La narrativa de Juan Diego Incardona
Primera entrega de la serie mensual *
Primera entrega de la serie mensual *
Por
Mariano Pacheco.
Nota
publicada en Marcha (6 e agosto de 2014)
Los
relatos de Villa Celina y El campito parten de un trabajo
donde el presente del narrador (nuestro pasado más inmediato) se combina con
saltos temporales hacia el “peronismo clásico”.
La
mayoría de los cuentos reunidos en los dos libros mencionados
están situados, tanto espacial, como temporalmente, en una zona y un
momento determinados: el oeste del conurbano bonaerense, en un
presente que podría fecharse en el período que va desde la crisis
hiperinflacionaria que devino en la renuncia anticipada del presidente radical
Raúl Alfonsín, hasta la crisis hegemónica que culminó con la gestión de la
Alianza, a cuyo frente se encontraba el también presidente radical Fernando De
la Rúa, quien dejó a sus espaldas a más de 30 manifestantes asesinados tras la
represión desatada por la policía luego de que se decretara el Estado de Sitio
en diciembre de 2001.
En
ese presente neoliberal en el que están situados estos relatos, crece
y protagoniza sus historias barriales el niño-adolescente-joven Juan Diego,
personaje central de la narrativa de Incardona.
Nacido
en Villa Celina en 1971, hijo de un tornero italiano y una maestra argentina,
el autor se crió en el barrio en el que nació, y allí realizó sus estudios
primarios. Luego cursó el secundario en un colegio industrial, del cual egresó
como técnico mecánico, poco tiempo antes de que esos establecimientos dejaran
de existir tras las transformaciones implantadas por el presidente
justicialista Carlos Saúl Menem. Si bien fugaz, su paso por la carrera de
Letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA) durante los primeros años del
nuevo milenio no pasó inadvertida, ya que con otros estudiantes de “Puán” (así
se nombra a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, situada sobre esa
calle del barrio porteño de Caballito), Incardona fundó El interpretador, en 2004, la revista
digital de literatura y crítica que marcó la búsqueda estético-política de
centenares de jóvenes durante los cinco años en los que se llevó adelante este
proyecto.
Después,
durante unos cuantos años, Juan Diego se hizo cargo de la coordinación del
“área de letras” del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECUNHI), un lugar cedido
a la Fundación Madres de Plaza de Mayo liderada por Hebe de Bonafini en el ex
Centro Clandestino de detención que funcionó en la Escuela Mecánica de la Armada
(ESMA) durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983), y que fue
transformado en Museo de la Memoria en 2004, bajo la gestión del presidente
Néstor Kirchner.
Si
bien por edad Incardona pertenece a la generación de escritores que comparten
franja etaria con los HIJOS (Hijas e Hijos por la Identidad y la Justicia,
Contra el Olvido y el Silencio), sus relatos no están centrados en los siete
años que duró el Proceso de Reorganización Nacional, época en la que la mayoría
de ellos nacieron y fueron niños. Tampoco en los años inmediatamente anteriores
-proceso de auge de las luchas populares que se inicia con El Cordobazo en
1969, y se clausura con el inicio del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976-,
sino que se sitúan en ese período de la historia reciente tan poco visitado por
la literatura, la crítica cultural y la historiografía contemporánea.
Es
que cuando los escritores contemporáneos a Incardona abordan aspectos políticos
desde su narrativa (una verdadera “excepción generacional”), en casi todos los
casos lo hacen –de todos modos– desde un modelo familiarista, es decir,
basándose en su experiencia familiar. Y hablan entonces, por lo general, de la
última dictadura, o a lo sumo de sus años previos. Juan Diego, en cambio,
realiza otra operación mucho más interesante: no escribe sobre el “Aramburazo”,
ni sobre la represión a los militantes de los '70, ni nada de eso. Desplaza su
infancia una década, y se mete con los años en que el país se inscribió sin una
oposición abierta al Nuevo Orden Mundial y, acompañando los aires de época, la
sociedad argentina asumió como enterrada la experiencia revolucionaria de las
décadas anteriores y se resignó a vivir en los marcos de la “democracia de la
derrota”.
(*) Extracto de un texto que
integra la serie El hecho maldito.
Ensayos sobre literatura y peronismo, libro en preparación que Marcha irá
adelantando en entregas mensuales.
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