Reseña publicada en la revista Sudestada, agosto de 2014
Por Mariano Pacheco
Alguna
vez, entrevistado por Ricardo Piglia, Rodolfo Walsh afirmó que, “la denuncia
traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es
decir, se sacraliza como arte”. Un cuarto de siglo después –derrota de las
apuestas revolucionarias en Argentina y en el mundo mediante– Elsa Osorio
publicó por primera vez, en España, A veinte años, Luz, la novela en que su protagonista –la joven Luz– comienza a buscar
su identidad, cuando descubre que no es hija biológica de quienes decían ser
sus padres, ni nieta de un militar.
Casi
simultáneamente a la publicación del libro se conocía el caso de Paula
Cortassa, la primer hija de desaparecidos que inició por motus propia la
búsqueda de su identidad. Al año siguiente, en 1999, y por iniciativa del
director de Mondadori-México, la novela se distribuyó por primera vez en el
país, pero las repercusiones del libro no tienen punto de comparación con la
que tendrá luego. Pasados quince años, el libro vuelve a reeditarse en
Argentina. En el medio, A veinte años,
Luz fue traducida a dieciséis idiomas, editada en veintitrés países y
vendió más de medio millón de ejemplares en todo el mundo.
Los
cambios en el país, y a nivel internacional, no se produjeron solo entre los 70
y los 90, sino entre la “década neoliberal” y estos primeros años del nuevo milenio.
A
diferencia de lo que planteaba Walsh, Osorio apostó por la ficción para
trabajar una temática que por entonces apenas comenzaba a ser tratada, sin
grandes repercusiones, por la investigación periodística y el testimonio.
Podríamos pensar que –ahí sí coincidiendo con el autor de Operación Masacre– la autora de A veinte años, Luz se
aventuró en los caminos de construcción de una literatura que pueda ser
“entendida por todos” y confió en la potencia de la ficción, en su capacidad de
construir una máquina capaz de instalar preguntas en sus lectores, y por ende,
en un sector de la sociedad, que por otros medios aportará también a extender
esos interrogantes.
En
el prólogo a la edición de 2014, Osorio sostiene que en la escritura del libro
“se encontró”, no solo en términos individuales sino –sobre todo–
generacionales. Y que ese proceso la ayudó a exorcizar el miedo –las huellas de
ese otro proceso: el de “reorganización nacional”– y a recuperar la esperanza.
También afirma que fueron dos las décadas que tuvieron que pasar para que la
novela pudiera ser escrita. Casi otros veinte años han tenido que pasar para
que –emergencia de los HIJOS, rebelión popular como la diciembre de 2001 en el
medio– la sociedad argentina comenzara a poner las cosas en su lugar, y los
responsables de los asesinatos y las apropiaciones fueron juzgados y condenados
a reclusión.
Por
todo esto, la reedición de este libro es un motivo más para celebrar, y para
continuar ejercitando la memoria, indispensable para continuar librando las
necesarias batallas para la emancipación de los siempre condenados de la
tierra.
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