura es inseparable del devenir; escribiendo, se deviene–mujer, se deviene–animal o vegetal, se deviene–molécula hasta devenir–imperceptible. Estos devenires se eslabonan unos con otros de acuerdo con una sucesión particular, como en una novela de Le Clézio, o bien coexisten a todos los niveles, de acuerdo con unas puertas, unos umbrales y zonas que componen el universo entero, como en la obra magna de Lovecraft. El devenir no funciona en el otro sentido, y no se deviene Hombre, en tanto que el hombre se presenta como una forma de expresión dominante que pretende imponerse a cualquier materia, mientras que mujer, animal o molécula contienen siempre un componente de fuga que se sustrae a su propia formalización. La vergüenza de ser un hombre, ¿hay acaso alguna razón mejor para escribir? Incluso cuando es una mujer la que deviene, ésta posee un devenir–mujer, y este devenir nada tiene que ver con un estado que ella podría reivindicar. Devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis), sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya no quepa distinguirse de una mujer, de un animal o de una molécula: no imprecisos ni generales, sino imprevistos, no preexistentes, tanto menos determinados en una forma cuanto que se singularizan en una población. Cabe instaurar una zona de vecindad con cualquier cosa a condición de crear los medios literarios para ello, como con el áster según André Dhôtel. Entre los sexos, los géneros o los reinos, algo pasa. El devenir siempre está «entre»: mujer entre las mujeres, o animal entre otros animales. Pero el artículo indefinido sólo surge si el término que hace devenir resulta en sí mismo privado de los caracteres formales que hacen decir el, la («el animal aquí presente»…). Cuando Le Clézio deviene–indio, es siempre un indio inacabado, que no sabe «cultivar el maíz ni tallar una piragua»: más que adquirir unos caracteres formales, entra en una zona de vecindad.  De igual modo, según Kafka, el campeón de natación que no sabía nadar. Toda escritura comporta un atletismo. Pero, en vez de reconciliar la literatura con el deporte, o de convertir la literatura en un juego olímpico, este atletismo se ejerce en la huida y la defección orgánicas: un deportista en la cama, decía Michaux. Se deviene tanto más animal cuanto que el animal muere; y, contrariamente a un prejuicio espiritualista, el animal sabe morir y tiene el sentimiento o el presentimiento correspondiente. La literatura empieza con la muerte del puerco espín, según Lawrence, o la muerte del topo, según Kafka: «nuestras pobres patitas rojas extendidas en un gesto de tierna compasión». Se escribe para los terneros que mueren, decía Moritz.  La lengua ha de esforzarse en alcanzar caminos indirectos femeninos, animales, moleculares, y todo camino indirecto es un devenir mortal. No hay líneas rectas, ni en las cosas ni en el lenguaje. La sintaxis es el conjunto de caminos indirectos creados en cada ocasión para poner de manifiesto la vida en las cosas.


Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propios. Sucede lo mismo cuando se peca por exceso de realidad, o de imaginación: en ambos casos, el eterno papá y mamá, estructura edípica, se proyecta en lo real o se introyecta en lo imaginario. Es el padre lo que se va a buscar al final del viaje, como dentro del sueño, en una concepción infantil de la literatura. Se escribe para el propio padre–madre. Marthe Robert ha llevado hasta sus últimas consecuencias esta infantilización, esta psicoanalización de la literatura, al no dejar al novelista más alternativa que la de Bastardo o de Criatura abandonada. Ni el propio devenir–animal está a salvo de una reducción edípica, del tipo «mi gato, mi perro». Como dice Lawrence, «si soy una jirafa, y los ingleses corrientes que escriben sobre mí son perritos cariñosos y bien enseñados, a eso se reduce todo, los animales son diferentes… ustedes detestan instintivamente al animal que yo soy». Por regla general, las fantasías de la imaginación suelen tratar lo indefinido únicamente como el disfraz de un pronombre personal o de un posesivo: «están pegando a un niño» se transforma enseguida en «mi padre me ha pegado». Pero la literatura sigue el camino inverso, y se plantea únicamente descubriendo bajo las personas aparentes la potencia de un impersonal que en modo alguno es una generalidad, sino una singularidad en su expresión más elevada: un hombre, una mujer, un animal, un vientre, un niño… Las dos primeras personas no sirven de condición para la enunciación literaria; la literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo (lo «neutro» de Blanchot). 6 Indudablemente, los personajes literarios están perfecta-mente individualizados, y no son imprecisos ni generales; pero todos sus rasgos individuales los elevan a una visión que los arrastran a un indefinido en tanto que devenir demasiado poderoso para ellos: Achab y la visión de Moby Dick. El Avaro no es en modo alguno un tipo, sino que, a la inversa, sus rasgos individuales (amar a una joven, etc.) le hacen acceder a una visión, veel oro, de tal forma que empieza a huir por una línea mágica donde va adquiriendo la potencia de lo indefinido: un avaro…, algo de oro, más oro… No hay literatura sin tabulación, pero, como acertó a descubrir Bergson, la tabulación, la función fabuladora, no consiste en imaginar ni en proyectar un mí mismo. Más bien alcanza esas visiones, se eleva hasta estos devenires o potencias.

No se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no son fragmentos de vida, sino estados en los que se cae cuando el proceso está interrumpido, impedido, cerrado. La enfermedad no es proceso, sino detención del proceso, como en el «caso de Nietzsche». Igualmente, el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles.  De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al pasar.


La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo. No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias. La literatura norteamericana tiene ese poder excepcional de producir escritores que pueden contar sus propios recuerdos, pero como los de un pueblo universal compuesto por los emigrantes de todos los países. Thomas Wolfe «plasma por escrito toda América en tanto en cuanto ésta pueda caber en la experiencia de un único hombre».  Precisamente, no es un pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, presa de un devenir–revolucionario. Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas. Soy un animal, un negro de raza inferior desde siempre. Es el devenir del escritor. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte presentan la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su expresión en y a través del escritor.  Pese a que siempre remite a agentes singulares, la literatura es disposición colectiva de enunciación. La literatura es delirio, pero el delirio no es asunto del padre– madre: no hay delirio que no pase por los pueblos, las razas y las tribus, y que no asedie a la historia universal. Todo delirio es histórico–mundial, «desplazamiento de razas y de continentes». La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso. Una vez más así, un estado enfermizo corre el peligro de interrumpir el proceso o devenir; y nos encontramos con la misma ambigüedad que en el caso de la salud y el atletismo, el peligro constante de que un delirio de dominación se mezcle con el delirio bastardo, y acabe arrastrando a la literatura hacia un fascismo larvado, la enfermedad contra la que está luchando, aun a costa de diagnosticarla dentro de sí misma y de luchar contra sí misma. Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta («por» significa menos «en lugar de» que «con la intención de»).


Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto: como dice Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un devenir–otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante. Kafka pone en boca del campeón de natación: hablo la misma lengua que usted, y no obstante no comprendo ni una palabra de lo que está usted diciendo. Creación sintáctica, estilo, así es ese devenir de la lengua: no hay creación de palabras, no hay neologismos que valgan al margen de los efectos de sintaxis dentro de los cuales se desarrollan. Así, la literatura presenta ya dos aspectos, en la medida en que lleva a cabo una descomposición o una destrucción de la lengua materna, pero también la invención de una nueva lengua dentro de la lengua mediante la creación de sintaxis. «La única manera de defender la lengua es atacarla… Cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua…» 10 Diríase que la lengua es presa de un delirio que la obliga precisamente a salir de sus propios surcos. En cuanto al tercer aspecto, deriva de que una lengua extranjera no puede labrarse en la lengua misma sin que todo el lenguaje a su vez bascule, se encuentre llevado al límite, a un afuera o a un envés consistente en Visiones y Audiciones que ya no pertenecen a ninguna lengua. Estas visiones no son fantasías, sino auténticas Ideas que el escritor ve y oye en los intersticios del lenguaje, en las desviaciones de lenguaje. No son interrupciones del proceso, sino su lado externo. El escritor como vidente y oyente, meta de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las Ideas.


Estos son los tres aspectos que perpetuamente están en movimiento en Artaud: la omisión de letras en la descomposición del lenguaje materno (R, T…); su recuperación en una sintaxis nueva o unos nombres nuevos con proyección sintáctica, creadores de una lengua («eTReTé»); las palabras–soplos por último, límite asintáctico hacia el que tiende todo el lenguaje. Y Céline, no podemos evitar decirlo, por muy sumario que nos parezca: el Viaje o la descomposición de la lengua materna; Muerte a crédito y la nueva sintaxis como lengua dentro de la lengua; Guignol’s Bandy las exclamaciones suspendidas como límite del lenguaje, visiones y sonoridades explosivas. Para escribir, tal vez haga falta que la lengua materna sea odiosa, pero de tal modo que una creación sintáctica trace en ella una especie de lengua extranjera, y que el lenguaje en su totalidad revele su aspecto externo, más allá de la sintaxis. Sucede a veces que se felicita a un escritor, pero él sabe perfectamente que anda muy lejos de haber alcanzado el límite que se había propuesto y que incesantemente se zafa, lejos aún de haber concluido su devenir. Escribir también es devenir otra cosa que escritor. A aquellos que le preguntan en qué consiste la escritura, Virginia Woolf responde: ¿Quién habla de escribir? El escritor no, lo que le preocupa a él es otra cosa.


Si consideramos estos criterios, vemos que, entre aquellos que hacen libros con pretensiones literarias, incluso entre los locos, muy pocos pueden llamarse escritores.

 

 

jueves, 20 de febrero de 2025

Acerca de "Lo que quisimos ser", de Alejandro Agresti

 

POR MARIANO PACHECO


El amor por la conversación

 

Buenos Aires, 1998-2003. La vida que tenemos y la vida que queremos es el leitmotiv de este film en donde el amor no aparece bajo la forma del encuentro sexual sino de la conversación en un bar, en principio habilitada por los films que hemos visto, los libros que hemos leído, las vidas que hemos soñamos pero no nos animamos a llevar adelante.

 

Todo comienza con un film clásico en blanco y negro (Ayuno de amor “comedia alocada” de Howard Hawks), proyectado en un ciclo en el antiguo cine Arte de Diagonal Norte (actual Cacodelphia). al que no asiste casa nadie… Casi, porque allí sí van nuestros solitarios protagonistas: él, dueño de una librería de usados especializada en ciencia ficción deviene Yuri, un astronauta que ha viajado por el espacio; ella, editora literaria, mujer que vive sola con su joven hijo que estudia Letras, se transforma en “Irene”, una escritora famosa que estudió en La Sorbone y suele viajar por el mundo convocada por el éxito de sus novelas.

 

Desde el primer día que hablan, fumando un pucho en la puerta del cine después de la función, la magia se extiende hasta el bar Brighton de la calle Sarmiento, donde comienzan a encontrarse cada jueves por la tarde para ese ritual que consiste en tomar wiski (Old Smuggler etiqueta blanca) y conversar sin decirse nunca ni sus nombres o profesiones, ni nada que remita a la verdad de su vida personal. Todo consiste en poder charlar, inventándose cada uno una vida, y hablar de ella como si fuese lo más verdadero que les pasó en la vida.

 

Los años en que transcurre el film no son azarosos, porque son los que le permiten a Agresti (guionista y director), con sutileza, que podamos mirar tras los vidrios de un bar la crisis económica y social que atraviesa el país, con giros como el cambio de sitio de conversación, ya que los personajes se mudan a una popular pizzeria del microcentro porteño

 

Como sostiene Pablo De Vita en su crítica en el diario La Nación, bajo la historia de amor madura y reposada que devuelve esta serena mirada de Alejandro Agresti, varias constantes de su cine siguen presentes definiendo su poética: el tiempo como esencia del cine, la necesidad de romper la narración convencional y una estética (con impecables trabajos de Miranda Pauls y Ezequiel Endelman en la dirección de arte, y Marcelo Camorino en la fotografía), acorde con la historia que se cuenta.

 

Eleonora Wexler y Luis Rubio interpretan por ochenta y cuatro minutos lo que podría ser calificado como un sencilla pero no por eso menos emotiva película de amor, con el permanente ir y venir entre las posibilidades e imposibilidades de concretarse.

 

Agresti es conocido por sus films Buenos Aires viceversa (1996), considerado uno de los fundadores del Nuevo Cine Argentino, y Valentín (2002), protagonizada por Julieta Cardinalli y Rodrigo Noya (quien entonces contaba con nueve años de edad), su último film data de una década atrás, cuando estrenó

 


Podes verla en el cine Gaumont de Buenos Aires- Espacio INCAA