“Un compromiso político no se sostiene sólo con las ideas”
Por Mariano Pacheco
(Publicada en Deodoro, gaceta de crítica y cultura, marzo 2014)
En
un clásico bar del barrio porteño de Boedo, Elsa Drucaroff acepta el convite de
Deodoro y –café de por medio– accede
a dialogar sobre la relación de las y los escritores con la política (de
“clase”, pero también de “géneros”, se apresura en aclarar) y la situación
actual de la literatura nacional, entre otros temas.
Drucaroff
es seguramente una de las escritoras y críticas literarias más destacadas de la
actualidad. Para cuando publicó Los
prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura
(EMECÉ, 2011), ya tenía en su haber y en los estantes de las librerías, cuatro
novelas (La patria de las mujeres; Conspiración contra Güemes; El infierno prometido y El último caso de Rodolfo Walsh), además
de un tomo de relatos (Leyenda erótica)
y otros dos libros de crítica (Mijail
Bajtín. La guerra de las culturas y Arlt,
profeta del miedo). Al año siguiente (2012), compiló para la editorial
Interzona un “Panorama” sobre las “narrativas emergentes en la Argentina”.
La Nueva Narrativa Argentina
Panorama Interzona… es una antología que reúne cuentos, además de piezas
teatrales, poemas y ensayos críticos, desde una perspectiva que excede los
géneros específicos (cuento-novela). Los 32 textos de este libro están
agrupados en 8 secciones: Violencia y
medios masivos; identidades quebradas entre padres e hijos (producto de la
última dictadura); sexo, género y poder; asesinos e impunidad; lo maternal como
potencia creadora; la problematización del concepto de verdad. La serie que
tiene al 2001 como eje vertebrador es la más importante, la marca generacional:
el 2001 y la pobreza, la lumpenización, la precariedad laboral y la exclusión
en el imaginario social, pero también como retorno de la Historia,
involucramiento político y esperanza revolucionaria.
Drucaroff
sostiene que, en general, “las
buenas escritoras, los buenos escritores, lo hagan conscientemente o no, si son
buenos, suelen operar políticamente en la cultura, sea cuestionando el orden de
géneros, o el orden de clases; sea cuestionando las construcciones de poder en
la familia o en la sociedad”. Y recuerda que un caso temprano y emblemático a
mediados de los 90 fue el de Ignacio Apolo, que con su novela Memoria falsa logró problematizar los 70
–“sin demonizar ni posicionarse en el discurso de la derecha”, aclara– por
ejemplo, sobre qué implicaba haber tenido una madre guerrillera.
Resistencia y creación
La
década del 90 es el momento en el cual empiezan a escribir y a publicar varios integrantes
de la denominada Nueva Narrativa Argentina. Suele decirse que en los 90 no pasó
nada, que el neoliberalismo arrasó con todo. Y sin embargo, en términos
estrictamente políticos –por ejemplo– son los años de emergencia de HIJOS, de
los movimientos piqueteros y del zapatismo en América Latina.
--En términos culturales, ¿puede decirse
que no pasó nada?
--La
década del 90 está muy simplificada. Los nuevos escritores de los 90 tuvieron
claramente inquietudes políticas, sobre todo en cuento a cuales eran las
contracaras de la “fiesta menemista”. Surgieron los nuevos poetas, que construyeron
un importante movimiento en la ciudad de Buenos Aires. Nacieron las primeras
editoriales autogestivas. En teatro independiente también. Quizás menos en
pintura, porque siempre fue todo muy snob. Muchos pibes que quizás no
encontraban donde militar canalizaron sus inquietudes en el arte. Fijate que en
los 70, con los sociólogos, pasaba que todos se iban a la militancia política,
y desde los 90 para acá, muchos se dedicaron a escribir, narrativa y también
poesía.
Por
otro lado, en las grandes ciudades hubo además grandes movimientos de
resistencia cultural, que tenían plena conciencia de ser no menemistas y de que
se estaba resistiendo, aunque no supieran bien para que servía eso que estaba
haciendo. En esa época, en Buenos Aires –que es por lugar de residencia lo que
más conozco– resurgieron todas las orquestas de tango, y también el baile. Y lo
hicieron chicos de 19 o 20 años. La Orquesta Típica Fernández Fierro es una
experiencia maravillosa. Una vez, quien fue su primer director, Julián Peralta,
me contó cómo surgió la iniciativa: un grupo de estudiantes de la Escuela de
Música de Avellaneda, todos de clase media baja, empezaron a sentir la
necesidad de resistir al menemismo con algo propio. Y lo eligieron a Pugliese
porque, como él me dijo entonces, “a Pugliese se lo podía discutir”. ¡Es
genial! Eran pibes que escuchaban Los Redondos, escuchaban rock. Pero claro, a David
Bowie no se lo podía discutir, pero a Pugliese sí, porque hablaba la misma
lengua.
La política y el oficio de escribir
Elsa
Drucaroff maneja con potencia los dones de la polémica. Tal vez por eso
sostiene que prefiere el compromiso de un intelectual de derecha que piensa
para su clase social que un intelectual de izquierda “que se queda en el
piripipí”, y no hace nada. “El caso más emblemático de intelectual de derecha
hoy, aunque ella no se considera así, es Beatriz Sarlo”, arremete. “Hay algo
admirable en ella. Es una mujer que intenta que su pensamiento se ponga de
manera coherente en relación con lo que pasa en el país”, sostiene y cita para
graficar la actitud de Sarlo de concurrir –libreta en mano– tanto a los actos
del kirchnerismo como a las movilizaciones de la oposición, como por ejemplo el
cacerolazo del 8N. “Después puede escribir una gorilada, pero la mina más allá de
su idea excluyente de la cultura, va, mira y trata de pensar qué es lo que pasa
ahí”.
--¿Y más en general, cómo ves la
relación entre producción artística y compromiso político?
--En
lo personal –y como ciudadana– considero que el problema político es muy
importante. No voy a levantar el dedo respecto de lo que hacen o dejan de hacer
los escritores y las escritoras, pero sí quiero decir que me considero una
persona interesada y comprometida con lo que pasa en el país y en el mundo, y
creo que hay que tomar partido: por los débiles y no por los fuertes y como
mujer, por supuesto, tomo partido por mis hermanas. Para mí eso también es
político. De hecho, creo que la política de clase y la de género son las dos
formas fuertes de la política, aunque no sean lo mismo. Porque si bien
objetivamente alguien puede ser profundamente democrático en las relaciones de
poder entre los géneros, también puede ser un burgués reaccionario respecto de
las clases sociales, y viceversa. Aunque para mí –en mi cabeza– son cosas que
tienen que marchar juntas. Pero volviendo al tema de los escritores, creo que
todos –como ciudadanos– tenemos que tomar partido, mirar la realidad de un modo
sensible y comprometerse con eso. Pero te repito: no levantaría el dedo contra
mis colegas cuando no quieran comprometerse políticamente. No creo que los
escritores sean seres superiores. No creo en la obligación del compromiso por
parte de los artistas, que el arte esté obligado a ponerse al servicio de los
humildes, aunque sí considero que es una obligación en el caso de los
intelectuales. Pero no veo porqué un coreógrafo o un poeta debería definirse,
por ejemplo, en torno al asesinato de Mariano Ferreyra y no debería hacerlo un
albañil.
--Te lo preguntaba un poco en función de
una preocupación que considero un rasgo típico de la época. Porque si uno ve el
período que vos trabajaste fuertemente en Los
prisioneros de la torre, el período de la post-dictadura, puede verse –por
ejemplo en la academia– muchos escritores y críticos que se dicen de izquierda
o progresistas, pero que no accionan en función de esa definición…
--Claro,
sobre todo en la academia. Y ahí va lo último que te decía, respecto del caso
de los intelectuales. Yo creo que si uno se considera intelectual, si lo que
uno hace, su oficio, lo que uno le ofrece a la sociedad es pensar de manera
especializada e intentar producir pensamiento crítico sobre ciertas cuestiones,
ahí sí tenés la obligación de tener un compromiso político, y desde mi punto de
vista, ese compromiso político tiene que ser con los más débiles. Y un
compromiso político no se sostiene sólo con las ideas, sino con ideas y con
acciones.
--¿No te parece que las escritoras y
escritores de ficción, los críticos literarios están un poco ausentes de este
proceso de politización creciente de los intelectuales argentinos? Digo, en los
últimos años vimos surgir revistas de filosofía, de sociología, de historia,
colectivos que trataron de pensar estas cosas desde las carreras de distintas
universidades y más en general, el agrupamiento kirchnerista Carta abierta, y también la Asamblea de Intelectuales del Frente de Izquierda
y de los Trabajadores, donde los críticos y literatos no son precisamente
lo que más se ve.
--No,
lo que se puede ver en literatura son algunos grupos de escritores, que se
pueden juntar para firmar una solicitada. Pero así, grupos de literatura que
tengan un compromiso político, al menos yo no conozco ninguno. Aunque como te
decía antes, creo que lo político sí está muy presente y atraviesa a gran parte
de las obras de la Nueva Narrativa Argentina.
--Por último, quería preguntarte por
cómo ves la literatura en relación con el proceso actual…
--Antes
que nada, quería aclarar que mi investigación llegó hasta 2008, y que luego no
continué trabajando sobre la nueva narrativa. Pero mi opinión es que hoy un
oxígeno político muy interesante para pensar nudos problemáticos de la historia
argentina reciente, como los 70. Creo que se abrió una puerta, en la cual el
Estado terminó con la idea del desaparecido como un ser angelical, como un
inocente que se lo llevaron porque estaba por error en una agenda, y no que tal
vez había empuñado un fisil, que en los 80 era el discurso de Sábato y la
“Teoría de los dos demonios”. Hoy hay otras posibilidades de hablar, porque
están los juicios y los asesinos van presos. Si castigás podes pensar. Porque
si los asesinos están sueltos no se puede pensar las responsabilidades
políticas de las víctimas de una manera crítica. Porque si los asesinos caminan
libres por las calles la culpa te paraliza. Y si además sabés que a las
víctimas le hicieron cosas atroces, esa culpa te paraliza. Pero hoy es
distinto. En el ámbito del cine, por ejemplo, un film como Infancia clandestina, de Benjamín Ávila, plantea cuestiones que ya
estaban planteadas en la literatura por los escritores de post-dictadura. Está
muy fuertemente planteado, por ejemplo, en el libro de Laura Alcoba: La casa de los conejos. Y ahora es una
película de cine, con todo lo que ello implica. Y es una película implacable,
aunque está hecha con amor, sin resentimiento. Así que creo que están dadas las
condiciones para que la sociedad argentina avance hoy en este tipo de debates.
Y la generación que tendrá que avanzar es la de ustedes.
La
pregunta por qué y cómo escribimos los jóvenes nacidos y criados en la
posdictadura es una de las preguntas que Drucaroff abordó de manera magistral en
su libro Los prisioneros de la torre y
que luego, como compiladora, –con su voz y su “pluma ya legitimada”– ayudó a amplificar entre el público lector de
la generación que le sucede. Una generación –la nuestra– que no sólo debe
remontar los estragos provocados por una derrota difícil de asimilar –la de las
apuestas revolucionarias de las décadas del 60 y del 70–, sino que debe abrirse
paso sorteando los prejuiciosos estigmas acerca de su supuesta falta de
creatividad, y de compromiso. Creatividad y compromiso a los que la literatura
puede y tiene mucho que aportar. Ya que como destacó en la entrevista Elsa
Drucaroff, “la literatura no está para
confirmarte tus creencias, sino para ponerlas en cuestión”.
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