Los galpones: una experiencia comunitaria
Sobre las ruinas de un país que ya no existe
Textos- Mariano Pacheco
Fotografías- Paula Loza
Unas 200 familias habitan desde hace dos décadas dos
manzanas situadas en un predio que supo ser lugar de mantenimiento de
trenes. El Argentino visitó Villa Los Galpones, el barrio
donde una cantidad de vecinos emprenden día a día tareas comunitarias y
apuestan por un proyecto colectivo.
Situadas sobre
terrenos nacionales que pertenecen al ferrocarril, también podría pensarse que
esas 200 familias que habitan dos manzanas en el barrio Los Galpones han
edificado sus viviendas sobre las ruinas que el modelo neoliberal dejó en
nuestro país.
Allí, a unas siete
cuadras de la estación Alta Córdoba, todavía pueden detectarse las huellas de
lo que alguna vez fue una Argentina estructurada por la industria nacional y un
pujante sistema de trasporte ferroviario (edificado por losingleses para
beneficio propio, nacionalizado durante la presidencia de Juan Domingo Perón
para bienestar de todos los argentinos y “reventado” por el
presidente Carlos Saúl Menem para beneplácito del capital financiero).
Precisamente allí, a un kilómetro del centro de la ciudad, pueden verse pasar
todavía los vagones que en la actualidad transportan soja.
Allí, alguna vez, los ferrocarriles
tuvieron sus oficinas de administración, pañoles de herramientas y maquinarias,
con las que se realizaban tareas de mantenimiento de esos trenes que supieron
ser orgullo nacional.
Lógicas de lo común
Todos los lunes,
miércoles y viernes los niños del barrio asisten a la “copa de
leche”, donde meriendan un vaso de chocolatada y lo que pueda elaborar Carina,
37 años, madre de 9 niños. Desde hace casi veinte años que Carina está junto
Germán, que ahora tiene 33. Una década ya que habitan juntos una casa en el
barrio. “Primeros los chicos, viste. Si sobra algo, le damos a los jóvenes”,
comenta él. Y agrega: “Acá no mezquinamos nada”. Los chicos que están
jugando al fútbol se acercan, mientras los que terminaron vuelven a
rodar las bolitas por la calle de tierra, junto a las vías. Frente a un
mural que tiene un dibujo y una consigna que afirma “Tierra para la vida
digna”, Carina termina de sacar unas tortafritas de un disco que instaló sobre
su patio, rodeado de gallinas y de perros que la acompañan. A metros de allí se
encuentra el espacio comunitario al que los vecinos llaman “La
Escuelita”, donde funcionan algunas reuniones (de los habitantes del
lugar, o con personal de las salitas de salud de las zonas aledañas que
emprenden junto con ellos algunos trabajos de prevención) y talleres, como uno
de repostería que organiza la ONG “Un techo para mi país”. Y donde en días
nomás realizarán los festejos por el día del niño.
Imaginación y voluntad
Mientras los niños
juegan varios jóvenes se preguntan entre sí si han cobrado lo que debían por
ser beneficiarios del programa provincial “Confiamos en vos”. Algunos comentan
que a pesar de haber asistido a las capacitaciones, no han cobrado. La escena
contrasta con la propaganda oficial. Los muchachos y las chicas
sostienen que están acostumbrados, y que por eso no confían en nadie, o en casi
nadie. A metros de allí, Vanesa (30 años), conversa con su marido, Claudio,
sobre un Encuentro Nacional de Tierra y Vivienda que se realizará en Córdoba en
una semana, y al que asistirán como integrantes del Encuentro de Organizaciones
(EO), del que participan hace unos siete años.Los seis hijos que tuvieron
juntos, más dos adolescentes que él tuvo con otra pareja, dan vueltas por el
lugar. “Acá empezamos con una olla popular todos los domingos.
Después largamos una copa de leche y organizamos un ropero comunitario”, cuenta
Vanesa. “Ahora hacemos cosas dulces para vender, y con mujeres de otros barrios
que hacen comida salada, llevamos a las actividades y festivales”.
Rodeado por los barrios
Cofico, San Martín y Alta Córdoba, el predio contiene a una población que hoy
subsiste a fuerza de voluntad e imaginación, realizando reciclado de basura y
de escombros, que después se lleva la Municipalidad, cada dos semanas. “O a
veces más”, aclara José, que integra la Cooperativa de Carreros La Esperanza.
En el mejor de los casos, algunos trabajan esporádicamente con
changas en la construcción, ya que por la zona las empresas desarrollistas
urbanas no dejan de levantar edificios. Las mujeres, en la mayoría de los casos,
son amas de casa. Algunas trabajan como empleadas domésticas, por hora. Por
supuesto, ninguno tiene recibo de sueldo, ni obra social, ni aguinaldo o
vacaciones pagas.
Por eso, como pueden,
buscan soluciones en común a los problemas que cada uno tiene. Se
organizan en el barrio para apostar a un proyecto colectivo.
“Chaco”, un
reciclador de Villa Los Galpones
“Que la miseria nos haga miserables”
En noviembre cumplirá
70 años. Recién hace un año se tramitó la jubilación –dice– porque antes sentía
que aún estaba en condiciones de mantenerse trabajando. Se niega a compartir su
nombre, porque –asegura– su identidad la marca su apodo, el modo en el que
todos lo llaman cariñosamente en el barrio: “Chaco”. Nacido en la provincia
norteña, Chacho cuenta que siempre fue un poco transhumante, y que por eso
vivió y trabajó durante años en distintos lugares del país. Ahora vive en Villa Los Galpones,
rodeado de montañas de elementos que fue encontrando por la calle, y que apila
por todos los rincones como un coleccionista. Del techo, con unas
cadenas, cuelga una barra, con la que dice entrenar cada día. Su físico parece
dar cuenta de ello. Sobre la mesa, un ejemplar del diario El Argentino, al
lado de un calefactor eléctrico que armó él mismo con ladrillos refractarios,
maderas, hierros y otros elementos que encontró en el basural. De fondo suena
una canción de folclore. Chaco se sienta y enciende su computadora. Dice que los hombres
somos como las gallinas: una empieza a picotear y el resto acompaña luego. “Yo
me puse internet y todos me miraban como a un loco. Vamos a ver cuántos se
conectan con el paso del tiempo”. Allí atesora textos de filósofos y literatos,
y sobre todo, las coplas que escribe de tanto en tanto. Lee una voz alta.
“Canción de cuna villera”, la tituló. Y luego reflexiona: “el poder promueve
enfrentamientos horizontales, pero no verticales”. Cuenta que le gusta el
reciclaje porque promueve la creatividad, y hace útil lo inservible para la
sociedad. “No tenemos que dejar que la miseria nos haga miserables”, dice al
pasar.
Vecinos
reclaman seguridad
Blanco sobre negro: o el prejuicio (racista) de los sectores
medios
En más de una
oportunidad, durante los últimos meses, vecinos de la zona se han
autoconvocado, para reunirse en el Centro Cultural Alta Córdoba, e incluso en
la Comisaría 1°. El motivo: la inquietud por la basura y la inseguridad que
generan los habitantes de Villa Los Galpones. “Nos dicen
basureros y usurpadores”, comenta enojado “Chaco”, que vive en ese barrio desde
hace varios años. Y aclara que “gran parte de la basura” que se acumula en Los Galponeses
arrojada por vecinos de Alta Córdoba. También dice recordar que, cuando el
lugar comenzó a ser desmantelado, “no fueron los pobres, sino las
grandes empresas las que saquearon los elementos de más valor, ya que
incluso vinieron con grúas”.
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