sábado, 6 de diciembre de 2025

Sobre "La teoría de la bolsa de ficción", de Ursula Le Guin

 

“La persona prehistórica media podía llevar una buena vida trabajando alrededor de 15 horas semanales”, escribe Ursula Le Guin en “La teoría de la bolsa de ficción”. Y luego agrega: “los más inquietos decidieron escaparse y cazar mamut”. Los hábiles cazadores volverían entonces, nos dice, con un montón de carne, mucho marfil y un relato. “No fue así la carne lo que marcó la diferencia. Fue el relato”.

 

Para Donna Haraway, que escribe el prólogo de este libro publicado en Argentina en una bella edición de Rara Avis (que cuenta además con ilustraciones de Martín Franhoc Halley realizadas especialmente para la ocasión), lo que Le Guin escribe son bolsas amplias de historias para juntar y llevar a la narración las cosas del vivir. “Cada mochila nace de (y exige una respuesta a) preguntas urgentes acerca de cómo contar historias que ayuden a reescribir la historia para los tipos de vida y de muerte que merecen mejores presentes y futuros fértiles”.

 

Se trata entonces de contar historias, no como un lujo, sino como una suerte de bordado que permita aumentar la empatía, la perspectiva hospitalaria hacia otres. “Cuestión apremiante respecto a cómo unirnos para contar historias necesarias, construir los mundos necesarios y hacer enmudecer a los mortíferos”, agrega Haraway.

 

La ficción sería así una forma de intentar describir lo que de hecho está sucediendo, lo que la gente hace y siente, cómo la gente se relaciona. “Es una suerte de realismo extraño”, dice Le Guin, porque la realidad “es extraña”. Contra la forma imperial –como caracteriza a la novela del héroe– se postula el “relato saco”, bolsa, ya que un libro guarda palabras y, las palabras, guardan cosas, portan significados (este apartado me hizo acordar mucho a “El guardapalabras”, el libro de memorias del obrero ferroviario y militante sindical argentino Juan Carlos “El Negro” Cena).

 

Una novela, desde esta perspectiva, sería un atado (en el sentido sudamericano de bulto de tela o de cuero, según se deja consignar en el texto) que mantiene las cosas “en una relación particular y poderosa, las unas con las otras y con nosotras”. Escribir para sostener una memoria, entonces, que pueda ser retomada para seguir la narración.

 

viernes, 5 de diciembre de 2025

Vicente Zito Lema: poeta de la revolución

 


Mariano Pacheco

(La Tecl@ Eñe)

 

 

Abogado de profesión y, como tal, defensor de presos políticos en tiempos difíciles, Vicente Zito Lema será por siempre, de todos modos, recordado como el poeta de la revolución. Murió en Buenos Aires, a sus 83 años, el 4 de diciembre de 2022. No siempre vivió en Argentina porque la represión lo llevó durante varios años hacia otras tierras lejanas, pero en algún momento –como tantxs– volvió. Además de poeta y abogado, otros oficios terrestres contaron con su activa participación: fue también dramaturgo, psicólogo social, periodista, ensayista. Un intelectual-militante cuya vida estuvo entregada a la gestación de arte contestatario capaz de entrelazarse con la lucha por la justicia total.

 

 

¿Desde dónde hablar?

 

¿Desde dónde hablar con Eva, o Eva Duarte, o Eva de Perón, su negrita –¡que se casen, que se casen!, les gritaron sin camisa, frente a la casa, o sea sus hermanos que pedían para ella un final con Libreta del Civil y fiesta–, o Evita la de todos, que es decir la que fue y puso el cuerpo para que muchos años después, años que acaso no alcancen a ver nuestros ojos, cuando tanta obstinación se cruce de una vez y para siempre con la historia, alguien con aire doctoral pueda decir: en los antecedentes de nuestra revolución hay una mujer, y muestre su retrato, y otra generación se enamore como nos enamoramos nosotros cuando éramos jóvenes y la muerte tocaba su tambor en la casa de enfrente?”.

 

¿Desde dónde hablar de Eva? La pregunta viene desde el fondo de la historia, y de las bellas palabras escritas por Vicente Zito lema, quien tituló así a uno de sus poemas. Vicente, que no era peronista pero que había visto su infancia marcada por el obrar de la “abanderada de los humildes”, y su juventud por tantos amigos y compañeros de ruta que dieron su vida invocando su nombre, escribió algunos de los pasajes más estremecedores de la larga lista de producciones literarias argentinas en homenaje a, o inspiradas en Evita. En 2016, en plena ofensiva macrista contra el pueblo, Vicente estrenó su obra de teatro “Eva Perón resucitada… en los tiempos del rencor”, dijo entonces, “para enfrentar la cultura de la muerte”.

 

Lo conocí a Vicente enfrentando la cultura de la muerte, tras los asesinatos de Maximiliano Kosteki y mi amigo y compañero Darío Santillán. Se estaba por conmemorar un año de la denominada “Masacre de Avellaneda” y a Zito Lema se le ocurrió acompañar el proceso de cambio de nombre de la estación de trenes y la conformación de una “Comisión Independiente” que exigiera justicia en el juicio contra los responsables de los crímenes del 26 de junio de 2002 estrenando obra “La pasión del piquetero” montando un escenario frente a los Tribunales de Lomas de Zamora (“Una escena más. Siempre habrá en el reino de la vida/ una escena más, aunque su misterio nos perturbe igual que el fluir de las olas... Es la hora del alba y el cielo es un incendio”).

 

La obra escrita por él y dirigida por Coco Martínez, fue protagonizada por actores y actrices populares, muchos de ellos amigos y compañeros de militancia de los jóvenes asesinados. Tiempo después, para cuando hicimos la segunda edición de la biografía de Santillán que escribimos junto a Juan Rey y Ariel Hendler, Vicente homenajeó nuevamente a Darío y Maxi redactando un prólogo, en el que decía que mantenerlos implicaba “ser fieles depositarios de todo lo que ellos quisieron hacer, que era transformar el mundo”. Creo que esa fidelidad a las apuestas por subvertir el mundo fueron las que sostuvieron en pie a Vicente durante tantos años, la que le permitió sobrevivir, a pesar de tantas adversidades que tuvo que atravesar, en medio de tantas tragedias que vivió el país. Guillermo Saccomanno escribió alguna vez: “un sobreviviente es alguien que resiste”. Zito Lema fue un sobreviviente, pero sobrevivió como poeta- guerrero, legando los saberes de su generación a quienes vinieron luego.

 

 

El largo adiós

 

Vicente Zito Lema se recibió de abogado a inicios de los sesenta. Fue defensor de presos políticos, pero por sobre todas las cosas, un pensador crítico, un poeta rebelde. Fue fundador, en 1964, de Cero, revista de poesía que dirigió hasta 1967. En 1969 fundó y dirigió la revista literaria Talismán y en los setenta, junto a Roberto Santoro, Miguel Ángel Bustos y otros poetas, integró el legendario Grupo Barrilete. También supo participar activamente en la legendaria revista Crisis. Durante la última dictadura se exilió en Holanda. Desde allí continuó la lucha por la dignidad: fue parte de la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU), junto a otros escritores del país como Julio Cortázar y David Viñas.

 

Una vez que los militares se retiraron a los cuarteles regresó al país, y entre otras cosas que hizo fue fundar la revista Fin de Siglo. Luego acompañó y fue parte de numerosas iniciativas, algunas que han dejado marcas fundamentales en la historia cultural argentina de las últimas décadas, como la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo (de la que fue rector) y su periódico Cultura y Utopía (del que fue director). Más tarde participó de la Universidad de los Trabajadores (fue de hecho su primer director) gestada al interior de IMPA, la primera fábrica recuperada del país.

 

Vicente es también autor de numerosos libros. Uno de ellos es quizás el libro que más reimpresiones ha tenido en nuestra historia: Conversaciones con Enrique Pichon Riviere sobre el arte y la locura. En la edición que tengo en mi biblioteca, fechada en 1986, impresa en Buenos Aires Vicente escribe en su “Despedida demorada”: “Pichon murió a mediados de 1977. Yo no fui a su entierro. Me sabía perseguido. Aunque tal vez podía haber ido y no quise (es difícil entender nuestros actos en días de duelos abundantes u heridas que se amontonan)”.

 

Zito Lema sobrevivió a la pandemia del COVID-19, pero falleció en diciembre de 2022. Para entonces habían partido ya muchos seres queridos, muchos de ellos sin ser despedidos como se merecían, imposibilitados por las condiciones sanitarias que acecharon al mundo entonces. No fue su caso. De todos modos no lo pude despedir, porque estaba en Córdoba visitando a mi hija.

 

Lo vi por última vez en el Teatro- Bar Hasta Trilce, en el barrio porteño de Boedo, en 2021, meses después de haber dejado atrás mi vida cordonbesa, ya instalado nuevamente en Buenos Aires. Vicente estaba por cumplir entonces 82 años y hacía poco había sido operado del corazón. Sin embargo, allí estaba de pie, seguía con sus andanzas, con sus travesuras: junto a “El Violinista del amor” y “Orquesta Volátil” pusieron en escena un espectáculo de música y poesía en el que por más de una hora recitaba y actuaba sobre el escenario (hoy eso puede verse en YouTube). Allí se lo escucha decir: “sé que cuando un poeta es rebelde, envejece, muere, va al Hades –ese cielo y ese infierno que tenían los antiguos griegos–. Y aunque esté muerto, si fue rebelde, le dejarán la memoria… sabiendo que la memoria es nuestra y la belleza nos pertenece… y que habrá otros jóvenes poetas que enfrentarán la maldad del mundo, que querrán construir algo más justo, más solidario, y si es necesario, también aullarán como este viejo lobo rebelde”.

 

 

Cantamos porque venceremos la derrota

 

“A brindar por los olvidados”, canta Malayunta Orquestita. Desde y por esos olvidados, desde allí hablar, eso nos enseñó Vicente. Claro que a Evita se la nombra mucho, pero ha caído en un olvido profundo su mandato de que el peronismo fuera revolucionario. Kosteki y Santillán son un ícono de las luchas de los años noventa y el 2001 que en cada junio aparecen mencionados en jornadas de conmemoración, pero cada vez se deja más de lado aquel arrojo arrollador de las corrientes más radicalizadas del movimiento piquetero. El nombre de Pichón Riviere ha quedado flotando, reivindicado en prácticas comunitarias, pero no siempre puesto en relación con su espíritu contestatario en función de revolucionar las prácticas instituidas en el campo de la salud mental. El propio Vicente no siempre es recordado en su justa medida. No es una queja, no: se sabe que las épocas oscuras suelen ser ingratas con sus contemporáneos, pero también, con sus antecesores.

 

Serán las épocas luminosas, cuando el fuego con el que se incendie este orden social alumbre no sólo el porvenir, sino también la posibilidad de releer el pasado, cuando podremos mejor tener en cuenta todos estos nombres propios que dan cuenta de procesos colectivos en post de la justicia y la igualdad, la libertad y la fraternidad. Y allí sin duda Zito Lema estará entre los poetas de la revolución.

 

Como su amigo Urondo, y esos otros amigos de éste, el viejo Ponce o el Moncho Angaco, carterista y preso político en Villa Deboto en tiempos inmediatamente previos al gobierno de Cámpora. Con ellos y tantas otras, tantos otros, es nuestro secreto pacto de sangre. Con ellxs está sellada nuestra suerte. Como escribió Paco, también él en algún momento “del otro lado de la realidad”, tras esas rejas: “que nadie se atreva a dudar de mi palabra inmerecida ni de los amores del pueblo argentino, de su confianza, de su salud, de sus juramentos, de sus brindis”… A tu salud, querido Vicente. Y hasta la victoria, siempre.

 

domingo, 30 de noviembre de 2025

Acerca de “Palestina sitiada. Ensayos sobre el devenir nakba del mundo”, de Rodrigo Karmy Bolton



“Defender Palestina es defendernos”, dice el filósofo chileno Rodrigo Karmy Bolton en “Palestina sitiada. Ensayos sobre el devenir nakba del mundo”, no sólo de lo mejor que leí sobre la cuestión Palestina sino uno de los mejores ensayos políticos que leí en los últimos años (el autor se niega a hablar de “conflicto”, por la asimetría de las fuerzas enfrentadas).


Publicado por la editorial chilena LOM, este libro que reúne un conjunto de textos breves pero profundos, publicados previamente en distintos medios (diarios, revistas, portales de internet), fueron agrupados aquí no de manera cronológica sino conceptual, en ocho capítulos: Devenir nakba del mundo; Palestina cosmopolita; Israel es un sueño; Intifada; Orientalismo mediático; Gaza; Universidad.


Agradezco a Josefina Payró por el gentil envío. Me tomé un buen tiempo ya no para leer sino para estudiar esta publicación: subrayar, anotar, reflexionar. Este viernes realizaremos una conversación virtual con su autor, que espero lleguemos a publicar antes de fin de año en Perfil cultura, para donde vengo elaborando reseñas de libros y entrevistas con escritorxs.


“Palestina sitiada…”, que se consigue en Argentina en diversas librerías, permite comprender a fondo la cuestión Palestina en sus dimensiones históricas, político-culturales y sus repercusiones en la geopolítica mundial actual. Y tiene la virtud de haber sido publicado luego del 07 de octubre de 2023, con lo cual, analiza en profundidad y sin concesiones (al sionismo y su aparato planetario de propaganda) lo que caracteriza como un “acto de resistencia armado”, una sublevación protagonizada por la resistencia palestina para ejercer el “derecho al retorno” a la “tierra expropiada por la colonización sionista.


“No da lo mismo que el Estado sionista perpetre el genocidio con los pueblos en su contra que con los pueblos en silencio”, escribe el autor, y vuelvo a leer en estas horas, en donde el mundo entero tuvo sus jornadas de solidaridad con la resistencia palestina, que expresa hoy  (en su lucha política por la descolonización, la soberanía y la liberación nacional) “a los pobres del mundo entero”.




 

jueves, 27 de noviembre de 2025

Woody Allen: “Annie Hall”/ “Hannah y sus hermanas”

 


El finde volví a ver dos de las pelis de Woody Allen que más me gustan: “Annie Hall” y “Hannah y sus hermanas” (¡gran papel de Mía Farrow!).

Toda esa secuencia neoyorkina (1977-1986), es, sencillamente, maravillosa. La referencia a libros, a música, incluso a cine y a esa suerte de trasfondo de psicoanálisis existencialista que marcan muchas de sus películas, hacen que no paremos de reír, mientras se nos aparecen un conjunto de preguntas en torno al sentido de nuestras vidas.

 

En “Hannah y sus hermanas” es monumental el tramo en que el personaje que interpreta Allen sale de un sanatorio y monologa diciendo mientras camina:

 

“Tranquilo. No ha dicho que tuvieras nada. No le gusta la mancha de la radiografía, eso es todo. No significa que tengas algo. No saques conclusiones precipitadas. No te va a pasar nada. Estas en medio de Nueva York, tu ciudad. Estas rodeado de gente, tráfico y restaurantes. ¿Cómo ibas a desaparecer, así sin más? Calma. Que no te entre el pánico”.

 

Me recordó una vez que una amiga me dijo, por mis rasgos de hipocondríacos: “sos como Woody Allen”. Y yo respondí: “sí, pero sin su talento”. Y ambos reímos.

 

De “Annie Hall” me quedo de con esa secuencia en la que Allen (Alvy Singer) pasea con Diane Keaton por una librería, y le cuenta sobre su obsesión con la muerte y le dice que para él vida se divide en dos categorías: lo horrible y lo triste. Lo horrible serían los casos terminales, los ciegos y lisiados; lo triste sería todo lo demás. Y remata con la frase: “tienes mucha suerte de estar triste”.


Pero también, con las palabras finales de Alvy:

 

“Fue genial volver a ver a Annie. Comprendí que era una gran persona. Y lo divertido que era conocerla. Pensé en un viejo chiste: un muchacho va al psiquiatra y le dice: Dr, mi hermano está loco, cree que es un pollo. Y el médico responde: ¿por qué no haces que lo encierren? A lo que Alvy contesta: lo haría, pero necesito los huevos. Eso es lo que siento ahora respecto de las relaciones: son totalmente irracionales, locas, absurdas. Pero debemos seguir manteniéndolas porque la mayoría de nosotros necesitamos los huevos”.

 

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Néstor Perlongher partía un día como hoy


  26 de noviembre, 1992


Sociólogo, poeta, ensayista, narrador, activista, fue uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual, esa organización que en los tempranos setenta pretendió anudar liberación anímica con liberación nacional, deseo y revolución, para que reine en el pueblo el amor y la igualdad.

 

Lo leí con atención cuando tomé su genial cuanto “Eva Perón” para escribir, primero, un artículo breve para Soy (suplemento de Página/12) y, luego, uno de los capítulos de mi libro “Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo”, hace ya más de una década.

Durante los últimos años cuando en algunos de los Encuentros de Filosofía que vengo organizando trabajamos sobre las lecturas (“no miméticas”) de Deleuze y Guattari en América Latina (¡brillante “Los devenires minoritarios”!, ese breve texto escrito en sus años de paso por Brasil, cuando también por allí estuvo el camarada Félix).

 

Hace unos meses, volví sobre sus pasos cuando le dediqué un apartado a sus textos sobre Malvinas (“Todo el poder a Lady Di”; “La ilusión de unas islas”; “El deseo de unas islas”), para el libro que estaba terminando de escribir (“Literatura y revolución. Ensayos argentinos”, que saldrá publicado en marzo).

 

Poemas suyos como “Siglas” o “Cadáveres”, quedarán por siempre como una marca indeleble de lo grande que pudo ser la literatura argentina.

 

Siguiendo las pistas de Gilles Deleuze, que en sus clases sobre Spinoza sugería establecer una “relación molecular” con los escritores que amamos, hoy volví a releer algunos tramos de “Prosa plebeya. Ensayos 1980- 1992”, en donde aparece esa entrevista monumental publicada en 1989 bajo el título de “69 preguntas”; libro en cuyo prólogo, Osvaldo Baigorria y Christian Ferrer afirman que “el ensayo argentino es un arma corta en cuya culata Perlongher se anotó una muesca notoria”. También dicen que, en este país, los ensayos más perdurables se han escrito “bajo el signo de la amenaza” y, por eso, se fue transformando “en el campamento precario de los seres atípicos del pensamiento”.

 

Hermoso legado-desafío entonces: lanzar dardos al porvenir, desde este presente oscuro, inspirados en Perlongher.

martes, 18 de noviembre de 2025

Osvaldo Lamborghini: hoy se conmemoran 40 años de su muerte



Leyendo, a paso lento (puesto que la letra chiquita del libro, junto a mi dificultad en el ojo izquierdo –¡no, no se soluciona con anteojos la deformación imperceptible que me quedó tras el impacto de balín de goma que recibí en la represión de diciembre de 2017!– no son una buena combinación), leyendo –decía– la biografía de Ricardo Strafacce, apunto lo siguiente:

 

Las posibilidades de hacer política por lo pronto no eran demasiado grandes en esa Argentina… Escribir podía ser, además de un modo de ganarse la vida, un destino, una manera de ser algo o alguien, tanto o más que hacer política”.

 

Son los prolegómenos del Cordobazo, pero para el escritor ya no hay vuelta atrás. Del PATRIA O MUERTE de la militancia pasa al LITERATURA O MUERTE como política de la escritura. Es el momento de redacción de “El Fiord”.

 

Frustrados sus periplos como militante del Sindicato de Prensa en Buenos Aires, su actividad en los marcos de un peronismo más bien ortodoxo (en las antípodas de Walsh, o Jozami, o su propio hermano Leónidas), se trata de realizar ese pasaje de la oratoria a la escucha y, vía trabajo profundo sobre las formas del contar, producir un cimbronazo en la literatura argentina.

 

Sostiene Strafacce:

 

“Y era, por eso mismo, el comienzo de un procedimiento: ESCUCHAR esas expresiones usuales para incorporarlas a la escritura de una manera nueva. No se trataba de servirse de un lenguaje supuestamente coloquial que reprodujera, de manera sociológica o antropológica, la lengua que se hablaba para dar ´autenticidad´, o ´realismo´, o ´color local´ a los textos, ni de reelaborarla o cuestionarla. Se trataba de escuchar, ESCUCHAR como si se leyera para luego repetir lo escuchado en otro contexto, pero sin modificarle una sola letra, para que esa repetición hiciera diferencia, para que el asombro –la literatura– apareciera solo”.

 

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Elecciones del Sindicato de Prensa de Buenos Aires

 Sindicatos sí, y de nuevo tipo….

 


En tiempos oscuros, de avances de las extremas derechas y sus reformas laborales, resulta fundamental “fortalecer y recrear” las organizaciones sindicales de la clase trabajadora.


Por eso, desde el llano –como afiliado–, mi contribución de hoy para elegir nuevamente, con este voto de confianza, a la conducción del Sindicato de Prensa de Buenos Aires, una experiencia que nació desde abajo, combatiendo la fachada progresista de un organismo más muerto que vivo como en su momento lo fue la UTPBA y que, en su andar, supo reunir tradiciones diversas para fortalecer la herramienta gremial y abrirse a los fenómenos de las nuevas luchas (los feminismos, las economías populares, la producción rural cooperativa, los medios de la comunicación popular y comunitaria, los medios digitales).


Decía desafío de “fortalecer y recrear”, porque ante la mutación capitalista en curso las viejas organizaciones sindicales no sólo pierden cada vez más poder frente al empresariado y la gestión del Estado de malestar, sino que además interpelan sólo a minorías del mundo laboral, mientras las grandes mayorías de las nuevas modalidades del trabajo quedan sin lugar donde canalizar sus demandas, angustias, fuerzas y esperanzas.


Resulta vital entonces comprender las diferentes formas en que muta el capital para abordar las reconfiguraciones de la organización trabajadora (y sus formas de subjetivación) en este nuevo momento histórico, ya que el proletariado no es algo dado, sino el nombre de una apuesta creativa, que se gesta desde un entorno específico de composición.

 

El paciente trabajo de socialistas y anarquistas entre fines del siglo XIX y principios del XX, pasando por las comisiones internas y cuerpos de delegados del peronismo histórico y su posterior resistencia, hasta el sindicalismo clasista y combativo de los años sesenta y setenta son un insumo fundamental de una rica historia de luchas que tuvieron en programas como el de La Falda y Huerta Grande, la CGT de los argentinos y las Coordinadoras de Gremios en Lucha hitos luminosos. Allí, e incluso en el Programa de la CGT de los 80, es donde podemos mirar para inspirar las nuevas luchas del siglo XXI

 

 

 

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Un poema de Roberto García para Osvaldo Lamborghini


 

Lamborgíada

Por Roberto García



A Paule D’Gotti, Alito Reinaldi y Bruno Crisorio

 


La fusta bajo el brazo justa

cruza el culo victimado

del cuadrúpedo 

asusta en fin 

a cualquiera

porque cualquiera

sea el género (don, hado)

puede ir en cuatro patas

solo hay que parecerlo para ser-lo

dialéctica

mente

hablado,

la sospecha de andar en cuatro

te convierte en culpable 

de cabalgatas tendidas

en la gal-opada llanura

La fusta del cabalgante

un gangster de la aristocracia

basta, con solo su amenaza, 

al caer de un momento al otro

con la furia del rayo

(como el que recibiera

el presidente Schrever que no supo

qué era hasta sentir el golpe

en el aro vacío del ser

guardado, oscuro y oloroso,

en medio de sus nalgas)

Fusta rayo raya el instante

deja vacante lo cierto

ESO mismo que resiste al cambio

salta sobre si, no se encuentra

para si y sigue 

y s'abre a l'otro

para dejar el cuarto trasero

anhelante del fustazo

ya por caer como

una promesa de carrera

Quien tiene la fusta, tiene la justa

los demás de indistinto

género no alcanzan

la voluntad general efectivamente real”

la masa en fin se in-diferencia de su

autoconciencia absolutamente

libre

y sueña el fustazo que le de-forma

también algunos pícaros 

frac-asados

sueñan tener ellos mismos

la fusta en la mano y gozan como

locos-locas cuando el lonjazo 

de piel se arranca 

tras la correa que chorrea

la sangre después de salir

de sus nalgas violadas

pensando que no sufren sino que

hacen sufrir a la caballada

que montasen, si tuviesen la fusta en la mano,

 

(pensemos que el “si” condicional

hiperventila el deseo)

pero no la tienen, porque

solo unos pocos 

(por lo tanto, si y sólo, si menos que más, 

matemática-

mente hablando)

sabe cómo amasar a la masa

y mimarla dándole 

el cuero en el culo

hasta que la ahora 

en-si-mismada

caballada devenga desbocada

brinque y patee

al desmontado jinete 

des-ha-sido de su fusta

 

no se sabe cuándo, no se sabe dónde



Lamborghini, el escritor maldito, el incómodo Osvaldo

40 años de su muerte.

Lo vengo releyendo (y leyendo sobre él) desde hace unas semanas. No por la efeméride sino porque en octubre, por mi cumpleaños, me ligué entre algunos regalos la biografía que sobre él escribió Ricardo Strafacce y porque por la misma fecha, en la Feria del Libro de Flores, me topé con este otro libro de “Entrevistas y textos desconocidos”.

Algunas de ellas las había leído en Puan, allá por 2008/2009, cuando cursé en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA algunas materias como Literatura argentina, Teoría y análisis literario o Teoría literaria (como dije alguna vez: hui de la academia como quien huye de la peste… pero en el camino, me llevé una mochila de lecturas y un arsenal de armas de la crítica y de una literatura que quizás no hubiese conocido de otro modo).

Allí y entonces, conocí los textos de los hermanos Lamborghini (no: a Leónidas lo leí antes, por la militancia y mi vínculo con el querido Vicente Zito Lema). Y años después lo volvía a leer, cuando me puse a escribir un capítulo para mi libro “Cabecita negra: ensayos sobre literatura y peronismo” donde “El niño proletario” se entrecruza con el “Saló o los 120 días de Sodoma” de Pier Paolo Pasolini.

 

Ahora leo y apunto, entre otras frases, estas tan contundentes:

 

“Escucho, mezclo, repito, y tacho y cambio de lugar, y cito”.

“La estética del populismo es la melancolía”.

“Habría que terminar con esa literatura liberal de izquierda”.

“Había que callarse y aprender”.

“Era cuestión de escuchar. Fundamentalmente, las palabras, los estilos y las formas. No tanto a los autores: los mayores hallazgos verbales carecen, por suerte, de pulsera de identificación”.

“Leer los textos, no como los propone una sucesión temporal o histórica, sino a partir del sistema de relaciones interiores a la literatura que esos mismos textos instauran”.

“Si hay lugar no hay poesía; desde ningún lugar. Toda la relación con la poesía es desde ningún lugar”.

 

 

Le cuento a Roberto García sobre mis derivas lamborghinescas y me envía un poema suyo, que comparto en otra entrada de mi blog 

 

domingo, 2 de noviembre de 2025

Acerca de “La arquitectura del fantasma: una autobiografía”, de Héctor Libertella



En “La arquitectura del fantasma: una autobiografía”, Héctor Libertella plantea que, así como se dice que el alcohólico toma por tomar sin buscar efectos anímicos o que el jugador juega por jugar sin buscar ganancias, el escritor –como el alcohólico o el jugador de juego de azar–, tal vez solo escribe por escribir. 


Idea fundamental, sobre todo si se la pone en serie con esta otra: si bien hay libros que se escriben en 40 años, otros, sin embargo, se escriben en 45 días. “Dormir varios lapsos de dos horas con despertador durante un mes y medio hasta que la cosa aparece mi cuerpo descartó la mitología popular médica de que uno debe dormir ocho horas corridas para sentirse bien. Lo mismo ocurre con el régimen de la comida y con el de la bebida”, escribe Libertella a la hora de contar como fueron sus andanzas para escribir “El árbol de Saussure” y su berretín para “concentrar la lucidez y la energía”. Tal vez por eso asume que la literatura “te somete a un continuo de éxtasis y terror”.


 “Llenar el vacío de esos estantes, para tapar el hueco”, afirma luego de hablar del “desierto” que era la biblioteca de su casa, donde sus padres solo tenían un viejo diccionario impreso en 1917 (“ese era el único volumen de la biblioteca”). Escribir entonces muchos libros –remata Libertella– aunque solo fueran “muchos libros fantasmas para que el hueco siguiera ahí de cuerpo presente”.


Y de nuevo el vacío. “Nadie sabía cuál era el nombre de mi abuelo” –escribe–. Y agrega: “qué buen comienzo (para mí, qué buena puesta en abismo de la noción de la identidad en la familia).


Y la rememoración del “verso perverso” de Rimbau (“Yo es otro”). Siempre el problema del otro, “uno de los sofisticados interlocutores del psicoanálisis: ese que habla calladamente en los capítulos de un libro colectivo, polifónico”.


Porque, al fin y al cabo, nos dice Libertella, es exactamente, así como suelen ser las cosas en literatura: “uno, uno mismo, siempre un poco entre paréntesis la identidad de uno mismo”.


Frase fundamental con la que podemos pensar esta autobiografía fantasma.

 

 


jueves, 30 de octubre de 2025

Acerca de 27 noches, film de Daniel Hendler


La película, situada en Buenos Aires en algún momento previo al año 2010, transita en simultáneo por dos andariveles, a través del personaje de su protagonista: Martha Hoffman, interpretada por Marilú Marini, una atípica mujer de ochenta y pico de años que lidia con una serie de enredos familiares frente a sus formas de vida, supuestamente no “típicas” para una señora de su edad, situación que culmina con ella internada contra su voluntad en una clínica psiquiátrica (son las 27 noches de reclusión con las que se inicia la película).

Por un lado, entonces, el film problematiza los abordajes de la salud mental realizados en tiempos previos a la aprobación de la Ley Nacional de Salud Mental (2010), que con sus bemoles funcionó hasta 2015 y que ha padecido un franco retroceso durante la última década.

Por otro lado, el film problematiza aquello que, en su reciente libro Una filosofía de la vejez, Esther Díaz caracteriza como el “abuelismo”, esa perspectiva que quita a las personas (sobre todo mujeres) adultas-mayores, de su característica de “sujetos políticos” (y sociales), para ser situados en el lugar de “sujetos-sujetados” al arbitrio de familiares más jóvenes (sobre todo: hijxs).

Martha Hoffman es una reconocida mecenas de las artes y en su impulso por vivir una vida intensa y financiar iniciativas artísticas, es acusada por una de sus hijas de ser vulnerable (por su edad), y por ello estafada por sus (supuestas) amistades.

Esa infantilización a la que se ve expuesta por parte de sus hijas también la padece al ser internada, cuando una de las enfermeras le habla como se le habla (vaya a saber uno por qué) a los bebes o niñxs pequeños.

Con una actuación promedio de Daniel Hendler como co-protagonista (Leandro Casares, en el papel del perito judicial que investiga el caso), la historia incorpora en el elenco algunas figuras que cumplen de manera destacada su rol secundario, sobre todo Carla Peterson (Myriam), una de las hijas de Martha (la otra es Olga, interpretada por Paula Grinszpan) y –destacaría– a Humberto Tortonese, en el papel de Bernardo Girves, uno de los muchachos que junto con Alejandra Conde (Julieta Zylberberg) sostienen ese Galpón Cultural que tantas alegrías le deparan a la protagonista (e incluso en un determinado, al acartonado perito que encarna Hendler, quien vive con su padre –Ricardo Merkin– y se lo ve solitario, aun con dificultades para reponerse del abandono que padeció por parte de una novia).

La película, basada en la novela de Natalia Zito a partir de la adaptación de guión de Mariano Llinás elaborado de manera conjunta por Hendler, Martín Mauregui y Agustina Liendo), se basa en una historia real, y está disponible en Netflix, pero para quienes habitan o transitan a menudo la ciudad de Buenos Aires, también pueden verla en el cine Gaumont de Congreso. 

sábado, 25 de octubre de 2025

Acerca de la serie “Mussolini, hijo del siglo” y la coyuntura política argentina



Una gran serie y su final (sobre todo visto en la Argentina), inquietante, ya que se estrenó en esta, la semana previa a las elecciones parlamentarias donde el experimento libertariano en curso busca (no sin alianza estrecha con la “casta”, y el respaldo gore de Estados Unidos) consolidarse para relanzar su tanato-política de ajuste, si hace falta, con mayor represión a quienes podamos oponernos abiertamente. Un consolidarse que implica al Parlamento, con su “fuerza propia” y la de “opositores blandos” asustados y siempre dispuestos a “colaborar” en caso de que al oficialismo le vaya bien en las elecciones.

 

Todo esto viene a cuento porque la ficción audiovisual (que adapta una novela de Antonio Scurati con un trabajo de guion a cargo de Stefano Bises y Davide Serino bajo dirección de Joe Wright) no ahorra procedimientos para transmitir toda la violencia que lleva Mussolini de ser un marginal socialista converso al Duce, con sus Camisas negras torturando, golpeando, denigrando y asesinando opositores (la música electrónica de Chemical Brother, la yuxtaposición veloz de imágenes tipo clip imprimen la violencia visceral en sonidos e imágenes y no sólo en el contenido de la historia).

 

La cronología abordada por la serie culmina a fines de 1924- inicios de 1925, con el asesinato del líder parlamentario socialista Giacomo Matteotti, pero, sobre todo, con esos minutos finales del octavo y último capítulo, en donde al quedar en evidencia el asesinato, Mussolini no renuncia, no retrocede, sino que hace gala de la violencia criminal constitutiva del fascismo, y busca (más por omisión que por aprobación) la aprobación del parlamento italiano a su figura, su proceder.

 

El protagónico de Luca Marinelli es realmente para destacar (sus monólogos directos mirando a cámara dan a la serie una potencia arrolladora).

 

Me quedo con ganas de más capítulos, de ver entrar en escena a Antonio Gramsci y, también, de volver a leerlo, junto con ese otro par comunista peruano, el Amauta José Carlos Mariátegui, ya que ambos, con sus lúcidas escrituras, contribuyeron a pensar el fascismo histórico y tal vez puedan ayudarnos a pensar mejor el avance de las extremas derechas en el mundo contemporáneo.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Acerca de "Una batalla tras otra", film de P. Anderson

Tenía que venir el cine, incluso en un film norteamericano de taquilla con un elenco del más destacado de la industria, para poner sobre la mesa aquello que ni la militancia política ni la intelectualidad crítica tienen el coraje de enunciar hoy en día (y desde hace tiempo): que la lucha armada puede no ser una mera cuestión del pasado.

 

Ya he visto algunas críticas en los mass media, que destacan la obra solo al precio de reducir el brillante film de Paul Thomas Anderson a una suerte de comedia de enredos, más allá de que destaquen su inspiración en una novela del gran escritor Thomas Pynchon.

 

Un grupo que acciona contra los puntos neurálgicos del poder de represión sobre las corrientes migratorias en Estados Unidos, los desafíos de sobrevivir clandestinamente en la era de tecnologías digitales y un film que no tiene empacho en explayarse durante casi tres horas para hacer honor a lo mejor que el cine puede dar: una buena historia, con excelentes actuaciones y un trabajo de combinación casi perfecta entre imágenes y banda sonora.

 

Teyana Taylor, la revolucionaria Perfidia que deviene en desertora; Leonardo DiCaprio, el revolucionario derrotado que se dedica por años a cuidar de “los malos” a su hija Willa (interpretada por la joven Chase Infiniti en su debut cinematográfico); Sean Penn como el coronel Steven J. Lockjaw, militar racista que mientras busca ingresar a una logia supremacista se obsesiona sexualmente con Perfidia y un más secundario pero no menos brillante papel de Benicio del Toro interpretando al sensei que entrena en artes marciales a la hija de la pareja de revolucionarios mientras con paciencia oriental coordina un grupo de ayuda mutua de inmigrantes latinos, entre quienes se encuentran los dinámicos “jóvenes skaters”.

 

La tan comentada escena final de la carretera es de antología, sí, de las mejores persecuciones de la historia del cine, pero el ingreso de las fuerzas federales a un hogar para realizar un allanamiento a lxs resistentes, mientras de fondo se ve en un televisor escenas de “La batalla de Argel” de Pontecorvo, son el s mensaje cifrado de que el cine aún puede seguir conmoviendo desde una virtuosa combinación de trabajo sobre las formas y el contenido. 

domingo, 19 de octubre de 2025

Acerca de "Rengo yeta", último libro de César González


 Por Mariano Pacheco

 

Leí “Rengo yeta” (Reservoir books, 2025), de César González, con atención y una secreta curiosidad, que pasaba por una doble inquietud. Por un lado, respecto del modo en que trabajaba la perspectiva autobiográfica, inundades como estamos por el mercado de las literaturas del yo. Por otro lado, me interesaba “leer” abordajes del mundo carcelario por alguien que atravesó esa situación, inundades como estamos por el mercado de las producciones audiovisuales de las plataformas internacionales (debo confesar que entre Tumberos y El marginal/ En el barro, me quedo con la primera historia, a pesar de que pasaron ya 25 años de su estreno).

 

Por su título –y conociendo la obra literaria y cinematográfica del autor, además de su recorrido vital– intuía una filiación arltiana. Si bien el libro puede ser leído en una cierta atmósfera compartida con la producción de Roberto Arlt, “Rengo yeta” debe su título a la lógica interna de la propia historia, como queda claro al leerlo y como el propio González me confirmó en la entrevista que hicimos para el suplemento Cultura del diario Perfil que será publicada en las próximas semanas: “¿Sabías que en cana los rengos son yeta?”; “Demostrar que no era un rengo yeta, que mi cuerpo no era ningún instrumento de la mala suerte”, escribe respecto de sí, ya que llegó a un Instituto de menores herido en una pierna, luego de ser capturado por la policía tras un intento de secuestro extorsivo.

 

Pero la mirada respecto a este tema, como a todos los demás que aborda, no tienen nada de perspectiva “miserabilista”. También aparecen historias como la del “Rengo Carlitos”, el papá del Peca, a quien Gonzáles dice haber visto “pelear mano a mano con cualquiera” e incluso “bailar rocanrol muchas veces, haciendo piruetas con las muletas, con más destrezas que aquellos que tenían las dos piernas”. Lo mismo sucede cuando se refiere a los “cuerpos populares” en general, sin nombres propios, y escribe: “cuerpos desmenuzados que siguen bailando como si nada. Cuerpos con un extenso umbral de dolor. Mutilaciones que no perturban el alma. Cuerpos habitados por balas, clavos, prótesis, drenados por bolsitas de colostomía. Cuerpos curtidos, que resisten al tiempo sin desgarrarse ni deprimirse”.

 

Algo similar sucede cuando se refiere a la pobreza material, que no siempre va asociada a la infelicidad (“en la calle había lujuria, había aventura”) y a esa capacidad de realizar descripciones cruda, sin rencor (“la vida en la calle es demasiado intensa y fugaz como para estar pensando en los que están presos”… “Ya me había acostumbrado a que mis amigos prometieran cosas que no cumplían”… “Nadie se animaba a decir la verdad. Que si estás preso, no existías”).

 

Por último, me interesó mucho ese recurso narrativo que en cine se denomina flashback, a partir del cual César González da cuenta en el libro de su primer tramo en la estancia carcelaria y, al mismo tiempo, de parte del pasado reciente a ese momento, con recuerdos que se presentan bajo el modo de la conversación entre detenidos.

 

Si bien no ingresa en la cronología el período de detención en el que el autor toma el nombre de Camilo Blajakis (combinando una doble tradición resistente, nacional y latinoamericana) y se sumerge en el mundo de la lectura y la escritura, ya aparecen aquí unos indicios muy potentes de ese doble movimiento: a través de un defensor oficial que comienza a prestarle libros y a través de las cartas que comienza a escribirle a una chica que trabaja en la limpieza de la enfermería y las oficinas del Instituto de detención en el que se encuentra, que ve e intenta seducir a través de la palabra a distancia.

 

Con lo dicho hasta aquí, queda claro que César González logra trabajar la cuestión carcelaria y la narración en primera persona sorteando dos “taras” de la cultura contemporánea: las literaturas del yo (puesto que quien narra da cuenta de un recorrido vital que a su vez da cuenta de un contexto y habilita un conjunto de otras voces) y la espectacularización (muchas veces, también, “caricaturización”) de la cuestión carcelaria, retomando a su modo esa máxima planteada por Walter Benjamin, quien insistía en que mientras los fascistas estetizaban la política, quienes pujaran por la emancipación debían, por el contrario, politizar el arte.